por Mariano Jaimovich
Una economía recalentada como la actual, el boom de compras, el freno a productos importados y el poder colocar un mayor volumen de bienes en otros países fueron "remedios" a los que se echó mano para amortizar la suba de costos.
Pero estas medicinas no son eternas. ¿La solución, en envase verde? En momentos en que surgen dudas sobre en qué consistirá exactamente la "profundización del modelo K", tal vez resulte ilustrativo y didáctico echar un vistazo a la empresa de Marco Meloni. Este industrial, de porte mediano, confecciona tejidos planos para indumentaria y camisería fina. Y es conciente, desde hace ya varios años, que debió resignarse a ganar menos por unidad de producto y que -para prorratear el alza en los costos laborares e insumos- se vio favorecido por el boom de consumo, que lo ayudó a vender más.
"Tratamos de tener contenidos los precios. Por eso apuntamos a compensar el incremento de costos fabricando y comercializando una mayor cantidad", indica Meloni quien, en un lapso de dos años, tuvo que incrementar su ritmo de producción casi un 30%, de 140 a 180 toneladas.
También es conciente de otra cosa. Y es la "bendición" que recibió del Gobierno al haber éste puesto un freno al ingreso de productos importados.
Y algo más. Sabe que se vio favorecido por un contexto internacional amigable, con monedas fortalecidas frente al dólar, que le permitió vender fronteras afuera. Así, este empresario textil tiene proyectos para comercializar nada menos que en el mercado italiano.
Más ventas en el mercado interno, contar con un escudo de protección frente a lo importado y la posibilidad de enviar sus artículos a otros países.
Tres "remedios" para enfrentar la suba de costos que lo hicieron sentir con una vitalidad envidiable.
¿Hay algo que lo inquiete a Meloni? Porque parecería ser que está en el mejor de los mundos.
Sin embargo, luce preocupado.
Es que es conciente de que estas "medicinas", que tanto lo ayudaron hasta ahora, no son eternas y pueden comenzar a escasear, en un futuro no muy lejano.
Los miedos de Meloni... y de miles de empresarios
El temor que siente este ejecutivo de negocios es el mismo que invade a cientos de empresarios argentinos.
Y tiene que ver con la posibilidad (cierta) de que la economía crezca pero a un ritmo menor.
De darse este escenario, no podría echar mano a uno de los remedios al que debió recurrir para combatir los aumentos de costos: el que lleva en su envase la etiqueta "efecto escala".
Esto es, vender más para prorratear más. El hecho de que se agote este frasco representaría un golpe muy duro para la situación económica de su compañía.
Tampoco escapa a sus temores que la protección oficial ante lo importado -de la que goza actualmente- comience a flaquear, ante las quejas diplomáticas de otros países.
Otro de los casos es el de Gustavo Holstein, fundador de Orbital, la marca de lentes solares.
"Hemos venido desarrollando una política de exportación creciente, operando con Uruguay, Chile, Ecuador y Brasil", destaca el directivo.
Pero ahora el panorama internacional luce menos favorable. Y le preocupa.
De no contar con este remedio para prorratear costos -etiquetado bajo el rótulo "más ventas al exterior"- su crecimiento se verá limitado.
Y a esto se suma otro factor. La caída en sus márgenes de ganancia.
"Nuestros costos se incrementaron un 30% y sólo hemos podido subir los precios cerca de un 10%", refleja el empresario.
Pero no es el único que sufre de una reducción notoria en sus niveles de rentabilidad.
Miguel Cascallar padece de lo mismo.
Es el dueño de la marca One Step, que confecciona trajes de baño e indumentaria deportiva. Fabrica 23.000 prendas mensuales y posee 19 locales, entre propios y franquicias.
A este ejecutivo de negocios las materias primas le representan la mitad de los gastos de producción. Y tiene como política la de trasladar los incrementos de costos (2% mensual) de manera trimestral.
"Ahora nuestra rentabilidad es de un 8%, una cifra que no es acorde al riesgo y al capital invertido", explica el empresario.
Ante esta nueva realidad busca ser cauto en cuanto a seguir aumentando la nómina de empleados.
Y su postura resulta común a la de la mayoría de los pequeños y medianos industriales.
En efecto, según una encuesta realizada por Observatorio Pyme, ocho de cada diez empresarios no prevén tomar personal.
El problema que viene: el síndrome de "abstinencia"
Casos como los citados se pueden contar por cientos en el panorama productivo nacional.
Y confirman el diagnóstico que indica que el aparato productivo argentino sufre una verdadera "adicción al recalentamiento".
