por Pablo Yurman *
Los dos protagonistas destacados de la jornada que, en su bicentenario, orgullosamente recordamos, fueron el General Manuel Belgrano, por una parte, y la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora de la Merced, por el otro.
Y tras ellos, pero en una sola formación, el pueblo tucumano a quien en la ocasión le cupo el honor de representar a todos los pueblos del ex virreinato.
La referencia a Manuel Belgrano como general del Ejército Argentino no es, en todo caso, simple casualidad. Todos los escritos que se fechen este año en el ámbito de la administración pública nacional deben llevar la leyenda “Homenaje al Doctor Manuel Belgrano” omitiendo toda referencia a su condición militar y resaltando, en cambio, que el nombrado era, como se sabe, abogado.
Pero lo cierto es que el Belgrano que recordamos es el que se lució como militar improvisado y al mismo tiempo abnegado, y no el abogado, independientemente de que había hecho “carrera” como letrado del Consulado durante los años previos a la Revolución de Mayo de 1810. El héroe que se ganó a puro coraje un lugar en el corazón del pueblo argentino no es el que escribía en su estudio, sino quien no dudó en empuñar la espada en defensa de su patria, entregándole su vida en esa tarea. Por eso constituye un arquetipo de nuestra nacionalidad, no por la brillantez de sus escritos jurídicos (cualidad que no le faltó, por cierto) sino porque siendo un abogado citadino no dudó en aceptar las misiones militares que le encomendarían los sucesivos gobiernos.
Y no fueron esas campañas militares las más sencillas. La reciedumbre que la hora demandaba lo llevó a hacerse cargo de la frustrada expedición al Paraguay, la cual fracasaría en 1811 pero no tanto por su culpa como por la torpe diplomacia porteñista que pretendía imponer por las armas, cuando hubiese sido preferible persuadir a los pueblos del interior. Y luego sería el turno de hacerse cargo del desmoralizado Ejército del Norte, misión que lo trasladaría en el crucial año 1812, que comenzó con el izamiento de la bandera nacional en nuestra barrancas, al Norte del territorio procurando evitar el colapso de la frontera.
Un enemigo superior en armas
Nos cuenta el historiador José María Rosa que una vez posicionado en Tucumán, “el plan de Belgrano era esperar al enemigo al norte de la ciudad, donde el terreno era favorable para la acción de su infantería. Pero Tristán [por Pío Tristán, el general realista] flanqueó por el oeste, y el encuentro fue en el campo de las Carreras hacia poniente. Tristán tenía 3.000 soldados veteranos y excelente artillería; las tropas de Belgrano no llegaban a 1.800 con muchos reclutas y pocos cañones.”
Y sin embargo, la carga de nuestra caballería a los gritos y haciendo sonar los guardamontes desconcertó y quebró a los españoles. En medio del desorden, aumentado por la oscuridad producida por una providencial manga de langostas de las que habitualmente asolaban nuestros campos, redujo todo a acciones individuales en lucha cuerpo a cuerpo, que inclinó la balanza a favor de los criollos. Otro militar, el futuro General José María Paz que años más tarde abrazaría el unitarismo político, siendo soldado combatió en Tucumán y dejaría asentado en sus Memorias que los soldados españoles creían por momentos que los golpes de las langostas eran disparos de armas de fuego, lo que aumentó su desconcierto.
Vicente Fidel López llamó despectivamente a la Batalla de Tucumán la “más criolla de cuantas batallas se han dado en territorio argentino”. Y agrega el ya citado Rosa: “es exactísimo: faltó prudencia, previsión, disciplina, orden y no se supieron aprovechar las ventajas; pero en cambio hubo coraje, arrogancia, viveza, generosidad … y se ganó.”
La devoción del héroe y su pueblo
Un hecho que no pasó desapercibido para los protagonistas de aquella jornada fue el especial pedido de Belgrano, horas antes de la batalla y rezando largamente ante la imagen de Nuestra Señora de la Merced en la capilla dedicada a su veneración, para poner a las tropas a su mando bajo su especial protección. El héroe no dudó jamás de que aquél día sus ruegos fueron escuchados y por eso en el parte de la batalla dirigido al gobierno y escrito dos días después, se lee: "La patria puede gloriarse de la completa victoria que han tenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes bajo cuya protección nos pusimos."
Su reconocimiento a la Virgen no quedó en simples palabras. A los pocos días, habiéndose sacado la imagen en procesión, Belgrano colocó entre sus manos su bastón de mando, nombrándola además Generala del Ejército.
Muchos años más tarde, al hecho popular acompañó el nombramiento oficial cuando el 22 de junio de 1943, por decreto de la Presidencia de la República se dispuso: "Quedan reconocidas con el grado de Generala del Ejército Argentino: la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Mercedes, y la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen", esta última por la actitud que tras el éxito de Belgrano, adoptaría el General San Martín antes de iniciar el cruce de Los Andes.
Es por ese motivo que en nuestro país, a las tradicionales imágenes cuya devoción conoce todo el continente, se le suma la faja y banda del uniforme de general de la Nación.
* Pablo Yurman es Abogado y Profesor Adjunto de la Cátedra de Historia Constitucional Argentina, Facultad de Derecho, Universidad Nacional de Rosario.
Fuente: Argentinos Alerta (24/9/2012)
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