viernes, 28 de septiembre de 2012

La clase media y la política.


por Carlos P. Mastrorilli. 

Las manifestaciones multitudinarias ocurridas el jueves 13 de septiembre, como no podía ser de otra manera, desencadenaron una serie de especulaciones sobre quiénes eran los participantes, contra qué protestaban y sobre cuál sería el futuro de estas demostraciones de desapego respecto del régimen cristinista.
Como era previsible, la reacción del gobierno fue todo lo necia, grosera y falaz que las circunstancias permitieron. La descalificación apriorística de la protesta originada básicamente en el hartazgo de una parte significativa de los sectores urbanos respecto de los modos y los contenidos gubernamentales, es otra demostración de la ineptitud ideológica del régimen y sus corifeos. La tosquedad de las respuestas oficialistas revela, además de las taras genéticas del kirchnerismo, una improvisación recargada que debe vincularse a la necesidad imperiosa de asegurar la re-reelección mediante una ópima cosecha de votos en las próximas elecciones legislativas. La alarma de la noche del 13-S, sonó más fuerte en los oídos del cristinismo que las emitidas con anterioridad en relación a la inseguridad y al conflicto con el campo. 
Es correcto sostener que la constricción derivada de la imposibilidad de que el modelo se prolongue con otro candidato presidencial que no sea CFK, exhibe la más alta vulnerabilidad del gobierno. 
Basta imaginar lo que sucedería en los dos años que van del 2013 al 2015 si el régimen no consigue sucederse a sí mismo. De ahí que cualquier señal de fuga de votos esté rodeada del más rotundo patetismo en la cúspide del poder amenazado. 
Como los manifestantes del 13-S “iban bien vestidos” se supone que disponen de ingresos suficientes como para no ataviarse con harapos ni exhibir carencias alimentarias imposibles de disimular. Es decir: se los puede clasificar en ese ítem sociológico tan controvertido y abstruso que es la clase media. Una mittelklasse sin cuyos sufragios, CFK jamás conseguiría la mayoría suficiente para reformar la Constitución e intentar hacerse reelegir. Consecuentemente, el régimen debe abocarse a librar una gran batalla para retener los votos medioclasistas que lo apañaron en la elección de 2011. Interesa, por ende, conocer algo más de esa clase social que, de tan heterogénea en su composición y tan diversificada en sus intereses, suele tener un comportamiento electoral muchas veces impredecible. Con este propósito se han escrito las tres notas que tratarán de echar algo de luz sobre un escenario político de más en más complejo. 


¿Qué es la clase media?



No es extraño que todos los sociólogos que se han ocupado de estudiar los temas vinculados a la estratificación social y la teoría de las clases, comiencen sus escritos declarando la dificultad de definir qué es propiamente la clase media. Así, por ejemplo, Maurice Halbwachs al referirse a esta clase social dice: “La noción de clase media es bastante vaga y está mal definida. ¿Será para nosotros una categoría duradera de personas, consideradas con sus familias, que tienen ingresos y también muchas veces un patrimonio de nivel medio, intermedio entre la de la clase social más elevada y la de los trabajadores y asalariados? Estos caracteres son más bien negativos. En otras palabras, se la define distinguiéndola de los obreros y de los burgueses como si ocuparan el lugar del medio.” La insuficiencia de este tipo de caracterización salta a la vista: nadie se resigna al simplismo de identificar una clase social solamente por lo que no es. Avanzando un paso más en pos de una caracterización más nítida de lo que es la clase media, nos encontramos con definiciones descriptivas que, por lo menos, aportan algo más concreto al esfuerzo por especificar una diferencia de clase. Así, por ejemplo, en el “Diccionario de Sociología” compilado por Henry Pratt Fairchild, en el artículo dedicado a la clase media se lee: “En la actualidad clase media es una expresión que designa a un sector heterogéneo de la población, integrado por pequeños negociantes e industriales, profesionales y otros trabajadores calificados que obtienen ingresos moderados, artesanos calificados, agricultores acomodados, trabajadores de corbata y empleados asalariados de los grandes establecimientos mercantiles, industriales y financieros. 

Tienen pocos intereses comunes. Toda la unidad que poseen reside en sus formas de existencia y educación y en sus ideales de vida familiar, en sus costumbres y en sus intereses recreativos”. (William C. Headrick). 
Este bosquejo de definición, nos permite ensayar una primera clasificación de las teorías acerca de la clase media: 
1) Forman la clase media una pluralidad de sujetos que, cualquiera que sea su medio de vida, poseen ingresos de una cierta cantidad de dinero corriente, sea en forma de salario, de honorarios profesionales e incluso de pequeñas rentas financieras. 
2) Pertenecen a la clase media aquellos individuos que, percibiendo ingresos moderados, no poseen intereses comunes significativos en razón de la gran diversidad de sus ocupaciones, formas y medios de vida. 
3) Los medioclasistas se diferencian de los sectores que ocupan los lugares más bajos de la escala social en el hecho de que sus necesidades biológicas o de supervivencia se hallan razonablemente satisfechas. 
