por Ray Cavanaugh
Es sorprendente lo que pueden hacer 100 años. No hace mucho, Pionyang era conocida como la “Jerusalén de Asia”
La perspectiva (aunque poco probable) de que el papa Francisco responda a la invitación de Kim Jong-un y visite Corea del Norte ha creado bastante agitación. Es comprensible. La figura sagrada más prominente del mundo visitando la nación más hostil hacia la religión sería algo irónico. Otro punto de ironía es que hubo un tiempo en que el cristianismo prosperó en Corea del Norte; de hecho, tanto fue así que hace un siglo la capital Pionyang era conocida como la “Jerusalén de Oriente” o la “Jerusalén de Asia”.
El catolicismo empezó a hacer avances considerables en la península coreana a finales del siglo XVIII. Su llegada se debió en gran parte a los nativos coreanos, tanto académicos como comerciantes, que regresaban a casa después de convertirse durante sus viajes internacionales.
Los monarcas de la dinastía Joseon, la élite dominante entonces en Corea, no recibieron con buenos ojos este cambio y unos 10.000 católicos –algunos misioneros europeos, pero la mayoría coreanos– encontraron el martirio. A pesar del riesgo mortal obvio, el cristianismo perseveró y empezó a extenderse.
Sin embargo, no se vería un aumento meteórico de los cristianos hasta el declive de la virulenta monarquía coreana anticristiana, con lo que se favoreció la formación de relaciones diplomáticas con Estados Unidos en los años 1880. Los años siguientes trajeron un gran flujo de misioneros estadounidenses, la mayoría protestantes, que empezaron a construir hospitales y escuelas. Estas instituciones aportaron no solo fe, sino también medicina y educación modernas, estableciendo unas 300 escuelas y 40 universidades en la península de Corea.
En el año 1907 se produjo un renovado impulso del sentimiento religioso local –en este caso protestante– conocido como el “avivamiento de Pionyang” o el “Pentecostés coreano”. Debido a este fenómeno, el cristianismo ya no era considerado una contribución de influencia extranjera sino una fe nacional coreana. Cuando el “avivamiento” llegó a su cénit, la “Jerusalén de Asia” contaba con unas 3.000 iglesias.
En una de aquellas muchas iglesias de Corea del Norte, el joven que tocaba el órgano era nada menos que Kim Il-sung, quien se convertiría en el primer líder de la tiránica dinastía Kim. Se había criado en el presbiterianismo, una religión que practicaban con fervor tanto su padre, que fue organista, como su madre, que fue diaconisa. No es algo tan excepcional como pueda parecer; después de todo, Pionyang fue una vez el centro de la Iglesia presbiteriana en Asia.
Cuando los japoneses ocuparon Corea entre 1910 y 1945, se produjo algo de persecución anticristiana que, en realidad, sirvió para fortalecer el sentimiento religioso, ya que los cristianos coreanos veían su fe como un acto de desafío contra los opresores japoneses. Por supuesto, la persecución japonesa de los cristianos palidece en comparación con la que siguió a la dinastía de la familia Kim, que empezó en 1948. Para entonces, una enorme porción de los cristianos norcoreanos habían huido a Corea del Sur; habían presagiado una era de extrema represión religiosa y se demostró que tenían razón, aunque probablemente más allá de sus peores pesadillas.
Mientras el cristianismo católico y protestante florecía en Corea del Sur, el Norte hizo desvanecer sus miles de iglesias en el aire del aislamiento tiránico. El régimen de Kim, como todo buen totalitarismo, no solo borró estas iglesias del presente del país, sino también de la historia de la nación. Y curiosamente, la pasada gloria de la cristiandad en Corea del Norte –todavía muy reciente cronológicamente, a pesar de su tremenda distancia en la práctica– ha recibido escasa atención de Occidente.
En la actualidad, un total de cuatro iglesias funcionan en la antigua “Jerusalén”. Estas iglesias aprobadas por el Estado son, según casi todas las evaluaciones externas, el atrezo de una escalofriante farsa que involucra a congregaciones simuladas que van y vienen en autobuses y con quienes los visitantes extranjeros no tienen permiso para comunicarse.
Cualquier servicio eclesiástico auténtico es impensable, así que los cristianos se ven forzados al culto en solitario o en pequeños grupos clandestinos. Sin embargo, estar en la clandestinidad no es garantía de seguridad, ya que existe la posibilidad de que en cualquier grupo haya un espía trabajando para atrapar cristianos genuinos. La paranoia, justificable, es tan extrema que muchos ni siquiera hablan a sus propios hijos de sus vidas espirituales, a no ser que consideren la adoración obligatoria a la dinastía Kim una experiencia espiritual.
A pesar de semejantes circunstancias, se calcula que en Corea del Norte todavía hay unos 300.000 cristianos. De ellos, entre 50.000 y 70.000 afrontan una existencia que muchos considerarían peor que la muerte: encarcelamiento en un campo de trabajos forzados en Corea del Norte, donde los seguidores de Jesús son objeto de un trato especialmente crudo.
