por Agustina Blanco
El presidente Alberto Fernández sentenció la expropiación de la empresa “Vicentin”, lo que produjo, una vez más, que en esta situación turbulenta y autoritaria en la que estamos inmersos hace casi 90 días, se dividieran aún más las aguas.
La famosa grieta que Fernández se había propuesto eliminar, resurgió cual ave fénix. No es para menos. Vamos a explicar por qué.
Se trata ni más ni menos de la disyuntiva de la clase o tipo de país en la cual queremos habitar. Para eso, tenemos dos alternativas: por un lado un país donde se respete la libérrima libertad del individuo en lo que refiere a sus derechos naturales, primarios, básicos e inalienables, como es la Propiedad Privada, entendida en términos de lo que planteaba el filósofo inglés John Locke: “puesto que el hombre tiene el derecho y el deber a la propia conservación, tendrá derecho a poseer las cosas necesarias para ese fin” y por el otro zambullirnos en la idea Hobbesiana, que no es más que una espiral oscura donde el Estado es el único acaparador de todo aquello que pueda considerarse como un activo en vistas de un bien mayor, mancomunado e igualitario: “De esta institución de un Estado derivan todos los derechos y facultades de aquel o aquellos a quienes confiere el poder soberano por el consentimiento del pueblo reunido. (…) En consecuencia, quienes acaban de instituir un Estado y quedan, por ello, obligados por el pacto a considerar como propias las acciones y juicios de uno no pueden legalmente hacer un pacto nuevo entre sí para obedecer a cualquier otro, en una cosa cualquiera, sin su permiso”.
De esta forma el individuo delega, de forma absoluta, su derecho original para que el soberano lo proteja y defienda. En otras palabras, el Estado no queda supeditado a los hombres, sino los hombres al Estado. Así pues, aparece la representación del famoso “Leviatán”.
El Leviatán es una figura retórica, artificial, un monstruo de naturaleza bíblica que sirvió a Hobbes para esgrimir sus postulados y explicar la necesidad de un pacto entre el individuo y un poder superior a él. Para Hobbes, es necesario, pues, que la idealización de dicho contrato en donde voluntariamente, se establezca este poder absoluto, se ejecute para vivir tranquilamente. Ahora bien, ¿de qué trata este pacto? ¿Qué entrega uno y qué obtiene del otro? La transferencia no es otra que: trasladar los derechos individuales a un poder superior y absolutista. Y si decimos que es absolutista, empero, es ilimitado. Sin embargo, otra proposición que se da en este convenio es que el individuo no tiene ninguna posibilidad de renunciar a él. El contrato es el establecido y es imprescindible.
Aún incluso en esta idea peligrosa planteada por el filósofo inglés de corte absolutista, no hay cabida para aquello que entendemos por expropiación. La Real Academia Española (RAE) define expropiar como: “privar a una persona de la titularidad de un bien o un derecho, dándole a cambio una indemnización. Se efectúa por motivos de utilidad pública o interés social previstos por las leyes”.
La ley que “habilita” a la expropiación propiamente dicha, en Argentina, es la Ley. 21.499 y explica cómo será el proceso por el cual se someterá tal empresa para quedar finalmente en manos del Estado Nacional. Pero lo que nos tendría que llamar poderosamente la atención, y que hasta ahora no lo ha hecho, es que se trata de una Ley sancionada en el año 1977, es decir, en pleno “Proceso de Reorganización Nacional”, bajo la presidencia del General Jorge Rafael Videla.
¿Qué tendrá que ver esto con la expropiación?, se puede preguntar el lector y es completamente válido, pues la respuesta es mucho. Esto y aquello, siempre están relacionados. Y vamos a explicar por qué. Haciendo pleno uso de la tecnología para buscar un archivo y no dejar espacio para que la memoria se confunda -ella puede hacer eso, confundirse-. Recordemos que en nuestro país en el año 2013 bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner estalló una furiosa e incisiva discusión sobre la Ley de Medios. Algunos de los agentes más próximos del kirchnerismo como Florencio Randazzo -en aquella época ministro del interior y de transporte- dijo que: [la aprobación de la nueva ley era] “una deuda que tenía la democracia con el pueblo” y añadió que “fue una lástima que pasaron cuatro años para declarar la constitucionalidad de la misma”. Mientras que, por su parte, Gabriel Mariotto, – que ejerció el cargo de vicegobernador de la Provincia de Buenos Aires acompañando a Daniel Scioli por el “Frente para la Victoria” (FPV), pero que anteriormente había ejercido otros cargos de la mano del gobierno de Néstor Kirchner y posteriormente con Cristina, en lo relacionado a la Comunicación y como interventor del COMFER- dijo que: “quien no quiera discutir una ley de la democracia quiere seguir con la ley de la dictadura”. Pero no terminó allí, siguió: “partimos de la base que estamos con una ley de la dictadura desde 1980 rigiendo los destinos de los medios de comunicación de nuestra patria y que la actual ley está ajustada a la seguridad nacional”
Ya que juntos hicimos el ejercicio de recordar, ahora le voy a pedir que también me acompañe con su más sincera honestidad intelectual en el siguiente razonamiento: si la Ley de Radiodifusión era una “deuda de la Democracia”, y quien se opusiera a ella estaría con la “ley de la Dictadura”, cabe preguntarnos, en efecto, por la interpretación básica del silogismo planteado por la lógica kirchnerista; si ¿quien apoye la Ley de Expropiación, estará a favor de la “Dictadura” ya que también fue sancionada durante el Proceso de Reorganización Nacional? O, acaso, ¿esta dialéctica aplica exclusivamente cuando a los kirchneristas les conviene sí, pero cuando no les conviene no?