4) Los integrantes de la clase media sólo pueden identificarse a partir de ideales, costumbres y lo que podríamos denominar necesidades culturales comunes. 
Como se advierte al analizar estas sumarias definiciones, se ponen en juego tres diferentes elementos que, hipotéticamente, podrían servir para una caracterización más afinada de la clase media: 1) El nivel de ingresos, un elemento objetivo que puede fijarse en relación a las rentas de otros sectores sociales. 2) La índole de las ocupaciones que generan los ingresos. 3) Las necesidades e intereses culturales comunes. 
Tanto la cuantía de los ingresos como el tipo de ocupaciones remuneradas que perciben los integrantes de la clase media pueden ser empíricamente medidos y evaluados. No sucede lo mismo con los elementos de índole cultural que abarcan tanto los conocimientos, las creencias y las necesidades que, subjetivamente, los individuos poseen o desean satisfacer. El conjunto de estos elementos, adelantamos, no presenta las cualidades de una ideología pues se advierte la falta del impulso básico del pensamiento ideológico: la búsqueda de la coherencia interna entre sus distintos componentes. Anotados estos rasgos primarios, veamos ahora qué podemos entender por clase media. Si bien queda fuera de los límites que nos hemos impuesto en este trabajo el profundizar en la teoría de las clases sociales, no nos es posible prescindir de lo que los marxistas escribieron sobre la clase media (Mittelklasse). Esto es así porque han sido los seguidores de Marx los que han situado el eje de las discusiones teóricas y políticas sobre la cuestión de las clases sociales a la que han agregado el tema de la conciencia de clase lo que ha terminado por complicar aun más dicha cuestión. A su lado están los que a partir de la voluntad de hacer más sencillos los problemas no hacen sino embrollarlos. Así deben considerarse a quienes sostienen que la única identificación posible de la clase media es a través de su cultura y que ésta es la que predomina en la sociedad. Con lo cual nos colocan ante el dilema de pensar que la clase media es la que impone su cultura a las sociedades o bien que su cultura es impuesta desde fuera de la clase y, de esta manera, nos obligan a determinar qué o quiénes son los que generan las pautas culturales que absorbe la clase media. 
Una primera dificultad que se presenta cuando intentamos aproximarnos a una definición de la clase media que evite los componentes ideológicos que suelen integrar este tipo de enfoques sociológicos, es la que erróneamente plantea la cuestión de la desigualdad en la participación en la renta nacional como elemento excluyente de la división entre las clases. Tom Bottomore, uno de los más lúcidos analistas en esta materia expresa que “numerosas investigaciones han revelado que la desigualdad de ingresos depende fundamentalmente de la distribución desigual de la propiedad a través de la herencia y no primariamente de las diferencias de los ingresos obtenidos por medio de actividades a las que podría atribuirse cierta relación con cualidades naturales o innatas”. (Ver “Las clases en la sociedad moderna” 1968) 
Lo que se desprende de esta afirmación, que compartimos, es que la división en clases sociales es mucho más consistente que la que pretende explicarla a partir de la división social del trabajo y la remuneración que a cada individuo le corresponde por su integración al mercado de trabajo. La propiedad privada, consolidada históricamente en un sector privilegiado de la sociedad, es la que origina la división en clases puesto que los ingresos más cuantiosos dependen de la propiedad, sea que ésta se presente como capital aplicado a la industria, a la explotación de la tierra o a la obtención de rentas financieras. 
Las clases sociales se estructuran conforme a parámetros principalmente económicos. Como dice también Bottomore “no concurren a constituirlas o a sostenerlas ciertas normas legales o religiosas específicas y la participación en una clase dada no confiere al individuo derechos civiles o políticos especiales”. El sostén de las clases es su poderío económico y éste se encuentra indisolublemente ligado a la propiedad. Como consecuencia de ello, todos los individuos están dotados de una relativa movilidad social que puede ser tanto ascendente como descendente. Y esto es especialmente visible en las clases medias cuyos integrantes pueden acceder a los niveles más altos de la sociedad o bien descender hacia los sectores más deprimidos y sumirse en la pobreza. 
La clase media se caracteriza por tener cubiertas las necesidades básicas de alimentación, vivienda, salud y educación a diferencia de las clases bajas que centran su existencia cotidiana en procurar la satisfacción de esas necesidades primarias. A diferencia de los sectores más deprimidos de la sociedad, la clase media goza de una cierta seguridad de cara al futuro porque posee alguna capacidad de ahorro. Cuando los sectores medios dejan de ahorrar porque el ingreso se dedica por completo al gasto que insume la manutención familiar, se genera un movimiento descendente que es una de las principales señales de estancamiento o recesión de la economía nacional. 
Las tesis de Marx sobre las clases sociales fueron desautorizadas paulatinamente con el correr de los tiempos. Su teoría de base acerca de la lucha de clases como verdadero motor de la historia – lo que suponía un enfrentamiento terminal entre la burguesía y el proletariado- se demostró errónea. 
