miércoles, 26 de octubre de 2011

Sin secretos



por Gabriela Pousa

El contundente triunfo de Cristina Kirchner en las urnas no fue una sorpresa: desde las primarias de agosto estaba claro cuál sería el resultado en octubre.
La propuesta electa tampoco esconde un doble discurso: el proyecto kirchnerista es explícito y la ciudadanía lo eligió voluntariamente.

A esta altura de los acontecimientos, y aun cuando esta nota se termina de escribir sin conocer con exactitud los guarismos del comicio, nadie puede desconocer que se ha votado por la “profundización del modelo”. Ningún candidato fue tan explícito como la Jefa de Estado: no titubeó jamás a la hora de sintetizar su proyecto, amén de contar –los ciudadanos– con ocho años de previa en los cuales quedó clara en demasía la concepción política kirchnerista.

Es una quimera pretender cambios sustanciales de aquí en adelante, apenas algún maquillaje, y el paso lógico de aquellos que resultaron electos a los nuevos cargos donde, de algún modo, han de continuar con sus negocios. Sería necio ocultar que la base de la administración oficial reposa sobre la concreción de éstos. Discutir acerca de las similitudes y diferencias entre Cristina y Néstor tampoco es serio, adjudicar a la dama un manejo superior o más racional del poder no aporta ningún dato que pueda modificar el escenario.

Lo cierto es que, más allá de los adjetivos que coronen la victoria oficial, de si es o no récord el caudal electoral, etcétera, etcétera, ya están las cartas sobre la mesa. Si acaso Daniel Scioli se acerca a la Presidenta en porcentajes da igual pues su autonomía nunca fue real ni ha de serlo en lo sucesivo. Basta con observar quién lo secunda en el nuevo período.

Posiblemente, lo extraño de esta elección radique en la actitud de los supuestos opositores, derrotados todos antes de que se emitieran los votos. Acudieron a las urnas con una desvergüenza proporcional al fracaso que cosecharon en ellas. Eran conscientes del costo de presentarse como lo hicieron, el individualismo exacerbado arrojó idéntico resultado. De ahora en más, poco aportan las justificaciones que puedan dar. De qué manera ha de enfrentarse Ricardo Alfonsín y sus mentores a Ernesto Sanz o Julio Cobos es el interrogante con que se inicia otra etapa de internas más compleja todavía. Y ése es un ejemplo apenas de cómo quedará compuesta la dirigencia.

Curiosamente, muchos analistas y políticos consideran que, a pesar del resultado “cantado”, la elección puede aún deparar un Congreso con cambios. En rigor de verdad, si algo ha caracterizado al Parlamento nacional es precisamente su condición de río de Heráclito. Jamás se mantuvo intacto, no hay pues novedad. Por otra parte, los cambios que se producen en el recinto responden más a intereses particulares que a un legítimo afán por controlar los actos de gobierno y legislar.

Creer que una vez finalizado el comicio quedará delimitado el futuro teatro de la política es solamente una expresión de deseo. Por más que queden definidos números y porcentajes de diputados y senadores de uno u otro lado, y de allí se desprenda una mayoría relativa y una minoría incluso más relativa, la experiencia nos muestra que los armados originales al poco tiempo se diluyen. ¿Cuántos legisladores mantuvieron su fidelidad a la fuerza que los llevó al lugar donde están? Respondiendo a ello debía sufragarse si se tuviera un mínimo de civismo real y seriedad.

En el Congreso Nacional parece emularse aquel viejo juego de la silla donde todos corren alrededor de estas y, cuando se detiene la música, se sientan sin importar si era o no ese su lugar al comenzar la partida. Asimismo, si nos detenemos a enumerar quiénes resultaron electos para representarnos en el Legislativo, se verá que prima un desconocimiento extremo de todos o de la mayoría de ellos. ¿Cómo aventurar pues sus comportamientos?

La lista sábana sigue siendo protagonista en la democracia argentina. La mentada Reforma Política, paradójicamente o no, no contempló una situación más que peculiar para que una elección sea, sin eufemismos, un optar, un discernimiento. Hoy parece ser únicamente una obligación.

En definitiva, creer que los legisladores mantendrán las posturas por las cuales resultaron precisamente electos durante el nuevo mandato es tan naif como incierto. Lo que sigue se asemeja más a una espera por la depuración de sobrevivientes que a una formación legislativa coherente con el voto popular. Los “pases”, los cambios de camiseta estarán a la orden del día. ¿O no sigue primando la conveniencia y el oportunismo en la dirigencia argentina?

Por lo demás, en esta elección se ha premiado la conformación de estados paralelos como el que dirige Milagro Sala en Jujuy, se eligió la dádiva, las cuotas, la fiesta, el corto plazo en su máxima expresión. Es dable a su vez inferir que los argentinos disfrutan concientemente del engaño, las luces de neón. Se ha privilegiado la política de patotas más allá de que continúe Guillermo Moreno en su cargo, se ha justificado el saqueo votando al ideólogo del “traspaso” de fondos de las AFJP a manos de la ANSES, se consolidó también la inseguridad que Nilda Garré instauró como política oficial desde el Ministerio de Defensa y ahora desde el de Seguridad…

Se votaron las valijas sin remito pero con destinatario harto conocido, se priorizó el doble discurso frente al escenario internacional como lo demuestra la postura de Luis D’Elía frente a Irán en contrapartida con la supuesta postura diplomática oficial. Se ha preferido la permanencia de datos adulterados, del peronismo en su versión más radical. Por último, se puede asegurar que se ha inclinado el electorado por la demagogia “nacional y popular”… No hace falta agregar mucho más.

En síntesis, ganó la Argentina del relato. La otra Argentina, la real, seguirá en consecuencia exactamente igual.
Publicada 24/10/2011. Política Nacional
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