Se cumplen hoy 519 años del descubrimiento de América. Con los aires progresistas que se respiran, lo políticamente correcto es criticar la gesta hispánica a la que se atribuyen cientos de millones de indígenas muertos.
¿Tiene ésto sustento histórico? ¿Es la Iglesia Católica la responsable de supuestos genocidios? Analizamos en este artículo la "leyenda negra" anticatólica y antiespañola.
Desgraciadamente es demasiado habitual ver cómo auténticos desconocedores de la historia relacionan a la Iglesia Católica con supuestos genocidios y robos llevados a cabo por un imperio "saqueador y sanguinario" como el español en los siglos XV y siguientes en la recién descubierta América [1].
En primer lugar analizaremos esta "leyenda negra" que es, a la vez, anticatólica y antiespañola y que tiene como creadores a los historiadores y propagandistas protestantes a causa del enfrentamiento político, comercial y religioso que oponía a los países anglosajones con la católica España [2]. Como en toda guerra, el enemigo lanza campañas psicológicas tanto de desinformación como de falsificación de la realidad. Estos escritores se esforzaron por inventar mil ejemplos de la vileza y perfidia española, y difundieron por Europa la idea de que España era la sede de la ignorancia y el fanatismo.
Lo triste del tema es que esta leyenda, a pesar de sus pocos fundamentos, pervive aún en nuestros días, sobre todo en lo que se refiere a la usurpación de las tierras, el genocidio indígena y la sed de oro. Se dice que España se apropió de las tierras indígenas en un acto típico de rapacidad imperialista, pero la verdad es que, antes de la llegada de los españoles, los indios no eran dueños de ninguna tierra sino esclavos de unos caciques despóticos tenidos por divinidades supremas [3]. Carentes de cualquier legislación que regulase sus derechos laborales, el abuso y la explotación eran la norma, y el saqueo y el despojo las prácticas habituales. Impuestos, cargas, retribuciones forzadas y pesados tributos fueron moneda corriente en las relaciones indígenas previas a la llegada de los españoles. El más fuerte sometía al más débil y lo atenazaba con escarmientos y represalias.
Los principales dueños de la tierra que encontraron los españoles (Mayas, Incas, Aztecas) [4] lo eran a expensas de otros dueños a quienes habían invadido y desplazado. Esta es la razón por la que una parte de las tribus indígenas se aliaron con los conquistadores, procurando su protección y el consecuente resarcimiento.
La verdad es que, sólo a partir de la conquista, los indios conocieron el sentido personal de la propiedad privada y la defensa jurídica de sus obligaciones y derechos. Se fundó la Posesión Territorial, que insistía en la protección que se debía dar a los nativos garantizando y promoviendo un reparto equitativo de precios y atendiendo a los posibles abusos y querellas, al igual que sancionando duramente a sus mismos funcionarios si incumplían las leyes [5].
Se creó la Encomienda, que fue la gran institución para la custodia de la propiedad y de los derechos de los nativos. Por la Encomienda el indio poseía tierras particulares y colectivas sin que pudieran arrebatárselas impunemente, organizando, a su vez, su propio gobierno local y regional. Por lo tanto, vemos que no es España la que despojó a los indios de sus tierras, sino que les inculcó el derecho de propiedad para restituirles sus heredades asaltadas por los poderosos y sanguinarios estados tribales. España es también la que los guardó bajo una justicia divina y humana, la que los puso en paridad con sus propios hijos e incluso en mejores condiciones que muchos campesinos y artesanos europeos [6].
Algo muy distinto fue lo que ocurrió en las tierras conquistadas por los protestantes. Así como la corona católica no organizó su imperio americano en colonias, la protestante sí lo hizo [7]. De hecho, el rey de España nunca se ciñó la diadema de Emperador de las Indias, pero sí el monarca inglés hasta principios del siglo XIX. Los protestantes se sintieron autorizados a poseer sin problemas ni limitaciones toda tierra, ya fuese recurriendo a la expulsión o a la aniquilación. En el Norte los ingleses y luego el imperio federal de los Estados Unidos se consideraron siempre como propietarios absolutos de todos los territorios ocupados y por ocupar. La tierra era cedida a quien pagase el precio convenido, y a los colonos les correspondía el derecho de alejar o exterminar a los habitantes originarios, a veces con la ayuda del ejército si era necesario. Esto era algo impensable para los católicos.
Mucho peor todavía es la acusación de genocidio que se hace a los españoles y a la Iglesia Católica. Es cierto que murieron muchos indios con la llegada de los conquistadores, pero esto no se debió a las armas españolas que, por cierto, al ser de fuego solían fallar a menudo por la geografía y el clima, sino a los letales virus provenientes del Viejo Mundo. Al no tener inmunodefensas para hacer frente a las nuevas enfermedades morían en grandes cantidades. Por su parte, también los europeos sucumbieron mortalmente ante enfermedades tropicales para las que sus cuerpos no estaban preparados.
