viernes, 19 de enero de 2018

Fray Francisco de Paula Castañeda, batallador periodista de la época de Rivadavia.


Con este importante artículo de nuestro colaborador, el R. P, Guillermo Furlong, inauguramos hoy esta sección de la Revista, destinada a presentar la semblanza de virtuosos y apostólicos sacerdotes argentinos.
La figura del Padre Castañeda, fogoso y batallador periodista de la época de Rivadavia, es un ejemplo acabado de lo que pretendemos. Sacerdote católico, ena­morado de su Patria, tiene para nosotros especial relevancia por haber ejercido durante varios años su ministerio en la zona del Litoral.
(Nota de la Redacción)

Confesamos sin rebozo que hay un santo en la Historia General de la Iglesia y hay un procer en la Historia Ar­gentina, a quienes noblemente envidiamos. Nos referimos al Apóstol
de los Gentiles, San Pablo, y al fraile argentino, Francisco de Paula
Castañeda. Y no sólo los envidiamos porque fueron varones " san­tos" , sino también porque fueron en verdad "varones" , esto es, hombres de principios firmes y macizos y de carácter vigoroso y valiente.
Se ha dicho que todos los hombres nacen originales, pero mueren copias. El medio ambiente los arrastra, hasta colocarlos bajo un denominador común: la mediocridad. A muchos hombres, y a todos los santos, no es dado clasificarlos así, ya que si nacie­ron originales, vivieron y murieron originalísimos. Tal ciertamente el caso del gran Apóstol, en los inicios del Cristianismo; tal el caso de Castañeda en los primeros años de la naciente Patria Argentina.

Originalísimos uno y otro, creeríase, sin embargo,, que el segundo imitó al primero, ya que tanto llegó a parecerse a ''él, pero la aparente identidad, existente entre el uno y- él otiro, ^síá
en que ambos llegaron a parecerse a un tercero, y éste no era otro que Aquél que dijo de sí: "Yo soy el camino, la-verdad y la vida. Cierto es que aquellos dos hombres de carácter fuerte, de
verbo elocuente, de ágil pluma, llegaron á conocer a Cristo y a
enamorarse de Él. Pablo en la soledad del desierto-, Francisco en
su estrecha celda de la Recoleta, llegaron a conocer íntimamente
a Cristo y a Cristo Crucificado, y quedaron subyugados por la in­teligencia de Cristo, por el corazón de Cristo, por la voluntad y por la santidad de Cristo, y si, de tejas abajo, el amante gusta de parecerse al amado, Pablo que daba el consejo y Castañeda que hizo suyo el consejo, realizaron en sí mismos esa galvanoplastia divina; más aún, esa identificación con Cristo. "Revestios de Nues­tro Señor Jesucristo" . "Habéis de tener en vuestros corazones los
mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo" . Dios predes­tinó a los santos "para que se hiciesen conformes a la imagen de
su Hijo" . Esas fueron las recomendaciones de Pablo que él realizó en sí mismo, en cuanto es dado al hombre hacerlo, y eso realizó
Castañeda, de suerte que uno y otro podía decir: "mi vivir es Cristo y mi morir es una ganancia" . Cierto es que Castañeda, ex profesor de Filosofía en la Uni­versidad de Córdoba, fue el gran pensador que hubo en tierras argentinas entre 1810 y 1830, cuando en torno suyo, y quienes se creían lumbreras, eran movidos por tendencias e impulsos, no por ideas claras y definidas, ni serias, ni firmes; cierto es que en esas dos primeras décadas de la Revolución, cuando el derrumbe de la educación popular fue casi general, tanto hizo el primero en Buenos Aires, después en Santa Fe y en Entre Ríos, en pro de la educación del pueblo, que Corrientes, Córdoba y San Juan recla­maron su presencia y su acción pedagógica; cierto es que no hubo en Buenos Aires de su época un orador tan vigoroso y contunden­te, aunque con frecuencia lejos, felizmente, de aquella corrección académica y enteca, con que tantos otros creían lograr belleza de alta ley; cierto es que en aquellos primeros lustros de la Patria nadie hubo en Buenos Aires que así frecuentara la cárcel pública y las casas del pobrerío, y nadie que se desviviera por atender a los huérfanos y a las viudas, a los enfermos y a los desvalidos.

Aun más: desde la primera hora participó en la política de la
naciente Patria, y en uno de los momentos más álgidos de su pro­teica actuación, cuando sus enemigos creían haber acabado con él, el pueblo, sin ningunísima propaganda, sino a causa de la ad­miración que sentía por el admirable fraile, le eligió Diputado a
la Sala de Representantes. Renunció de inmediato a ese honor por preferir ser en verdad "padre" del Pueblo, que supuestamente representante del "Pueblo" .

