Por su actualidad, publicamos este artículo del Cngo Prof. Ricardo B. Mazza, escrito en el año 2006.
1. La realidad “creatural” dignificante del hombre.
Leyendo y reflexionando la Palabra de Dios encontramos el sentido pleno de nuestra vida humana. Dentro de este sentido de nuestra vida hallamos las distintas características que nos identifica como seres humanos, criaturas racionales, que en el hecho de la creación libre que Dios hace de nosotros se vislumbra la dignidad con la que hemos sido revestidos. El libro del Génesis nos presenta la voluntad de Dios que dice en el origen de lo creatural: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza” (Gén. 1,26). De entrada se enseña que el hombre es el único que comparte desde su misterio, el Misterio de Dios. Grandeza del hombre que hace exclamar al salmista: “Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano, para que lo cuides?” (Salmo 8, vv. 4 y 5). Es que el ser humano resplandece en su existencia como aquel que tiene sentido por sí, “vocado” a la comunión con Dios. El ser “vocado”, esto es, llamado a la existencia plena, relaciona al hombre directamente con su Creador. Y para que cumpla con su peculiar llamado, Dios crea a las demás criaturas que pueblan la tierra. Es el hombre “el grande “entre los pequeños. Tal grandeza hace que el hombre haya sido creado un “poco inferior a los ángeles”, que haya sido coronado de “gloria y esplendor”, que se le haya dado “dominio sobre la obra de tus manos (las de Dios)” y que todo haya sido puesto bajo sus pies. (cf. salmo 8, 6 y 7). El Génesis respira entonces un clima de grandeza humana que nace de la Grandeza de su Creador. De allí que el hombre pueda realizarse sólo en la comunión con Dios, reconociendo su dependencia creatural con El y manteniendo el señorío -servicio que Dios le ha otorgado. De hecho el mundo actual que se ha olvidado de Dios, o por lo menos lo mira con indiferencia, presenta muchas veces una realidad humana insatisfecha, cerrada en sí misma, y por lo tanto dispersa en la desorientación. Y esto porque al no reconocer a su Creador, se minimiza como criatura. No está la grandeza del hombre en querer “ser como Dios,”sino en asumirse plenamente como criatura, llamado a la comunión con el que le dio el ser y lo destinó a la perfección.
Leyendo y reflexionando la Palabra de Dios encontramos el sentido pleno de nuestra vida humana. Dentro de este sentido de nuestra vida hallamos las distintas características que nos identifica como seres humanos, criaturas racionales, que en el hecho de la creación libre que Dios hace de nosotros se vislumbra la dignidad con la que hemos sido revestidos. El libro del Génesis nos presenta la voluntad de Dios que dice en el origen de lo creatural: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza” (Gén. 1,26). De entrada se enseña que el hombre es el único que comparte desde su misterio, el Misterio de Dios. Grandeza del hombre que hace exclamar al salmista: “Al ver el cielo, obra de tus manos, la luna y las estrellas que has creado: ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano, para que lo cuides?” (Salmo 8, vv. 4 y 5). Es que el ser humano resplandece en su existencia como aquel que tiene sentido por sí, “vocado” a la comunión con Dios. El ser “vocado”, esto es, llamado a la existencia plena, relaciona al hombre directamente con su Creador. Y para que cumpla con su peculiar llamado, Dios crea a las demás criaturas que pueblan la tierra. Es el hombre “el grande “entre los pequeños. Tal grandeza hace que el hombre haya sido creado un “poco inferior a los ángeles”, que haya sido coronado de “gloria y esplendor”, que se le haya dado “dominio sobre la obra de tus manos (las de Dios)” y que todo haya sido puesto bajo sus pies. (cf. salmo 8, 6 y 7). El Génesis respira entonces un clima de grandeza humana que nace de la Grandeza de su Creador. De allí que el hombre pueda realizarse sólo en la comunión con Dios, reconociendo su dependencia creatural con El y manteniendo el señorío -servicio que Dios le ha otorgado. De hecho el mundo actual que se ha olvidado de Dios, o por lo menos lo mira con indiferencia, presenta muchas veces una realidad humana insatisfecha, cerrada en sí misma, y por lo tanto dispersa en la desorientación. Y esto porque al no reconocer a su Creador, se minimiza como criatura. No está la grandeza del hombre en querer “ser como Dios,”sino en asumirse plenamente como criatura, llamado a la comunión con el que le dio el ser y lo destinó a la perfección.
2. El señorío del hombre en dar la vida.
Sigue diciendo el Génesis (1,28) acerca del varón y de la mujer que creó Dios: “sed fecundos, multiplicaos, llenad la tierra y sometedla”.
Fecundidad no sólo en transmitir la vida, vocación humana a pro-crear con Dios nuevas e incontables imágenes y semejanzas suyas, sino fecundidad en hacer producir la tierra según el plan de Dios.
Se despliega así el señorío del hombre sobre todo lo creado, no para abusar de la naturaleza y esclavizarse a ella, sino para descubrir su insondable riqueza y capacidad para expresar la infinita bondad del Creador.
