viernes, 4 de octubre de 2019

Misión del poder político: el Bien Común.


Por María Teresa Rearte (*)
   Aunque pueda parecer extraño, en el contexto socio-político de un país como el nuestro, en plena efervescencia y aún indisimulada confrontación pre-electoral entre algunas conocidas fuerzas políticas, es imperativo enunciar que la misión del poder político es hacerse cargo del bien común.
 
Responsabilidad que inserta la política dentro de los cuadros de la actividad humana. Y por lo tanto torna evidente su dimensión ética, tantas veces eludida y aún ignorada.
     Por lo que hay que enunciar con claridad que la política no pertenece exclusivamente al orden de los medios. Sino que tiene toda la densidad de las intenciones y los fines. Que no se dicen, unos ni otros, y en clima de festejo se repiten alegres esloganes de campaña No obstante, al poner en juego el universo personal la política –ineludiblemente- tiene una dimensión ética y moral. E incluso algunos pensadores la orientan por el camino de la axiología. Esto equivale a decir que la política está encuadrada dentro del universo de los valores que rigen la vida humana. O por lo menos, debe o debería estarlo.
      Profundizando un poco más la reflexión hay quienes consideran la relación entre la  ética y la política como inscripta en la “problematicidad”. Y aluden a ella como “una constitutiva problematicidad, vivida dramáticamente” (J.L. Aranguren). La que expresa una relación ardua, problemática, que genera tensión. Y también inacabable, porque como la conducta humana en general nunca está instalada definitivamente en el bien. Ni nunca es de esperar que deserte de buscarlo y realizarlo. Y tampoco debería estar tan relacionada con el mal moral.
       En esa perspectiva que hay que distinguir entre lo político y la política, en cuanto acción particular de personas y grupos humanos, en determinados momentos históricos, es necesario comprender que la fe cristiana no es una abstracción, separada y aislada de la marcha de los acontecimientos socio-políticos de un país. Y esto porque el Cristianismo es una fe esencialmente histórica. La salvación que Jesús vino a traernos se da en un contexto histórico. También la vida humana se inscribe en la historia.  La muerte de Jesús pasó por un proceso político. Tuvo una instancia política. El poder político romano levantó la cruz. Lo rezamos en el Credo: “Padeció bajo el poder de Poncio Pilato.” La cruz  se sigue levantando en nuestra Patria y el mundo. Lo que nos lleva a reflexionar en la necesaria distinción entre el orden político en la realidad objetiva de las sociedades, y la degradada praxis política que no es necesario ilustrar porque todos conocemos

PRECISIONES Y ACLARACIONES TERMINOLÓGICAS
      Aristóteles decía que “no solamente para vivir juntos, sino para vivir juntos bien es para lo que nos hemos organizado en Estado.” (“Política”). Por lo que corresponde formular algunas aclaraciones y precisiones con relación al bien común.
      Del bien común se pueden mencionar dos sentidos. En sentido “ontológico” es el bien  apto para ser participado por una pluralidad de seres. Tanto sean personas como si no lo son. En cambio, en su sentido propiamente “social”, al que se refiere esta nota, el bien común es aquel del que todos los miembros de una sociedad o comunidad de personas pueden participar y beneficiarse.
        Dios es, por lo tanto, el bien común por antonomasia en el sentido ontológico, porque toda bondad creada es, como tal, una cierta participación de la bondad infinita del Creador. No obstante es necesario aclarar que el modo de participación de esa bondad es diferente en los seres personales del que corresponde a los seres que no son persona humana.

EL BIEN COMÚN SOCIAL
      De modo general se puede afirmar que el bien común es compatible con todos los pluralismos que no se opongan –en la teoría o la práctica-a la dignidad de la persona humana. No obstante es necesario distinguir entre la esencia del bien común, que ha quedado enunciada al definirlo como el bien que es apto para ser participado por todos y cada uno de los miembros de una comunidad de personas, por una parte, y los elementos o condiciones de su realización. Por lo que es conveniente advertir que el bien común es tal por ser comunicable a todas las personas; pero no por estar de hecho efectivamente comunicado a todas ellas. La concreción de esa aptitud de ser comunicable en una efectiva situación existencial es una exigencia de la justicia. Más exactamente, de la justicia social, que tiene en el bien común su objeto propio e inmediato. Es inexcusable afirmar que tanto la comunicabilidad esencial del bien común como la necesidad ética y moral de la virtud de la justicia, que obliga a respetar los derechos y manda ejercitar los deberes a todos los ciudadanos se fundamenta en que si éstos tienen los mismos derechos y deberes es en razón de la identidad de la naturaleza humana en todas las personas. Pero sabemos que el fundamento natural es actualmente ignorado. Y cada uno elige quien quiere ser y los Estados son consecuentes con ese abolicionismo de la naturaleza humana.

