por José María Corzo
Los emperadores romanos consentían todas las religiones orientales en privado. Pero en público todos tenían que dar culto a los dioses romanos y al emperador.
Si pasamos a la vivencia de la calle, nos encontramos con frecuencia la frase: La religión es asunto privado. Los socialistas la usan a voleo. Con todo interés. Porque así consiguen el voto católico: la religión es asunto privado; en tu conciencia puedes creer lo que quieras libremente, pero la política es asunto público, ahí no llega la religión; puedes ser católico y socialista.
Suele tener éxito este argumento, porque hay mucha falta de formación religiosa. La religión no es asunto privado. Es asunto personal. Lo que es más profundo, más radical. La persona tiene obligación de ser coherente consigo misma, y no puede manifestar en público lo contrario a su conciencia. De ahí surge su derecho a expresar en público sus opiniones, sus creencias, sin que nadie se lo impida. Mucho más todavía: la persona es entitativamente apertura a otros; pertenece a su constitución entitativa el manifestar, el comunicar. Y como es la máxima dignidad en el orden creado nadie se lo puede impedir.
Esta consideración se refuerza en la religión católica. Jesucristo mandó taxativamente: Sed mis testigos. El testimonio ha de ser de palabra y de obra. Es significativo que la palabra griega mártir, que en sentido original no significa más que testigo haya pasado a las lenguas modernas como el que da la vida antes que renunciar a ser testigo de la fe que tiene como el mayor don de Dios. Es consustancial al cristiano manifestar su fe al exterior, ser testigo. Las persecuciones de los primeros siglos no tienen otra explicación. Los emperadores romanos consentían todas las religiones orientales en privado. Pero en público todos tenían que dar culto a los dioses romanos y al emperador.
La Iglesia católica, por su constitución: Id por el mundo y sed mis testigos, jamás podrá encerrarse en las sacristías. Y si algunos cristianos tambalean, el Espíritu Santo suscitará siempre testigos, que darán testimonio con su palabra, con su vida y con su muerte: mártires. Como estos 233 que acaba de beatificar Juan Pablo II.
Conviene tener todo esto presente ahora, cuando el laicismo, con una militancia constante no sé bien si hija del odio o de la ignorancia, intenta borrar todo signo religioso de la vida social y pública. ¿Qué otra cosa son las Primeras Comuniones Laicas?
José María Corzo. alfayomega.com nº 256-19.IV.2001
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