Lo mismo ha sucedido sobre su predicción acerca de la desaparición de la clase media que, lejos de ello, se ha expandido no sólo en los países capitalistas desarrollados sino en China, India y Brasil. Recordemos que Eduard Bernstein, un pionero en la tarea de revisar las tesis marxistas, afirmó ya en su tiempo que la clase media, lejos de desaparecer, estaba incrementando su importancia numérica y social. 
La clase trabajadora, debido principalmente al aumento de la productividad y al descenso de los precios de los consumos básicos y de los servicios públicos, ha depuesto todas las actitudes revolucionarias y, a lo sumo, sostiene, dentro de los marcos legales burgueses, conflictos parciales persiguiendo mejores salarios y condiciones de trabajo. Las relaciones de oposición irreductible entre las clases sociales, se ha transformado en relaciones de emulación y el modelo de vida al que aspiran los distintos sectores sociales es el que exhiben los privilegiados, la gran burguesía. La movilidad social que se observa en las sociedades capitalistas, desmiente la teoría de la estratificación geológica de las clases. Y como lo ha demostrado con claridad Ralf Dahrendorff, los conflictos que se plantean entre los dueños de las grandes empresas industriales y los asalariados, no se han reproducido en la sociedad global como lucha entre los capitalistas y el proletariado. Por esta razón, los antagonismos protagonizados por los sindicatos de obreros y empleados no se traducen en enfrentamientos políticos en gran escala al mismo tiempo que la tecnificación de la producción industrial, destruye puestos de trabajo con la consecuencia de disminuir la demanda de mano de obra por parte de las empresas. La actual crisis europea parece ser un laboratorio donde todas estas premisas están puestas a prueba. 
Del lado de la burguesía – que Marx describía como una clase impenetrable y estable- se ha puesto de manifiesto que las fronteras de clase son permeables debido a la amplia difusión de la propiedad y por el ingreso de nuevos ricos e individuos que son remunerados por los privilegiados de origen de manera impensable en tiempos de Marx. Tales son los casos de deportistas, músicos y artistas de cine y TV cuyas rentas superan, en algunos casos, las que perciben los accionistas de las sociedades anónimas más poderosas. A los que hay que agregar a los que ejercen, con un alto grado de prestigio y reconocimiento social, las llamadas profesiones liberales: médicos, abogados, arquitectos, etc. 
Finalmente, Marx también se equivocó respecto de la evolución de la clase trabajadora. Él creía que el influjo creciente del maquinismo empobrecería a los trabajadores, impulsando sus salarios a la baja en tanto que amplios sectores de la clase media se proletarizarían, se unirían a los obreros y “tendrían más conciencia de clase, como resultado de la creciente semejanza de las condiciones de vida y trabajo, la facilidad de las comunicaciones entre las organizaciones obreras y la difusión de las doctrinas socialistas lo que se acabaría por generar una fuerza revolucionaria, debido a la creciente disparidad entre sus propias condiciones materiales y las de la burguesía y a la comprensión de que sólo una transformación radical de la sociedad permitiría una vida aceptable para la gran mayoría de los hombres” (Bottomore,op.cit). 
La clase media actual, entonces, subsiste ampliada y diversificada entre los poseedores de la parte más grande de la propiedad y del capital y los que concentran la porción mayor de la renta nacional y los sectores cuyos ingresos, generalmente percibidos en forma de salario, no les permiten subvenir las necesidades básicas del núcleo familiar o si logran ese objetivo, lo hacen atravesando penurias y viviendo permanentemente en medio de la zozobra que genera el temor de caer en la indigencia. 
Limitando con la subclase de los asalariados pobres, se encuentra una variada gama de trabajadores en negro, ocasionales y marginales, algunos de los cuales no podrán en el futuro insertarse en el mercado de trabajo. 
Se ha presentado la cuestión de si los asalariados que perciben ingresos suficientes como para subvenir necesidades secundarias y de acumular el ahorro suficiente como para adquirir bienes de consumo durable y acceder a una vivienda propia, pueden considerarse como perteneciendo a la clase media. En 1958, el profesor David Lockwood de la London School of Economics, en un libro ya clásico que titulara “El trabajador de clase media”, se refirió a este asunto. Al profundizar en las condiciones de trabajo del empleado de oficina, al que denomina “trabajador de chaqueta” o, como diríamos entre nosotros “de saco y corbata” dice Lockwood que “la acusación hecha frecuentemente al trabajador de chaqueta de tener una falsa conciencia de clase, se basa en la suposición de que los trabajadores manuales y los oficinistas participan esencialmente de una misma situación de mercado; esto es, en que ambos carecen de propiedad y son energía de trabajo contratable. Según esta opinión, el oficinista, que es en realidad un proletario de cuello blanco, ha estado cegado a la realidad de los hechos de su situación de clase por un snobismo obstinado y unas pretensiones incurables” Si bien es posible admitir que la propiedad o la carencia de propiedad es un límite que, en principio, separa a la clase media del obrero, -aun en tiempos de Max Weber- lo cierto es que no pocos trabajadores “de cuello azul” han podido acceder a la propiedad inmueble y que, al hacerse más porosa la frontera basada en la propiedad, alcanzan más relieve otras circunstancias tales como mayor estabilidad laboral y más fluida movilidad ocupacional además de mejores salarios-promedio. 
