viernes, 13 de enero de 2012

Del can-can a la porteñidad


Autores: Carlos Daniel Lasa, Doña Onírica y Condolasa Arroz.
Don José Benjamín Gorostiaga, conspicuo Ministro de Hacienda del, por entonces, Presidente de la Nación Argentina Don Domingo Faustino Sarmiento, empañó por segunda vez su monóculo y lo pulió meticulosamente.

No podía dar crédito a lo que leía. En el último balance de gastos reservados, el Excmo. Sr. Presidente había consignado sin pudor alguno: «Orgía en París. Costo total: 70 pesos fuertes. Día 14 de julio de 1872». Para la época, la «partuza» ciertamente representaba un escándalo moral con ribetes escabrosos (por lo que el lector podrá conocer más adelante) pero no era esa la mayor preocupación de Gorostiaga. Así lo hizo saber esa noche en una cena en la mansión de los Urrutia Faure.

Estimados caballeros, someto a vuestra consideración este problema que se me ha presentado hoy en el Ministerio: ¿cómo «maquillo» el último gasto reservado del Sr. Presidente en París?
Obviamente que esta consulta fue formulada a los caballeros presentes en el ámbito reservado del fumoir. José Benjamín disimulaba mal su ansiedad y esto fue advertido por el joven José Hernández conocido en la historia como el autor del Martín Fierro. La revelación que estaba a punto de hacer el Ministro de Hacienda sería música celestial para los oídos del joven y talentoso literato. Bonifacio Lastra, que sabía manejarse muy bien en estos menesteres (recuérdese que había sido Ministro de Hacienda de Nicolás Avellaneda), deslizó con picardía:
¿Y podremos saber los caballeros presentes a qué gastos reservados se refiere el Sr. Ministro?
José Hernández fue todo oídos. El Ministro, casi en secreto, deslizó: Le Moulin Rouge.
Don Mamerto de Las Casas, haciendo honor a su nombre, se descolgó con la pregunta más incómoda de la noche: Qué, no entiendo. ¿Qué pasó en el Moulin Rouge?
Todos cruzaron furtivas miradas, y para distender el incómodo momento, Bartolo de Alvear propuso jugar una partida de ajedrez. Sin embargo, no había peón, reina ni rey que desviaran el interés del joven Hernández. Así, minutos más tarde, cuando el cognac ablandó las aristocráticas seseras, Hernández presionó a Gorostiaga que terminó por confesar:
Pero, ¡el «Pelón» de Sarmiento estuvo haciendo estragos con unas bataclanas en París y pretende que la Nación Argentina le pague sus orgí… digo sus festicholas!
Bueno señores –replicó Belisario Peña Lloret–, de un político es esperable y mucho más si se trata de Sarmiento. ¡Después del escándalo con Mariquita, ya nada sorprende!
El Ministro de Hacienda ya no tuvo reparos en ocultar información: reveló la existencia de comprometedoras fotos de Sarmiento, con peluquín, bailando el can-can; el nombre de una de las “alternadoras” que divirtió al Presidente aquella noche y los rumores de un baño en paños menores –calzoncillos largos– a orillas del Sena.
Era toda la información que necesitaba Hernández. Al tiempo que salía disparado como un resorte del cómodo diván de cuero, murmuraba «la venganza es el dulce néctar de los dioses» (debemos aclararle al lector que el enfrentamiento entre Domingo Faustino y José era bien conocido por la sociedad porteña de aquel entonces. Mientras el primero exaltaba la literatura en inglés y en francés, el segundo rendía tributo a la figura del «bárbaro» gaucho).
A gran velocidad Hernández se dirigió a la redacción de Avispita, el periódico chimentero de la época, dirigido por la temida dupla de Carlo L’Orso y Al Biondini. Eran las 23 horas y los buenos amigos imprenteros no lograban terminar de dar forma a la portada del día siguiente. Sin embargo, con los datos proporcionados por Hernández calcularon afilar el aguijón de avispita por lo menos hasta fin de mes.
Avispita había nacido como un diario opositor, pero por problemas económicos intentaron obtener «subsidios» de parte del gobierno. El “Pelón” los sacó a «pico abierto» y, desde entonces, L’Orso y Al Biondini no le sacaban el cuchillo de la panza al Primer Mandatario. De ahí que esta “info” fuera como maná en el desierto.
Con letra de molde tamaño 125 titularon: «Desenfreno sexual: Sarmiento en el Moulin Rouge». Seguido de los siguientes subtítulos: «La verdad sobre los gastos reservados del Presidente. Zülmè Lobaté, la bailarina que “engatusó” a Sarmiento. Los celos de Mariquita. Las fotos del Primer Mandatario bailando el can–can. Revuelo en el seno de la Iglesia. Posibles renuncias de Ministros. Inminente juicio político en el Congreso».
