miércoles, 15 de noviembre de 2017

El Holodomor de los ucranianos (2-3)

En este mapa de la Ucrania actual se puede ver que el oeste de país está limpio de cruces porque estos óblats, ahora ucranianos, eran polacos en 1932 y, por lo tanto fuera del dominio soviético. En esta parte blanca del mapa es donde estaba la mayor concentración de greco-católicos, capital Lvov, cuyo metropolita era en aquellos momentos Andrej  Sheptytsky (Windsor-Ontario)

 Por María Jesús Echavarría

Una vez hecho el cambio semántico pertinente la palabra kulak quedó maldita en el lenguaje soviético de manera que constituyó un problema para todos aquellos que, al rellenar documentos donde era necesario hacer constar el origen social, se veían obligados a poner en el apartado “profesión de los padres” la palabra kulak. De esta manera los que sobrevivieron al Holodomor y fueron deportados, preferentemente a Siberia, se vieron en la necesidad de renegar públicamente de sus orígenes o hacer méritos extraordinarios demostrando ser más comunistas que nadie, como fue el caso de Mijail Kalashnikov, hijo de kulaks y bautizado secretamente en la fe ortodoxa a la que volvió después de la Caída de la Unión Soviética.

Hay que añadir al hecho social el hecho religioso. Los kulaks eran ortodoxos rusos (afortunadamente para los greco-católicos se concentraban en Galitzia, que en aquel momento pertenecía a Polonia, y la persecución les vino después de 1939) y seguían la observancia religiosa a la manera tradicional, como ya hemos visto en el caso de los padres del famoso Kalashnikov, lo que les hacía mucho más odiosos todavía. En este caso el problema religioso no fue la causa principal de la persecución de los kulaks pero aumentó el odio hacia ellos.

En el verano de 1932 se organizó la Deskulaquización retirando a los campesinos las cosechas acabadas de obtener, las semillas de siembra y todos sus animales. Se perimetró las áreas habitadas por ellos, se les retiró sus identificaciones y se les impidió huir. Así, pues, quedaron encerrados y abandonados a su suerte. No obstante algunos de ellos consiguieron llegar hasta algunas ciudades, donde murieron en las calles mientras los vecinos cerraban las ventanas para no verlos o llegaron hasta las estaciones de ferrocarril levantando las figuras cadavéricas de sus hijos lactantes para inspirar compasión. La Dirección General de Ferrocarriles ordenó bajar las persianas en el trayecto donde se estaba procediendo a la “limpieza” para que los pasajeros no vieran lo que ocurría. Se dictó también la Ley de las Tres Espigas (7 de agosto de 1932) que establecía la propiedad estatal de la tierra-antes de que murieran los campesinos-de manera que se dictó pena de muerte para todo aquel que recogiera un puñado de espigas tiradas en un campo.

La supervivencia de los kulaks fue de unos nueve meses y dependió de si tenían depósitos enterrados con la carne de sus animales, que mataron para que no se los llevaran, si disponían de algún escondrijo con comida, de su resistencia física, de las plantas silvestres que pudieran mantenerles con vida e, incluso, de la antropofagia. Se sabe que ésta existió pero poco más porque no hay datos. Los últimos kulaks murieron en primavera, es decir cercanos a la Pascua de 1933. Antes de que los koljoses se pusieran en actividad sus cadáveres o sus osamentas tuvieron que ser retirados por miles de personas, cómplices necesarios del estalinismo.

Miles de kulaks fueron también deportados, sobre todo a Siberia y detrás del Cáucaso o fueron a parar al GULAG.
Continuará
 
Que No Te La Cuenten noviembre 15, 2017



 

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