1. Ante todo, sacerdote

Todo esto y mucho más fue Castañeda, pero, ante todo y sobre todo, fue siempre y doquier, el Sacerdote de Cristo. Esta fue su gloria, y él sentía su sacerdocio y lo vivía, y jamás olvidó la orden de Cristo Jesús: " como mi Padre me envió a Mí, Yo os envío a vosotros, para que seáis la sal de la tierra y la luz del mundo" . Muy en lo cierto estuvo el gran historiador entrerriano, Juan J. Segura, cuando escribió de Castañeda que " su gloria verdadera fue el sacerdocio" , y agrega que el San Pablo que Castañeda lle­vaba adentro, lo impulsaba en su afán de agigantar el reino de Cristo, oportuna e inoportunamente . . . y recuerda cómo, allá por el tiempo de las invasiones inglesas, anduvo tratando la con­versión de cierto prisionero inglés protestante. ¡El Padre Casta­ñeda, en el campo enemigo, haciendo conversiones! Algo nos deja entrever una carta que dirigió a uno de los prisioneros ingleses, en respuesta de otra que de éste había recibido:
"Amigo, espero que Vd. dispensará esta majadería e inopor­tunidad con que, desde la primera vez que nos vimos, le hablé de religión. . . "
Altísimo concepto tenía Castañeda de su sacerdocio, ya que como él se expresaba sobre el sacerdocio, no cabía otro alguno mayor, y donde acaba todo honor y grandeza y autoridad humana, ahí empieza el ministerio sacerdotal que es superior a todo, y por eso en una de sus réplicas a Hilarión de la Quintana asegu­raba a éste que en la Iglesia de Dios no había ministerio bajo, y " la orla sola de las vestiduras sagradas valía más y pesaba más que toda la grandeza humana . . . " Pero, a la par de esa gloria, había una tremenda responsabi­lidad, ya que Cristo encargó, aún más, mandó a los pastores que velasen sobre su rebaño, que ahuyentasen los lobos, los falsos pro­fetas, y que mantuviesen la fe e impidiesen que la cizaña se mez­clase con el buen trigo. . . y por desgracia la cizaña comenzó a pulular, a raíz de los sucesos gloriosos de 1810. Éstos fueron, como se expresó Mamerto Esquiú, el árbol del bien y del mal: del bien político, del mal religioso. Los gérmenes malditos de éste estaban ya en algunos de los hombres de Mayo, como Castelli y Monteagudo, soñadores de libertades espartanas, y repetidores de slogans tomados de los corifeos de la impiedad francesa, pero la terrible de­rrota de Huaquí, y la subsiguiente acción religiosa del viril, abnega­do y piadoso Belgrano, acabó por entonces con aquel anárquico y de­pravado oleaje de dichos y hechos lúbricos y libidinosos. Sólo per­sistió en Buenos Aires el desdichado Contrato Social de Rousseau, editado, en pésima hora, por Mariano Moreno, y se fueron espar­ciendo los libros sensuales de que estaba abarrotada la biblioteca privada de Monteagudo, y Sarratea estuvo activísimo en importar todas las obras más opuestas a la doctrina y a la moral cristiana y allá por 1815 hasta se llevó a las tablas un dramón rebosante de reflexiva y refinada lujuria. ¡Cómo habían aquellos hombres con­fundido la libertad con el libertinaje! Más de una vez, en años posteriores a los hechos, lamentó Castañeda no haber levantado su voz en esas ocasiones, en las que la doctrina o la moral eran el blanco de las befas y burlas de unos hombres de fango, pero cuando Bernardino Rivadavia, como ministro de Martín Rodríguez, impuesto por las Logias, tramó la primera persecución religiosa, Castañeda, por su propia voluntad y por orden de sus superiores, despojóse de su manse­dumbre franciscana y tomó la acometividad de la pantera.

2. La Reforma de Rivadavia

La famosa Reforma Eclesiástica constaba de tres capítulos: supresión de las Congregaciones religiosas y usurpación de los bie­nes temporales de las mismas; expulsión del clero ortodoxo e incautación de los bienes del mismo; creación de una Iglesia nacional, desligada de Roma y dependiente del Estado Argentino.
Don Bernardino, aunque hombre de escasas luces, estaba al tanto de lo que se había hecho en otros países, y supo preparar la persecución: comenzó por rodearse de un grupo de sacerdotes, sólo tales en el nombre y en las apariencias, como los presbíteros Julián Segundo de Agüero, Valentín y Gregorio Gómez, el doctor
Funes de Córdoba, y otros varios; además de los periódicos oficiales existentes, creó otros igualmente subvencionados por el Es­tado, y con los directores y colaboradores de esas publicaciones formó una "magna Corte" o " constelación de sabios" , cuyo fin era doble: justificar y hasta aplaudir cada uno de los úkases de Rivadavia y arremeter contra y anular toda oposición. Y se comenzó por el robo del Convento y Casa de Ejercicios
de la Recoleta. Fue en vano que los Padres Franciscanos rogaran ardorosamente que no se les privara de su querido Convento  fue en vano que cedieran la huerta del mismo para cementerio; fue en vano que se ofrecieran in perpetuum a ser capellanes ho­norarios del mismo. Créase o no, lo que interesaba para cemente­rio no eran, según Rivadavia, las tierras sino esos edificios: la
Iglesia, el Convento y la Casa de Ejercicios para hombres. Esos edificios eran ideales para cementerio, según Don Bernardino, y cabe recordar a este propósito el adagio romano: quos Deus vult perdere, prius dementat. Recordemos, sin embargo, que la idea primigenia no fue de Rivadavia sino de Pedro Feliciano Sáenz de Cavia, quien en El Americano manifestó lo adecuado que serían esos edificios para asilo de desamparados. Pero debió pensar Rivadavia que éstos ha­brían de ser cuidados y alimentados, lo que supondría gastos, mientras que convertidos esos edificios en cementerio, idea ge­nial de Don Bernardino, lejos de haber gastos habría entradas fijas seguras, sin mayores gastos. Eso era algo genial, y comenzó por despojar brutalmente a los dueños de lo que era tan suyo. La ra­zón de Estado que tantos desafueros ha encubierto, también ha disimulado este acto de embravecido despotismo, y el éxito eco­nómico entonces obtenido puso alas a don Bernardino para ha­cer otro tanto con los bienes de los Padres Dominicos, Mercedarios y Betlemitas, y a ese conjunto de rapacidades, se dio el rumboso título de Reforma Eclesiástica.

