por el Cngo Ricardo B. Mazza *
“En la vida política parece casi indecente hablar de Dios, como si fuese un ataque a la libertad de quien no cree” (Cardenal Ratzinger).
1.-La figura de San Luis IX (1214-1270)
Este 25 de agosto nuevamente celebra la Iglesia Católica a un gran santo que fue gobernante. Me refiero a San Luis IX, rey de Francia.
Una característica sobresaliente en él fue el amor a Dios por sobre todas la cosas que le daba real sentido no sólo a su vida personal, sino también al papel que le tocó desempeñar como gobernante.
Siendo su amor a Dios lo principal, le permitió analizar desde esta mirada de fe todo su actuar político, alcanzando así un desempeño eficaz.
No podría ser de otra manera, ya que cuando el gobernante está imbuido y contenido por la fe en Dios es capaz de mirar en su verdadera dimensión todo su obrar político.
En efecto, sintiéndose hijo de Dios, supo mirar a todos los gobernados de su Patria desde la óptica de la filiación divina.
Sentirse encumbrado en el poder fue considerado por él como un don inmerecido que lo obligaba a velar por los demás, especialmente por los pobres y más excluidos de la sociedad.
De allí que buscara siempre aliviar las necesidades de los más débiles. Incluso a aquellos “pobres vergonzantes” que no se animaban a pedir para ellos, les hacía llegar ocultamente aquellos beneficios que más urgían.
Cuando alguien le recordó una vez que al pueblo pudiera no gustarle el tiempo que él dedicaba a la devoción y oración particular contestó sabiamente que “de eso no me avergüenzo ni me avergonzaré jamás. Y esté seguro de que si en vez de ir a esas reuniones a orar, me fuera a otras reuniones a beber, bailar y parrandear, entonces sí que esas gentes no dirían nada. Prefiero que me alabe mi Dios aunque la gente me critique, porque por El vivo y para El trabajo, y de El lo espero todo".
Indudablemente el reconocer que “por Dios vive” le permitía sentirse no sólo vinculado a su Creador, sino también necesitado de su providencia y dependiente de su misericordia.
Y así, el verse necesitado de Dios le permitía referirse a El cuando del cumplimiento de su voluntad se trataba, confiando más en la luz de lo alto que en las luces propias y de sus ministros.
Y al experimentarse dependiente de su misericordia, era consciente que habría de darle cuenta algún día por sus actos no sólo de la vida privada, sino también como rey de su nación.
Esta concepción le ayudaba a considerar que sus actos de gobierno “no eran neutros” o “cosas de la política” como si pudiera obrar de cualquier manera con impunidad -según sus proyectos- al modo maquiavélico, sino que cada obrar suyo tenía una referencia moral al estar su vida toda ordenada a su Señor.
Su adhesión a la Iglesia por la fe, le permitía reconocer que ésta fue constituida por Cristo, y que más allá de las corruptelas que pudieran existir en sus miembros, visualizaba en ella la presencia viva del Salvador.
Por lo tanto cuando la Iglesia enseñaba acerca de la fe y costumbres, su palabra no era una “simple opinión”, como repiten los sedicentes gobernantes católicos de nuestro tiempo, sino una enseñanza a acatar o una admonición digna de ser tenida en cuenta en orden a corregir los rumbos desviados de la verdad o de la justicia.
2.- La marginalidad de Dios en el pensamiento de Benedicto XVI
Esta actitud de san Luis IX, rey de Francia, modelo de gobernante que mira a Dios y desde El mira y cobija al prójimo, contrasta con la visión actual que lo excluye abiertamente.
El Cardenal Joseph Ratzinger –meses antes de ser elegido papa- decía lo siguiente sobre la exclusión de Dios en la política: “En la vida política parece casi indecente hablar de Dios, como si fuese un ataque a la libertad de quien no cree. El mundo político sigue sus normas y caminos, excluyendo a Dios como algo que no es de este mundo. Igual pasa en el comercio, la economía y la vida privada. Dios se queda al margen. A mí, en cambio, me parece necesario volver a descubrir, y existen las fuerzas para ello, que también la esfera política y económica necesita una responsabilidad moral, que nace del corazón del hombre y tiene que ver con la presencia o ausencia de Dios. Una sociedad en la que Dios está totalmente ausente se autodestruye. Lo hemos visto en los grandes regímenes totalitarios” (1)
No es necesario analizar mucho para advertir cuán acertado está el actual pontífice al realizar estas afirmaciones. Basta con analizar las denuncias comprobadas o a probar sobre el estado de corrupción del mundo de la política, para darnos cuenta en qué estamos fundando la actual vida de nuestros pueblos.
La corrupción en el manejo de los dineros que son de todos, lleva no sólo al enriquecimiento personal o de grupos, sino al empobrecimiento de tantos a quienes no les llega lo necesario para vivir.
