sábado, 20 de noviembre de 2010

Hemorragia cristiana en Oriente Próximo

17 NOV 2010 07:44
BEIRUT.- Las carpetas que contienen los datos de los recién llegados se acumulan sobre la mesa de las oficinas de Caritas del barrio de Sed al Buchrieh, al noreste de Beirut. Es un ciclo que se repite desde hace siete años, los mismos que dura ya la guerra de Irak. Los refugiados comienzan a llegar a los pocos días de cada atentado que sufren los cristianos en esa nación.
“Estamos registrando 16 familias por día. Ninguna pretende quedarse, sólo es un paso intermedio antes de marcharse a Europa o America”, dice una de las voluntarias del recinto.


Rimond Amer Mattir se encuentra en el Líbano desde el pasado día 8. Huyó de Bagdad junto a toda su familia. Ocho personas que habían rechazado abandonar su tierra incluso durante lo que definen como “los días de los asesinatos” en referencia a la era más truculenta del conflicto.
Los Mattir se mantuvieron aferrados a su país pese al horror en el que se había sumido. Tuvieron que escapar de Dora, el arrabal en el que vivían, cuando este quedó bajo el control de Al Qaeda e instalarse en otro distrito de la misma villa. “Mi casa fue ocupada por un grupo de terroristas. Vivían allí. Lo saquearon todo”, rememora Rimond.
Hace más de un año que retornaron a Dora “pensando que todo iba a mejorar”, añade el joven de 28 años que solía trabajar como taxista. "Era mentira. Tras el ataque contra la iglesia comprendimos que teníamos que huir, que nos iban a matar a todos tarde o temprano", indica.
La fuga de los Mattir podría ser un ejemplo de la ingente conmoción que ha generado el atentado de la iglesia de Nuestra Señora de la Salvación de Bagdad entre la comunidad cristiana, especialmente después de que Al Qaeda anunciara una ofensiva general en contra de los miembros de esta fe.
El lunes fueron asesinados otros dos cristianos en Mósul. Los pistoleros irrumpieron su domicilio y les abatieron sin mediar palabra.
Los Mattir escaparon de Dora dos días antes de que dicho enclave fuera sacudido por otra ronda de atentados dirigidos contra sus correligionarios. “Sólo en Dora atacaron siete casas de cristianos incluida la de mi primo. Ayer hablamos con Mósul y nos dijeron que también han amenazado las escuelas. Esto es el fin. Todo el mundo (los cristianos) se está preparando para huir”, asume el chaval, que ha solicitado ya asilo en EEUU junto a sus allegados.
Los sucesos de Irak y el sínodo de cristianos de Oriente Próximo que se celebró en el Vaticano en octubre han puesto de relieve el éxodo acelerado que está sufriendo esta comunidad en la región en lo que constituye una de las mutaciones demográficas más devastadoras y significativas que ha sufrido el área en los últimos siglos.
Como aclaró la reunión del Vaticano, el fenómeno de esta emigración cristiana comenzó a finales del siglo XIX pero se ha incrementado de forma dramática desde la creación del estado de Israel. “Hoy la emigración es prevalente particularmente por el conflicto entre israelíes y palestinos, y la inestabilidad resultante en toda la región”, se leía en un documento preparatorio de la cita religiosa. “La situación en Irak y el Líbano intensificaron aún más el fenómeno”, añadía el texto.
Si hace menos de un siglo los seguidores de esta religión eran casi un 20 por ciento de la población total del área, hoy no representan sino el 5,62 por ciento.
Los propios líderes religiosos locales admiten ya abiertamente que miles de años de legado histórico se encuentran en peligro de desaparecer. “En Irak están asesinando a mucha gente pero para los cristianos es una cuestión de supervivencia. Nos enfrentamos a una amenaza existencial. Ser o no ser. Si soy honesto no puedo pedirle ya a mi congregación que permanezca en Bagdad o Mósul. Es algo muy triste”, reconoce el Patriarca sirio-católico Ignatius Youssef III Younan en su residencia de Beirut.
La sede del jefe religioso de la confesión a la que pertenecían las víctimas de Nuestra Señora de la Salvación acoge una suerte de “collage” donde se entremezclan los rostros de los dos prelados ejecutados en aquel suceso e imágenes del horror que se vive en Irak bajo un epitafio donde se lee: “Perdónales señor, porque no saben lo que hacen”.
Las fotos de la pareja de religiosos se han erigido en un referente y lo mismo aparecen colgadas en varias iglesias de Beirut que en habitáculos como la oficina de Cáritas en Sed al Buchrieh.
El edificio donde habita Younan también se ha erigido desde hace días en lugar de peregrinaje de toda suerte de personalidades musulmanas que se esfuerzan en disociar a su religión de la masacre.
“Ayer vino una comisión de Múktada al Sadr (el clérigo shií anti-americano). Han sido los primeros que nos han ofrecido protección (de sus milicias). Nos gustaría que fuera el gobierno quien asegurara nuestra existencia porque no estamos hablando de un privilegio sino que es su deber”, asegura el patriarca.
Son muchas las voces de religiosos e intelectuales musulmanes que se han alzado para descalificar no sólo la tragedia de Bagdad sino para incidir en su propia responsabilidad a la hora de frenar el auge del fundamentalismo.