Pero si queremos hablar de crímenes podemos comentar los cometidos por los indios dominantes sobre los dominados antes de la llegada de los españoles. Algunos autores indigenistas cuentan que en 1487 se sacrificaron dos mil jóvenes, en sólo un día, para la inauguración del gran templo azteca, veinte mil muertos en dos años de construcción de la pirámide de Huitzlo-pochtil, e innumerables las muertes provocadas por las llamadas guerras floridas y el canibalismo. Gracias a la llegada de los conquistadores y, sobre todo, al Cristianismo, las liturgias y los ritos sangrientos se terminaron, evitando así un holocausto, esta vez sí, real.
Y sin dejar el tema del genocidio no podemos evitar echar una mirada a la América anglosajona y protestante donde, en la actualidad, los pocos indios que quedan no proceden de las zonas por ellos colonizadas, sino de los territorios comprados a España o usurpados a México. ¿Qué ocurrió entonces con los indios del Norte protestante? Como tantas veces pasa en este tema de los ataques a la Iglesia, casi siempre el que acusa es el que más tiene que callar, ya que en sus colonias sí podemos hablar de un auténtico genocidio entre los siglos XVII y XIX, donde se exterminaron casi por completo a los aborígenes. La mejor prueba de ello es que apenas hubo un mestizaje, algo que sí ocurrió de forma abundante en las tierras conquistadas por los católicos españoles [8].
En nuestros días, la población indígena en territorio anglosajón constituye, aproximadamente, un millón y medio de personas. Esta cifra es aún mucho más triste si se considera que para constituir este registro basta con tener una cuarta parte de sangre indígena. La situación en territorios hispanos es exactamente la contraria. En las regiones mejicanas, andinas y amazónicas, casi el noventa por ciento de la población desciende directamente de los antiguos habitantes o es fruto de la mezcla de indígenas con conquistadores.
Y no sólo esto: mientras la cultura norteamericana y canadiense no debe a la indígena más que algunas palabras, ya que se desarrolló a partir de sus orígenes europeos sin que se practicase algún intercambio con la cultura primera, en la América hispano-portuguesa, la mezcla no fue sólo demográfica sino que dio origen a una riqueza cultural nueva e inconfundible. Esto obedece, más allá de los estudios culturales existentes en las diferentes regiones y a la cooperación que prestaron los pueblos indígenas a los conquistadores, a una perspectiva religiosa muy diferente. Para los católicos, lo más natural era casarse con la población indígena, a quienes veían como hermanos e iguales. En cambio, los protestantes estaban animados por un fuerte sentido de superioridad. Y si agregamos el sentido de predestinación de la Reforma de Lutero y Calvino -los pobres están destinados a la condenación, y los prósperos a la salvación- se sigue que, si el indígena es subdesarrollado, es porque está predestinado a la condenación, mientras que si el blanco está desarrollado está predestinado a la salvación. Visto así, cualquier pretensión de mezcla se ve como una violación grave del plan de la Providencia.
A modo de curiosidad, acordémonos de la práctica de arrancar el cuero cabelludo que se difundió en el territorio de lo que hoy es Estados Unidos a partir del siglo XVII, cuando los colonos blancos comenzaron a ofrecer fuertes recompensas a quien presentase el cuero cabelludo de un indio, fuera hombre, mujer o niño. La caza de indios, organizada a caballo y con jaurías de perros, no tardó en convertirse en un lucrativo deporte nacional. Si en la América católica alguien hubiese tratado de negociar con cueros cabelludos indios, habría provocado la más grande indignación de los religiosos y habría sido castigado con penas severas que los reyes habían dispuesto para tutelar los derechos de los indios. Podemos asegurar que, exceptuando los excesos e injusticias de algunos particulares, allá donde estuvo la Iglesia Católica no hubo racismo [9].
En cuanto al tema de la sed de oro, donde se dice que la llegada y la presencia hispánica no tuvo otro fin superior al fin económico, concretamente al propósito de quedarse con los metales preciosos americanos. Por supuesto, esto tampoco es cierto porque, aunque los propósitos económicos de la conquista realmente existieran, y en aquella época eran considerados lícitos por todos los países y creencias, el objetivo último y más importante para la Iglesia Católica era el de descubrir tierras nuevas donde llevar el mensaje de Cristo. Además, no podemos olvidar que en ningún momento se dejó a nadie en la ruina, ya que con la llegada de los conquistadores las condiciones de los indígenas mejoraron y llegaron a ser notablemente superiores a los asalariados europeos. Lo cierto es que toda América fue beneficiada por la minería.