3. Castañeda enfrenta a Rivadavia

Pero ésta hizo que Castañeda se irguiera valiente e invencible contra Rivadavia y contra su Corte de periodistas, bien asalaria­dos todos ellos, para apoyar y sostener estas geniales reformas, por las que los religiosos y también los beneméritos militares, gra­cias a la también " genial" Reforma Militar, y que habían derra­mado su sangre en los campos de batalla, tuvieron que pedir li­mosna por las calles para poder subsistir, mientras que un grupito de los amigos del "César" , llenaban sus arcas sin esfuerzos algunos. 
Comenzó Castañeda con tres Amonestaciones a Sáenz de Cavia, pero como en apoyo de éste salieron otros, como el estrafalario Pedro José Agrelo, y en pos de él Santiago Wilde e Ignacio Núñez, José María Calderón y Manuel de Sarratea, Juan Cruz Várela y
otros no pocos, subvencionados todos, o la mayoría de ellos, con dineros del Estado, mejor dicho con dinero del pueblo católico de entonces, para combatir la religión del mismo, fue Casta­ñeda creando tantos periódicos cuantos eran los oficiales, cuatro
cuando eran cuatro, y ocho cuando los contrarios eran también ocho, pero con esta diferencia: si los del Gobierno eran periódicos, escritos por dos o más personas en cada caso, Castañeda no contó con colaborador alguno, aunque en la época en que eran ocho
suponía él que cuatro eran dirigidos por varones y los otros cuatro por señoras, descontentas éstas de la cobardía de los hombres. Y había otra enorme diferencia, ya que, mientras los periódicos ofi­ciales u oficialistas eran subvencionados por el Gobierno, Casta­ñeda no contó sino con el producto de los "números" que se ven­dían y cierto es que el pueblo los compraba y los leía con avidez,
cada día mayor. Lo que decía, y el cómo sabía él decir las cosas, le conquistaron las voluntades y, lo que es más, las simpatías de
todo el pueblo de Buenos Aires. A ello contribuyó sin duda la causa que defendía, tan querida por todo el pueblo argentino, con la sola excepción de una esca­sísima minoría de incautos afrancesados; contribuyeron también las generales simpatías que por el abnegado y santo franciscano sen­tían cuantas gentes habían tenido la dicha de conocerle; contri­buyó, en tercer término, el estilo y el lenguaje directo, personal, rápido, tajante y siempre pintoresco, de que se valía, pero hubo además un ardid literario de gran efecto: la numerosa caravana de matronas que "imaginativamente" cooperaban en la confección de los innumerables artículos o comunicados, que publicaba Cas­tañeda en sus tantos periódicos. Tan anárquica o, a lo menos, tan deslucida había sido la actua­ción de los gobernantes argentinos, en el primer decenio de la
Revolución, hasta postrarse ellos ante las féminas que, en junio de 1820, entraron en Buenos Aires "ahorcajadas sobre caballos man­sos" , que Castañeda consideró inútiles a los hombres todos y sostuvo que eran las mujeres las que habrían de salvar a la Patria. 
A este fin, y en relación a sus afanes periodísticos, arbitró tres
medios: Comenzó por declarar que eran de producción femenina va­rios de sus periódicos, como Doña, María Retazos (1821-1823), La Matrona Comentadora (1821-1822), y La Verdad Desnuda (1822), títulos que según él respondían a matronas así llamadas, y en cuya denominación se hallaba indicado el objetivo o fin de esos periódicos. Esos periódicos rivalizaron con los masculinos de igual
fecha, como el Desengañador Gauchípolítico (1820-1824), el Paralipómenon (1820-1822), el Despertador Teo-filantrópico (1820-1822) y el Suplemento (1820-1822). A las veces hubo discordancias y en­treveros entre estos periodistas masculinos y femeninos, aunqueacababan siempre por pacificarse y amistarse. En todos estos periódicos, pero especialmente en los dirigidos
por las matronas, las colaboradoras eran también mujeres, con extraños pero expresivos nombres: Doña Prima Hermana de Pedro Gallo, Doña Cuán fácil es sorprender la buena fe de las señoras, Doña ¿Qué hemos de hacer con estos trastulos?, Doña Hay locos que no tienen remedio, Doña Maldito sea Juan Santiago (Rousseau), Doña En algo todas nos parecemos, Doña No lo lleve­mos todo a punta de lanza, Doña ¿Cuántos somos aquí?, Doña
Para mentir es preciso tener buena memoria, Doña Desideria del bien común, Doña Santiago y contra ellos. Doña Herrar o quitar el banco, Doña Deseosa de saber verdades, Doña Desteta niños, =-----y Doña A veces nos falta la paciencia, Doña No doy cuartel a nadie, Doña Estén los godos quietos, Doña Escribo de todo y con calma, Doña Amiga de la Intrucción Pública, Doña Con el tiempo ha de ser peor, Doña Justicia Seca, Doña Erudición Sagrada, Doña Ge­nerosidad enormemente ofendida, Doña Justa exigencia, Doña Mal­dita sea la falsa filosofía, Doña Yo no me duermo, Doña Victoria por los mosquitos, Doña Ojo alerta, Doña Ni por ésas, Doña Fuera tinterillos, Doria Mala tos siento al viejo, y otros tantos de igual tesitura. Como si toda esta intromisión femenina fuera poca, excogitó Castañeda otro arbitrio, a fin de que ellas entre sí se entendieran mejor, y también con el fin de congeniarlas con los varones, y para esto creó con ellas el "Congreso Constituyente" de las 500 Matronas, cuyo fallo era inapelable. Parece que el número de las tales congresistas varió, ya que si al principio eran 500, después eran 700 y, por fin, llegaron a ser 777. Aunque los hombres eran excluidos, se le otorgó al Despertador Teofilantrópico el raro pri­vilegio de asistir a las reuniones, con voz, pero sin voto, y en
iguales condiciones se permitió la entrada a algunos clérigos, aun­que raras veces, por no haber ellos querido interferir en la ac­ción parlamentaria de las matronas.