Es decir, que para hacer frente la rentabilidad declinante y a la continua pérdida de competitividad, los empresarios sólo tienen un remedio a mano que les permite compensar los problemas: el de hacer crecer aceleradamente su producción.
Como, además, este crecimiento es concebido en el marco de un modelo inflacionario, para muchos industriales es factible tomar la inflación en su provecho, al adelantar compras de insumos o pagar en forma diferida los materiales.
Esto explica, en parte, el por qué mientras organismos internacionales (como el FMI) recomendaban a los países latinoamericanos "peinar el freno" para evitar el recalentamiento, en la Argentina los funcionarios respondían que -lejos de seguir ese consejo- pensaban pisar el acelerador a fondo.
La mala noticia es que está por llegar el escenario que los empresarios temían: el ingreso de la economía en niveles de crecimiento más modestos (la meta oficial para el año próximo es inferior al 5%, es decir, poco más de la mitad del ritmo actual).
Y, en este contexto, el temor viene dado porque el remedio de "bombear" la producción ya no surtirá el mismo efecto cuando se quiera prorratear costos.
Así las cosas, los analistas comienzan a anticipar lo que ellos llaman el "síndrome de abstinencia", al observar una caída más acelerada en los márgenes de ganancia.
En este sentido, cabe destacar un informe del IERAL de la Fundación Mediterránea, en base a datos acumulados en 12 meses, que da cuenta de que el resultado operativo de las empresas industriales (en relación a la facturación) se ha reducido del 20% en 2005 a un 7% durante el segundo trimestre de este año.
"El margen con el que cuentan las empresas para autofinanciar sus inversiones se ve cada vez más acotado. Esta situación enciende una luz amarilla, sobre todo teniendo en cuenta la limitada profundidad del mercado de crédito. El stock de préstamos comerciales representa hoy alrededor del 6% del PBI, cuando en 1998 significaba más del doble", sentencia el IERAL.
Además, se observa que cuanto más caen los márgenes de ganancia, menor es el ritmo de inversión, que está asociado a la capacidad de autofinanciamiento.
"La tasa de inversión está por debajo del ritmo de crecimiento de la demanda. Es decir, la oferta no logra seguirla. Y cuando no se produce un aumento por cantidad de producción, se termina produciendo por niveles de precios", afirma Henry Lubel, analista de la consultora Claves.
Y la cosa no termina ahí, porque en el nuevo escenario resultará difícil que el mercado exportador pueda compensar lo que no se gane en el local, dado que ahora el contexto internacional luce mucho menos amigable.
El mundo ya no "tira" tanto como antes, como queda demostrado en los temores de los empresarios que rezan para que Brasil (una gran aspiradora de productos locales) no desacelere su ritmo de compras o aumente el proteccionismo (Ver nota: "Alerta empresarial: ahora Brasil saca el freno del acelerador y crece temor en toda la industria automotriz argentina").
De este modo, con previsiones de freno en el plano interno y externo, no parece darse un clima propicio para expandir la capacidad productiva.
Así las cosas, el "síndrome de abstinencia" se hará sentir con fuerza.
Volver a mirar al remedio clásico de envase verde
Ante la posibilidad cierta de que los remedios a los que se echó mano en estos últimos años no estarán disponibles, el mundo empresario comenzó, otra vez, a mirar de reojo a una "pócima" antigua, pero nunca desechada cuando los negocios empiezan a perder competitividad.
Se trata de una devaluación más acelerada. El argumento es bien conocido: una suba del dólar encarecería los productos importados, ayudando así a preservar el mercado interno.
Y, por otra parte, abarataría las mercaderías argentinas en la búsqueda por penetrar en mercados de exportación.
Claro que, para que una devaluación tenga sentido, la inflación debe bajar o, al menos, permanecer estable. Si eso no ocurre, el oxígeno que se busca ganar se esfuma rápidamente con el aumento de los costos internos.
Y lo cierto es que hay algunas señales de que, después de haber eludido expresamente esa solución, el Gobierno empiece a transitar este camino.
En el plano de la inflación se prevé una estabilización en torno del 20%. Para esto es imprescindible una moderación salarial de la que el Gobierno dio indicios en la negociación del salario mínimo (lo elevó un 25% frente al 41% que demandaba la CGT).
Claro que este tipo de remedio también tiene una limitación, porque en una economía que ha elegido la demanda interna como locomotora, una caída abrupta de los sueldos puede traer efectos adversos.
Quienes advierten sobre la necesidad de un "service" para el modelo festejan. Pero, en el corto plazo, las empresas empezarán a sentir el gusto de la medicina amarga.
/iProfesional
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