Mshari al- Zaydi, un columnista saudí experto en movimientos islamistas, recordaba hace días en Asharq al-Awsat a la plétora de activistas cristianos que participaron en la génesis del nacionalismo árabe o de cómo “durante la revolución de 1919 (contra la ocupación británica), musulmanes y coptos (cristianos) marchaban juntos en las calles”.
Por ello, este mismo escritor defendía que no basta con reconocer la incidencia de conflictos como el de Irak o la ocupación de los territorios palestinos para explicar el éxodo cristiano y añadía: “sufrimos un síndrome que nos lleva a buscar chivos expiatorios al que achacar nuestro declive. Las minorías siempre han sido estos chivos expiatorios para los radicales y extremistas”.
Younan también cree que las muestras de solidaridad “no son suficientes”. “Si las palabras no van acompañadas de actos no sirven para mucho. Los terroristas son una minoría, sí, pero los líderes del Islam tienen que sentar cátedra e incidir en la propia educación de los niños sobre cosas tan básicas como que no se puede insultar a otra religión”, aduce.
Los propios cristianos se encuentran atrapados en una espiral tan compleja como difícil de abandonar. Su condición de minoría les ha llevado en muchos casos a aliarse con los regímenes autoritarios buscando su protección. Younan no esconde que añora la era de Sadam Hussein. “Entonces nos sentíamos protegidos", asegura contundente.
En Egipto, por ejemplo, el “Papa” Shenouda III –máxima autoridad de la iglesia copta- es uno de los principales paladines del sistema autocrático instituido por Hosni Mubarak hasta el punto de abogar en agosto del año pasado a favor de que su hijo Gamal le suceda en el cargo, una postura que ha generado un enorme controversia en el país azuzando el encono de la oposición islamista hacia la institución cristiana.
Sentados en un café al borde de la costa libanesa, Paul Damuni y su hermano Beshara reflexionan sobre la difícil coyuntura que enfrentan los seguidores de su religión. Palestinos cristianos originarios de una de las muchas aldeas arrasadas por Israel en la guerra de 1948, los Damuni son otro paradigma del umbrío futuro que parece diseñarse para esta comunidad milenaria.
Tras la “nakba” (la expulsión de palestinos que acompañó a la creación de Israel), la familia terminó instalada en el campo de refugiados de Dbaye. Pero allí no terminaron sus cuitas. La guerra civil de 1975 les llevó a enfrentarse a las milicias cristianas incluso si ambos compartían en teoría las mismas creencias.
Hartos, la saga comenzó un migración paulatina que podría concluir con la salida definitiva de Paul y Beshara, los últimos de casi una treintena de allegados que incluyen desde abuelos a sus padres. “Sólo tenemos que esperan un par de años hasta que mis padres, que ya viven en EEUU, puedan reclamar la reunificación familiar. No se trata de olvidar Palestina sino de conseguir una vida con futuro y a partir de ahí poder pensar en como defender Palestina”, aduce Paul, de 25 años.
La estampida de cristianos palestinos es un elemento tan perentorio para explicar el declive de la religión de Jesucristo como la misma conflagración de Irak. Las estadísticas que exhibió el sínodo del Vaticano advertían que hasta en una villa tan emblemática como Belén, que hace medio siglo disponía de una abrumadora mayoría de cristianos, hoy estos no son sino un tercio de la población.
“El conflicto de Palestina es un elemento clave para explicar la situación actual de Oriente Próximo porque se ha cometido una gran injusticia contra los palestinos y Occidente no hace nada para encontrar una solución”, opina el patriarca Younan.
Domingo. 11:30 de la mañana. Más de un centenar de feligreses iraquíes se congregan en la iglesia asiria de Sed al Buchreih. Asisten a la celebración religiosa que comanda el padre Ronny Hanna. El mismo clérigo huyó de Bagdad en el 2004.
Hanna reconoce que ninguno de los presentes –ni siquiera él- acudían a esta iglesia antes del 2003 y que ninguno estará aquí en los próximos años.
“No entendemos lo que está pasando porque hasta el 2003 vivíamos como hermanos con los musulmanes. No sabemos si son los terroristas o quien, pero nos están cazando uno a uno”, afirma.
Dominados por la incertidumbre, los cristianos de Oriente Próximo intentan agarrarse a una esperanza que cada día se resquebraja entre nuevas convulsiones políticas.
“No podemos dejar que nuestra comunidad desaparezca de la región. Palestina siempre fue un territorio donde se entremezclaban las religiones. Había palestinos musulmanes, palestinos cristianos y palestinos judíos. No sería justo establecer una Palestina exclusivamente musulmana. Estaríamos traicionando nuestra propia historia”, mantiene Paul Damuni.
El analista de Asharq al-Awsat, Mshari al- Zaydi, escribió que “el pluralismo es la protección contra la ignorancia y la intolerancia”. Un mensaje que no goza de especial predicamento en estos días.
“En mi calle éramos 20 familias cristianas. Cuando me fui sólo quedábamos tres y las dos que quedaban sólo esperaban su momento para irse. Esto se ha acabado”, concluye el iraquí Rimond Amer Mattir.
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