por Jaime Septién
Noventa aniversario de la guerra que dejó cerca de 250.000 mexicanos muertos
Javier Algara Cosío vive en San Luis Potosí, en el corazón de México. Desde ahí combina su labor como consultor empresarial y bloguero católico. Hace una semana se conmemoró el noventa aniversario del fin de la Guerra Cristera (1926-1929), que dejó, según el cálculo de los historiadores, 250.000 mexicanos muertos y una herida que aún sangra en México.
Más aún, sangra, porque “los arreglos” a los que se vio orillada a asumir la Iglesia católica, representaron un “modus vivendi” en el cual esta institución, paradójicamente la que aún goza de mayor confianza entre los mexicanos, quedó sumida en la práctica inexistencia, hasta 1992. Y de entonces a la fecha, el estira y afloja continúa.
Javier, ¿existe un testimonio, además de los muchos conocidos de los mártires mexicanos, que hable “desde adentro” de la Cristiada?
Recientemente cayó en mis manos un librito, “El indio que mató al Padre Pro”, del reconocido periodista mexicano, ya fallecido, Julio Scherer García. La obra recoge la entrevista que le hizo al general Roberto Cruz, recordado en la historia nacional cómo el militar que en octubre de 1927 dirigió el fusilamiento del sacerdote jesuita y beato Miguel Agustín Pro, en acatamiento de las órdenes giradas al respecto por el entonces Presidente Plutarco Elías Calles.
El librito de marras se lee de un tirón, tanto por su breve extensión como por lo interesante del tema y la buena pluma de Scherer. Pero el sentimiento que queda en el alma al terminar de leer la última página, es algo que no se agota pronto. Porque es imposible cerrar el libro y olvidarse de su contenido.
Lo que ahí se lee no es ficción, aunque en algunas partes el entrevistado parezca estar narrando un cuento a través del cual su protagonista, él mismo, describe parte de la historia reciente de México vista desde los ojos de quienes durante décadas modelaron el país desde el poder.
Un poder que poco tiene que ver con una visión de nación que camina hacia el progreso y el bien común…
…sino que únicamente está interesado en tejer un entramado de dominio ideológico y político, ajeno a las preocupaciones y quereres de la población. El México en el que vivimos los mexicanos del siglo XXI aún presenta las profundas cicatrices de las heridas que les infligieron gente como los generales Cruz, Obregón, Calles, y los diversos grupos revolucionarios que se pelearon entre sí por el poder en los tiempos inmediatamente anteriores y posteriores a la Cristiada.
La rebelión de los católicos –del pueblo llano—en 1926, ¿fue por el poder o por la libertad de cultos?
Mira, la descripción que hace Scherer tanto de la personalidad del general Cruz como de su superior inmediato al momento de la ejecución del Padre Pro, el presidente Calles, nos deja entrever una voluntad de alcanzar sus propósitos al costo que sea.
Calles no conoce otra forma de ver el mundo más que la suya; la religión católica le estorba y decide acabar con ella; Cruz no conoce otra forma de ver el mundo más que la del soldado que debe obedecer órdenes superiores incluso cuando le exijan matar a sus amigos o a los sacerdotes que secretamente celebran misa en su casa con su esposa y las amistades de ésta.
Esa mentalidad anticatólica, obviamente, no es algo exclusivo de los protagonistas del libro de Julio Scherer; la Constitución de 1917 recoge el sentimiento antirreligioso de ellos y de muchos otros políticos anteriores a ellos. Fue precisamente el deseo de Calles de aplicar a rajatabla las leyes antirreligiosas de esa Constitución, y la oposición de la mayoría católica a las mismas, lo que inició la Guerra Cristera.
El Padre Pro se había convertido en un absceso en los ojos de Calles; una molestia constante que le recordaba su cada vez mayor incapacidad para derrotar al ejército cristero, ¿no es así?
El intento de asesinato en contra de Álvaro Obregón por un grupo de extremistas católicos y la relación circunstancial de estos con los hermanos del Padre Pro le cayó al Presidente Calles como inesperado regalo para hacerse de una excusa para eliminar a su némesis.
