miércoles, 17 de agosto de 2011

Indignados: «el quinto evangelio»

por Juanjo Romero
El cardenal Giacomo Biffi escribió siendo párroco un libro delicioso: «El quinto evangelio». Y profético, como le gusta decir a los progretas. Además le tengo especial aprecio porque el librito tiene tantos años como yo.

Con mucha sorna, Biffi se adelanta a su tiempo «encontrando un quinto evangelio», el verdadero, el que explica de una vez por todas el mensaje de Cristo, el que arroja luz para entender «los pasajes más difíciles de los cuatro evangelios».
La verdad es que es divertido. Va contraponiendo citas de los Evangelios a lo que dice «el Quinto», y luego una pequeña glosa.
Es una lástima que no se haya vuelto a editar, no pierde actualidad. Os dejo con uno de los 30 capítulos y juzgáis por vosotros mismos.
Jn 15, 18-19: Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo, pero como no sois del mundo, sino que yo os he sacado del mundo, el mundo os odia por eso.
Quinto evangelio: Si el mundo os odia, es señal de que no lo sabéis entender. Identificaos con el mundo, y el mundo os salvará.

La postura adoptada por el cristianismo en relación con el mundo ha experimentado en nuestros días una acelerada evolución según las enseñanzas de los mejores teólogos y las convicciones de los cristianos más iluminados.
«¡Huyamos del mundo!», decían los antiguos ascetas. «¡Salvemos el mundo!», contestan los apóstoles de todos los tiempos. Y durante siglos la disputa se centró en la contraposición de estos dos enunciados, sin que fuera posible resolverla con la supresión de uno de los términos. No pasaba de mera disputa, pero la había: en realidad el monje en su soledad se sentía al servicio de la salvación de los hermanos, y el apóstol en su trabajo por los demás trataba de no ceder a los dictámenes de la sociedad mundana.
Pero en estos últimos tiempos hemos comprendido que el error era de ambos. Ni hay que huir del mundo ni hay que salvar al mundo: el mundo está ya salvado por sí mismo, porque todo lo que hay en él, todas sus ideas, sus aspiraciones, sus costumbres tienen en sí mismas una bondad positiva que sólo espera ser comprendida y apreciada.
Al contrario, y aquí la luz alcanza su cenit, es menester dejarse salvar por el mundo; el que se substrae a su influjo y, peor aún, el que intenta resistirle, está perdido irremisiblemente.
Por eso admiramos hoy la humildad y la amplitud de espíritu de los nuevos cristianos que invocan cada día más intensamente para sí y para la Iglesia esa salvación que sólo el mundo puede ofrecer. ¿Quién otro puede liberarnos de nuestra estrecha visión de la realidad, de las inhibiciones y rémoras de tipo moral, de la absurda manía del sacrificio, de la renuncia, del sentido del deber?
Se postula del mundo (aunque en esto quizás se exagera un poco) incluso el que nos rescate de la concepción de un Dios trascendente y a fin de cuentas opresor que, antecedentemente al parecer de nuestra conciencia, dictamina sobre el bien y el mal.
«Identificaos con el mundo y el mundo os salvará». No obstante la aparente contradicción, tenemos aquí formulada con energía la ley suprema del anticonformismo, la única que debe ser cordial y universalmente aceptada. Todos somos anticonformistas y con frecuencia de un modo inesperado.
Anticonformista es aquél que audazmente decide no ir más a misa en una época en que no va a misa el noventa por ciento.
Anticonformista es aquél que rompe con todos los tabús sexuales en un momento en que eso mismo «hace todo el mundo».
Anticonformista es el hombre que consigue vestirse como su bisabuela, con tal que lo hagan todos los de su ambiente.
Anticonformista es el que acepta esta concepción del anticonformismo porque todos se conforman con ella.
«No ruego por el mundo», dice Jesús según el evangelio de Juan. Siempre nos ha dejado perplejos esta frase sin misericordia. Pero quizás ahora podemos penetrar su significado: no debemos rogar por el mundo, que no tiene ninguna necesidad de nuestra oración. Somos, al contrario, nosotros quienes tenemos necesidad del mundo, si no queremos ser relegados aun rincón con nuestros inútiles lamentos, conformistas solitarios, parásitos vergonzosos en el anticonformismo universal.
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No me resisto a resaltar, de nuevo, el carácter irónico de todo el texto, que por experiencia sé que habrá algún lector que no lo entenderá. Por cierto, el cardenal Biffi habría sido un excelente bloguero, hoy habría llamado a este capítulo: indignados.


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