LA ESTRUCTURA DEL BIEN COMÚN
     El hecho de que el bien común consista en una complexión no indica que todos sus elementos estén en un mismo plano o nivel. Los elementos básicos que lo conforman son: a) el bienestar material; b) la paz y c) los bienes o valores culturales. Cada uno de estos elementos tiene sus propios componentes.

     a) El bienestar material

     Me refiero aquí no a los recursos o bienes de los que la sociedad dispone. Sino a la
posibilidad de una efectiva participación en ellos por parte de todos los ciudadanos. De nada sirve la oferta si no se puede acceder a esos bienes. E importa cuando en alguna medida se los alcanza, su calidad y la forma en que se los logra. Expongo para el caso lo que sacerdotes diocesanos de barrios vulnerables declaraban hace poco tiempo: “Si antes faltaba la calidad de la comida,  ahora falta la comida”. (El Litoral, 10/09/19). También es importante de qué modo se tiene acceso a bienes básicos para la conservación de la vida como son los alimentos. Con relación a la reclamada declaración de la emergencia alimentaria, la Sra. Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad de la Nación, decía de los pobres que “si pasan hambre, tienen comedores y una cantidad de lugares donde poder ir y no pasar hambre.” Esos lugares son comedores escolares, o parroquiales, etc. en los que se satisface en parte la necesidad de alimentos. Repito que sólo en parte. Pero el lugar para que las personas tomen su alimento es la mesa familiar, porque el padre y/o la madre tengan trabajo. Algo que la ministra nombrada parece ignorar. Por la crisis, la Dra. Andrea Uboldi, Ministra de Salud de la Provincia, declaraba que el “70% de los pacientes se atiende en los hospitales públicos” (Diario El Litoral, 10/09/19). Lo que indica la falta de acceso a sistemas de salud, incluso por la falta de trabajo, que es un flagelo que se abate sobre la sociedad.
Que junto a viviendas precarias, faltan servicios sanitarios, de red eléctrica, de medios de transporte, etc son indicadores de la pobreza. Y aún de la marginalidad. Por lo tanto de la falta de participación en el bien común.

b) La paz social
  
    En cuanto a la paz social tomo aquí el pensamiento de San Agustín, que la define como la “tranquilidad del orden” y “la ordenada concordia”. Ambas fórmulas son mutuamente equivalentes. Y para las dos es esencial el concepto de “orden”, de acuerdo a lo que hace notar Santo Tomás en la Suma Teológica: “San Agustín habla aquí de la paz entre los hombres y la llama concordia, mas no cualquier concordia, sino la ordenada, precisamente por el hecho de que un hombre concuerda con otro según algo que a ambos conviene…” Por lo expuesto, la paz no es el consenso impuesto por el temor o la fuerza, sino el resultante de la voluntad espontánea de los hombres.  Por lo  que, en el pensamiento social católico expuesto por los Papas, la paz ha ido siempre asociada a la justicia y al desarrollo.

