Benedicto XVI recordó además que la Iglesia, con la predicación y los sacramentos, cumple un papel mediador como el de la Virgen María.
A las 9.30 tuvo lugar en la Basílica de San Pedro la misa por la solemnidad de María Santísima Madre de Dios, concurrente con la 45ª Jornada Mundial de la Paz, celebrada bajo el lema Educar a los jóvenes en la justicia y en la paz.
Por esa significación especial, la concelebró el Papa con los cardenales y obispos responsables de la secretaría de Estado y de los Consejos Pontificios Justicia y Paz y de Diálogo Interreligioso, los tres instrumentos principales de la política vaticana para promover en el mundo la paz y la concordia entre estados y personas.
La homilía del Papa tuvo dos mitades bien diferenciadas, una consagrada a la Madre de Dios y otra a la importancia de la educación como instrumento contra el relativismo de la cultura contemporánea.
La mediación de la Virgen y de la Iglesia
Tras recordar la "luz nueva que irradiaba" el Niño que nació en Belén, el Papa explicó que fue la Virgen María quien "acogió a Jesús y lo dio a luz para toda la familia humana", y que por ello es "madre y modelo de la Iglesia, que acoge en la fe la Palabra de Dios y se ofrece a Dios como tierra fértil en la que Él puede continuar realizando su misterio de salvación".
También la Iglesia es mediadora y "participa en el misterio de la divina maternidad mediante la predicación, que difunde por el mundo la semilla del Evangelios, y mediante los sacramentos, que comunican al hombre la gracia y la vida divina. Como María, la Iglesia es mediadora de la bendición de Dios para el mundo: la recibe acogiendo a Jesús y la transmite llevando a Jesús".
Benedicto XVI explicó luego la importancia que la Iglesia concede a la paz entre los pueblos, sobre todo tras la experiencia de las dos guerras mundiales. Y, "en los últimos tiempos, se ha convertido en intérprete de una exigencia que afecta a las conciencias más sensibles y responsables a la suerte de la humanidad: la exigencia de responder a un desafío decisivo, el educativo".
El desafío de educar
¿Por qué es un "desafío"?, se pregunta el Papa: "Al menos por dos motivos: en primer lugar, porque en la era actual, fuertemente caracterizada por la mentalidad tecnológica, querer educar y no sólo instruir no va de suyo, es una decisión; en segundo lugar, porque la cultura relativista plantea una cuestión radical: ¿tiene aún sentido educar? Y educar, ¿en qué?".
"Hay que adumir la responsabilidad de educar a los jóvenes en el conocimiento de la verdad, en los valores fundamentales de la existencia, en las virtudes intelectuales, teologales y morales", y eso "significa mirar el futuro con esperanza".
En un mundo cada vez más pequeño, donde surgen los riesgos de la intolerancia y la violencia, "sólo una sólida educación de la conciencia de los jóvenes puede ponerles al amparo de esos riesgos y hacerles capaces de luchar siempre y sólo contando con la fuerza de la verdad y del bien. Esta educación parte de la familia y se desarrolla en la escuela y en las demás experiencias formativas".
Y se trata, entre otras cosas, de tener "la fuerza interior para dar testimonio del bien incluso cuando cuesta sacrificio, y con el perdón y la reconciliación. Así podrán convertirse en hombres y mujeres verdaderamente pacíficos y constructores de paz".
El Papa exhortó luego a las comunidades religiosas a ser conscientes del papel que les corresponde en esa tarea: "Todo itinerario de auténtica formación religiosa acompaña a la persona, desde la más tierna edad, a conocer a Dios, a amarle y a hacer su voluntad".
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