lunes, 1 de junio de 2020

El kirchnerismo se radicaliza y el presidente anda en zigzag

Cristina Kirchner lanzó una ofensiva antimacrista en el Senado, mientras sus seguidores exigían un cambio de régimen. Fernández baila con dos músicas. Se abraza a Insfrán y a Rodríguez Larreta.
Por Sergio Crivelli
 
Duró poco el ecumenismo y el mensaje pluralista de Alberto Fernández; su kirchnerismo “soft” y el intento de diferenciarse de Cristina Kirchner que le permitió superar el techo de cristal de la ex presidenta y alcanzar el 48% de los votos. Con el agravamiento de las crisis sanitaria y económica, su mentora ha comenzado a ocupar un lugar central en el oficialismo y a marcarle el paso.

El que mejor describió la situación fue el ex gobernador bonaerense Gabriel Mariotto al razonar: “Si Alberto no hubiera sido moderado no ganábamos, pero ahora hay que terminar con la moderación”. Opinó que después de la pandemia debía llegar la hora de una “Argentina bien peronista”. Acto seguido propuso la estatización de los servicios públicos y del comercio exterior.

Mariotto es un personaje de cuarta fila en el oficialismo, pero el resto, también. Hay un solo líder: CFK. Esa circunstancia no impide que sus palabras reflejen el giro que se está comenzando a producir en una parte del peronismo que asiste al alarmante derrumbe histórico de la economía, comparado con el cual las estanflaciones de Cristina Kirchner y Mauricio Macri parecerán épocas de brillante prosperidad.

Crece así la percepción de que la magnitud de la crisis arrasará con cualquier receta económica tradicional y que la única salida es un drástico cambio de régimen. La “venezuelización” propuesta por otro personaje menor de la farándula que milita en el cristinismo.

A estos personajes se sumó una dirigente menos marginal, la diputada Vallejos, pidiendo que el estado se quede con las empresas a las que ayude a pagar salarios. Fernández, que ni se inmutó ante los marginales, le contestó en cambio directamente a Vallejos, calificando de locura su propuesta. Pero el mismo día elogió a su jefe político, Máximo Kirchner, sin cuya aquiescencia Vallejos no soñaría en presentar siquiera un proyecto para crear la fiesta nacional del pastelito.

Esa desconcertante marcha en zigzag es continua. Opinó, por ejemplo, que el gobierno de Mauricio Macri espiaba a los opositores al tiempo que se abrazaba con Horacio Rodríguez Larreta, miembro conspicuo del régimen presuntamente espión.

Pero la manifestación más palpable del fin de la “moderación” fue la ofensiva desplegada por Cristina Kirchner contra la oposición en sus dominios del Senado. En 48 horas organizó tres batallas que terminaron con bataholas verbales por teleconferencia.

La primera fue alrededor de la deuda pública. La promovió a través de su presidente de bloque, el formoseño José Mayans, de estilo flamígero cuando se refiere a la oposición. La réplica filosa del diputado macrista Luciano Laspina, economista de profesión y ex presidente de la Comisión de Presupuesto y Hacienda, lo ofuscó hasta el escándalo. Terminó prometiendo una denuncia penal contra Macri, aunque todavía no se sabe por qué cargo.

Esa noche sesionó la Comisión Bicameral de Trámite Legislativo presidida por un diputado camporista que puso en el temario un DNU, aunque ya contaba con dictamen: el del decreto de Macri trasladando las escuchas judiciales al ámbito de la Corte. El macrismo objetó la irregularidad, pero el kirchnerismo pasó por alto el detalle. Quería “derrotar” a la minoría, aunque la batalla ya hubiese sido librada dos años antes. Resultado: el vocerío habitual por internet y el retiro de la oposición.

El ejemplo, sin embargo, más obvio del plan K de confrontar con la oposición tuvo lugar al día siguiente cuando el senador Marcelo Parrili, encartado por el encubrimiento de los iraníes que volaron la AMIA, convocó al radical Mario Cimadevilla, ex titular de la Unidad Amia, para que denunciara un supuesto intento de Macri de manipular a la justicia.

El plan K era elemental y Cimadevilla lo satisfizo al pie de la letra. Denunció una presunta manipulación macrista, que encajaba perfectamente en la teoría del “lawfare” de CFK. Sostuvo de paso que no se sabe si los iraníes volaron la AMIA y acusó al ex ministro Garavano de haberlo presionado para que no acusara a los fiscales Mullen y Barbaccia, imputados de encubrimiento en otra causa vinculada con el atentado terrorista. Voceros de Garavano le habrían dicho que no los acusara porque los fiscales eran “amigos”. Una incongruencia no menor, sin embargo, es que los fiscales no sólo fueron acusados sino también condenados a dos años de prisión. Moraleja: mejor pedirle ayuda a cualquiera antes que a Macri si uno tiene algún problema en Tribunales.

En suma, un espectáculo bizarro montado para hostigar al ex presidente. Espectáculo que su sucesor no controla y que puede resultar contraproducente, al abroquelar a la oposición, victimizar a Macri y profundizar la grieta. Es decir, polarizando entre kirchnerismo y antikirchnerismo, lo que vuelve superfluo a Fernández.

 La Prensa   31.05.2020

 

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