4. Un estilo viril e incisivo

Para que el lector aprecie por sí mismo lo que era el pensar luminoso y el expresarse con nervio por parte de Castañeda, des­pertando así el interés de quienes leían sus escritos, transcribi­mos una de las actas del ficticio Congreso, a que nos referimos:

"La Señora presidenta, que era una Entrerriana "magna" , dijo que " el mundo se gobernaba por la opinión, y que la soberanía del pueblo, ya se fundase en la razón o en la sin razón, pero a lo menos era una opinión que, de tanto repetirla, se había hecho ya
general, y que además era una opinión halagüeña; que si dañaba, a lo menos dañaba dulcemente, como todas las pasiones, y que esto de decirles a los pueblos, que obedecerán a una ley que ellos mismos se impongan, es más sabroso que el locro, más sustancioso
que la mazamorra, más suave que el quibebe, más espeso que todos los angús, más tiernecito que cuanto quirquincho ha criado Dios por esos campos" . Prosiguiendo la presidenta en su discurso, insistió en que " salga lo que saliere, era de necesidad el admitir la soberanía del pueblo en el siglo 19, y que partiendo de este prin­cipio era preciso arreglar la soberanía de las matronas, tanto en lo radical como en lo actual, tanto en lo directivo como en lo ejecutivo, tanto en lo ut sic, como en lo de hic et nunc, para que los dos sexos fueran acordes" .
"Una señora santafesina tomó la palabra y dijo: "muy po­derosa señora, para admitir el concepto del pueblo soberano, se hace preciso fijar el concepto de esta palabra pueblo, porque a la. verdad, si por pueblo se entiende lo que entendemos por montón, es cosa fuerte el que soberanía y montonera sean sinónimos de concepto indivisible; en toda 'tierra de garbanzos, los sabios deben
dar la ley; estos sabios no son sino los virtuosos, y estos virtuosos, por lo común, componen la parte, no sólo milésima sino que las más veces, daríamos gracias a Dios, si compusieran la millonési­ma; se hace, pues, preciso que evitemos el paralogismo en una materia que, desde luego, es de la mayor importancia: expliquesenos primero qué se entiende por pueblo, y en caso de no expli­carse bien esta palabra, protesto, a nombre no sólo de Santa Fe, sino también de los Abipones, que tienen sus tolderías en el Chaco" .

"Yo también protesto (dijo una paraguaya), yo también pro­testo, no sólo a nombre de los paraguayos, sino a nombre de los payaguás, bayás, guanás, mocobíes, y demás naciones que pue­blan el Chaco; esta palabra pueblo es equívoca, que, a, veces, no significa otra cosa más que un hombre rudo, que se levanta con la suma de las cosas y se denomina, o " supremo" , como el peón Ramírez, o "protector de los pueblos libres" , como el salteador Artigas, o genio como el verdugo Carrera, etc., etc., y ni Cristo pasó de la cruz, ni yo permito que en mi presencia se nombre sobera­nía, mientras no se defina lo que se entiende por esta palabra pueblo" .

"Una señora montevideana dijo: " la tal soberanía del pueblo ha acabado con la Banda Oriental, en términos que sólo se ha sal­vado del común incendio lo que se puso bajo la protección del
portugués; por eso es que yo (entiéndase lo que se entienda por
la palabra pueblo) digo que todo pueblo es un menor, es un pu­pilo, y que sólo el que estuviere loco podrá reconocer soberanía alguna al pueblo" .