Por otra parte, el asalariado que desempeña labores administrativas lo hace en un medio y en condiciones más favorables que el obrero manual. Sin contar con que, en el caso del empleado público, éste forma parte de la burocracia estatal que lo suele poner en contacto cotidiano con funcionarios de más alto nivel y que en su desempeño, ejerce un rol de autoridad que es común también a los docentes y a los miembros de las fuerzas policiales. Todos estos caracteres confluyen en la generación de una conciencia de clase específica, bien distinta de la que Marx y Weber atribuyeron al proletariado. Ahora bien: la heterogeneidad de los integrantes de la clase media, permite formular distintos tipos de inserción en este sector. Lo que, a su vez, obliga a tener en cuenta algunos elementos objetivos que inciden en la caracterización de la clase. Así: a) Si en sus actividades invierten capital propio (pequeños industriales, comerciantes, artesanos, productores agrícolas) b) Si son asalariados o trabajadores autónomos. c) Si son o no propietarios de la vivienda que habitan; lugares de residencia. d) Si se desempeñan como empleados y funcionarios en el sector público. e) Si perciben salarios moderadamente altos en empresas privadas. f) Si tienen capacidad de ahorro. g) Si son producto de movilidad social ascendente en la misma o en la anterior generación. h) Si se desempeñan como profesionales universitarios. 
Además de conocer estos indicadores objetivos, resulta imprescindible saber si la clase media posee algo semejante a la conciencia de clase y, en caso afirmativo, cómo se manifiesta en las relaciones con los otros sectores sociales. Asimismo, dada la acentuada diversidad de los ingresos de sus integrantes, existe la posibilidad de distinguir entre los sectores contiguos a la clase alta, los que lindan con la clase inferior y los que ocupan el espacio central entre ambas subclases. 
Veamos ahora los aspectos que, aun dependiendo del nivel económico de los individuos que componen la clase media, no resultan numéricamente expresables sino que contienen elementos subjetivos tales como conocimientos, creencias, valoraciones morales, actitudes frente al consumo, etc. 
En primer lugar se sostiene que la clase media imita las formas de vida de la clase alta. La tendencia a vivir y consumir como los más privilegiados, tropieza con la limitación de los ingresos con lo cual, a excepción de los pocos que alcanzan a superar dicha limitación, los individuos de clase media no alcanzan plenamente la satisfacción de esta necesidad de emulación. 
Los instrumentos al alcance de los sectores medios respecto del designio de alcanzar los niveles más altos en la escala social, están estrechamente relacionados con la práctica profesional de determinadas técnicas y habilidades que son altamente valoradas en la sociedad en la que viven. 
Esto tiene que ver con la calidad de la educación recibida la que a su vez depende del nivel de los ingresos familiares pues la enseñanza gratuita que brinda el Estado suele no poseer la suficiente capacidad de formar profesionales en el nivel de excelencia requerido para escalar posiciones por el solo mérito científico-técnico y profesional. En general, la clase media reproduce la conducta de la clase alta en materia de relaciones familiares. La gran mayoría de los matrimonios en los sectores medios se da entre individuos de la misma clase. Algunas investigaciones recientes, demuestran que existen fuertes resistencias en las familias de clase media a que sus hijos e hijas se casen con individuos de un nivel económico-social inferior. La llamada vida social de estas familias transcurre entre sus iguales y sólo varía cuando la dinámica ascendente les permite alternar con personas pertenecientes a los sectores privilegiados. 
Respecto de la propiedad privada, los sectores medios suelen ser defensores acérrimos de su inviolabilidad y libre disposición. Los que son propietarios consideran que su respetabilidad depende en gran medida de su patrimonio, sobre todo del inmobiliario. Por no ser grandes propietarios de origen hacen notables sacrificios para acceder a la vivienda propia y rechazan con decisión cualquier proyecto socializante que signifique expropiaciones o trabas a la libre disposición patrimonial. 
Por otra parte, la gran diversidad de roles y funciones que desempeñan los integrantes de la clase media, ha impulsado a muchos sociólogos – tal vez el primero de ellos haya sido Max Weber- a utilizar el concepto de status con el fin de distinguir la pertenencia a una clase en razón de la propiedad y del ingreso de otros indicadores relativos al prestigio y al reconocimiento que los individuos desean obtener de otros individuos de la misma clase. 
