Por Agustín Laje (*)
La salida de peligrosos delincuentes de las cárceles para participar de actos políticos kirchneristas provocó esta semana un nuevo escándalo, entre tantos otros, en un país lamentablemente ya acostumbrado a controversias de magnitud en permanente incremento.Funcionarios oficialistas en un primer momento intentaron negar que se trataran de eventos políticos, aunque luego de las evidencias inexpugnables, y de la propia confesión del “Vatayón Militante”, aquellos intentaron justificar lo acaecido arguyendo “intenciones de resocialización”. “Vatayón Militante” es el nombre de la organización integrada por presos que La Cámpora está impulsando desde el año pasado, a través de frecuentes visitas a los penales (prácticamente diarias) y distintas actividades de adoctrinamiento político, que incluyen charlas impartidas por reconocidos funcionarios de primera línea del kirchneristmo (como lo son el vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Gabriel Mariotto, y el ministro de Trabajo, Carlos Tomada) y hasta por la infaltable Hebe de Bonafini, la misma que desde su “Universidad” hace no mucho llamaba a los estudiantes a “prepararse a usar las armas para hacer la revolución cuando sea necesario”.
Si ello fue dirigido a un grupo de universitarios, ¿Qué será capaz de decirles a un grupo de reclusos?
Comoquiera que sea, lo cierto es que en nuestro país todo se ha vuelto justificable, incluyendo la utilización política de los presos, presentada eufemísticamente como “un esfuerzo de resocialización”. Si bien es cierto que la política es un componente importante de la vida en sociedad, es de hacer notar que en un contexto de alta conflictividad ideológica como la actual, de discursos impregnados de significativas dosis de fanatismo y de una evidente polarización que está fragmentando a una sociedad empujada incluso a actos de violencia simbólica, no parece ser la política el mejor ámbito de reinserción social para un delincuente.
Dado que existen muchas otras formas menos conflictivas de resocialización que pueden mantener a un recluso al margen de las tensiones sociales, el justificativo alegado por el kirchnerismo no es ni por cerca creíble.
¿Qué hay, entonces, detrás del adoctrinamiento político kirchnerista en las cárceles?
Una mirada rápida sobre el asunto podría hacernos pensar en intenciones vinculadas a incrementar la cantidad de concurrentes a actos oficialistas. Muchos analistas, de hecho, han interpretado la cuestión en tal sentido. Pero teniendo en consideración que “Vatayón Militante” no está compuesto por más de cincuenta miembros, queda claro que los costos (el escándalo que supone la utilización política de delincuentes) superan con creces a los beneficios (apenas media centena extra de aplaudidores).
Es evidente que si éstas fueran las verdaderas intenciones, la estrategia de racional tendría muy poco.
Más acertada parece la tesis que involucra la construcción de una suerte de “grupo de choque” dispuesto a defender al gobierno frente a los momentos de adversidad que parecen venir en camino. El propio Sergio Schoklender, recientemente excarcelado, comentó que estuvo en contacto con todo esto y explicó que “la idea es que, cuando estos muchachos salgan, vayan a las villas a seguir reclutando gente. Esto es peligroso, esto es la base de una banda armada y una fuerza de choque de los sectores marginales con consecuencias bastante complejas”.
De la perceptible violencia política simbólica fundada en los exabruptos discursivos, a la violencia política concreta fundada en la compulsión física, hay una línea no muy gruesa que sólo personas con determinadas características vivenciales y psicológicas pueden atravesar.
Delincuentes privados de su libertad, con poco y nada por perder, y al mismo tiempo con bastante por ganar en el hecho de tomar las manos del poder político, son sujetos ideales para constituir un futuro “grupo de choque” del gobierno.
El proyecto del “Vatayón Militante”, de hecho, excede al ámbito carcelario.
Juan Soriano, uno de los principales referentes del grupo, ha afirmado que “si algún interno decide militar con el Vatayón desde adentro, o una vez en libertad, puede hacerlo”. Se trata de un proyecto que, como queda claro, empieza en la cárcel, y acaba en las calles; se nutre de presos, pero pretende integrar también a otra gente que se mueva en los ambientes de los reclusos. La explicación que dan los militantes de esta organización respecto al significado de su logo es, en este sentido, ciertamente sugestiva: “El logo es un Conejo, porque un Conejo vive a los saltos, puede ser agresivo si muestra los dientes y una belleza de peluche animal si se lo quiere bien. También, los conejos se reproducen a toda velocidad”.
¿Se reproducirán “a toda velocidad” los nuevos “presos militantes”?
A juzgar por los privilegios que obtienen al formar parte de la organización kirchnerista de marras (más comida, más horas en el gimnasio, más horas en el patio y promesas de integrantes de La Cámpora en el sentido de ayudarlos a recuperar sus libertades) todo indica que sí. ¿Estaremos entonces frente al embrión de un complejo grupo de choque (o “milicias populares” en la jerga oficialista) compuesto por reclusos adoctrinados? Eso se verá con el tiempo… presumiblemente no muy lejano.
(*) Tiene 23 años y es autor del libro “Los mitos setentistas”.
www.agustinlaje.com.ar | agustin_laje@hotmail.com |
La prensa popular. 1 de agosto de 2012.
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