Al día siguiente, Avispita se vendió como pan caliente. Triplicó su habitual tirada. Superó en ventas a La Nación, Crítica, La Prensa y El Federal juntos. No cabían dudas: el titular había sido todo un éxito.
El Licenciado Marcos Sonzini, mano derecha de Sarmiento, acostumbraba a leer, con la primera luz del día, diversos periódicos, además de El Zonda de Mendoza, El Pampero de Santa Rosa, Los Principios de Córdoba y La Gaceta de Tucumán. No faltaban en su escritorio el Informe Mensual de la Damas de la Caridad, el Balance de la Sociedad Española de Socorros Mutuos y los Registros de nacimientos y defunciones de la Santa Madre Iglesia. Se leía todo. Pero esa mañana el aguijón venenoso de Avispita le paralizó medio cuerpo. El Licenciado pensó encontrar al Presidente en su despacho pero se dio en taperas: Sarmiento, para nada sarmientino, se había pegado el faltazo. De inmediato, lo mandaron a buscar. Sarmiento llegó con la almohada pegada a la cara y todavía, medio atontado por el sueño y la noticia, convocó, de manera urgente, a una reunión de gabinete.
Sentado en la cabecera de la mesa de la Sala Oval, y sin mediar el «buenos días», Sarmiento cedió la palabra al Licenciado Sonzini (como quien tira una papa caliente a otro). Rápido de reflejos, Sonzini ya había pergeñado un plan. Y así comenzó a exponerlo a los Sres. Ministros: Ante todo quisiera saber, Sr. Presidente, de cuántos fondos disponemos para… Tengo un plan in mente.
Sarmiento volvió a tirar la papa caliente al Ministro de Hacienda quien, como buen tenedor de libros y a regañadientes, manifestó que había algunos pesos disponibles. Sonzini prosiguió: La idea es convocar a una Conferencia de Prensa esta misma tarde para ganar los titulares de los diarios mañana.
El Sr. Presidente anunciaría un batería de planes con el tema más valorado por los porteños: la educación.
Barajo algunas propuestas como las siguientes -dijo Sonzini mientras relojeaba sus apuntes. Y comenzó: Puesta en marcha del Plan “Diez Escuelas”; “Fortaleciendo nuestra identidad: diez novelas camino al Centenario”;“Plan 180 días: a clases con Sarmiento”;Plan American teachers; Plan “Barbarie Cero”.
Si el estimado lector hubiese podido estar presente en la reunión no le habría pasado inadvertido que el camarero, sigilosamente, ya había ofrecido unas cinco ruedas de café. Cada ronda servida equivalía a un chisme ofrecido a Al Biondini que estaba “pasilleando” en la Rosada. El mentado camarero, conocido en la cocina política como “dragón con diarrea”, traducía para sus adentros cada detalle del desliz presidencial en pesos fuertes.
Sarmiento, no acusando recibo de semejante escándalo, quiso distraer a los presentes con lo que sigue: Me ha interesado sobremanera el Plan de las diez novelas. Propongo que sea incluido en la lista mi Facundo.
Las mismas miradas furtivas que se cruzaron los caballeros en el fumoir de la mansión de Urrutia Faure se repitieron en esta oportunidad entre los Ministros. El silencio fue elocuente, pero Sarmiento, sin medir el pulso de la realidad, ya imaginaba a los escolares en sus pupitres recitando su Facundo. En el mismo momento en que el Presidente proyectaba su sueño, el Ministro de Guerra deslizó al oído de Gorostiaga: ¡Pobres pibes! ¡El Facundo es un plomo!
“Chupamedias” como el solo, el Licenciado Sonzini aprobó con beneplácito el proyecto de introducir al Facundo entre las diez noveles que leerían los escolares, pero tuvo la infortunada idea de sugerir que se incluyera también al Martín Fierro de José Hernández en esa lista. Sarmiento montó en cólera y descargó un puñetazo sobre la Mesa Oval: ¡Cómo se le ocurre Licenciado poner a ese gaucho cuatrero a la altura de mi civilizado y noble Facundo!
Sonzini advirtió que el Presidente estaba, como vulgarmente se dice, “meando fuera del tarro” y se apresuró a salirle al cruce con otra propuesta que, dicho sea de paso, acababa de ocurrírsele en ese momento: -Yo propongo al Sr. Presidente y a los Sres. Ministros instituir el día 17 de septiembre como el Día de la porteñidad en conmemoración de la batalla de Pavón.
Por la mente de Sonzini desfilaban, con una rapidez vertiginosa, los posibles slogans de la festividad. Y con la misma exaltación con la que Euclides pronunció su Eureka, Sonzini expresó en voz alta: -¡Buenos Ayres, te banco a muerte!