Probablemente, estos cristianos vivirán el resto de su tortuosa existencia en cautiverio, mientras perdure la dinastía Kim. Sin embargo, el actual régimen es tan errático que algunos creen que traerá sobre sí su propia destrucción en los años venideros. El final de esta nefasta dinastía permitiría a Corea del Norte reunificarse con su vecino homólogo del Sur, ahora intensamente cristiano, y devolver “Jerusalén” a Pionyang.
El catolicismo empezó a hacer avances considerables en la península coreana a finales del siglo XVIII. Su llegada se debió en gran parte a los nativos coreanos, tanto académicos como comerciantes, que regresaban a casa después de convertirse durante sus viajes internacionales.
Los monarcas de la dinastía Joseon, la élite dominante entonces en Corea, no recibieron con buenos ojos este cambio y unos 10.000 católicos –algunos misioneros europeos, pero la mayoría coreanos– encontraron el martirio. A pesar del riesgo mortal obvio, el cristianismo perseveró y empezó a extenderse.
Sin embargo, no se vería un aumento meteórico de los cristianos hasta el declive de la virulenta monarquía coreana anticristiana, con lo que se favoreció la formación de relaciones diplomáticas con Estados Unidos en los años 1880. Los años siguientes trajeron un gran flujo de misioneros estadounidenses, la mayoría protestantes, que empezaron a construir hospitales y escuelas. Estas instituciones aportaron no solo fe, sino también medicina y educación modernas, estableciendo unas 300 escuelas y 40 universidades en la península de Corea.
En el año 1907 se produjo un renovado impulso del sentimiento religioso local –en este caso protestante– conocido como el “avivamiento de Pionyang” o el “Pentecostés coreano”. Debido a este fenómeno, el cristianismo ya no era considerado una contribución de influencia extranjera sino una fe nacional coreana. Cuando el “avivamiento” llegó a su cénit, la “Jerusalén de Asia” contaba con unas 3.000 iglesias.
En una de aquellas muchas iglesias de Corea del Norte, el joven que tocaba el órgano era nada menos que Kim Il-sung, quien se convertiría en el primer líder de la tiránica dinastía Kim. Se había criado en el presbiterianismo, una religión que practicaban con fervor tanto su padre, que fue organista, como su madre, que fue diaconisa. No es algo tan excepcional como pueda parecer; después de todo, Pionyang fue una vez el centro de la Iglesia presbiteriana en Asia.
Cuando los japoneses ocuparon Corea entre 1910 y 1945, se produjo algo de persecución anticristiana que, en realidad, sirvió para fortalecer el sentimiento religioso, ya que los cristianos coreanos veían su fe como un acto de desafío contra los opresores japoneses. Por supuesto, la persecución japonesa de los cristianos palidece en comparación con la que siguió a la dinastía de la familia Kim, que empezó en 1948. Para entonces, una enorme porción de los cristianos norcoreanos habían huido a Corea del Sur; habían presagiado una era de extrema represión religiosa y se demostró que tenían razón, aunque probablemente más allá de sus peores pesadillas.
Mientras el cristianismo católico y protestante florecía en Corea del Sur, el Norte hizo desvanecer sus miles de iglesias en el aire del aislamiento tiránico. El régimen de Kim, como todo buen totalitarismo, no solo borró estas iglesias del presente del país, sino también de la historia de la nación. Y curiosamente, la pasada gloria de la cristiandad en Corea del Norte –todavía muy reciente cronológicamente, a pesar de su tremenda distancia en la práctica– ha recibido escasa atención de Occidente.
En la actualidad, un total de cuatro iglesias funcionan en la antigua “Jerusalén”. Estas iglesias aprobadas por el Estado son, según casi todas las evaluaciones externas, el atrezo de una escalofriante farsa que involucra a congregaciones simuladas que van y vienen en autobuses y con quienes los visitantes extranjeros no tienen permiso para comunicarse.
Cualquier servicio eclesiástico auténtico es impensable, así que los cristianos se ven forzados al culto en solitario o en pequeños grupos clandestinos. Sin embargo, estar en la clandestinidad no es garantía de seguridad, ya que existe la posibilidad de que en cualquier grupo haya un espía trabajando para atrapar cristianos genuinos. La paranoia, justificable, es tan extrema que muchos ni siquiera hablan a sus propios hijos de sus vidas espirituales, a no ser que consideren la adoración obligatoria a la dinastía Kim una experiencia espiritual.
A pesar de semejantes circunstancias, se calcula que en Corea del Norte todavía hay unos 300.000 cristianos. De ellos, entre 50.000 y 70.000 afrontan una existencia que muchos considerarían peor que la muerte: encarcelamiento en un campo de trabajos forzados en Corea del Norte, donde los seguidores de Jesús son objeto de un trato especialmente crudo.
Probablemente, estos cristianos vivirán el resto de su tortuosa existencia en cautiverio, mientras perdure la dinastía Kim. Sin embargo, el actual régimen es tan errático que algunos creen que traerá sobre sí su propia destrucción en los años venideros. El final de esta nefasta dinastía permitiría a Corea del Norte reunificarse con su vecino homólogo del Sur, ahora intensamente cristiano, y devolver “Jerusalén” a Pionyang.
| Nov 07, 2018 Aleteia
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