Por Jorge Martínez
Este clásico de la apologética española del siglo XIX ensaya, a la luz de la teología, una comparación entre las tres doctrinas que en aquel tiempo parecían disputarse la opinión de las gentes: catolicismo, liberalismo y socialismo.
Este clásico de la apologética española del siglo XIX ensaya, a la luz de la teología, una comparación entre las tres doctrinas que en aquel tiempo parecían disputarse la opinión de las gentes: catolicismo, liberalismo y socialismo.
El elemento teológico es central en el análisis de Juan Donoso Cortés (1809-1853). No es el suyo un cotejo político o meramente periodístico. Le interesa remontarse a la raíz, a las fuentes, para desde allí examinar los efectos y las consecuencias de dogmas o ideas. Este ejercicio le permite distinguir falencias y contradicciones que muchas veces no habían sido percibidas por sus adversarios.
Procede primero a establecer la verdad del catolicismo y su coherencia intrínseca. Su teología, nacida con la Cruz, fue la causa de perturbaciones y cataclismos que sacudieron al mundo antiguo. Por el catolicismo, señala, entró el orden en el hombre, y por el hombre en las sociedades humanas. Fue y es un "sistema de civilización completo; tan completo, que en su inmensidad lo abarca todo: la ciencia de Dios, la ciencia del ángel, la ciencia del universo, la ciencia del hombre".
Mal y Libertad
Transcurridos diecinueve siglos, varios elementos basales de la teología católica, como los de la gracia, el origen del mal y la libertad humana, habían vuelto a agitar las aguas en la disputa política. Este punto es el meollo del razonamiento de Donoso Cortés, y se nota su esfuerzo por definir los términos y aclarar confusiones. "El mal existe porque si no existiera no podría concebirse la libertad humana -distingue-; pero el mal que existe es un accidente, no es una esencia". Dicho en otras palabras, el mal es el desorden, que entró en el mundo por el pecado.
Pero nada de esto aceptaban las dos doctrinas seculares dominantes en el siglo XIX. Los liberales, observa Donoso Cortés, creen que el mal se reduce a una cuestión de legitimidad de las instituciones políticas heredadas. Los socialistas, "que no hay otro mal sino el que está en la sociedad". Unos y otros "convienen en la bondad sustancial e intrínseca del hombre". De ahí que para ellos ningún cambio interior pueda tener precedencia sobre las grandes transformaciones de las estructuras políticas o económicas.
Puesto a elegir, el autor menospreciaba a la doctrina liberal (le imputaba "profundísima incapacidad" y "radical impotencia") porque se quedaba a mitad de camino al sugerir apenas una convulsión que sí pensaban llevar a la práctica los socialistas. La escuela liberal, apuntaba, "nada sabe de la naturaleza del mal ni del bien; apenas tiene noticia de Dios y no tiene ninguna del hombre". Luego proseguía: "Impotente para el bien, porque carece de toda afirmación dogmática, y para el mal, porque le causa horror toda negación intrépida y absoluta, está condenada, sin saberlo, a ir a dar, con el bajel que lleva su fortuna al puerto católico, a los escollos socialistas".
Donoso Cortés, quien antes de convertirse al catolicismo había atravesado una etapa liberal, era más respetuoso con los socialistas. Los veía más lógicos y consecuentes en su antropocentrismo y su materialismo, y, por eso, también los juzgaba más peligrosos. "Entre socialistas y católicos -señaló-, no hay más que esta diferencia: los segundos afirman el mal del hombre y la redención por Dios; los primeros afirman el mal de la sociedad y la redención por el hombre".
El estilo del libro es el de un orador, el apasionado orador decimonónico que maravilló en su tiempo a las cortes y los parlamentos de media Europa. Abundan las enumeraciones y repeticiones, las antítesis y paradojas, y se alternan largos párrafos retóricos con frases de condensada sabiduría. "Cuando el hombre llegó a ser hijo de Dios, luego al punto dejó de ser esclavo del hombre", proclama. Abandonar "el culto austero de la verdad por la idolatría del ingenio" tiene un alto costo. "En pos de los sofismas vienen las revoluciones, y en pos de los sofistas los verdugos", advierte. ¿Y cómo define al gobierno de la Iglesia? Como "una inmensa aristocracia, dirigida por un poder oligárquico, puesto en la mano de un rey absoluto, el cual tiene por oficio darse perpetuamente en holocausto por la salvación del pueblo".
Tampoco faltan las predicciones acertadísimas, como ésta sobre la génesis de lo que hoy llamamos "garantismo". "Las teorías laxas de los criminalistas modernos -explica- son contemporáneas de la decadencia religiosa, y su predominio en los códigos es contemporáneo de la secularización completa de las potestades políticas. Desde entonces acá el criminal se ha ido transformando a nuestros ojos lentamente, hasta el punto de parecer a los hijos objeto de lástima el mismo que era asunto de horror para sus padres. El que ayer era llamado criminal, hoy pierde su nombre en el de excéntrico o en el de loco. Los racionalistas modernos llaman al crimen, desventura. Día vendrá en que el gobierno pase a los desventurados, y entonces no habrá otro crimen, sino la inocencia".
Juan Donoso Cortes, marqués de Valdegamas, murió muy joven, días antes de cumplir 44 años, en París, donde era embajador de España. Su conversión al catolicismo sucedió en el año de la -en palabras de Marcelino Menéndez y Pelayo- "gigantesca revolución europea de 1848, que pareció anuncio o precursora de los tiempos apocalípticos". Y Donoso Cortés se erigió en su "vehementísimo maldecidor". De aquella pugna derivó este libro combativo, publicado en 1851.