El status se obtiene al margen de los bienes que cada cual posee aunque la fortuna personal debe considerarse como un factor que influye en el rango, respeto o reputación que se persigue alcanzar. Pero la diferencia esencial con la posición y la pertenencia de clase es que el status tiene que ver principalmente con el mérito individual cuyo reconocimiento por la sociedad está asociado al rol que cada uno desempeña. Hay, además, una tendencia a considerar el status como estrechamente ligado a la profesionalización que se aprecia en relación a la división del trabajo social, lo que en principio excluye tanto a los privilegiados de origen como a la clase obrera. 
La búsqueda del status ha motivado a sociólogos como Vance Packard a centrar la dinámica social que se verifica en el interior de la clase media en la búsqueda de prestigio que en la sociedad norteamericana – que es la referencia excluyente de su indagación- aparece como un fenómeno concomitante con la expansión de la clase media. La importancia del status radica en que el movimiento que genera el deseo de alcanzar el reconocimiento de los otros, induce a la formación de grupos dentro de la clase que se conectan mediante señales que tienden, en general, a revelar la existencia de intereses comunes los que pueden, a su vez, generar identidades culturales bien definidas y afinidades políticas entre los individuos que comparten un determinado status social. 
Se ha dicho en más de una oportunidad que vastos sectores medios de la sociedad, incurren en un grueso error ideológico al equiparar el derecho de propiedad que les asiste sobre el producto de su trabajo con el que protege a los grandes terratenientes y a los capitalistas dueños de ingentes medios de producción industrial. Tal vez por esta circunstancia, la clase media se ha comportado, en numerosas ocasiones históricas o bien como factor moderador de las luchas sociales lideradas por los sindicatos o bien como aliada sólida de los partidos más conservadores. Muchos intelectuales de izquierda han escrito sobre la clase media, tildándola de conformista, pusilánime y contrarrevolucionaria. 
Si bien es cierto que la clase media suele comportarse como firme defensora de la propiedad privada, también lo es que el acceso que tiene a la propiedad se basa principalmente en el trabajo personal, sea que éste funcione como complemento del capital invertido en una actividad empresaria, sea que se desarrolle en virtud de los conocimientos técnicos adquiridos a través de largos años de capacitación profesional. O, en los periodos netos de movilidad social ascendente, a través de la mayor participación de los salarios en el PBI. 
¿Estamos frente a una ambivalencia que desemboca en ambigüedad o en equivocidad política? ¿O uno de los dos términos prevalece sobre el otro? En primer lugar, no deberíamos ver una contradicción entre el apego de la clase media a la propiedad privada y su tendencia a adoptar posiciones progresistas en lo político y lo cultural. La identidad de clase no proviene, entre los individuos de la clase media, de poseer propiedades que no suelen exceder el acceso al uso y goce de una vivienda residencialmente satisfactoria, a la adquisición de bienes de consumo durable -entre los que el automóvil aporta una fuerte connotación simbólica- a lo que hay que agregar una limitada capacidad de ahorro. Si fuese la propiedad privada de moderada importancia lo que caracterizara la conducta social de la clase media, no se explicaría que los sectores privilegiados no dispusieran de una representación política mucho más extensa de la que en realidad poseen en consonancia con la disponibilidad de recursos mucho más significativos. Ello sin perjuicio de que, en épocas de turbulencias económicas los individuos de clase media voten a partidos conservadores que prometen disciplinar a los trabajadores asalariados, limitando sus salarios o facilitando su despido, tal como sucede hoy en los países de la Comunidad Europea. 
Pero lo que prima en las preferencias políticas y culturales de los sectores medios es la creencia en el progreso basado en el despliegue científico-tecnológico en el que sus integrantes participan a través de la capacitación técnico-profesional adquirida. Si bien la decisión sobre la orientación de la investigación científica y la aplicación de sus logros a la tecnología de la producción y del consumo, está en manos de las grandes corporaciones – sea directamente o indirectamente por medio de la financiación estatal- es notorio que los sectores más educados de la clase media participan del progreso tecno-científico como agentes del cambio o bien, y más masivamente, como consumidores. 
No obstante, es exacto que ambos vínculos – el de la propiedad privada y el del progreso técnico- atan a la clase media al sistema capitalista. Pero no de la misma manera. En tanto la defensa de la propiedad privada puede llegar a tener connotaciones típicamente conservadoras, la adhesión al progreso tecnológico inclina al individuo de clase media a sostener posiciones favorables al cambio social y a la aceptación de usos y costumbres que la moral tradicional rechaza. En el campo de la moral sexual es donde se aprecia más visiblemente esta diferencia. 