c) Los bienes o valores culturales

     El tercer elemento del bien común es la participación en los valores culturales. Que si bien no es el más urgente, tiene –en cambio- el carácter de fin con relación a los elementos antes nombrados. Entre los que una antropología realista reconoce la prioridad de urgencia del bienestar material para todos los hombres, sin que por esto se desentienda de la prioridad de dignidad de los valores espirituales. El realismo en la concepción del hombre no radica sólo en percibir la dualidad de materia y espíritu en su naturaleza. Sino también en reconocer la jerarquía axiológica –un orden de valores- de ambas dimensiones del ser humano.
      En este aspecto hay una evidente crisis de valores y un ataque, incluso de algunos  políticos y periodistas, hacia las Iglesia Católica, como se puso de relieve en la interpretación que algunos medios dieron a la homilía del Arzobispo de Salta, en la fiesta del Señor y la Virgen del Milagro. Se dimensionó y tergiversó la parte referida al presidente Macri, que en realidad estuvo dirigida a todos los políticos presentes, recordando la promesa de pobreza cero del presidente en la campaña electoral. Luego aludiendo a la   presencia de los pobres y poniendo de relieve su dignidad. Pero no se dio igual difusión a la parte de la homilía que sigue: “Ayer cuando veía a los mineros, son  gente humilde, trabajan en la Puna, vinieron caminando a 15 grados bajo cero, es gente que trabaja horas y horas en situaciones de inclemencia para darle riqueza a la República. En el caso de ellos vienen juntos el dueño de la mina, el gerente y el último de los mineros…” Y pongo especial énfasis para destacar lo que sigue del mensaje del Obispo salteño: “¿No es posible venir juntos caminando por la historia? ¿Por qué creemos que la historia tiene que hacerse desde la pelea? Nos lo enseñan los pobres…” La cita vale para ilustrar tanto la presencia de los valores espirituales y religiosos en las personas sencillas, como el bien de la paz, cuando se alcanza la tranquilidad del orden a la que precedentemente he aludido. Todo lo cual se pone de relieve en la religiosidad popular cristiana. La que puede ayudar a salir de la crisis. E infunde esperanza en las difíciles situaciones que atraviesa el país. Porque la fe cristiana no crea “grietas” como se estila decir actualmente. Sino que socialmente cohesiona al pueblo. Y lleva a vivir la comunión en la fe. E incluso en la vivencia de la fraternidad con otros credos. Un lugar aparte merece analizar su presencia en la historia de la Nación Argentina.

BIEN COMÚN Y BIEN PARTICULAR
      El bien común no es aquél que se ordena sólo al beneficio de una parte de la sociedad, por grande que ésta fuera. Sino que es el bien de “la” sociedad toda, porque beneficia a todos y cada uno de los que la componen. Pero a la vez hay que comprender que el bien particular no excluye ni debe excluir al bien común. No obstante también debe quedar claro que el bien común tampoco excluye al bien particular. Sino que requiere que cada ciudadano tenga su correspondiente bien particular. Si se pensara en una situación en la que nadie pudiera disponer de un bien propio de ninguna clase, tal situación no tendría ningún aspecto bueno. Sino que se estaría ante un mal común.
     Contra el equívoco de que la primacía del bien común es tanto como admitir la superioridad de éste con relación a la dignidad de la persona humana, hay que entender que esa creencia errónea está también en la base de los totalitarismos en sus diversas formas. Lo que en el fondo no se entiende de una como de otra parte es que la primacía del bien común y la dignidad de la persona humana, el bien común y el respectivo bien particular de los miembros de la sociedad, son mutuamente compatibles.
      Es de aspirar a que se pueda realizar una concepción del bien común como lo expresaba el Concilio Vaticano II, siguiendo una orientación personalista. Esto significa que el bien común es “el conjunto de aquellas condiciones de la vida social con las cuales los hombres, las familias y las asociaciones puedan lograr con mayor plenitud y facilidad su propia perfección.” (Gaudium et spes, 74).

ÉTICA, FE Y POLÍTICA
     La actividad política está, o por lo menos debería estar, en concordancia con las reglas de la racionalidad ética y del cálculo racional de los medios. Lamentablemente la
“ética” que se puede observar en no pocas manifestaciones políticas, consiste en la alusión para descalificar y acusar al oponente. Otro tanto hace el periodismo políticamente alineado con uno u otro sector de los dos que polarizan por el acceso al poder.
     Desde la fe católica se alienta el compromiso político que contribuya a hacer más digna la vida de los hombres. El especial compromiso con la causa de los pobres, que no necesariamente significa asistencialismo. Sino ayuda para que puedan emprender su propia superación. Y en esto el Estado tiene una responsabilidad particular en cuanto a la educación, la atención de la salud y la capacitación para el trabajo tanto como en crear condiciones favorables para el desenvolvimiento de las fuentes laborales, hoy ahogadas o destruidas por la política económica especulativa y fiscal del gobierno.
     En cuanto a la espiritualidad cristiana y  la santidad es necesario tomar conciencia de que actualmente se advierte la necesidad de un cambio en el concepto que prevaleció hasta el presente. No se reniega de la justicia ni de las formas de caridad referidas a las obras de misericordia en las relaciones interpersonales. Pero se advierte la necesidad de la justicia y la macrocaridad, que deben ponerse de relieve en espacios más amplios y organizados. A esos espacios  se orientan las grandes colectas y obras de solidaridad organizadas de la Iglesia como Más por Menos y Cáritas, con las que se debería colaborar generosa y responsablemente, no sólo con un pequeño aporte que tranquilice la conciencia. Sino en la medida de las posibilidades de cada persona. Al respecto deseo aclarar que la Colecta Nacional  Más por Menos 2018  alcanzó en esta diócesis un aporte per cápita inferior a $1. En tanto que algunas diócesis más necesitadas aportaron más de $1. Esto debe motivar la reflexión de los cristianos.
     Retomando el tema de la política hay que comprender que nuestro tiempo requiere un mayor compromiso con la justicia social, cuyo objeto propio es el bien común. Pero de eso no se habla en las campañas pre-electorales. En cambio se hacen promesas que después no se cumplen como la pobreza cero, y otras similares con las que el actual presidente entusiasmó a los argentinos. Y muchos adhirieron, igual que lo hacen ahora, repitiendo el eslogan “sí, se puede”. De hecho se pudieron hacer muchas cosas. Incluso agudizar  los males que venían afligiendo a la Nación, como es el caso de la pobreza, que se ha profundizado en los sectores más pobres y se ha extendido hasta alcanzar franjas de la clase media. O los compromisos internacionales imposibles de pagar que este gobierno ha contraído, que inevitablemente habrá que renegociar.

