lunes, 27 de diciembre de 2010

NAVIDAD: ADMIRACIÓN, ALEGRIA Y ESPERANZA

Alocución televisiva de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata en el programa “Claves para un mundo mejor” (25 de diciembre de 2010)

¿Qué sentimientos, qué actitudes, corresponde exhibir ante el gran misterio que hoy celebramos, la Navidad del Señor?.


En primer lugar se me ocurre que corresponde un sentimiento de admiración. Pensemos que significa la Navidad: que Dios se ha hecho hombre, que ha nacido como hombre, que ha sido niño, que ha recorrido todas las etapas de la vida humana.

Jesucristo ha sido un embrión en el seno de María Santísima, formado por la acción del Espíritu Santo. Ha nacido virginalmente de Ella. Ha sido niño, ha sido adolescente y ha llegado a la adultez, a la plena edad de la madurez humana, capaz de entregarse libremente por nosotros y ofrecernos, atravesando la muerte, desde la gloria de la resurrección, un futuro definitivo para la humanidad.

Entonces lo primero es admiración, porque Dios podía haber hecho las cosas de otro modo. Sabemos que la finalidad del nacimiento temporal de Jesús ha sido nuestra salvación, que nosotros lleguemos a ser hijos de Dios en virtud de ese intercambio admirable entre lo divino y lo humano. Dios ha tomado lo que no era de sí mismo –lo explica San Agustín- y nos ha dado lo que nosotros no éramos de nosotros mismos. Nos ha dado la comunicación de su vida divina. Por eso lo primero es admiración.

En segundo lugar, consiguientemente, la navidad es causa de alegría porque hemos sido privilegiados de este modo. Al hacerse hombre, el Hijo de Dios manifiesta el amor del creador por su criatura y exalta su dignidad. Ante todo se justifica la alegría.

Porque Cristo nos ha comunicado esa vida sobrenatural que empieza con la gracia y nos acompaña durante nuestra existencia temporal para eclosionar en la vida eterna.

El gozo de la Navidad tiene que marcar, de suyo, para siempre, la vida del cristiano, como el sustrato espiritual que nos hace posible vivir con serenidad y fortaleza las tristezas, los dolores y las tragedias de la vida.

Pero también si miramos la escena de la Navidad, el Pesebre de Belén, vemos allí una lección de sobriedad: Cristo elige nacer en la pobreza, en un lugar prestado, en un contexto que es inequívoco al respecto.

La sobriedad corresponde, en realidad a la medida humana, a la condición creatural del hombre. Pero tuvo que enseñarnos esto el Dios humilde, que nos enriqueció con su pobreza y nos hizo comprender qué es lo mejor. Si Dios se ha humillado así, ¿por qué vamos a exaltarnos indebidamente, olvidando nuestra nativa pequeñez y nuestra condición de pecadores? Mirando el pesebre, las cosas humanas aparecen en su verdadera dimensión. Tendríamos que cambiar el enfoque y el juicio que hacemos sobre tantas cosas y muchas de nuestras valoraciones de personas y acontecimientos.

Y, por último, la Navidad suscita en nosotros un sentimiento de esperanza. Si bien esta Navidad, y cada Navidad, nos muestra un mundo de luces y sombras, pruebas que llegan hasta el límite de lo soportable, los cristianos después de la Encarnación de Dios tenemos que vivir en la esperanza. Si Dios se ha ocupado de esa manera de nosotros, ¡cómo no va a escuchar nuestras plegarias, cómo no nos va a asistir en nuestros problemas, como no nos va a ayudar para que podamos abrirnos el camino!. Pero eso depende de que con la esperanza estemos pendientes de su misericordia, de su amor. Lo que nos muestra la Navidad es que Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo.

Después de esto solo me queda decirles: ¡Feliz Navidad! Que podamos efectivamente gozar de esta Navidad y que comprendamos que, de alguna manera, todos los días del año pueden ser Navidad si reconocemos esta visita que Dios nos ha hecho para quedarse definitivamente con nosotros.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

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