Ser Señor de lo creado es continuar la obra del Creador en el despliegue de su infinita riqueza.
Ser Señor de lo creado es descubrir que todos los bienes son del y para el hombre, y que el hombre no es más que administrador sabio que reparte a cada hermano lo que necesita para crecer como imagen de Dios.
En su señorío sobre lo creado, el hombre sirve a lo creatural permitiendo con su inteligencia y voluntad que aquello que no es él, aparezca claramente en su diferenciación como “vestigio” de Dios que sirve al que es “imagen de Dios”.
De esa manera, el hombre se dirige permanentemente a la verdad con su inteligencia, y al bien con su voluntad.
Y es esta apertura a la verdad y al bien lo que lo hace realmente libre de toda atadura de lo creatural.
Justamente esta carencia de orientación a la verdad y al bien, es lo que conduce en la actualidad, a que el hombre esté “alienado” en las cosas, subordinado a ellas, perdiendo así su señorío de imagen y semejanza.
Pero el hombre manifiesta también su Señorío cuando sirve a la vida.
Creado para “dar vida”, cooperando con el que es dador de vida, el hombre manifiesta su señorío cuando dominando la tentación de disponer a su arbitrio en este campo, sirve a la vida reconociendo que su capacidad para pro-crear es don y tarea a la vez.
Es señor en cuanto “don” cuando encauzando sus propios instintos y el espejismo de poderlo todo, sirve a la vida según el plan del Creador, entendiendo que es mejor cuando sirve y no cuando se sirve a su antojo de lo que Dios le ha dado.
Es señor en cuanto “tarea”, porque al pro-crear permite que sean innúmeros los “imagen y semejanza “del Creador que se sientan en la mesa del pan material y aspiren desde aquí a participar del banquete eterno.
3. El señorío del hombre en el desarrollo de lo creado por el trabajo.
Es en el trabajo donde el hombre realiza también adecuadamente su señorío, porque allí pone su inteligencia y voluntad al servicio de la verdad y el bien.
De la verdad, porque “educa”, es decir saca a la luz la verdad del ser de las cosas, subordinado a todo lo humano.
Del bien, porque descubre que las obras de la creación divina, están para ayudar a la realización de las personas.
En el trabajo cotidiano, el hombre realiza el proyecto divino de mostrar la belleza de lo creado, quedando patente así, la grandeza y perfección de quien hizo todo.
Por el trabajo cotidiano el hombre obtiene el pan para la mesa de los suyos y lo comparte con los otros, descubriendo su apertura a la alteridad.
Es por el trabajo que las cosas creadas cantan permanentemente un himno de alabanza al Creador al mostrar sus perfecciones, pero al señalar que su grandeza es insignificante al compararla con la de quien es “imagen y semejanza de Dios”, único constituido para dialogar con el Creador, abierto siempre a la trascendencia.
El trabajo con sudor expresa que el trabajador da lo mejor de sí en lo que hace, siempre en máxima tensión de sus potencialidades.
De allí que cuando el hombre carece de trabajo se sienta empequeñecido, no sólo porque no tiene el pan para llevar a su mesa, -signo de su fecundidad industriosa-, sino también porque deja de manifestar de qué es capaz en la tarea constructiva que el Creador le ha encomendado.
Es por eso que cuando los poderes de este mundo no facilitan o no crean fuentes de trabajo, no sólo empujan a sus hermanos a vivir en la pobreza, sino que quitan al hombre la posibilidad de ser personas co-creadoras con Dios.
Otorgar sólo “planes” paliativos, verdaderos remedos del trabajo, es querer alimentar con las migajas de la mesa del rico, la dignidad del hombre.
Al faltar trabajo aumenta la pobreza de muchos que carecen de la riqueza de dar a luz sus reales posibilidades.
En fin, cuando el hombre descubre y ejerce su señorío sobre lo creado, sirviendo a sus hermanos, se somete humildemente en todo lo que hace al único Señorío supremo, el de Dios.
4. El trabajo ordenable y ordenado a Dios.
Cuando falta el trabajo, se condena al hombre a no cantar las maravillas del Señor, a no poder ordenar lo mejor de sí a quien lo ha creado.
Esta es otra verdad inherente al trabajo dignificante: ordenar todo lo creado a Dios.
Así lo confirma san Pablo (Colosenses 3, 17 y 23): “Todo lo que podáis decir o realizar, hacedlo siempre en nombre del Señor Jesús, dando gracias por él a Dios Padre…. Cualquiera que sea vuestro trabajo, hacedlo de todo corazón, teniendo en cuenta que es para el Señor y no para los hombres”.
Esta afirmación del Apóstol nos sitúa en el centro de una verdad incontrastable: todo trabajo debe ser ordenado a Dios. Y sólo puede ser ordenado a Dios lo que es verdadero y bueno. Verdadero en cuanto respeta el ser creatural del hombre, bueno en cuanto ennoblece al que lo realiza.
Esto nos hace ver el delirio en el que caen los que defienden como trabajo aquello que degrada al hombre en su ser y en su obrar.
