por Juan Manuel de Prada
Una asociación de abueletes que imaginamos bastante sistémica (puesto que se autotitulan «abuelas y abuelos», con sometimiento al lenguaje del régimen) dirige al doctor Sánchez una carta solicitando ayuda ante el coronavirus. La carta, de una ingenuidad conmovedora (como lo sería la carta de Caperucita Roja solicitando ayuda al lobo feroz), contiene pasajes de un humorismo insuperable: «¿Podría usted hacer algo? -lo interpelan, angustiados-. ¡Por favor, presidente, defiéndanos!».
¡Almas de cántaro! ¿Es que no os ha bastado toda la ayuda que hasta el momento os ha prestado? ¿Todavía queréis más? Pues no os preocupéis, queridos abueletes, que el doctor Sánchez ha escuchado vuestras súplicas y ya está aliñando a toda prisa un remedio de rechupete, capaz de derrotar al coronavirus de forma eficacísima, más eficaz todavía que la vacuna gamusina que la ciencia no acaba de hallar. Mientras los abueletes caían como moscas, el doctor Sánchez repetía como un papagayo que la ciencia acabaría resolviendo el problema. Pero como hasta el momento la ciencia no ha logrado eliminar el coronavirus, al menos podrá eliminar a los abueletes, ahorrándoles a ellos las angustias y al mundo el espectáculo deprimente de sus lamentos solitarios. ¡Si la ciencia no puede procurar una cura a los abueletes, que por lo menos les procure la muerte! ¡Si la ciencia no puede eliminar su sufrimiento, que por lo menos elimine a los sufrientes! Antaño, la compasión exigía acompañar y auxiliar al enfermo; pero en esta democracia de buten la compasión exige eliminar el sufrimiento, aunque sea apiolando al sufriente. Y, para garantizar que la compasión democrática pueda ejercerse con entera libertad, el doctor Sánchez garantiza a los abueletes una eutanasia que los libere benéficamente de todos sus miedos y angustias.
No faltará algún tiquismiquis que, por aguar esta democrática fiesta de la compasión, alegue que la prisa que se está dando el doctor Sánchez en garantizar la eutanasia a los abueletes podría ser interpretada como falta de sensibilidad o empatía, incluso como un evidente rasgo psicopático. Pero el doctor Sánchez desea, ante todo, el bien de los españoles, a los que no ha podido socorrer con el dinero que pretendía birlar a los ayuntamientos; así que, por lo menos, podrá ayudarlos con el dinero que dejen de cobrar los abueletes que renuncien a vivir. Que, sin duda, serán muchos, cada vez más, como revela -por ejemplo- un estudio que acaba de hacerse en Canadá, donde se demuestra que las cifras de abueletes que solicitan que los apiolen son cada año mayores; y que uno de cada tres abueletes que solicitan que los apiolen alegan «la percepción de ser una carga para la familia, los amigos o los cuidadores», a los que debe sumarse un 13 por ciento que piden que los apiolen porque padecen «aislamiento o soledad». Así que la democrática compasión del doctor Sánchez, además de aliviar el problema de las pensiones, va a liberar de remordimientos a los hijos que no cuidan de sus padres, procurando además a los abueletes el remedio infalible contra su aislamiento y soledad, así como contra la percepción de ser una carga. Y todo ello recurriendo a la ciencia, que así vuelve a ser todopoderosa; pues, aunque no tenga recursos para eliminar el coronavirus, los tiene sobrados para apiolar abueletes.
«¡Ocúpese de nosotros, por favor, porque es su responsabilidad!», concluyen la carta al doctor Sánchez los abueletes de esa asociación de nombre sistémico. Y vaya si se va a ocupar de vosotros, cuitadas y cuitados. El doctor Sánchez nunca declina su responsabilidad. Poneos, pues, cómodos y cómodas, que enseguida os atienden.
Publicado en ABC.
ReL 13 septiembre 2020
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