sábado, 26 de diciembre de 2020

Políticos y condenación eterna

Diputados aplaudiendo. Los diputados que aprobaron la eutanasia (izquierda, separatistas y Ciudadanos) se aplauden a sí mismos por su logro. Foto: Efe.

por Pedro Trevijano
 

El 17 de diciembre fue un día triste para España, porque 198 diputados contra 138 apretaron el botón que significaba sí a la muerte por eutanasia. Pronto el Senado dirá lo mismo, con lo que queda legalizado lo que, para todas las confesiones religiosas, e incluso para muchos no creyentes -recordemos el juramento de Hipócrates- es simplemente un crimen, crimen que para colmo me afecta directamente porque puedo ser una de las personas asesinadas, y no quiero ser como esos ancianos holandeses que llevan en su cartera un carnet que dice: “En caso de enfermedad que no me lleven a un hospital”.

La Iglesia católica nos recuerda, en su reciente documento Samaritanus Bonus, que “tal acto es un pecado grave para la vida humana”, “que no tolera ninguna forma de complicidad o colaboración, activa o pasiva. Aquellos que aprueban leyes sobre la eutanasia o el suicidio asistido se hacen, por lo tanto cómplices del grave pecado que otros llevarán a cabo. Ellos son también culpables de escándalo”.

Por supuesto la Iglesia católica enseña la existencia del infierno. Hay muchos textos en la Sagrada Escritura, pero voy a hacer referencia a dos textos clarísimos sobre este punto en los evangelios: la parábola del rico y del pobre Lázaro en Lc. 16,19-31 y la escena del Juicio Final en Mt 25,31-46. Por su parte, el Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña: “La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno… La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios, en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira” (n. 1035). Nada nos permite suponer que el infierno esté vacío y además santos tan importantes como Santa Teresa de Jesús o Santa Faustina Kowalska han tenido visiones de él.

Al enseñarnos el dogma del infierno, lo que Dios y la Iglesia pretenden es conducir al hombre a tener en cuenta la posibilidad real de una condenación eterna e imponer una seriedad radical a la existencia. El evangelio nos advierte: “Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuando es el momento” (Mc 13,33). Y el Catecismo nos dice: “Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión” (n. 1036).

Cuando la Iglesia califica determinadas acciones como pecados graves o mortales, ello significa que están en juego muy importantes valores humanos y cristianos, como sucede en los actos de desobediencia a los mandamientos de Dios en materia grave, aunque también se requiere plena advertencia y deliberado consentimiento de la voluntad. Pecado es lo que Dios nos prohíbe, no por su capricho o arbitrariedad, sino porque es algo verdaderamente malo, como sucede en el caso del crimen de la eutanasia.

Por supuesto, en el asunto de nuestra salvación, Dios no es imparcial ni le da lo mismo que nos salvemos o condenemos. Dios “no quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (2 Pe 3,9). Recuerdo que, cuando era adolescente, un sacerdote me dijo: “Dios va a hacer contigo todas las trampas que pueda -menos cargarse tu libertad- para llevarte al cielo”. Y es que Dios no quiere imponernos su amistad, quiere que le amemos libremente y respeta nuestra decisión. San Agustín nos recuerda: “El Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. La Historia está llena de crímenes horribles y grandes maldades que van endureciendo a algunos hasta llevarles a un rechazo total de Dios. Al infierno va quien actúa contra la voluntad de Dios y no quiere arrepentirse. Incluso hay quien ha optado, como sucede en las sectas satanistas, directamente por Satán.

Ciertamente, no puedo por menos de desear que nuestros legisladores que han votado por el sí a la muerte por eutanasia se arrepientan de su grave pecado y pidan perdón a Dios. Suele decirse que la esperanza es lo último que se pierde, y recordemos lo que dice Romanos 5,20: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Porque hasta el último instante de nuestra vida cabe la posibilidad de conversión, pero no nos juguemos nuestra salvación eterna a esperar hasta ese momento.

Confiados en el valor de la oración, pidamos a Dios por la conversión de nuestros legisladores.

ReL   22 diciembre 2020

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