domingo, 21 de enero de 2018

París le rinde tributo a un asesino.


Por Luis León Leonel
No solo es un acto lamentable, patético, embustero.

 Es además muy peligroso que en el destino turístico más popular del mundo, con total desfachatez, se le rinda tributo a un asesino. Y peor aún, a un asesino al que la izquierda más infantil, y muchas veces prosaica, sigue intentando trastocar, como demuestran las palabras de la alcaldesa de esa ciudad, Anne Hidalgo, en “un ícono militante y romántico”, como lo definiera la funcionaria en un tuit.

Con esta típica tropología de la izquierdosidad (y da igual si es consciente o inconsciente) la alcaldesa hispano-francesa, del Partido Socialista, se mofa de los parisinos con una exposición en el ayuntamiento de la capital francesa dedicada al guerrillero comunista Ernesto Che Guevara. Pues es con la supuesta venia, la ingenuidad y el dinero de los contribuyentes, que le ha organizado esta reverencia ideológica y seudocultural a tamaño criminal, cuyas víctimas, una vez más gracias a los caminos resbalosos de la izquierda, suelen entrar en la categoría técnica y vulgar de “bajas” en nombre del supuesto progreso de la humanidad y sus luchas sociales. Ensangrentadas falacias de los progres.

Así que en París, al parecer hasta el 17 de febrero, a pesar de descontentos y protestas, se mantendrá esta exhibición que es todo un cumplido a uno de los símbolos y mitos del castrismo y de buena parte de la izquierda.

Curada con mucho más desvergüenza que rigor (si es que alguno tiene), la exposición propone a un Guevara muy distinto a lo que en realidad fue. No se muestran sus injusticias, falsedades y crímenes, ni sus múltiples contribuciones a la ruina y envilecimiento de los cubanos y de no pocos latinoamericanos con el llamado socialismo del siglo XXI, sino que, como si su historia fuera otra, se le presenta como un soñador del “hombre nuevo”. Claro está, sin explicar en qué consiste ese hombre nuevo, que no es otra cosa que una ciega, empobrecida y atormentada manada de hombres tristes, un ejército de autómatas, censurados y autocensurados, que mienten por temor a expresar su verdad, que presos de la asfixia cotidiana repiten consignas revolucionarias mientras anhelan poder huir de las miserias del comunismo al que han sido condenados, que han perdido, encubierto o exterminado su capacidad de pensar y soñar. Una sociedad como únicamente puede sostener un sistema comunista. Eso es el castrismo. La eterna rumba hacia la pérdida, la mueca de la degradación, la mentira del fracaso, una frase desgastada en un muro corroído de La Habana.

El Che Guevara, nacido en Argentina en 1928, convertido en comandante de la guerrilla de Fidel Castro en los años cincuenta y ejecutado por militares bolivianos cuando intentaba subvertir la democracia en ese país en 1967, jamás se movió por ideales de aventura, como pretenden hacer ver películas insulsas y la propaganda izquierdosa. Sus ideales fueron impulsados por las oscuras redes del comunismo. Esa fue su ideología. Su historia, no su mito, lo confirma.

Es una gran irresponsabilidad, y un contubernio con la criminalidad, vender como “ícono militante y romántico” a alguien que por hacer realidad su supuesta aventura no en balde fue apodado como “el carnicero de La Cabaña”. Mientras Guevara fue jefe de La Cabaña, la antigua fortaleza se convirtió, más que en una unidad militar, en uno de los lugares más siniestros de la isla. Allí sentenció a muchos cubanos a ser fusilados sin previo juicio, tal como había hecho, experimentando placer, en la Sierra Maestra. A otros los condenó a los campos de concentración. Son conocidas sus frases de desprecio hacia los negros, indios americanos, religiosos, homosexuales. Con esto basta para echar por tierra el mito y catalogarlo como uno de los criminales más detestables que haya manchado el siglo XX. La izquierda, lejos de defender su imagen, debería sentir vergüenza. Pero no sé si eso será posible.

El mundo debería saber que este comunista, lleno de odio y de psiquiátricas ideas, por ser uno de los brazos de Fidel Castro (quien, por cierto, y como suelen hacer los comunistas, finalmente lo abandonó a la muerte en la selva boliviana) ocupó otras posiciones claves en la naciente dictadura caribeña. Fue director del Departamento de Industrialización del Instituto Nacional de Reforma Agraria, ministro de Industria, presidente del Banco Nacional, representó al gobierno castrista en foros internacionales como la Organización de Naciones Unidas y negoció acuerdos militares y comerciales con su principal socio y asesor: el régimen de la Unión Soviética. En todos sus cargos y misiones su objetivo no fue otro que apertrecharse en el poder totalitario y expandirlo más allá de la isla. Su legado, como el de los Castro, es una funesta estela de maquinaciones, crímenes y catástrofes económicas, sociales, culturales que aún no es posible contabilizar. Aún persiste. Tristemente. Y en buena medida, gracias a homenajes como este.