La policía arrestó al Padre y a sus hermanos y los puso en manos de Calles. El General Cruz narra sin remordimientos el diálogo sostenido entre él y el Presidente luego del arresto del Padre Pro. Cruz le sugiere al Jefe Máximo que se usen las vías legales, aunque sólo fuera como disfraz, para eliminar al sacerdote.
Calles se niega rotundamente. Ordena el fusilamiento inmediato, sin previo juicio, del Padre y de los implicados en el intento de asesinato a Obregón. La tarea recae en el mismo Cruz. Él debe encargarse de que los reos sean fusilados y de que al acontecimiento se le dé la mayor publicidad posible.
Había que meter miedo a los cristeros y a los sacerdotes que estuvieran de su lado…
…Cruz obedece. Desde entonces la sociedad mexicana lo vio como un asesino a sueldo. Él alega en su defensa que él simplemente cumplió órdenes, y que además estaba convencido de la culpabilidad del Padre Pro. Eso le ayuda a aligerar su conciencia. La guerra entre el gobierno y los católicos armados continuó hasta la aplicación de los llamados “acuerdos” de 1929. Cientos de miles de muertos de ambos bandos y ninguna solución satisfactoria. Ni el gobierno dejó de odiar a la Iglesia ni esta dejó de buscar, dentro de los limites a que se vio sometida desde entonces, llevar a cabo su trabajo.
Han pasado noventa años desde “los acuerdos” entre la Iglesia y el Estado para poder sobrevivir: ¿han cambiado algunas cosas?
Desde hace unos sexenios, los presidentes de la República no tienen empacho en reunirse cordialmente con los obispos católicos mexicanos. Algunos han usado las visitas papales al país como photo-op de lujo para presumir su apertura a la Iglesia. El presidente López Obrador hasta cita versículos de la Biblia en sus discursos.
Pero ¿ha cambiado la oposición ideológica del gobierno ante la Iglesia? ¿Ha cesado ese ímpetu de muchos sectores del gobierno y de los partidos políticos por destruir la Iglesia al costo que sea? ¿Los católicos mexicanos de la actualidad, por su parte, tienen el mismo espíritu defensor de la fe que tuvieron sus antepasados? ¿Quedan en el país católicos dispuestos a emular al Padre Pro, al beato Anacleto González Flores y a esos miles de personas que estaban dispuestos a morir antes que acatar leyes contrarias a la libertad religiosa y a la fe católica?
¿Y en la actualidad?
De parte del gobierno, y en especial del actual, la cosa no ha cambiado mucho. Claro, no se ve que haya deseos gubernamentales de reanudar la confrontación ni de perseguir a los católicos como lo hicieron Calles y compañía. No va a haber fusilamientos ni ahorcados colgando de los postes de la electricidad. Pero sí van algunos partidos politicos a buscar destruir la familia -la iglesia doméstica- a base de dinamitar su origen: el matrimonio. Su ideal, como el de Calles, es convertir a los niños mexicanos en propiedad del Estado. La deseducación sobre valores, la reeducación moral, la exaltación del sexo y sus desviaciones serán algunos de los métodos que se emplearán para convertir al ciudadano en una nulidad obediente.
De parte de los católicos, durante muchos años en estado de latencia o aturdimiento, afortunadamente, ¿percibes mayores señales de que no están dispuestos a dejarse manipular y engañar?
Están usando los derechos que les garantiza la ley para manifestar su oposición a lo que encuentren contrario a la dignidad humana. A este respecto hay un punto que requiere atención especial de los lideres de esta nueva Cristiada: la defensa de la familia, del matrimonio, del amor y de la vida no puede partir únicamente de consideraciones filosóficas, humanistas, enmarcadas en la defensa de los derechos humanos universales. La defensa de la verdad y de la fe también, y de modo indispensable, deben tener un sustento cristiano: la liturgia viva, la escucha atenta de la Palabra de Dios y la vivencia de la comunidad cristiana.
Aleteia Jul 06, 2019
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