Está bien, lo entendemos. Es un misterio. Pero no está demás decir que sería algo más o menos así: cuando les toca ganar no la reparten con nadie, pero cuando les toca perder socializan las pérdidas.
Dicho esto, volvamos al tema en cuestión. Anabel Fernández Sagasti, senadora por Mendoza y autora del proyecto de expropiación de la compañía afirmó que “la nueva Argentina necesita construir un modelo de empresarios que no tienda a abusarse de Estados bobos”.
Al decir el enunciado “nueva Argentina”, ya se está dando por sentado, que, en primera instancia la discusión a la que nos referimos más arriba es real y existe (elegir qué tipo de modelo será Argentina). No quedándose corta, la senadora cuyana, arremetió: “para que el Estado cuide de otra manera el bolsillo de los argentinos”. “Es la nueva normalidad que viene en la Argentina”. Aquí termina nuestro razonamiento anterior, pero vamos a retomarlo completo: mientras que por un lado la discusión existe, por el otro, la misma ya deja de ser discutible.
Pues bien, dicho todo esto, ¿de dónde viene esta idea de que todo cuanto quiero lo debo conseguir caprichosamente? Ya sea mediante un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) o, a través del envío de un proyecto de ley, -que ya está perfectamente armado, lo cual significa que no es una decisión determinada de un día para el otro, sino que tuvo su maquinación previa- Viene, sin lugar a dudas, de una concepción instaurada en la mente del colectivo social que caracteriza a la posmodernidad. Se trata, pues, de creer que el mundo actual como lo vemos fue creado por arte de magia, de la nada. Que las empresas, la tecnología, los servicios y los bienes, ya estaban allí por ósmosis. Pareciera ser que nada fue transformado de su estado de naturaleza. La vaca ya era un asado antes de ser vaca.
Cuando el motor que creó el mundo -llámese Dios o quien ud. conciba- lo hizo con las cosas que ya conocemos en la actualidad: la televisión a color, la Internet, los automóviles automáticos, etc. El primer hombre -llámese Adán o como Ud. quiera- simplemente se sentó en el sofá -que ya también el mismo motor había creado- a mirar felizmente y sin preocupaciones la última temporada de “La casa de papel” en Netflix.
Y nada hay más lejos que eso. Se trata de un proceso que se llama: desarrollo. La técnica, pues, permitió el desarrollo de la libre actividad de comercio y perfeccionamiento de recursos para la satisfacción de las necesidades humanas.
En primera instancia se satisfacían las necesidades primarias y luego las secundarias. Es una sucesión de esfuerzos constantes por lograr un objetivo y mejorar el nivel de vida del individuo. De aquí surge, pues, el trabajo en términos del inglés John Locke, como: “al tomar una cosa y sacarla de su estado natural, la persona le agrega algo a la cosa, le agrega algo que crea su propio trabajo. Y, como su trabajo es de su propiedad, esa cosa-plus puede convertirse con todo derecho en su posesión, excluyéndola del derecho común”.
Si bien la naturaleza nos ha dado lo básico, corre por cuenta propia, a través del trabajo, que es la combinación que hacemos del uso de nuestro cuerpo y de la inteligencia, lograr transformar, crear, producir, diseñar o inventar.
Y como, según la senadora, mendocina, ya está determinada la cuestión de la “Argentina que viene”, -hasta eso nos quitan-, lo último que nos queda por hacer es una reflexión por cuanto significa la relación costo-beneficio como ciudadanos civiles en entregarnos a las manos del Leviatán.
Analizar introspectivamente y con una mano en el corazón, mirando hacia atrás los hechos en la vida que cada uno de nosotros logró superar y por los cuales trabajó y luchó cumpliendo o no su sueño. Transformando todo cuando uno quería de aquel “estado natural de las cosas”.
Preguntarnos francamente si realmente valió la pena, porque está claro que para el núcleo duro del kirchnerismo devenido en albertismo -o a la inversa, como Ud. prefiera-, la respuesta es no, no valió la pena. Porque ellos nunca tuvieron la capacidad de transformar con su cuerpo y su inteligencia nada. Viven a costa del bolsillo del contribuyente. Todo les fue dado, y una muestra de esto, es que el cuerpo político se ha pasado prácticamente durante toda la cuarentena cobrando de forma completa su sueldo y por haber trabajado menos de la mitad de días de lo que habitualmente acostumbran.
Asimismo, tras ser consultados por una medida de reducción de sus propios sueldos en “solidaridad”, la respuesta volvió a ser no. En palabras de Alberto Fernández: “No. no porque yo cobro menos de lo que cobra un Juez”
Un no rotundo y absoluto, como el absolutismo, el del mismísimo Leviatán del que hablamos recién.
Agustina Blanco*
* Periodista por el Colegio Universitario de Periodismo. Lic. En Comunicación Social por la Universidad Católica de Santiago del Estero. Investigadora de la Fundación Centro de Estudios LIBRE.
InformadorPúblico.com • 11/06/2020 •
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