Sin embargo, el nexo más importante de la clase media con la actividad política está dado por el origen de clase de los políticos profesionales, entendiendo por “políticos profesionales” a aquellos individuos que se dedican a tiempo completo a la acción dirigida a ser elegidos representantes de la masa ciudadana. Lo de tiempo completo no debe ser tomado al pie de la letra. Lo que se quiere significar con esta denominación es que los políticos profesionales se presentan a la sociedad como los que se dedican – y saben como hacerlo- a hacerse cargo de las cuestiones que conforman la agenda de la opinión pública. No obstante esta salvedad, a pesar de que un gran número de los políticos poseen un diploma universitario, sólo excepcionalmente se destacan en la práctica de una profesión liberal. Como miembros de la corporación político-profesional, los individuos que la integran, si bien están divididos en razón de la presunta ideología que dicen abrazar, están unidos en la defensa del status adquirido cuando han logrado trascender las fronteras del desconocimiento público. Una vez instalados en ese nivel, es indiferente que gobiernen o desempeñen el rol de oposición. En ambos lados del conflicto formal, existe el designio de excluir a los recién llegados a la profesión, estableciendo a través de los filtros partidarios un riguroso sistema de selección a fin de impedir o condicionar el acceso de quienes no se ajusten al prototipo del político democrático, con todo lo que ello implica desde el punto de vista de la ideología. 
Ahora bien: ¿cómo se explican entonces las diferencias ideológicas entre los políticos profesionales si tenemos en cuenta que el origen de clase es casi totalmente el mismo? Lo que equivale a preguntarse en qué medida la pertenencia a una clase – en este caso, la clase media- es suficiente para sustentar una determinada ideología política. 
En primer lugar es pertinente decir que una ideología, para ser tal cosa y no una simple acumulación de ideas más o menos ordenadas con el fin de evitar contradicciones interiores demasiado evidentes, necesita cumplir con algunos requisitos teóricos que no siempre suelen ser bien entendidos. 
Al solo efecto de clarificar esta compleja cuestión, parece oportuno formular algunas precisiones mínimas. (Cfr. C. Mastrorilli “Las Leyes del Poder” Cap. VII). 
Veamos: “Principio primero. Llamamos ideología al pensamiento racional que busca en primer lugar obtener coherencia en el discurso acerca del mundo, el hombre, la sociedad y el poder. 
Principio segundo. Llamamos ideología al discurso racional que intenta justificar o impugnar el ejercicio del mando y la estructura del sistema de poder vigente en una sociedad determinada. ” 
Resulta obvio que entre estas dos concepciones de la ideología existe un vínculo profundo. 
Obtenido un discurso coherente como cosmovisión que se sitúa por encima de las fluctuaciones históricas, la ideología se aplica a sostener o criticar las manifestaciones de los poderes realmente existentes y empíricamente aprehensibles. Si la ideología no tuviese la posibilidad de estructurar ese discurso dotado de coherencia, aun con menoscabo de la verdad científica, su defensa o impugnación del poder sería en extremo falible y su utilidad para consolidar el mando o debilitarlo, casi nula. Inversamente, si obtenido el discurso coherente, éste no se aplicara al fenómeno del poder, la ideología se mantendría al margen de lo político, como metafísica, ontología, ética o cualquier otra disciplina teórica que encuentra su finalidad en la búsqueda interminable que la razón lleva a cabo para satisfacer su connatural deseo de reproducir la imagen de un universo al que se reputa inteligible. También resulta necesario decir algunas palabras acerca de la relación existente entre ideología y ciencia. En tanto convenimos que la ideología puede llegar a sacrificar la verdad, entendiendo por tal la realidad empíricamente comprobable, la ciencia no titubea en sacrificar la coherencia en aras de esa verdad aun cuando a partir de ella no sea posible la construcción de un universo en el cual todas las partes parezcan estar en orden. 
Está claro que cualquier concepción ideológica debe, en determinado momento de su evolución, incorporar ciertos datos provenientes de la investigación científica puesto que, de otra manera, el sacrificio de la verdad acabaría por consumar también el sacrificio de la coherencia. Pero, por lo que se puede observar en el curso de la historia del pensamiento occidental, los procesos ideológicos se encuentran desfasados en el tiempo en relación a los materiales provenientes de la investigación científica. En otras palabras: los ideólogos se toman su tiempo para dar cuenta de los datos emergentes de las distintas ramas del saber científico. En primer lugar esto se explica porque la ciencia discurre por caminos sinuosos y las verdades que proclama suelen poseer una vida limitada y contradictoria. En segundo lugar, las construcciones ideológicas suelen arrogarse el derecho de distinguir entre datos significativos y no significativos dentro del conjunto de aportaciones que día a día fluyen desde las distintas disciplinas científicas, básicamente desde las ciencias físicas y naturales. 
Como se advierte, una ideología requiere la presencia de ciertos principios, creencias y conocimientos que sólo en muy contados casos se encuentran coherentemente reunidos en el pensamiento teórico. El marxismo y el liberalismo cumplen con los requisitos antes enumerados. El progresismo no. Si estas premisas son correctas, el progresismo puede funcionar como una cuasi-ideología compartida por la clase media y asumida por los que aspiran a representarla en el gobierno del Estado. 
