“No es ni humana ni cristiana la pena de muerte. Toda pena debe estar abierta a la esperanza, a la reinserción, también para transmitir la experiencia vivida para el bien de otras personas”: El Papa Francisco en la cárcel Regina Coeli de Roma, Jueves Santo 2018
Homilía en la Misa de la Cena del Señor
Jesús termina su discurso diciendo: «Os he dado ejemplo, para que como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis». Lavar los pies. Los pies en aquel tiempo eran lavados por los esclavos. Era un trabajo de los esclavos. La gente recorría las calles, no había asfalto, no había adoquines; en aquel tiempo había polvo en el camino y la gente se ensuciaba los pies. Y en la entrada de las casas estaban los esclavos que lavaban los pies. Era un trabajo de esclavos, pero era un servicio: un servicio hecho por los esclavos. Jesús quiso hacer este servicio para darnos un ejemplo de cómo nosotros tenemos que servirnos los unos a los otros.
Una vez, cuando estaban en camino, dos de los discípulos que querían hacer carrera, pidieron a Jesús ocupar los puestos importantes, uno a su derecha y el otro a la izquierda, (cfr. Mc 10,35-45). Jesús los miró con amor -Jesús siempre miraba con amor – y les dijo: «No sabéis lo que». Los jefes de las naciones – dice Jesús – “dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad” (v.48) Pensemos, en aquella época de los reyes, emperadores, muchos crueles, que se hacían servir por los esclavos. Pero Entre vosotros – dice Jesús – no debe ser así: el que quiera ser grande, que se haga servidor. Vuestro jefe debe ser vuestro servidor. Jesús revierte la costumbre sólida y cultural de aquella época y también la de hoy. El que manda debe ser un jefe que, sea donde sea, debe servir.
Pienso muchas veces – no en este tiempo porque cada uno está vivo todavía y tiene la oportunidad de cambiar vida y no podemos juzgar –, pero pensemos en la historia: si tantos reyes, emperadores, jefes de estado hubieran entendido esta enseñanza de Jesús y en vez de dominar, ser crueles, matar gente, hubieran hecho esto: ¡cuántas guerras se hubieran evitado! El servicio: de verdad que hay gente que no facilita esta actitud, gente soberbia, gente odiosa, gente que tal vez nos desea el mal; pero nosotros estamos llamados a servirlos aún más. Y también hay gente que sufre, que está descartada por la sociedad, al menos por un tiempo, y Jesús va allí para decirles “tú eres importante para mí. Jesús viene a servirnos, y la señal que Jesús nos sirve hoy aquí, en la cárcel de Regina Coeli, es que ha querido elegir a doce de vosotros para lavaros los pies. Jesús arriesga por cada uno de nosotros. Jesús no se llama Poncio Pilato, no sabe “lavarse las manos”, solo sabe arriesgar.
Mirad esta imagen tan bella: Jesús, inclinado entre las espinas, arriesgando herirse para agarrar a la oveja perdida. Hoy yo, que soy pecador como vosotros, pero que represento a Jesús, soy embajador de Jesús. Hoy, cuando me incline ante cada uno de vosotros, pensad: “Jesús ha arriesgado en este hombre, un pecador, para venir a verme y decirme que me ama”. Éste es el servicio, éste es Jesús: no nos abandona nunca, nunca se cansa de perdonar, nos ama tanto. ¡Mirad como arriesga Jesús!
Y así, con este sentimiento, vamos adelante en esta ceremonia que es simbólica. Antes de darnos su Cuerpo y su Sangre, Jesús se arriesga por cada uno de nosotros, y arriesga en el servicio porque nos ama tanto.
Palabras del Papa antes del rito de la paz
Y ahora, todos nosotros – estoy seguro que todos nosotros- tenemos el deseo de estar en paz con todos. Pero en nuestros corazones hay tantos sentimientos contradictorios. Es fácil estar en paz con aquellos que amamos y con aquellos que nos hacen bien; pero no es fácil estar en paz con aquellos que nos han hecho mal, que no nos aman, con quienes estamos enemistados. En silencio, un momento, que cada uno piense en quienes nos quieren y a quienes queremos, y también cada uno de nosotros piense en los que no nos quieren y también en los que no queremos, y también, es más, de quienes querríamos vengarnos. Y le pedimos al Señor, en silencio, la gracia de dar a todos, buenos y malos, el don de la paz.
