La fila de ateos famosos, agasajados por los grandes medios de comunicación, está siendo acompañada por un psiquiatra y una periodista, quienes han escrito conjuntamente el libro “Why We Believe in God(s): A Concise Guide to the Science of Faith” (Por qué creemos en Dios(es): una guía concisa para la ciencia de la fe).
Los dos autores afirman, en síntesis, que Dios no es más que un producto de nuestras imaginaciones biológicamente determinadas.
En un reciente artículo sobre el libro, J. Anderson Thomson, un psiquiatra de la Universidad de Virginia, y la “escritora de temas médicos” Clare Aukofer repiten clichés rancios del repertorio del ateísmo alemán del siglo XIX, disfrazado como “ciencia” moderna. Comienzan citando la letra frívola de la canción “Imagine”, de John Lennon, en la que él afirma que el paraíso socialista que prevé traerá la “paz” “sin cielo… ni infierno por debajo de nosotros… y también sin religión”.
“Sin religión”, se entusiasman los autores. ¿A qué estaba convocando Lennon? Para empezar, un mundo sin mensajeros ‘divino’, como Osama bin Laden, precipitando violencia. Un mundo donde los errores, como la pérdida evitable de vidas en el huracán Katrina, sería rectificado más que atribuido a la ‘la voluntad de Dios’. Donde los políticos ya no pueden competir para demostrar quién cree más firmemente en lo irracional e insostenible. Donde el pensamiento crítico es un ideal. En resumen, un mundo que tiene sentido”.
Cómo forjamos el “sentido” de un mundo que no es más que agitaciones ciegas de la materia, sin ningún tipo de propósito final, está más allá de mí, y como era de esperar, no es tratado por los autores. Pero seguramente este dúo podría llegar con más que agotadas acusaciones de “violencia” siempre dirigida contra la religión por los ateos, quienes siempre parecen olvidar que los regímenes más crueles y violentos en la historia, como la China de Mao y la Rusia de Stalin, se inspiraron en ateos y fueron dirigido por éstos.
El régimen ateo de China continúa imponiendo el asesinato en masa de su pueblo a través de su coercitiva “política de un solo hijo”, la que ha resultado en cientos de millones de muertes por aborto. ¿Pero quién está contando? Ciertamente no los ateos, que no es probable que incluso reconozcan la humanidad de los no nacidos.
Los que defienden el teísmo en un sentido genérico no dicen que es una condición suficiente para la virtud. Las grandes religiones mundiales no son siempre conductos de la verdad y los errores que desfiguran a algunas de ellas han causado sufrimiento real para la humanidad. Pero negar la existencia de Dios, que es la única base concebible para una moral objetiva, no es la respuesta. Si los seres humanos no son más que una configuración de átomos sin un fin último, los conceptos de bien y el mal están presentando insensateces. Seguramente inclusive un psiquiatra puede ver eso, y tal vez incluso un reportero.
¿Los autores esperan que olvidemos que la religión ha producido mucho, si no la mayoría, de las producciones del arte y de la arquitectura disfrutadas por la humanidad, así como el sistema educativo moderno? ¿Creen que una grieta barata sobre Osama Bin Laden servirá para descartar las vastas obras de caridad, desde los hospitales y refugios para personas desamparadas hasta las agencias de ayuda internacional masiva, que han sido inspiradas por la creencia religiosa? Sin duda, Thompson y Aukofer puede hacer más que sobrepasar en silencio estos hechos destacados, como si ignorarlos hará que desaparezcan.
Los autores luego extraen el viejo truco de los ateos alemanes del siglo XIX, como Feuerbach, Marx, Nietzsche y Freud, quienes nunca hicieron ningún intento de responder a los argumentos históricos de la existencia de Dios, y en su lugar echaron la cortina de humo de las explicaciones psicológicas, económicas y biológicas de la religión. El supuesto es que si se puede explicar el origen de la creencia, de alguna manera se la ha refutado, un tonto non sequitur [no se deduce] que sólo sirve para recordarnos la impotencia de la posición del ateo.
Thompson y Aukofer toman la ruta biológica, afirmando que somos genéticamente cableados para creer en Dios, porque esto sirvió a nuestros antepasados ??como un mecanismo de supervivencia.
Afirman que “al igual que nuestro ADN fisiológico, los mecanismos psicológicos detrás de la fe evolucionaron a lo largo de los eones a través de la selección natural”. “Ellos ayudaron a nuestros antepasados a ??trabajar efectivamente en grupos pequeños y sobrevivir y reproducirse, rasgos desarrollados mucho antes de la historia registrada, desde la estructura profunda en nuestro mamíferos, primates africanos y los pasados cazadores-recolectores de África”.
Los autores vuelan de un párrafo a otro, citando los caminos evolutivos especulativos al teísmo que ellos dicen que han sido ofrecidos por los investigadores. Salpican sus comentarios con observaciones tontas sobre la necesidad del hombre para el “apego” social, la “reciprocidad”, el “amor romántico” y “los odios de grupo”, como si unas pocas referencias triviales hacia los fenómenos psicológicos pueden explicar la creencia casi universal del hombre en lo divino.
Pero las preguntas que van planteando hablan más de su propia psicología que otra cosa. Si la biología evolutiva explica la creencia del hombre en Dios, ¿cómo podemos explicar el ateísmo de los autores? ¿Dicen ser superhombres que, a diferencia del resto de nosotros, pueden trascender su propia naturaleza? Si la religión se explica por nuestros genes, no sería lo mismo cierto respecto del ateísmo? Lo que es bueno para la oca es bueno para el ganso.
Reducir las ideas del hombre a su biología, en realidad destruye el fundamento de todo conocimiento. Si nuestras ideas están determinadas por nuestros genes, ¿entonces cómo podemos saber si algo que creemos es verdad? Refutaciones como éstas se hicieron hace tiempo contra el pensamiento confuso de los materialistas, pero los autores, confundidos por los crudos errores empiristas del cientificismo moderno, al parecer no son conscientes de este debate histórico. La ignorancia de la historia de las ideas es un rasgo lamentablemente común entre los ateos.
El artículo citado del periódico estadounidense Los Angeles Times es sólo el último recordatorio de los efectos del ateísmo en una mente de otro modo capaz. El hecho de que los autores del artículo hayan escrito un libro entero elaborando su tesis evolucionista sobre el origen de la religión, aparentemente totalmente inconscientes de las falacias que subyacen en sus premisas, no hace más que ilustrar una verdad que ha sido demostrada una y otra vez por los partidarios de la incredulidad moderna: la irracionalidad del ateísmo socava la capacidad de un individuo para pensar.
20 de septiembre 2011 (Notifam) –
Versión original en inglés en http://www.lifesitenews.com/news/this-is-your-brain-on-atheism
Traducción por José Arturo Quarracino
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