No podemos terminar este tema sin hablar, al menos brevemente, de un personaje de singular importancia: Bartolomé de las Casas quien, después de ser un hombre de no muy loable conducta, tuvo una importante conversión religiosa determinada por los sermones de denuncia de las arbitrariedades de los colonos (entre los que él mismo se encontraba) pronunciados por religiosos, lo cual confirma la vigilancia evangélica ejercida por el clero regular. Con el tiempo se ordenó sacerdote y después entró en la orden de los Dominicos, dedicando el resto de su vida a defender la causa de los indígenas ante las autoridades de España. Tras su insistencia, las autoridades de la Madre Patria atendieron sus consejos y aprobaron severas leyes de tutela para los indígenas.
Lo cierto es que esta protección de la corona a los indios tuvo un efecto negativo, y es que algunos proletarios españoles, necesitados de mano de obra, comenzaron a prestar atención a los holandeses, ingleses, portugueses y franceses que ofrecían esclavos importados de África, capturados por los árabes musulmanes.
La trata de negros (colosal negocio prácticamente en manos de musulmanes y protestantes), sólo afectó de forma marginal a las zonas bajo dominio español, en especial, casi en exclusiva, a las islas del Caribe. Es raro (excepción en Cuba que sufrió mucha de dependencia de Estados Unidos en el s. XIX) encontrar negros en las zonas colonizadas por españoles, a diferencia del Sur de los Estados Unidos, Brasil o las Antillas francesas e inglesas.
En un principio, personajes con pocos escrúpulos pudieron explotar impunemente a los esclavos negros pero, con el tiempo y la presión de los religiosos, también a ellos les iba a llegar una ley española de tutela, cosa que no ocurrió en los territorios protestantes hasta muy entrado el siglo XX. Ciertamente, había católicos españoles que cometieron excesos, pero utilizar estos casos aislados ¡como siempre! para atacar a una religión y a un país que hicieron mucho bien en aquellas tierras, demuestra una vez más de qué pasta están hechos los enemigos de nuestra fe.
No podemos pasar al tema siguiente sin hacer una importantísima aclaración. Puede haber dado la impresión en algunos momentos de haber querido atacar algunas confesiones y religiones distintas a la nuestra, como son las islámicas, las civilizaciones precolombinas y las iglesias protestantes. Nada más lejos de la realidad.
Al igual que al referirnos a la historia de la Iglesia Católica, debemos tener presente en todo momento el contexto histórico en el que se desarrollan los hechos; al hablar de los errores e injusticias cometidos por estos hermanos, es nuestra obligación hacer lo mismo.
El ser humano es imperfecto sea cual sea su cultura, mentalidad o religión, y no hay injusticia mayor que cargar a todos con las culpas de unos cuantos, olvidando, además, los factores externos que influyen en las diversas actuaciones llevadas a cabo. Y peor aún, si cabe, es seguir culpando a las personas del presente por los errores cometidos por otros en el pasado. Pero sí debemos reconocer que hemos tenido una clara intención al relatar los hechos mencionados, y no es otra que la de hacerse preguntar al lector el porqué de los ataques, sólo y exclusivamente a la Iglesia Católica, cuando la realidad es que todas las confesiones, credos, ideologías, culturas, etc., a lo largo de la Historia, han cometido errores.
¿Qué tiene nuestra Iglesia para ser el principal objetivo de todos los ataques?
[1] La forja del Nuevo Mundo. Huellas de la Iglesia en la América española, María Saavedra Inaraja. Sekotia 2008
[2] La leyenda negra anticatólica y antihispánica. Álvaro de Maoturna.
[3] Tres lugares comunes de las leyendas negras, Antonio Caponnetto. Conferencia, Buenos Aires, 1992.
[4] Mayas, Incas y Aztecas oprimían a Garios, Tlaxaltecas, Cempoaltecas, Zapotecas, Otomíes, Cañaris, Huancas, etc.
[5] Tres lugares comunes de las leyendas negras, Antonio Caponnetto. Conferencia. Buenos Aires, 1992.
[6] Tres lugares comunes de las leyendas negras, Antonio Caponnetto. Introducción, Madrid, 2008. www.arbil.org
[7] Leyendas negras de la Iglesia, Vittorio Messori, Ed. Planeta, col. Testimonio, 1999.
[8] Leyendas negras de la Iglesia, Vittorio Messori, Ed. Planeta, col. Testimonio, 1999.
[9] Leyendas negras de la Iglesia, Vittorio Messori, Ed. Planeta, col. Testimonio, 1999.
CATOLICOS SIN COMPLEJOS, por José González Horrillo, Editorial Sekotia, 4ta Edición (2010), Madrid. ISBN: 978-84-96899-81-0
Plegaria que recitaban al alba los navegantes de Colón
“Bendita sea la luz
y la Santa Veracruz
y el Señor de la Verdad
y la Santa Trinidad.
Bendita sea el alba
y el Señor que nos la manda.
Bendito sea el día
y el Señor que nos lo envía”.
Amén.
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