Ese sería el slogan. A Sarmiento, que era “leido”, no le pasaron inadvertidos los ribetes “rosistas” del slogan, pero no estaba en condiciones de hacerse el “cocorito”. Sonzini con una pasmosa rapidez y con la destreza de un mago, delineó el Programa.
08.00 hs.: Mazamorra para todos.
10.00 hs.: Reparto de pastelitos bajo la supervisión de Yiya de Muraldo.
11.00 hs.: Fanfarria del Alto Perú del 5to. Batallón de los Granaderos. Interpretan: versión corta del Himno Nacional en la voz de Mariquita Sánchez de Thompson.
12.00 hs.: Almuerzo popular: el locro más grande del Río de la Plata.
15.00 hs.: Desfile de las Damas de la Caridad. Presentación en sociedad de las quinceañeras en edad de merecer.
17.00 hs.: Gran Pericón popular.
18.00 hs.: Salva de 17 Cañonazos y arrío del Pabellón del Nacional con Abanderados y escoltas de todas las escuelas porteñas. Discurso Presidencial.
Sarmiento advirtió, perspicazmente, que era la mejor maniobra distractora que su ladero había diseñado, y se felicitó por haberlo elegido. Acto seguido perforó con su mirada al Ministro de Hacienda. Gorostiaga entendió qué tenía que hacer: “dibujar” una nueva partida presupuestaria lo suficientemente creíble como para que los Tribunos de Cuentas no le comieran el hígado.
El 17 de septiembre de 1872 fue lo más parecido a un 17 de octubre: apacible y soleado. La Plaza de la Victoria (hoy Plaza de Mayo) amaneció embanderada y con olor a mazamorra. Las carretas de los hacendados llegaban, una a una, trayendo a la peonada. Había que llenar la plaza. A Sarmiento no le cuadró mucho el panorama que veía desde su despacho de la Rosada, pero no tenía más remedio que “tragarse el sapo”.
El Programa de festejos se desarrolló con cierta normalidad y previsibilidad: si bien se quemó el fondo de la mazamorra, la peonada no acusó recibo. Como quien dice, “a caballo regalado no se le miran los dientes”. Los pastelitos de Yiya “zafaron” salvo por dos Damas de la Caridad que tuvieron que ser hospitalizadas. El desfile se desenvolvió normalmente, pero hubo quien vio alguna que otra veinteañera colada que no quería quedarse para vestir santos. La que dio la nota fue la Fanfarria. Parece que las trompetas no habían estudiado su parte y desafinaron a más no poder. A Mariquita, sin embargo, esto le vino regio porque sus agudos y destemplados vibratos pasaron a un segundo plano. El locro fue todo un tema aparte porque, a juzgar por el paladar de los porteños, estaba muy aguachento y con mucho zapallo y mondongo. El chorizo colorado y la falda brillaban por su ausencia. Hubo también uno que otro incidente con el Pericón popular porque no previeron las cintas. El Licenciado Sonzini recurrió al “dragón con diarrea” para que fuera a la mercería de la calle De La Merced esquina Santa Trinidad, pero el mandadero exigió el pago de horas extras. Sonzini le prometió llevarse 20 porciones de locro a su casa. Respecto de la salva de cañonazos, fue un rotundo fracaso: de los 17 sólo se escucharon 10. Y al momento de hacer Sarmiento su augusta aparición para arriar el Pabellón nacional y dar su discurso, solamente los Ministros le hicieron el aguante y uno que otro Abanderado de los que todavía quedaban en pie. La peonada, dormía a pata ancha bajo los efectos del aguardiente. Por su parte, las Damas de la Caridad, como ya es sabido, estaban en el Hospital.
Avispita. Buenos Ayres, 18 de septiembre de 1872. «Gran fiesta popular celebrando la porteñidad. Más de 50.000 personas en Plaza de la Victoria. El éxito del locro más grande del Río de la Plata. Sarmiento: “Hoy es el día de la civilidad. Buenos Ayres es un faro de progreso. Buenos Ayres, te banco a muerte”. Pericón y candombe en las calles porteñas».
Sarmiento dobló satisfecho el periódico. Y la historia lo juzgó tal como él supuso que pasaría a la posteridad: como el gran educador argentino.

Nota bene: Por si el lector quedó con el aguijón de la duda, “dragón con diarrea” era el apodo que había recibido el buen sirviente de la Rosada porque si no te quemaba… te cagaba (sepa el lector disculpar este exabrupto).

Carlos Daniel Lasa
Posted by Carlos Daniel Lasa in Humor, Política. 10 ene 2012
Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!

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