Mons. Italo S. Di Stéfano (27-X-85)
Ha sido celebrado el día de millones de heroínas del mundo y de la historia; pero indudablemente que también del presente. La vida llama a la vida. La vida humana es un constante alegato en favor y reivindicación de un inagotable manantial: las madres.
Ha sido un día de gratitud, pero también de reflexión profunda; de silencio, pero de Innegable elocuencia.
Las madres significan una realidad tan singular, que para ser expresada no bastan los diccionarios.
Son motivos más de vivencias, que de descripción.
Es por eso que los mejores meditaciones de los místicos y de los poetas, han encontrado en la maternidad sus motivaciones mas profundas y mas fecundas.
A su vez las ciencias y las técnicas, han hecho una maravillosa convergencia de esfuerzos, de investigaciones y de aplicaciones; no sólo sobre el santuario físico de la maternidad; sino especialmente sobre sus trascendencias. Han debido detenerse muchas veces, para medir los resultados de sus intervenciones; no por prejuicios o inhibiciones, sino principalmente por las muchas otros repercusiones emocionales, éticas o anímicas.
Pero también, juristas, moralistas, maestros y estadistas, han encontrado en el ámbito de la maternidad, temas fascinantes y estupendos; no sólo para extraer conclusiones y verdades, sino sobre todo para brindar criterios, principios, doctrinas y estructuras, ordinariamente con la mira puesta en una vocación de delicado servicio.
Muchos comprendieron que la fuente de la vida debía merecer el mejor privilegio.
Sin embargo no faltaron, ni están faltando las irrupciones indiscriminadas y desmedidas, en un campo tan sensible y delicado como éste.
Pero lo peor es la dialéctica del destrozo de la maternidad.
Cuando nos ponemos a evaluar lo que debe estar aconteciendo en el alma de las madres, nos acongojamos también nosotros ante sus angustias, sus perplejidades y sus interrogantes; la mayoría de ellos sin posibilidades de respuestas.
Las madres se identifican con la esperanza; pero esta riqueza de futuro y de vida, es lógico que necesite de fuertes estímulos.
Es cierto que así como el hombre ha conseguido agotar fantásticas fuentes de energías materiales y culturales, también se está aproximando a la posibilidad de hacer lo mismo con la vida humana y con su propia fuente.
Y esto no solo con la amenaza nuclear; también lo está logrando ya con la marea anti-vida.
La promoción de la sexualidad sin amor y sin compromiso; la cosificación y desprestigio de la mujer; el menosprecio del matrimonio y la neocultural hedonista o erótica, conllevan irremediablemente a secar o pasar por alto la vocación pro vida de la mujer.
Hay quienes piensan que esta sorpresa cultura tiene azorados a los argentinos, forma parte de la resignación a no sobrevivir.
Son muchos los que piensan que a la subasta de la soberanía, se ha sumado este último y lamentable remate: la Argentina liquida a su familia.
No es solo la parálisis económica, el fenómeno que afecta a numerosos sectores de la población; también es el desaliente para con la vida.
Pero esto se disimula fácilmente. En las postrimerías del Imperio Romano, cuando ya escaseaban los recursos para mantener la ociosidad, se apelaba al “suicidio voluntario” de quienes algo poseían, en homenaje a los Césares de turno.
Y así en medio de músicos, perfumes y aguas tibias, cada uno de los “predestinados” abrían su venas para desangrarse sin dolor, mientras el César asistía complacido al ultimo rictus de quienes religiosamente ofrendaban con sus vidas en su honor; también sus bienes para sus apetitos y pasiones.
Las idolatrías que halagan mucho las pasiones tanto de los sentidos como de las mentes, terminan cobrando precios demasiado altos. Es que solo la verdad hace libro, como decía Jesús. Las verdades a medias en cambio, es muy difícil que hagan lo mismo.
Así vemos que hoy –en muchos casos con la finalidad de ganar espacio político- no se vacila en favorecer el permisionismo antivida con el aborto; o con la aprobación del divorcio. Se prefiere favorecer la no vida y la no familia.
No son pocos los que se están interrogando sobre las causas y las motivaciones de los negocios de los cementerios. Hay quienes dicen que la muerte seré el próximo gran negocio. Pero podríamos añadir nosotros, diciendo que lamentablemente será el ritmo de nuestra historia. No es esto un sueño de Shakespeare, ni el pesimismo de Schopenhauer.
Será el epilogo de nuestra actual demencia matricida.
En realidad no son pocas las madres que están dudando de ciertos homenajes y obsequios politizados en su día, mientras no se observan gestos en pro de su dignidad, de sus derechos a conducir un hogar, y de la singularidad de su vocación.
De poco sirve homenajear a las madres un día, si después durante el año los maridos no tienen ni trabajo ni salarios para las mesas de sus hijos.
Como tampoco sirven tales homenajes si luego la maternidad es escarnecida en la pornografía; o se enfrenta a los hijos con los padres; o se prepara la disolución conyugal; o se abren las puertas a Herodes para el aborto.
Nosotros alentamos caminos de esperanzas y consuelos para las madres, ponderando los muchos buenos servicios que son posibles para ellas; y que de hecho se les ofrecen por parte de no pocas buenas voluntades.
Es por eso que exaltamos el merito de profesionales, maestros, especialista y de cuantos ingenios promueven elementos de servicio para la maternidad.
Alentamos a los jóvenes a que sigan testimoniando sus ofrendas de gratitud a las madres, con el rechazo a todo lo que denigra la dignidad de la mujer.
Damos nuestro especial aliento a los sanos escritores, periodistas y escasos artistas; que en desigualdad de condiciones siguen librando las duras lucha en defensa del decoro, del honor y del verdadero feminismo en los medios de comunicación social.
Ponderamos los esfuerzos de quienes persisten en la voluntad de asegurar trabajo honrado, para que las mujeres y especialmente las madres, encuentren mejor seguridad para sí mismas y para sus hogares.
Y quisiéramos ciertamente, que cuantos tienen en sus manos los medios para preservar la dignidad de la mujer y de la maternidad, los apliquen de verdad; y no sean cómplices en el agravamiento de la peor crisis moral que padece la nación, como es el vilipendio de la mujer y de la maternidad: primer fundamento de toda esperanza.
Deseamos vivamente que las madres por sobre la incomprensible injusticia moral que se abate sobre ellas, no desmayen su vocación de ser siempre artífices fecundas de vida, de amor y fundamentalmente de esperanzas.
Los argentinos siempre predispuestos al retorno, sobre todo cuando en sus crisis llegan a tocar fondo, no tardarán en pagar la formidable deuda últimamente demasiado indexada, que han contraído para con las madres.
Y esto es urgente; porque nos abruma imaginar qué podría suceder cuando los ojos de las madres hayan perdido la capacidad de las lágrimas.
Ojos sin lágrimas podrían estar indicando, que también se habría apagado el amor en sus corazones. Esto ya no sería humano.
No vacile nadie entonces en detener el llanto de las madres.
Pero que no vacile nadie tampoco en devolver en asegurar, en reparar la dignidad ofendida de las madres. Hay muchas maneras para ello.
Reflexión semanal, a cargo del entonces Arzobispo de San Juan, - hoy ya fallecido- Mons. Italo S. Di Stéfano (27-X-85).
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