"Una porteña dijo entonces: " en América, o por esta palabra pueblo se entiende un 'totum revolutum', sin distinción de clase, o un conjunto de diferentes pueblos, que no todos son soberanos, sino solamente aquellos que, por dicha suya, juntan a lo colom­biano lo ibero puro, y a lo americano lo hispano puro" . "Si por pueblo se entiende un 'totum revolotum' , sin distinción de clases, de necesidad será caer en manos de los Blasitos, de los Zapatas, de los peones de confianza, (esto es, de los Ramírez), y de los que han acabado con todo" . "Pero si, como es regular, la cosa se mira con orden analítico, veremos que nuestro todo se compone, lo primero, de indios bár­baros e inciviles; lo segundo, de indios civilizados; lo tercero, de mestizos; lo cuarto, de negros bozales esclavos; lo quinto, de ne­gros bozales libres; lo sexto, de negros criollos esclavos; lo sépti­mo, de negros criollos libres; lo octavo, de pardos esclavos; lo nono, de pardos libres; lo décimo, de españoles europeos; lo un­décimo, de ingleses; lo duodécimo, de portugueses; lo décimo ter­cio, de franceses; lo décimo cuarto, de hispanoamericanos e iberocolombianos, los cuales, siendo así que no pueden verse ni pin­tados, son los únicos, los únicos, los únicos que han heredado la sobe­ranía, no de los españoles, porque ningunos se muestran más encar­nizados que ellos contra los antiguos déspotas, y entonces ¿de quién han heredado la soberanía? La han heredado de los libros de Juan Santiago, como si los indios, los negros, los pardos, y los europeos no pudieran leer a Juan Santiago, para ser tan sobera­nos en pintura, ñi más ni menos que como los pinta a todos Juan Santiago" .

"Aquí fue cuando la " entrerriana magna" empezó a dar campanillazos para que callase la porteña; y levantándose de su asiento dijo: ¡mueran las porteñasl La soberanía está en el pueblo, para que goce y disfrute de ella el primero que sorprenda al pueblo, o con la industria, o con los nidos, (o vicios impuros), o con las logias, o con las fantasmagorías, así como una manzana que está en la mano de un niño es del primero que engaña al niño y se la quita. Mi esposo, Francisco María, el supremo de Entre Pdos, el peón de confianza ascendió a " soberano magno" , y ya iba como Mahoma tomando cuerpo, si no hubiera sido que Lamadrid, López
y Arévalo lo interrumpieron en sus conquistas" .

"La disputa iba tomando tanto cuerpo que me vi precisado, son palabras del Teofilantrópico, a pedir la voz, y con toda la hu­mildad que me fue posible, dije: "muy poderosa señora; la sobe­ranía no puede estar más expresa de lo que está en la Escritura
Santa, y yo suplico encarecidamente a vuestra alteza se sirva ha­cer traer el primer libro del Génesis, para fijarnos en una materia que, desde luego, es de la mayor importancia, y que mientras no se fije, hará en el linaje humano más daño que toda la artillería..."
"Trajeron inmediatamente el libro del Génesis, y habiendo leído (y o ) , en alta voz, el capítulo tercero, donde está la prevari­cación de nuestros primeros padres, luego que llegué al verso 16,
reclamé la atención, y seguí leyendo muy pausadamente lo que sigue: "Mulieri quoque dixit: multiplicaba aerumnas tuas, et conceptus tuos; in dolore paries filios, et sub viri potestate eris. et ipse dominabitur tui" . A la mujer le dijo: "yo multiplicaré tus miserias, y tus partos; con dolor parirás hijos; estarás bajo la potestad del varón, y él te dominará" . "Suplico encarecidamente a V. A. que medite con detención estas divinas palabras, y no podrá menos que advertir en ellas el génesis u origen de toda potestad, de toda soberanía, y al mismo tiempo advertirá que, sin matrimo­nio no hay potestad, no hay soberanía; la potestad, la soberanía nace del hombre y de la mujer, juntos en matrimonio; los solteros y las solteras es gente suelta a quien Dios nada, nada, les ha dicho, nada, nada, les ha confiado, y así como las solteras son niñas siempre, aunque hayan cumplido cien años, así también los solteros nada deben ser más que unos educandos, que, a proporción de los años, irán consumando la carrera de su degradación" .

'"Ahora, pues, si por derecho divino, la potestad y la sobera­nía está en la paternidad, y si este divino mandato es tan confor­me a la naturaleza, entreguémonos sin reserva a los padres de familia, como depositarios de la soberanía activa, y todos aquellos en quienes no hay paternidad, ténganse como hijos de las madres, y estén bajo la potestad de los varones como hombres que son mujeres, y a quienes no puede convenir otro, soberanía que la pasiva, bajo los auspicios de las madres, a quienes deben estar sujetos con sujeción inmediata" .

"Con esta arenga se aquietó un poco la Entrerriana "magna" , y pidiendo una paraguaya la palabra dijo: "muy poderosa señora: yo pido que esta materia se vuelva a tratar otra vez, partiendo de los principios del Teofilantrópico, que me parecen muy sólidos, y lo cierto es que, en toda esta sala de las 500, no hay una sola
señora que no sea madre, ni ¿cuándo jamás hubiéramos consen­tido el que una soltera pisase nuestros umbrales? Luego las ma­tronas, sin haber leído el Génesis, lo hemos observado por ins­tinto, y éste es un motivo, el más poderoso para que no nos sea
dificultoso el dar la última sanción a la intrincada doctrina de la soberanía; y aunque los varones renieguen, haremos que triunfe la verdad, y ellos quedarán abochornados al ver cuánto se han desviado de la naturaleza, por el prurito de filosofar capitalinamente; vayan al demonio los muy palanganas, y sepan que melius est obedire Deo quam hominibus (mejor es obedecer a Dios que a los hombres); es verdad que Dios nos sujetó a nuestros varones; pero esa sujeción tiene sus términos, prefijados en la misma Escri­tura de la verdad, de modo que, cuando los varones se separan de ella, por discurrir arbitrariamente, la misma Escritura santa nos da derecho para tenerlos por unos botarates" .