Claro está que es preciso tener en cuenta que la sociedad no está compuesta solamente por la clase media. La llamada clase obrera, es decir los que subsisten sólo con el salario que perciben por enajenar su fuerza de trabajo, es numerosa y está formada por individuos y familias que tienen intereses mucho más compartidos que los que poseen entre sí los distintos grupos que componen la clase media. Pero es imprescindible tomar nota de que los trabajadores manuales y poco calificados son cada vez menos en la llamada sociedad post-industrial y que sus intereses comunes son sostenidos por los sindicatos que han asumido el rol de defender ante las empresas y el Estado dichos intereses. De tal manera, una vez agotada la utopía marxista de la revolución proletaria, los trabajadores de los países más desarrollados económicamente, no disponen de una ideología de clase para oponer al progresismo de los sectores medios. Más adelante veremos que esto no es así en la Argentina. 
Con respecto a la clase alta, los privilegiados de origen no encuentran, en tiempos de normalidad económica y social, motivos suficientes para recurrir a teorías que excedan en un grado significativo los aportes que provienen del liberalismo que, por otra parte, se ven sobrevalorados por el éxito universal del capitalismo impulsado por el desarrollo científico-tecnológico. El liberalismo coincide, por otra parte, con la mayoría de los principios y creencias propias del progresismo. Una vez que los privilegiados comprobaron que las social-democracias estaban dispuestas a sacrificar todos y cada uno de sus componentes de origen marxista, sus reparos a los gobiernos presuntamente de izquierdas se minimizaron y sólo han reaparecido montados en la crisis desencadenada en los últimos cuatro años. En esa clave hay que interpretar los increíbles dicterios que la derecha republicana profiere – Tea Party mediante- contra las módicas políticas de Barack Obama para acudir en defensa de los intereses de sus votantes. 
Una cuestión que se plantea respecto de la relación de la clase media con la política, aun aceptando que el denominador común en esta relación es el progresismo, es el de la conciencia de clase. 
¿Poseen los individuos de la clase media una conciencia efectiva de pertenecer a una misma clase social? ¿O la gran dispersión de roles y funciones que desempeñan en las sociedades capitalistas/democráticas impiden la formación de una tal conciencia de clase? Y, antes que nada ¿qué cosa es la conciencia de clase? 
La cuestión de la conciencia de clase es un producto exclusivo de la teoría sociológica de Karl Marx. 
Según sus discípulos, Marx diferenció la pertenencia objetiva a una clase social de la percepción subjetiva que los individuos de esa clase poseían respecto de su real ubicación en la escala social que él hacía depender de la propiedad o el control de los medios de producción. Según esta teoría, la pertenencia de clase no sería otra cosa que la oportunidad de sus integrantes para alcanzar la plena comprensión de su posicionamiento en relación a otra u otras clases sociales, principalmente la conciencia que el proletariado pudiera desarrollar respecto de la burguesía. 
Parece evidente que Marx limitó la cuestión de la conciencia de clase a la evolución del proletariado industrial. El trabajo en el espacio acotado de las fábricas, al permitir una comunicación fluida entre los obreros, facilitaría la unidad del proletariado y el desarrollo de una identidad de clase basada en los intereses comunes de los trabajadores frente al enemigo de clase: la burguesía. Si bien estas circunstancias propias del desarrollo de la economía capitalista favorecería el surgimiento de la conciencia propia del proletariado, continuadores de la teoría de Marx introdujeron en el análisis una distinción de gran importancia: la clase obrera sólo adquiriría una conciencia de clase políticamente operativa, si llegase a contar con el aporte de los intelectuales, que, por definición, proceden desde fuera de las masas proletarias. 
El dogmatismo de Marx y Lenin no podía admitir que una clase que no fuera la obrera pudiese adquirir una conciencia de clase. Sin embargo, la burguesía no hubiese podido enfrentar al proletariado sin disponer en plenitud de una conciencia operativa de pertenencia a una clase social diferenciada y, en principio, opuesta a la clase obrera. Para los glosadores del marxismo original, la burguesía sólo podría acceder a una falsa conciencia de clase porque, al ignorar su destino final de aniquilación, cometería yerros trascendentales en su enfrentamiento con el proletariado. Cuando acaeció la Primera Guerra Mundial y los trabajadores se alistaron en masa en los ejércitos nacionales y antepusieron el interés de la patria al propio de la clase, los seguidores de la doctrina marxista sufrieron una profunda decepción política y, a la vez, una notable desorientación ideológica. Ahora bien: dados estos antecedentes, la clase media ¿puede desarrollar una conciencia de clase por medio de la cual, más allá de las diferencias de roles y de status, se reconozcan entre sí como iguales o, por lo menos, como sujetos que comparten los mismos intereses? Para responder con alguna precisión a este interrogante, debemos fijar algunas premisas en cuanto a la composición objetiva de la clase media. 
1) En primer lugar, según ya se dijo antes, los individuos que integran la clase media desempeñan una gran variedad de ocupaciones y roles sociales. Por lo tanto, en la medida en que su pertenencia a grupos específicos resulte más potente que la conciencia de clase – de por sí difusa en los sectores medios- la identidad y la hipotética ideología de clase no prevalecen sobre la identificación por el status. 
2) El carácter difuso de la conciencia de clase, permite una amplia subjetivización de la identidad del individuo de clase media. De ahí proceden las desventajas operativas cuando se pretende organizarla en un partido en el que los intereses comunes prevalezcan sobre las creencias e ideologías de tipo global. 