Que esto ocurra en París, sea de manera sutil o solapada, es también una manera de pisotear la memoria de las víctimas de Guevara y del comunismo: una macabra ideología que cumplió 100 años. Me gustaría saber la respuesta, la más sincera posible, de la alcaldesa de París a las víctimas de este criminal. Que le explicara a los familiares de los muertos y pisoteados por Guevara, y a los contribuyentes, cuál es el objetivo de esta exposición. ¿Será el mismo propósito con que se hacen en Cuba y otros sitios este tipo de maniobras: confundir, paliar, adoctrinar, servir de puente para inocular el virus del comunismo?

¿Con esta exhibición se intenta decirle a los parisinos, sobre todo a los jóvenes, a los más desinformados o confundidos, lo mismo que le han dicho a varias generaciones en el mundo, no solo en Latinoamérica, también en el seno de familias, grupos y escuelas socialistas, como suelen presentarse las academias comunistas de Europa?

Ojalá París tome nota urgentemente de este desatino y de las nefastas consecuencias de no leer entre líneas. En Cuba, todos los días el Estado totalitario glorifica a Guevara como uno de sus símbolos y mercancías de distorsión mediática, hechizo y adoctrinamiento popular, no solo a nivel nacional. También ocurre en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y otros países presos de regímenes no democráticos y cuya estructura y argumento de permanencia tienen como inspiración a la revolución cubana, el castrismo.

A quienes, como millones de cubanos, hayan sufrido por largos años el adoctrinamiento y la desinformación, y no sepan a ciencia cierta quién fue el Che Guevara, le recomiendo no las loas propagandísticas castristas que, por desgracia, inundan librerías en el mundo, sino los libros que cuentan su verdadera historia. Pienso en los textos, por solo citar dos ejemplos elocuentes, del ensayista argentino Nicolás Márquez: El canalla, la verdadera historia del Che, o el más reciente, La máquina de matar, biografía definitiva del Che, en la que su autor es consciente de una herramienta imbatible: “Para derribar el mito del Che no hay mejor fuente que el propio Che”.

Es una burla al arte y la museografía que en París, que acoge a más de 40 millones de turistas extranjeros cada año, y donde se encuentran varios de los monumentos más famosos del planeta como la Torre Eiffel, la Catedral de Notre Dame, el Arco de Triunfo, la avenida de los Campos Elíseos, el Arco de la Defensa, la Ópera Garnier, o grandes museos como el Louvre, se intente glorificar a uno de los mayores asesinos de la revolución cubana y de la región. Una vergüenza.

Por suerte no todos han caído en el jamo de Hidalgo y sus asesores y grupos de apoyo comunistas. Varios ciudadanos franceses, así como intelectuales de distintas nacionalidades, han expresado su insatisfacción y criticado con fuerza esta artimaña, llamando al Che Guevara como lo que es: un asesino y parte esencial de la propaganda distorsionadora de una dictadura totalitaria.

Una de las voces que con más fuerza lo ha hecho ha sido la novelista cubana, exiliada en París, Zoé Valdés. Desde octubre de 2017, cuando la autora de La nada cotidiana y La ficción Fidel, gracias a una amiga que trabaja en el ayuntamiento, supo de los preparativos de esta exhibición, se comunicó con Florence Moretti, del departamento de Relaciones Públicas y Derechos Humanos del ayuntamiento, quien le prometió que hablaría con la alcaldesa, a la que la escritora bien conoce, pues estuvo en su equipo de apoyo para su candidatura. Paradójicamente, Hidalgo antes ayudó a Valdés a realizar en París un homenaje al grupo de opositoras cubanas Damas de Blanco. Todo lo contrario a esta insensible y equívoca exposición que hoy mancha el ayuntamiento parisino.

Valdés de inmediato llamó a varias personas pidiéndoles que pararan la exposición, escribió una carta abierta y preventiva a Hidalgo, publicada por Libertad Digital, y contactó a otros intelectuales, como Jacobo Machover, enviándole mensajes que luego publicó en su página de Facebook, avisándole de todo lo que ocurriría. Según la autora de Te di la vida entera y La Habana, mon amour, en aquel momento inicial, antes de inaugurarse la muestra, no pocos le dieron la importancia que hoy han expresado. Pero la reconocida novelista no se detuvo y redactó una carta, firmada por más de 1.000 personas, que fue enviada a la alcaldesa, al presidente de Francia, al primer ministro, a periodistas, políticos y personalidades de todas las tendencias en ese país, denunciando este bochorno. Hay que agradecer a Zoé Valdés su incansable pelea contra los demonios y las enredaderas del castrismo, tanto en su obra literaria, periodística como en su activismo cívico en las redes sociales.

El sobrenombre más célebre de París es el de Ciudad de la Luz (Ville lumière), otorgado por su fama como centro de las artes y la educación en el mundo y como pionera de la iluminación urbana.

Es hora (quizás hace mucho tiempo es hora) de que los parisinos, y muchos otros en el mundo, vuelvan a iluminarse y logren mantenerse a salvo de las trampas del comunismo. No olvidemos que la cultura suele ser su mejor envoltura y embeleso.

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Prensa Republicana  19 enero, 2018

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