Palabras del Papa al final de su visita y tras intervenir la directora del centro penitenciario y un recluso
Tú (el recluso) has hablado de una mirada: renovar la mirada… Esto es bueno, porque, a mi edad, por ejemplo, vienen las cataratas y no se ve viene la realidad: al año próximo deben hacerme una operación de cataratas… Y así sucede con el alma: los trabajos de la vida, los cansancios, los errores, las desilusiones oscurecen la mirada, oscurecen el alma. Y por ello, lo que tú has dicho es verdad: aprovechar la oportunidad para renovar la mirada. Y como dije ayer en la audiencia general de la Plaza de San Pedro, en tantos lugares, también en mi tierra, las mamás y las abuelas llevan a los niños a lavarse los ojos para tengan en la mirada la esperanza de Cristo resucitado. No os canséis jamás de renovar la mirada. De haceros una operación diaria de cataratas… Y siempre renovar la mirada. Es un bello esfuerzo.
Todos vosotros sabéis lo que es lo de la botella de vino a mitades: si yo miro la botella medio vacía es desagradable la vida, pero si la miro medio llena tengo para beber. La mirada que se abre a la esperanza, palabra que has dicho tú y que también ha dicho ella (la directora) y ella la ha repetido varias veces. No se puede concebir un centro penitenciario como este sin esperanza. Aquí, sus internos, están para aprender y para hacer crecer las semillas de esperanza: ¡no hay ninguna pena justa –justa- que deje abrirse a la esperanza! ¡Una pena que no está abierta a la esperanza no es cristiana, no es humana!
Están, sí, las dificultades de la vida, las cosas desagradables, la tristeza –uno piensa en los suyos, piensa, en la madre, el padre, la mujer, el marido, los hijos- y es terrible esta tristeza. Pero no puede dejarse de animarse. Yo estoy aquí, pero para reinsertarme, renovado o renovada. Es esta es la esperanza. Sembrar esperanza. Siempre, siempre. Vuestro trabajo es este: ayudar a la siembra de reinserción y esto hace bien a todos. Siempre. Cada pena debe estar abierta a un horizonte de esperanza. Por esto, no es ni humana ni cristiana la pena de muerte. Toda pena debe estar abierta a la esperanza, a la reinserción, también para transmitir la experiencia vivida para el bien de otras personas.
Agua de resurrección, mirada nueva, esperanza: esto os deseo. Sé que habéis trabajado tanto para preparar esta visitas, incluso habéis pintado de blanco las paredes… Os lo agradezco. Es para mí es una señal de benevolencia y de acogida que os agradezco mucho. Estoy cerca de vosotros, rezo por vosotros y vosotros rezad por mí. Y no lo olvidéis: el agua que hace posible la mirada nueva y la esperanza.
Jesús termina su discurso diciendo: «Os he dado ejemplo, para que como yo he hecho con vosotros, también lo hagáis». Lavar los pies. Los pies en aquel tiempo eran lavados por los esclavos. Era un trabajo de los esclavos. La gente recorría las calles, no había asfalto, no había adoquines; en aquel tiempo había polvo en el camino y la gente se ensuciaba los pies. Y en la entrada de las casas estaban los esclavos que lavaban los pies. Era un trabajo de esclavos, pero era un servicio: un servicio hecho por los esclavos. Jesús quiso hacer este servicio para darnos un ejemplo de cómo nosotros tenemos que servirnos los unos a los otros.
Una vez, cuando estaban en camino, dos de los discípulos que querían hacer carrera, pidieron a Jesús ocupar los puestos importantes, uno a su derecha y el otro a la izquierda, (cfr. Mc 10,35-45). Jesús los miró con amor -Jesús siempre miraba con amor – y les dijo: «No sabéis lo que». Los jefes de las naciones – dice Jesús – “dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad” (v.48) Pensemos, en aquella época de los reyes, emperadores, muchos crueles, que se hacían servir por los esclavos. Pero Entre vosotros – dice Jesús – no debe ser así: el que quiera ser grande, que se haga servidor. Vuestro jefe debe ser vuestro servidor. Jesús revierte la costumbre sólida y cultural de aquella época y también la de hoy. El que manda debe ser un jefe que, sea donde sea, debe servir.
Pienso muchas veces – no en este tiempo porque cada uno está vivo todavía y tiene la oportunidad de cambiar vida y no podemos juzgar –, pero pensemos en la historia: si tantos reyes, emperadores, jefes de estado hubieran entendido esta enseñanza de Jesús y en vez de dominar, ser crueles, matar gente, hubieran hecho esto: ¡cuántas guerras se hubieran evitado! El servicio: de verdad que hay gente que no facilita esta actitud, gente soberbia, gente odiosa, gente que tal vez nos desea el mal; pero nosotros estamos llamados a servirlos aún más. Y también hay gente que sufre, que está descartada por la sociedad, al menos por un tiempo, y Jesús va allí para decirles “tú eres importante para mí. Jesús viene a servirnos, y la señal que Jesús nos sirve hoy aquí, en la cárcel de Regina Coeli, es que ha querido elegir a doce de vosotros para lavaros los pies. Jesús arriesga por cada uno de nosotros. Jesús no se llama Poncio Pilato, no sabe “lavarse las manos”, solo sabe arriesgar.
