martes, 5 de julio de 2011

Diagnóstico de la actual política argentina



por Carlos Daniel Lasa


En los últimos años se han ido practicando diversos diagnósticos al paciente cuyo nombre es «política argentina». 

Los más diversos especialistas, entre ellos economistas,sociólogos, periodistas, politólogos, etc., han dirigido su ojo clínico a las manifestaciones fenoménicas, a lo que se aparece inmediatamente a la vista.
Sin embargo, han formulado sus diagnósticos sin advertir que debajo de tales manifestaciones anida una causa que las provoca de modo recurrente. Sucede que todos estos especialistas han olvidado que el paciente en cuestión no sólo tiene un cuerpo sino un alma y que es esta última la que ha enfermado de gravedad.

¿No habrá llegado la hora de escuchar la palabra de alguien que se ha ocupado, no de ver aquello que puede tocarse con las manos, sino de los procesos más profundos del alma de un pueblo?

A juicio del gran filósofo de la política Eric Voegelin, el orden occidental se encuentra fundado sobre la filosofía de Platón, en particular en las reflexiones que el filósofo griego nos deja en el Gorgias. En este diálogo platónico se plantea con claridad meridiana este dilema: o la vida individual y social se funda sobre un Bien en sí (que existe independientemente del arbitrario querer humano) o, en ausencia del mismo, la utilidad se erige en el valor supremo. La primera lógica es encarnada por Sócrates y se ordena a la excelencia del hombre y de la polis; la segunda, está representada en el referido diálogo por los sofistas, concretamente por Gorgias y Calicles. Para estos sofistas, la virtud resulta absolutamente inútil. Y si la virtud es inútil, entonces la justicia no tiene vigencia alguna en la organización de la ciudad. La organización jurídica no se ordena en torno a lo justo sino en relación al poder.

Sin principio alguno mediante el cual ordenar el querer, la acción, que está careciendo de toda finalidad última, se dispone a asumir cualquier tipo de transformismo. Se trata de un transformismo del espíritu el cual sólo tiene permitido dar a toda acción un valor provisorio y táctico.

Esta concepción hace que la realidad política sea considerada como un entrecruzamiento de fuerzas. Pero esto conduce al peligro de quedar prisionero en la red de las fuerzas con las cuales es menester aliarse, y por eso la necesidad de balancear a estas fuerzas con otras. La política así entendida será de alianzas, compromisos y contrapesos, reduciendo considerablemente su propio margen de autonomía y, en consecuencia, dejando de lado la lógica de las cosas, los problemas de fondo los cuales permanecerán sin soluciones.

Pero hay algo más grave: la desconfianza que la lógica referida genera entre los hombres y, por lo tanto, la incapacidad humana de comunicación y de amistad, individual y social. Esto se trasunta en cada político que nos gobierna, en su incapacidad de formar una élite gobernante y de elegir colaboradores verdaderamente probos en cuanto a su moral y competentes intelectualmente. La ausencia de la virtud en las almas genera un desorden, una involución o, lo que es peor, una parálisis, tanto a nivel individual como social.

Cuando el alma de cada político argentino sitúe al bien y a la justicia en el centro de sus acciones, entonces, como en un “efecto cascada”, tendremos ciudadanos que comenzarán a hacer del bien y la justicia los más grandes de sus bienes y, con ello, se edificarán en torno a lo propiamente humano y proyectarán una sociedad configurada en torno a la virtud. Cada político debe saber que, de su moderación o su inmoderación, dependerá, en gran parte, la moderación o no del pueblo de la Nación.

Nos permitimos transcribir este diálogo entre Sócrates y Calicles:

«Sóc. – Y bien, los justos son de ánimo pacífico, según dijo Homero. ¿Qué dices tú? ¿No piensas lo mismo?
Cal. – Sí.
Sóc. – Pero, sin embargo, Pericles los hizo más irritables de lo que eran cuando los tomó por su cuenta…
Cal. – Pues de acuerdo.
Sóc. – Y si los hizo más irritables, ¿no los hizo también más injustos y peores?
Cal. – De acuerdo también.
Sóc. – Por consiguiente, Pericles no era un buen político»[1].

Nuestros políticos no quieren convencerse de que los grandes hombres, tanto como los grandes pueblos, deben edificar su ser sobre la virtud y no sobre el vicio. El alma de un pueblo que no esté dirigida de acuerdo a un orden sino a una acción desprendida de las valores, concluirá en la negación de todo valor, incluida la misma persona humana que quedará reducida a un simple instrumento ordenado a la pura acción.

De allí que cada hombre argentino que sea invitado a participar de la acción política directa debiera formular aquella pregunta que Sócrates le dirigió a Calicles:

«Explícame, por tanto, a qué clase de servicio de la ciudad me invitas. ¿Es al de luchar con energía para que los atenienses sean mejores, como hace un médico, o al de servirlos y adularlos?»[2].

*

Notas

[1] Gorgias, 516 c-d.

[2] Gorgias, 521a.
Dibujo: El ágora, centro de las discusiones políticas en la antigua Grecia.
junio 26, 2011.

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