Y así, por poner un ejemplo, cuando en la provincia de Santa Fe se habló hace ya un tiempo de legislar dando un marco legal a las así llamadas “trabajadoras sexuales”, se afrentó al ser humano al querer condenarlo a vivir en la mentira de un “ilusorio” trabajo y en el mal de un actuar degradante. En rigor se pensaba legislar afianzando la esclavitud de la mujer.
Tal “trabajo”, al igual que otros que comercian con las debilidades humanas, o con el fomento del juego desenfrenado, o la drogadicción, y la pornografía, o la existencia de zonas liberadas para el delito, o la usura institucionalizada, son obras propias de las tinieblas que jamás pueden conciliarse con el sentido verdadero del trabajo ya que no pueden ser ordenadas al Creador.
No es excusa el decir que permitir estas cosas satisface necesidades reales de la población ya que “vuestro trabajo…..es para el Señor y no para los hombres”.
Un verdadero y buen marco legal, en cambio, es el de respetar el señorío del ser humano creando ámbitos para sacarlo de lo denigrante, de una esclavitud cada vez más despiadada , ofreciéndole posibilidades de un trabajo que enaltezca el quehacer humano permitiendo potenciar las cualidades personales.
5. San José modelo de trabajador.
Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Redemtoris Custos (Custodio del redentor) dedicada a San José, esposo de la bienaventurada Virgen María se refiere en los números 22 a 24 al trabajo como expresión del amor.
Dice Juan Pablo II: “expresión de este amor en la vida de la familia de Nazaret es el trabajo” (nº 22). José como carpintero “trataba de asegurar el mantenimiento de la familia”.
La Sagrada Familia es ejemplo y modelo no sólo en orden de la salvación y de la santidad, sino también en “el trabajo de Jesús al lado de José, el carpintero”.
Sigue reflexionando el Pontífice en el nº 23: “En el crecimiento humano de Jesús “en sabiduría, edad y gracia” representó una parte notable la virtud de la laboriosidad, al ser “el trabajo un bien del hombre” que “transforma la naturaleza” y que hace al hombre “en cierto sentido más hombre”.
¡Qué necesidad tiene nuestra Patria de una cultura del trabajo que permita al hombre dar lo mejor de sí y sacar a la luz las potencialidades que la creación toda ofrece!
¡Qué necesidad tenemos que el trabajo no se vea como medio para saciar el deseo insatisfecho del lucro desmedido, a expensas de la búsqueda de una vida austera que aspire a la sencillez y a saber comer el pan con alegría y con los demás!
¡Qué necesidad tenemos de vencer la holgazanería, el deseo irrefrenable de obtener rápidas ganancias sin esfuerzo y sin virtud!
¡Qué falta nos hace aprender aquello de dedicarnos según los dones que del Señor hemos recibido y no creernos, por afán de poder o de lucro, que es lícito embarcarnos en aquello para lo cual no somos idóneos!
¡Qué falta hace ganar el pan con el esfuerzo personal y no con la facilidad que la coima otorga!
Se hace cada vez más actual lo que decía Juan Pablo II (nº 24) en el sentido de que “se trata, en definitiva, de la santificación de la vida cotidiana, que cada uno debe alcanzar según el propio estado y que puede ser fomentada según un modelo accesible a todos: “San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos, San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan “grandes cosas”, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas”.
6. El trabajo y la solidaridad.
Decía bellamente Pablo VI al pueblo mexicano con motivo de la fiesta de Ntra Señora de Guadalupe (L´Osservatore romano,18 de octubre de 1970): “Un cristiano no puede menos que demostrar su solidaridad para solucionar la situación de aquellos a quienes aún no ha llegado el pan de la cultura o la oportunidad de un trabajo honorable y justamente remunerado, no puede quedar insensible mientas las nuevas generaciones no encuentren el cauce para hacer realidad sus legítimas aspiraciones, y mientras una parte de la humanidad siga estando marginada a las ventajas de la civilización y del progreso………Os exhortamos de corazón a dar a vuestra vida cristiana un marcado sentido social –como pide el Concilio-, que os haga estar siempre en primera línea en todos los esfuerzos para el progreso y en todas las iniciativas para mejorar la situación de los que sufren necesidad. Ved en cada hombre un hermano, y cada hermano a Cristo, de manera que el amor a Dios y el amor al prójimo se unan en un mismo amor, vivo y operante, que es lo único que puede redimir las miserias del mundo, renovándolo en su raíz más honda, el corazón del hombre”.
Y continúa el papa: “El que tiene mucho que sea consciente de su obligación de servir y de contribuir con generosidad para el bien de todos. El que tiene poco o no tiene nada que, mediante la ayuda de una sociedad justa, se esfuerce en superarse y en elevarse a sí mismo y aun a cooperar al progreso de los que sufren su misma situación. Y, todos, sentid el deber de uniros fraternalmente para ayudar a forjar ese mundo nuevo que anhela la humanidad”.
Cngo Ricardo B. Mazza
Director del CEPS “Santo Tomás Moro”. Profesor Titular de Teología Moral y Doctrina Social de la Iglesia en la Universidad Católica de Santa Fe. 30 de abril de 2006. ribamazza@gmail.com. http://ricardomazza.blogspot.com
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