E indudablemente la causa de estas actitudes no puede estar más que en la ausencia de Dios en la vida privada y pública de quienes así obran.
En efecto, el desalojo de Dios como único soberano de cada uno y de todos los que vivimos en este mundo, hace posible que el mismo hombre se erija en dueño despótico de los bienes, aún de aquellos que sólo le son confiados a modo de administración, por ser de todos.
Si no se teme a Dios, a quien más tarde o más temprano se ha de rendir cuentas por los actos realizados en perjuicio de los hermanos, ¿es posible temer el repudio público del mismo pueblo en medio de un sistema que goza de impunidad, y donde la justicia misma sirve al poderoso de turno?
Alejado de Dios el gobernante, se aleja también de los conciudadanos a quienes ha de servir desde el ejercicio del poder político.
¿Estaremos en vísperas de que se cumpla lo afirmado por Benedicto XVI: Una sociedad en la que Dios está totalmente ausente se autodestruye”?
3.-San Luis al servicio de su pueblo, modelo a seguir.
Sabía Luis IX que como rey debía servir a su pueblo. De allí que luchó contra la usura que arruinaba especialmente a los más pobres, castigando duramente a los que se enriquecían con toda clase de injusticias.
En su tiempo fue fundada en París la Universidad de La Sorbona, y el santo rey la apoyó lo más que pudo promoviendo así al desarrollo de la cultura con el convencimiento de que un pueblo “cultivado” favorecía el desarrollo de la nación francesa.
Con los pocos recursos de su tiempo –por las guerras que lamentablemente se producían- favoreció el cuidado de la salud haciendo construir - por ejemplo- un hospital para ciegos, que llegó a albergar 300 enfermos.
Como gobernante buscaba por todos los medios que se evitaran las peleas y las luchas entre cristianos. Siempre estaba dispuesto a hacer de mediador entre los contendientes para arreglar todo a las buenas. ¡Qué distinta la situación en nuestra Patria donde predomina el reclamo continuo de “pase de facturas”!
Al respecto nos advierten los Obispos argentinos en estos días: “Nuestro país sufre todavía fragmentación y enfrentamientos, que se manifiestan tanto en la impunidad, como en desencuentros y resentimientos. Nos queda pendiente la deuda de la reconciliación. En este sentido, el Papa nos recuerda que “las condiciones para establecer una paz verdadera son la restauración de la justicia, la reconciliación y el perdón”(2,8).
San Luis amaba a su familia, respetaba y fortalecía esta institución natural, ámbito en el que deben formarse las personalidades de las personas de un modo integral.
En nuestra Patria en cambio, la familia es continuamente desconsiderada de mil formas, de allí la necesidad de hacer realidad lo que reclaman los Obispos cuando dicen: “la familia: fundada en el matrimonio entre varón y mujer, es la célula básica de la sociedad y la primera responsable de la educación de los hijos. Debemos fortalecer sus derechos y promover la educación de los jóvenes en el verdadero sentido del amor y en el compromiso social” (7 b).
Queda mucho por hacer en nuestra Patria en este campo de velar por las necesidades de los ciudadanos, pero esto será posible en la medida que se asuma de una vez para siempre que gobernar es servir, y servir es reconocer que a ejemplo de Cristo, -por lo menos para los católicos- es lavar los pies de los más excluidos de la sociedad.
Es escandaloso ver en nuestros días con ocasión de las elecciones en Santa Fe –como nunca se vio antes-, el dinero que se derrocha en propaganda política. Prácticamente los rostros de los candidatos nos atropellan en la calle queriendo imponer con los colores lo que no se presenta en proyectos concretos. Y si se presentan proyectos, no se avizora con qué medios se podrán en práctica para el bien de la ciudadanía.
En lugar de gastar tanto en carteles, ¿por qué no comenzar desde ahora a concretar lo que se promete?
Más aún, el auge propagandístico permite intuir que nadie se siente seguro de ganar aunque ninguno lo reconozca.
Quiera Dios cambiar los corazones de todos nosotros para que siempre estén orientados al reconocimiento de la soberanía de Dios sobre lo creado, y desde El, poner en el primer lugar de nuestra atención las preocupaciones de los hermanos que claman por una sociedad más justa y equitativa en el reparto de los bienes que son de todos.
(1) Diario La Nación (Bs.As) 21 de abril de 2005.sección exterior, pág.5 col.2da.
(2) Mensaje de la Comisión Permanente del Episcopado Argentino:“Al Pueblo de Dios y a los hombres y mujeres de buena voluntad”. 147º Reunión de la Comisión Permanente. 23 de agosto de 2007.
* Este artículo fue publicado el 25 de agosto de 2007 (en www.ricardomazza.blogspot.com). Por su actualidad, lo reproducimos en este fecha.
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