lunes, 28 de enero de 2019

¿Tiene salida la crisis venezolana?


por Carlos Daniel Lasa
 El actual régimen venezolano está siendo jaqueado severamente. La sociedad venezolana ha sufrido un grado de deterioro tal que muchos de sus habitantes han debido buscar asilo en otros países.

 El fracaso del régimen instaurado por Chávez es rotundo e irreversible. La cuestión, ahora, es la de pensar en la salida que tendrá esta gravísima crisis. Puede suceder que Maduro, con el apoyo de las fuerzas armadas, siga gobernando como ha pasado hasta el momento. Otra salida, como muchos sostienen, es institucional, basada en el diálogo entre las partes. Finalmente, es dable pensar (mal que nos pese) en una salida cruenta. Cabe consignar que descartamos de plano la posibilidad de una intervención militar extranjera.

Gran parte de la izquierda latinoamericana, con su consabido carácter totalitario, apoya el régimen de Maduro pese a la sistemática violación de los derechos humanos, la transgresión de la ley, la persecución política, el cierre de los medios de comunicación no manejados por el régimen, etc. Esta izquierda es la misma que en los países no gobernados por esta visión totalitaria se auto-proclama como defensora de los derechos humanos, enemiga de las fuerzas armadas y de las fuerzas de seguridad en general, hostil a toda forma de censura. En realidad, esta amoralidad no debiera sorprender a nadie si se sabe que, para ella, la persecución de jóvenes estudiantes, la muerte de ciudadanos, el ejército, el uso de la fuerza, la no observancia de las leyes, la mentira, la censura, no son cosas malas en sí: lo que las hace buenas o malas es el fin al cual se ordenan.

En el diario bolchevique Spada Rossa puede leerse: “La nuestra es una nueva moral. Nuestra humanidad es absoluta puesto que tiene las propias bases en el deseo de la abolición de toda opresión y tiranía. A nosotros todo nos está permitido, puesto que nosotros somos los primeros en el mundo en levantar la espada no para la esclavitud y la opresión, sino en nombre de la libertad y de la emancipación de la esclavitud” (citado por David Shub en Lenin, Milano: Longanesi, 1972, pp. 198-499).

Así, por ejemplo, resulta malo que un Parlamento le quite la presidencia a Dilma Rousseff o a Lugo, pero resulta muy bueno en el caso de Rajoy; el ejército es malo en Argentina, aunque bueno en Venezuela; reprimir es malo en Argentina, pero es bueno en Venezuela (un profesor universitario que se pasea por todas las universidades de Argentina dijo hace poco tiempo, sin prurito alguno, que Maduro debiera sacar las fuerzas armadas a la calle para reprimir a la oposición); el totalitarismo cubano o las dictaduras de Maduro u Ortega son buenas, pero la dictadura de Pinochet es mala; mentir acerca del número de los desaparecidos en Argentina es bueno, y no decir la verdad acerca de las vejaciones de los derechos humanos por parte de un estado revolucionario no está visto como algo malo.

Esta mentalidad de la izquierda revolucionaria que hoy gobierna Venezuela es esencialmente totalitaria. Y esto por una sencilla razón: el revolucionario considera que posee una visión global de la realidad cuya realización permitirá la felicidad de todos los hombres en este mundo. Esta situación, a nivel político, se traduce en la existencia de un partido único guiado por un dictador e integrado por una pequeña parte de la población, organizada jerárquicamente, que ocupa la burocracia gubernativa. Pero como el pueblo debe hacerse uno con el pensar y el querer del dictador, entonces será preciso contar con un sistema de terror, tanto físico como psíquico, a cargo de las fuerzas de seguridad, para disciplinar a los díscolos. Y como en las sociedades modernas esto no es suficiente, será preciso además contar con el monopolio completo de todos los medios de comunicación (cfr. Friedrich, Carl J. y Brzezinski, Zbgniew. Totalitarian Dictatorship and Autocracy, Cambridge: Harvard University Press, 1956, pp. 9-10).

Esta visión totalitaria que, ante todo, considera como enemigos a aquellos ciudadanos refractarios al ideal revolucionario (a los cuales es preciso aniquilar), es indócil a toda idea de república que suponga una división del poder y el imperio de una ley por encima de la voluntad de todos los ciudadanos, incluida la del gobernante.

Concluyendo: si quienes detentan el poder en Venezuela son partidarios de la concepción anteriormente descripta, ¿cabe esperar una salida fundada en el diálogo entre las partes? ¿Es posible un diálogo cuando una de las partes posee una visión mesiánica y totalitaria? ¿Resulta posible establecer un diálogo con alguien que cree tener la solución definitiva al problema de la existencia humana? Obviamente que no. El diálogo se opone a toda forma de dogmatismo, ya que es propio del dogmatista creerse en posesión de todas las respuestas posibles a las infinitas preguntas que la inteligencia humana puede formularse. En ese caso, las preguntas están de más. Y sin preguntas, no resulta posible ese diálogo que surge entre las preguntas y las respuestas. El dogmático nunca pregunta, sólo impone. Para con el dogmático sólo queda el escuchar absolutamente pasivo y la posterior obediencia ciega.

Considero que la potencialidad de las cosas está inscripta en su mismo ser. ¿Cómo resultará posible la existencia de un diálogo a partir de un ser absolutamente dogmático? De allí que quepa preguntarles a todos los partidarios de una salida negociada fundada en el diálogo, si esta posición no responde más a un deseo que a la realidad. Ciertamente que, como deseo, plantea el mejor escenario, aunque lo real se sitúa, muchísimas veces, a una distancia bastante más alejada de los deseos, por muy buenos y loables que estos sean.

Tal como están planteadas las cosas, la única salida que se vislumbra es cruenta. Por el momento no ha ocurrido en virtud de que el Sr. Maduro cuenta con el poder de fuego. Y mientras esto suceda, mantendrá el poder, aunque ciertamente no la legitimidad de su ejercicio. Si en algún momento tal desequilibrio de fuerzas comenzase a verse jaqueado, entonces el fatal enfrentamiento será una cruda realidad. El escenario venidero, a mi juicio, no es para nada halagüeño.

¡Fuera los Metafísicos!   • ENERO 26, 2019

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