"Todas las señoras, por aclamación, aprobaron el parecer de la paraguaya; señalaron día para tratar con toda seriedad este asun­to, y la entrerriana "magna" dijo: "muy poderosa señora, acabo de conocer que mi marido, Francisco María Ramírez, es animal
en cuerpo y alma, y que todos los de adentro y de afuera no saben de la Misa la media, porque son unos tunantes; al Teofilantrópico me atengo. ¡Viva el místico político! La barra se deshacía en acla­maciones, y por más de un cuarto de hora no se oía más que ¡Viva la religión! ¡Vivan las máximas religiosas!"
Tal era la prosa viril y directa de Castañeda, tan lejos de la aérea y utopista en el fondo, injuriosa y depravada en la forma, de que se valían los adulones asalariados de Rivadavia, aunque otras veces floreció la idea o el pensamiento del fecundísimo fraile en impecable verso como en aquellos Cielitos, compuestos por él en honor de los dos ministros de Estado que, por imposición de las
Logias, tuvo que soportar el buen Martín Rodríguez, y que se refieren a los procederes nada honestos de ambos de ellos:

García con Rivadavia
tienen unos saladeros
y allá entre los patagones
compran reses, compran cueros;
cielito, cielo, cielito,
cielito de nuestros barrios
cuanto más roban los indios
más ganan los Secretarios.

García con Rivadavia
al indio compran ganados,
por éso dejan que robe
el indio a los hacendados;
cielito, cielo, cielito,
cielito de economía
ya pueden los hacendados
decir esta boca es mía.

García con Rivadavia
al país han echado el guante
a ellos les sale la cuenta
y la provincia que aguante;
cielito, cielo, que sí,
cielito de las cautivas
que pasan ya de tres mil
las que 110 están redimidas.

García con Rivadavia
extinguen las religiones
para fundir en el Banco
las custodias y copones;
cielito, cielo, cielito,
cielito de las locuras,
cuando se aumentan las luces
nos quedamos más a oscuras.

García con Rivadavia
tienen un fuerte comercio
a costa de nuestra sangre
que ellos miran con desprecio;
cielito, cielo, cielito,
cielito de las unciones,
tienen los dos secretarios
"católicas intenciones".
García con Rivadavia
para una misa cantada
pidieron tres mil pesitos
a esta ciudad degradada;
cielito, cielo, cielito,
cielito de devoción,
cántese a los secretarios,
cántese el kirieleisón.

García con Rivadavia
aumentan a Don Martín
la venta, cuando los indios
nos cantan el retintín;
cielito, cielo, cielito,
cielito de 'Don Martín,
que a costa de la campaña
se abotona el chupetín.
García con Rivadavia
son sabios economistas,
tinterillos embrollones
y despreciables plumistas;
cielito, cielo, cielito,
cielito del cementerio,
la multitud de tributos
no carece de misterio.

García con Rivadavia
se embarcarán para Europa
cuando los pampas conquisten
esta ciudad con su tropa;
cielito, cielo, cielito,
cielito que, según vamos,
los indios al fin serán
los señores y los amos.
La suya como la de sus enemigos fue, por lo general, una literatura batalladora y agresiva, y, a las veces, hasta desman­dada y aventurera, ni podía ser de otra suerte, si había Castañeda de apagar los fuegos enemigos que, de todos los lados, caían sobre él. 
El bueno de Fray Cayetano Rodríguez también sacó un perió­dico, todo él escrito en lenguaje plácido y hasta místico, lleno deargumentos filosóficos y teológicos y de consideraciones ascéticas de muy buena ley, pero sus enemigos, que eran los mismos de Castañeda, le tomaron por la chunga y sus artículos fueron materia de risa y de facecias por parte de aquellos periodistas de ingenio cáustico y maleante. Pero Castañeda poseyó una pluma que si, a las veces, era tal, otras era una daga y, no pocas veces, tenía el poder de un garrote. Los ingenuos que, ayer y hoy, se escan­dalizan de algunas de sus expresiones bravias y hasta desolladoras, se olvidan que no es posible combatir con pulidas flechas in­dígenas contra quienes apuntan con armas de fuego.

Cada número de los tantos periódicos de Castañeda hacía temblar y cuartearse los bastiones enemigos, donde el más gro­sero ateísmo tenía sus reales, y si los aficionados al mismo o in­ficionados del mismo, llenaban sus periódicos con tendencias e impulsos de mala ley', Castañeda llenaba los suyos con ideas cla­ras y definidas pero de a puño, y puño de acero. Así es que du­rante cuatro años fue un luchador que no supo lo que era des­canso, no ya de un día, pero ni de una hora, y como impugnador vigoroso y contundente, no dejó disparate sin su correctivo, ni gacetillero sin su merecido.