3) La clase media, al cifrar sus expectativas de ascenso social en el mérito que le pueden redituar sus aportes técnico-profesionales, no está interesada directamente en la asistencia del Estado ni en un mayor intervencionismo estatal en los procesos económicos. En este sentido, posee una conciencia más viva de la libertad personal que la correspondiente a la justicia social. 
4) En la misma medida en que conserva las expectativas de ascenso social, la clase media no está interesada en el cambio del sistema capitalista-democrático bajo cuya vigencia ha logrado éxitos tanto en los roles de productores de determinados bienes y servicios, como en su condición de consumidores. Es por esta razón que no propone ni teórica ni políticamente una alternativa coherente al sistema dominante. 
5) El progresismo, se adecua perfectamente a esta situación. Sólo cuando aparecen tendencias macroeconómicas susceptibles de generar una dinámica social descendente, los individuos de clase media comienzan a imaginar alternativas de cambio, siempre dentro del componente democrático del sistema. Es decir que si bien por la influencia difusa del progresismo prevalecen actitudes favorables al cambio social y cultural, ello no significa que en los sectores medios aliente una tendencia hacia posiciones adversas al capitalismo democrático pues bajo este sistema la clase media ha logrado, en general, beneficiarse de una dinámica social ascendente. 
Como resultado de todas estas combinaciones de elementos a veces contradictorios entre sí, podemos arribar a las siguientes conclusiones: 
1) Los sectores medios pueden clasificarse entre emergentes, posicionados de origen y pequeña burguesía. Los emergentes son los individuos y familias que, teniendo su origen en el salariado y habiendo superado el nivel primario de subsistencia, se integran al mercado de consumo como portadores de necesidades secundarias o culturales. Los posicionados de origen, son los que proceden de una o más generaciones ya instaladas en la clase media debido al nivel de los ingresos familiares disponibles lo que permite el acceso a una educación superior. En cuanto a la pequeño burguesía, está constituida por individuos y familias ligadas a los sectores privilegiados con los que se encuentran asociados y de los cuales dependen económicamente hablando. Si bien esta categoría ha caído en desuso, sirve todavía para identificar a los emprendedores la magnitud de cuyo capital los subordina necesariamente a las grandes corporaciones empresarias. Se caracterizan por compartir notoriamente las posiciones políticas propias de la gran burguesía de la cual absorben los paradigmas éticos y culturales derivados de la disposición de capital y del acceso a rentas cuya percepción permanente excluye la necesidad del trabajo personal. En su momento, el simplismo de Lenin expresó que “Burgués significa dueño de una propiedad. La burguesía está formada por el conjunto de los propietarios. Un gran burgués es el dueño de una gran propiedad. Un pequeño burgués es dueño de una pequeña propiedad”. (Cfr. “A los campesinos pobres” 1903). 
2) Entre las clases sociales entre sí y al interior de la clase media, las relaciones actualmente vigentes son de emulación y no de oposición. Tampoco es correcto suponer que dichas relaciones son de cooperación. La emulación se basa, fundamentalmente, en el fuerte impulso hacia la movilidad social ascendente sobre el que ejerce una función paradigmática el modo de vida y de consumo de los sectores privilegiados por la disposición de propiedades y capitales de considerable magnitud y, por lo tanto, de permanentes altos ingresos. 3) La emulación genera un movimiento ascendente desde los medioclasistas emergentes a los posicionados de origen y de éstos hacia los privilegiados. Cuando la emulación funciona adecuadamente, crece el número de satisfechos y la política de partidos se aleja de ambos extremos del arco ideológico. El centrismo es una consecuencia directa del buen funcionamiento de la emulación. Cuando las crisis económicas recurrentes del capitalismo llegan a tener una duración y una profundidad que excede la natural sucesión de los ciclos propios del sistema, se potencian las opciones extremistas aunque, por la ausencia de un modelo alternativo al capitalismo democrático, suelen desembocar en actitudes xenófobas y contrarias a la perduración del estado de bienestar, tal como se aprecia actualmente en Europa. 
4) Los sectores medios tienen grandes dificultades para integrarse en opciones políticas que favorezcan explícita o implícitamente sus intereses. Ello se debe tanto a la diversidad sociológica que los caracteriza cuanto a la contradicción entre el apego a la propiedad privada y el progresismo que funciona como una ideología pro-cambio poco estructurada. 
5) De todo ello se desprende que en materia electoral, los sectores medios exhiben una patente volubilidad, girando desde posiciones abiertamente favorables a la libertad de mercado hacia otras que reclaman una más activa participación del Estado en la actividad económica. En el curso de este trayecto –tal como se verá al analizar el caso argentino- los sectores medios varían sus preferencias electorales conforme sea la apreciación que hagan de las perspectivas de ascenso social que se representen. 
 Carlos P. Mastrorilli. Septiembre de 2012. 
 Fuente: Causa Argentina

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