Mirad esta imagen tan bella: Jesús, inclinado entre las espinas, arriesgando herirse para agarrar a la oveja perdida. Hoy yo, que soy pecador como vosotros, pero que represento a Jesús, soy embajador de Jesús. Hoy, cuando me incline ante cada uno de vosotros, pensad: “Jesús ha arriesgado en este hombre, un pecador, para venir a verme y decirme que me ama”. Éste es el servicio, éste es Jesús: no nos abandona nunca, nunca se cansa de perdonar, nos ama tanto. ¡Mirad como arriesga Jesús!
Y así, con este sentimiento, vamos adelante en esta ceremonia que es simbólica. Antes de darnos su Cuerpo y su Sangre, Jesús se arriesga por cada uno de nosotros, y arriesga en el servicio porque nos ama tanto.
Palabras del Papa antes del rito de la paz
Y ahora, todos nosotros – estoy seguro que todos nosotros- tenemos el deseo de estar en paz con todos. Pero en nuestros corazones hay tantos sentimientos contradictorios. Es fácil estar en paz con aquellos que amamos y con aquellos que nos hacen bien; pero no es fácil estar en paz con aquellos que nos han hecho mal, que no nos aman, con quienes estamos enemistados. En silencio, un momento, que cada uno piense en quienes nos quieren y a quienes queremos, y también cada uno de nosotros piense en los que no nos quieren y también en los que no queremos, y también, es más, de quienes querríamos vengarnos. Y le pedimos al Señor, en silencio, la gracia de dar a todos, buenos y malos, el don de la paz.
Palabras del Papa al final de su visita y tras intervenir la directora del centro penitenciario y un recluso
Tú (el recluso) has hablado de una mirada: renovar la mirada… Esto es bueno, porque, a mi edad, por ejemplo, vienen las cataratas y no se ve viene la realidad: al año próximo deben hacerme una operación de cataratas… Y así sucede con el alma: los trabajos de la vida, los cansancios, los errores, las desilusiones oscurecen la mirada, oscurecen el alma. Y por ello, lo que tú has dicho es verdad: aprovechar la oportunidad para renovar la mirada. Y como dije ayer en la audiencia general de la Plaza de San Pedro, en tantos lugares, también en mi tierra, las mamás y las abuelas llevan a los niños a lavarse los ojos para tengan en la mirada la esperanza de Cristo resucitado. No os canséis jamás de renovar la mirada. De haceros una operación diaria de cataratas… Y siempre renovar la mirada. Es un bello esfuerzo.
Todos vosotros sabéis lo que es lo de la botella de vino a mitades: si yo miro la botella medio vacía es desagradable la vida, pero si la miro medio llena tengo para beber. La mirada que se abre a la esperanza, palabra que has dicho tú y que también ha dicho ella (la directora) y ella la ha repetido varias veces. No se puede concebir un centro penitenciario como este sin esperanza. Aquí, sus internos, están para aprender y para hacer crecer las semillas de esperanza: ¡no hay ninguna pena justa –justa- que deje abrirse a la esperanza! ¡Una pena que no está abierta a la esperanza no es cristiana, no es humana!
Están, sí, las dificultades de la vida, las cosas desagradables, la tristeza –uno piensa en los suyos, piensa, en la madre, el padre, la mujer, el marido, los hijos- y es terrible esta tristeza. Pero no puede dejarse de animarse. Yo estoy aquí, pero para reinsertarme, renovado o renovada. Es esta es la esperanza. Sembrar esperanza. Siempre, siempre. Vuestro trabajo es este: ayudar a la siembra de reinserción y esto hace bien a todos. Siempre. Cada pena debe estar abierta a un horizonte de esperanza. Por esto, no es ni humana ni cristiana la pena de muerte. Toda pena debe estar abierta a la esperanza, a la reinserción, también para transmitir la experiencia vivida para el bien de otras personas.
Agua de resurrección, mirada nueva, esperanza: esto os deseo. Sé que habéis trabajado tanto para preparar esta visitas, incluso habéis pintado de blanco las paredes… Os lo agradezco. Es para mí es una señal de benevolencia y de acogida que os agradezco mucho. Estoy cerca de vosotros, rezo por vosotros y vosotros rezad por mí. Y no lo olvidéis: el agua que hace posible la mirada nueva y la esperanza.
Ecclesia 29/3/17
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