5. Castañeda, perseguido

Pero no nos equivoquemos al decir que, en esos años, no tuvo descanso, ya que una y otra vez, por " real orden" , fue desterrado, ya a Catamarca, ya a Lobos, ya a Patagones, ya a Ranchos, ya a Kaquel Huincul, ahora Maipú, en la provincia de Buenos Aires, pero aún en esos parajes desérticos, no estuvo ocioso, ya que al regresar, venía provisto de nueva metralla, más efectiva aún que la anteriormente usada por él. Su acción periodística llegó a ser tan popular que en Buenos Aires hasta las piedras se levantaban
contra el hombre que gobernaba o desgobernaba como un visir, y
que se regordeaba en sus infinitas tropelías a la dignidad, de quie­nes no pensaban como él y que estaban felizmente lejísimos de obrar como él. 
Es verdad que, a las veces, extremóse Castañeda en sus censuras o en sus refutaciones, como cuando publicó unas suposiciones, harto maliciosas, aunque al parecer muy razonables.
Nada afirmaba; sólo preguntaba:

" lo. Si convendrá que este pueblo y su campaña sufra por más tiempo al señor Secretario de Estado, don Bernardino Rivadavia;

"2o. Si será sedición el pedirle al Gobernador, don Martín Ro­dríguez o a la Honorable Soberana Junta de Representantes, para que no acabe de acabarnos, se sirva poner a don Bernardino Ri­vadavia en la cárcel;

"3o. Si en caso de acceder el Gobierno o la Junta, a la solicitud del Clero y del pueblo, convendría que el Secretario de Estado cesase con honor, o si convendría tildarle inequivocablemente para escarmiento de todos los demás ministros.

"Estas cuestiones, resueltas con tino e imparcialidad, serían, agregaba Castañeda, una contra-revolución que fijaría (esto es, afianzaría) el gobierno de don Martín Rodríguez, a quien el pue­blo todo compadece y a quien no deja de amar, aun después de tantos sinsabores y disgustos" . Todavía agravó Castañeda su situación cuando escribió, tam­bién en La Verdad desnuda, que " cuando la ginebra bajó de la cabe­za a los pies, don Toditico (apodo con que llamaba él a Rivadavia), le entró a éste una diarrea de decretos exterminadores y que la inmoralidad y la arbitrariedad subieron al Solio" . El Fiscal del Gobierno, Dr. José Cayetano Pico, magnate en la Corte de Riva­davia y miembro conspicuo de la "Constelación de sabios" , acusó a Castañeda, ante el juez de P Instancia, Dr. Bartolo Pico, por esas y otras expresiones, y se formó un jury y éste, compuesto de genuflexos, digitados por el Sr. Secretario de Gobierno, condenó al reo:

"Póngase en reclusión al R. P. Castañeda en su convento, por ahora, y queda suspendido en el entretanto de la facultad de es­cribir . . . "

El que se le hubiese prohibido publicar, habría sido una me­dida despótica, según la Ley de Libertad de Prensa, entonces existente, pero el que se le prohibiera escribir, era una pena que rayaba en el absurdo, como sería prohibirle pensar por escrito, que era como les gustaba pensar, así a Leibnitz como a Justo Lipsio. Por otra parte, el escribir es algo privativo y per­sonal que, de suyo, no afecta a nadie, y, por ende, no era mate­ria juzgable, menos aún condenable. Es que Castañeda se había atrevido a zaherir no tan sólo a Rivadavia sino también a Manuel García, cuyas falsías y trai­ciones atrevióse a manifestar. "En fin, para hacer ver al público la nulidad absoluta del secretario, Dr. D. Manuel García, en estas materias (teológicas y canónicas), lo desafío a una disputa pública en la (Iglesia de la) Compañía, o en la Catedral, o en la Plaza de la Victoria; desafío también a don Bernardino Ri­vadavia, y estoy satisfecho de que esos dos balandrones, autores del Centinela y del Lobera, no tendrán que replicar, a no ser que prorrumpan en herejías y blasfemias . . . "

6. En ¡a zona de! Litoral

Condenado después a cuatro años de prisión en Patagones, huyó Castañeda a Montevideo, donde siguió publicando La Verdad desnuda, y desde Montevideo pasó a Santa Fe, y, en la lejana soledad de San José del Rincón, fundó una escuela, un colegio, unos talleres de artesanías, y hasta se empeñó por reconstruir una im­prenta, la que había pertenecido al General Carrera, y cuando aque­llas fundaciones eran prósperas, cedió a los reclamos de los paranenses, e hizo otro tanto en Paraná, y solicitado por los gobiernos de Corrientes, Córdoba y San Juan, para iguales empresas, la muerte, una santa y envidiable muerte, puso fin al batallar de este hom­bre gigante.