Por eso, a juicio del P. Ricardo G. Villosdada, puede decirse que su autor fue "un vidente o profeta de la historia" ya que "penetró como nadie en la esencia del principio revolucionario, vio todas sus consecuencias y las predijo".
Procede primero a establecer la verdad del catolicismo y su coherencia intrínseca. Su teología, nacida con la Cruz, fue la causa de perturbaciones y cataclismos que sacudieron al mundo antiguo. Por el catolicismo, señala, entró el orden en el hombre, y por el hombre en las sociedades humanas. Fue y es un "sistema de civilización completo; tan completo, que en su inmensidad lo abarca todo: la ciencia de Dios, la ciencia del ángel, la ciencia del universo, la ciencia del hombre".
Mal y Libertad
Transcurridos diecinueve siglos, varios elementos basales de la teología católica, como los de la gracia, el origen del mal y la libertad humana, habían vuelto a agitar las aguas en la disputa política. Este punto es el meollo del razonamiento de Donoso Cortés, y se nota su esfuerzo por definir los términos y aclarar confusiones. "El mal existe porque si no existiera no podría concebirse la libertad humana -distingue-; pero el mal que existe es un accidente, no es una esencia". Dicho en otras palabras, el mal es el desorden, que entró en el mundo por el pecado.
Pero nada de esto aceptaban las dos doctrinas seculares dominantes en el siglo XIX. Los liberales, observa Donoso Cortés, creen que el mal se reduce a una cuestión de legitimidad de las instituciones políticas heredadas. Los socialistas, "que no hay otro mal sino el que está en la sociedad". Unos y otros "convienen en la bondad sustancial e intrínseca del hombre". De ahí que para ellos ningún cambio interior pueda tener precedencia sobre las grandes transformaciones de las estructuras políticas o económicas.
Puesto a elegir, el autor menospreciaba a la doctrina liberal (le imputaba "profundísima incapacidad" y "radical impotencia") porque se quedaba a mitad de camino al sugerir apenas una convulsión que sí pensaban llevar a la práctica los socialistas. La escuela liberal, apuntaba, "nada sabe de la naturaleza del mal ni del bien; apenas tiene noticia de Dios y no tiene ninguna del hombre". Luego proseguía: "Impotente para el bien, porque carece de toda afirmación dogmática, y para el mal, porque le causa horror toda negación intrépida y absoluta, está condenada, sin saberlo, a ir a dar, con el bajel que lleva su fortuna al puerto católico, a los escollos socialistas".
Donoso Cortés, quien antes de convertirse al catolicismo había atravesado una etapa liberal, era más respetuoso con los socialistas. Los veía más lógicos y consecuentes en su antropocentrismo y su materialismo, y, por eso, también los juzgaba más peligrosos. "Entre socialistas y católicos -señaló-, no hay más que esta diferencia: los segundos afirman el mal del hombre y la redención por Dios; los primeros afirman el mal de la sociedad y la redención por el hombre".
El estilo del libro es el de un orador, el apasionado orador decimonónico que maravilló en su tiempo a las cortes y los parlamentos de media Europa. Abundan las enumeraciones y repeticiones, las antítesis y paradojas, y se alternan largos párrafos retóricos con frases de condensada sabiduría. "Cuando el hombre llegó a ser hijo de Dios, luego al punto dejó de ser esclavo del hombre", proclama. Abandonar "el culto austero de la verdad por la idolatría del ingenio" tiene un alto costo. "En pos de los sofismas vienen las revoluciones, y en pos de los sofistas los verdugos", advierte. ¿Y cómo define al gobierno de la Iglesia? Como "una inmensa aristocracia, dirigida por un poder oligárquico, puesto en la mano de un rey absoluto, el cual tiene por oficio darse perpetuamente en holocausto por la salvación del pueblo".
Tampoco faltan las predicciones acertadísimas, como ésta sobre la génesis de lo que hoy llamamos "garantismo". "Las teorías laxas de los criminalistas modernos -explica- son contemporáneas de la decadencia religiosa, y su predominio en los códigos es contemporáneo de la secularización completa de las potestades políticas. Desde entonces acá el criminal se ha ido transformando a nuestros ojos lentamente, hasta el punto de parecer a los hijos objeto de lástima el mismo que era asunto de horror para sus padres. El que ayer era llamado criminal, hoy pierde su nombre en el de excéntrico o en el de loco. Los racionalistas modernos llaman al crimen, desventura. Día vendrá en que el gobierno pase a los desventurados, y entonces no habrá otro crimen, sino la inocencia".
Juan Donoso Cortes, marqués de Valdegamas, murió muy joven, días antes de cumplir 44 años, en París, donde era embajador de España. Su conversión al catolicismo sucedió en el año de la -en palabras de Marcelino Menéndez y Pelayo- "gigantesca revolución europea de 1848, que pareció anuncio o precursora de los tiempos apocalípticos". Y Donoso Cortés se erigió en su "vehementísimo maldecidor". De aquella pugna derivó este libro combativo, publicado en 1851.
Por eso, a juicio del P. Ricardo G. Villosdada, puede decirse que su autor fue "un vidente o profeta de la historia" ya que "penetró como nadie en la esencia del principio revolucionario, vio todas sus consecuencias y las predijo".
Jorge Martínez @JorgeGMar
La Prensa 26.07.2020
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