ÚLTIMOS DATOS INDICADORES DE LA POBREZA
       Estos últimos días se conocieron los siguientes datos de la pobreza. Sobre una población urbana de 40.500.000 personas, 14.400.000 son pobres. De las cuales 3 millones serían indigentes.
      Si se incluye a la población rural, el número de pobres se eleva a 15.800.000 personas. Son datos oficiales, citados por el diario “Clarín” (30/09/2019). En tanto que para el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina el índice de pobreza podría llegar al 40% a fin de año, porque para Agustín Salvia director e investigador de la mencionada institución académica, el proceso “todavía no llegó a su techo.”
       Las principales víctimas de la crisis: el 52,6 % de los niños son pobres.
        Es para pedir perdón a Dios y a los pobres, porque esta realidad social clama justicia al Cielo.
       Agustín Salvia también afirmaba que “las políticas de asistencia son insuficientes para sacar a la gente de la indigencia. Se necesita mucho más que la emergencia alimentaria.” No obstante, como antes mencionara, la Sra. Patricia Bullrich, Ministra de Seguridad de la Nación, decía que “si pasan hambre, tienen comedores y una cantidad de lugares donde poder ir y no pasar hambre.” Sus declaraciones dan cuenta de que, desde las mismas esferas del gobierno central, no se ha dimensionado la magnitud de la crisis. O bien no se quieren dar señales de tener conocimiento de la misma. Las declaraciones de la Ministra Bullrich son la expresión de una concepción egoísta del hombre. Tanto como de una ética individualista y antisolidaria, que es lo que menos se espera de un “ministro” de la Nación, colaborador inmediato del señor presidente.
        A propósito de lo antes expuesto quiero mencionar que ya el Papa Pío XI (1857-1939), cuyo pontificado se extendió entre los años 1922 y 1939, decía en la encíclica “Divini Redemptoris” (19/03/1937), que “no ha de ser recibido como limosna lo que corresponde por derecho”.
        Hoy el mundo reconoce que la aspiración universal a la justicia es una tendencia inalienable del hombre. Pero no la practica el gobierno de un presidente que –según dicen- nos ha conducido a un reencuentro con el mundo. Y no es que –personalmente- extrañe las relaciones internacionales del gobierno que le precedió. Sino que lo digo porque no es necesario hablar desde la fe para reconocer la demanda de justicia. Es suficiente la razón para fundamentarla y exigirla. Lo que no quita que la fe en Cristo enaltece el reconocimiento de la dignidad y el valor del hombre, de todo hombre. Y nos pide no sólo la justicia. Sino también el amor.
       “El Bien supremo y el bien moral se encuentran en la verdad: la verdad de Dios Creador y Redentor, y la verdad del hombre creado y redimido por Él. Únicamente sobre esta verdad es posible construir una sociedad renovada y resolver los problemas complejos y graves que la afectan…” (San Juan Pablo II: encíclica “Veritatis splendor”, 99. 06/08/1993)

    (*) Ex profesora de Ética Filosófica, de Teología Moral y Ética Profesional y de Teología Dogmática en la UCSF. Y de Ética Filosófica en el Instituto Superior Particular “San Juan de Ávila” de Santa Fe.Escritora.



    







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