El humanum est errare incluyó en su universalidad a Casta­ñeda, pero en ninguno de sus tantos escritos se hallará ni asomo de esa solapada maldad de que estaban plenos los periódicos de sus contrarios, y menos aún, ni sombra de las intrigas y amaños e insidiosas insinuaciones de que ellos hacían gala. Antes en toda
esa su indomada y fecunda laboriosidad aparece siempre, de cuer­po entero, el sacerdote de Cristo. De índole cándida y de hermosí­simo corazón, él mismo nos dice que, después de cada encuentro con sus enemigos, se retiraba a la soledad para orar por ellos, su­plicando a Dios les perdonara tantas blasfemias y le perdonara a él cualquiera frase menos caritativa que en la refriega hubiese
proferido. Hasta las lágrimas llegaba este su arrepentimiento. "Hago añicos los asertos de los enemigos, haciendo reír a mis lec­tores, y yo después me pongo a llorar" . Aun más, las heridas que en sus eventuales enemigos causaba con la una mano, las procu­raba curar con la otra. Después de una lucha intensísima y sin interrupción, desde di­ciembre de 1810 hasta octubre de 1822, y al verse condenado a un destierro de cuatro años a la destemplada soledad de Patagones, reanudó su labor pedagógica en Santa Fe y en Entre Ríos, y con tal éxito que, como ya hemos consignado, los gobiernos de Corrien­tes, de Córdoba y de San Juan, informados de su magna labor educa­cional, solicitaron su ida a esas provincias para hacer él en ellas lo que había hecho en Buenos Aires, antes de clavarse como tá­bano en, las carnes vivas de don Bernardino durante tres largos años, y lo que después había realizado en Santa Fe y Entre Ríos.

Estaba en San José del Rincón, en Santa Fe, cuando la ocu­pación de la Banda Oriental por las tropas lusitanas, y contra esa iniquidad, tolerada por los hombres de Buenos Aires, fundó el periódico Vete, portugués, que aquí no es, seguido de Ven portu­gués, que aquí es, y se hallaba en Paraná, cuando supo del espan­toso asesinato de Dorrego, por los Unitarios, y allí escribió, pero imprimió en Santa Fe, los doce números de que consta su periódico "Buenos Aires cautiva" . Sospechamos que la extremada rareza de los números de este periódico, se debe a que los Unitarios lo hi­cieron desaparecer, por las pruebas que en el mismo aducía para probar que Rivadavia y sus cortesanos más íntimos, y no Lavalle, fue el autor o autores del asesinato del Gobernador Dorrego. Era algo entonces evidente, aunque después se han hecho los más in­geniosos malabarismos históricos para quitar este sanbenito a Don Bernardino. Era en esta época cuando la pluma de Castañeda echaba tales chispas que su gran amigo, Anastasio de Echavarría, le aconsejó que dejara en paz a los enemigos de Cristo y de su Iglesia y se contentara con decir Misa y cuidara de sus escuelas, pero la res­puesta del indomable fraile fue digna de él: "pero, amigo, es pre­cisamente la Misa lo que me enardece, y me arrastra y me obli­ga a la lucha incesante" . 
La Santa Misa y la adorable persona de Cristo Jesús era lo que espoleaba a Castañeda para gastarse todo por los intereses de las almas. Escribiendo al citado Echavarría sobre la persona del Hijo de Dios, hecho hombre, le decía: "Con este " homo bonus" (hombre bueno), único hombre, que tenemos tal, en nuestro linaje, me entiendo yo. ¡Qué lágrimas me hace derramar! No porque él me reprenda, ni porque me castigue, porque es de lo más manso y de lo más humilde que vieron ni verán los siglos. Pero eso mismo es lo que me deja muerto y sin fuerzas para levantar los ojos al cielo . . . Con este buen hombre . . . es con quien yo me entiendo . . . "

Conclusión

El Dr. Osvaldo Loudet creyó, cuando joven, que era Castañeda un
esquizofrénico, pero cambió de parecer, porque "nada hay, como es­cribió, más cercano a la locura que la santidad" , y fue ésta, y no aquélla, lo que hizo de Castañeda un batallador de la reciedumbre superhumana que le caracterizó. Capdevila entrevio esta realidad y no temió indicarla una y otra vez. E ignoraba este tan entusias­ta panegirista del ilustre fraile que, en vísperas de la partida de éste a la eternidad, organizaba Castañeda un viaje a Roma, lle­vando consigo tres indiecitos de Entre Ríos, un guaraní, un guaicurú y un abipón, a los que quería presentar al Romano Pontífice y solicitar de Su Santidad el envío de misioneros, sobre todo de Jesuítas, para que éstos retomaran sus antiguas Reducciones y fundaran otras. Pero una santa muerte, acaecida el 12 de mayo de 1832, acabó con este proyecto para el que ya tenía reunidos los necesarios recursos. Pero presintió que su enfermedad era la pos­trera y él mismo, escribe el recordado historiador Segura, instó al párroco, que lo era el doctor don Francisco Alvarez, para que, sin dilación alguna, le administrara los santos sacramentos. Pidió que le vistieran su pobre hábito y cobrando un aliento extraordi­nario protestó delante de todos su adhesión a la Santa Iglesia Ro­mana . . . No murió de rabia, mordido por un perro cimarrón, co­mo hicieron correr sus enemigos. Nada de eso: fue una muerte muy natural y muy sobrenatural. Para él, como para San Pablo, el mori lucrum, el morir era la gran dicha, ya que era el estrechar­se con Cristo Jesús, para siempre.

GUILLERMO FURLONG S. J.

Revista Mikael nro. 1. Seminario de Paraná. Entre Ríos. Argentina

1 comentario:


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