por Agustín Laje.
Es bien sabido que la retórica kirchnerista pocas veces encuentra coherencia en la praxis. Decir algo y hacer lo contrario, pone en evidencia no sólo una conducta mitómana que se ha hecho ya sistemática, sino más aun, que el discurso político es para el gobierno nacional un instrumento de dominación y manipulación.
No más que eso.
Llama la atención, en este sentido, la contradicción producida entre la reacción discursiva oficialista a la manifestación del 13-S (tal como ha empezado a denominársela en las redes sociales), y la reacción política concreta que tuvo lugar días después del masivo fenómeno: congelar el proyecto de reforma constitucional que buscaba habilitar una re-reelección de Cristina.
¿Pero lo del 13-S no se trató de un mezquino reclamo por los dólares, tal como desinformaron los medios adictos al gobierno? ¿No argumentaron desde el oficialismo que la manifestación fue carente de reclamo específico, tal como arremetió Alberto Fernández? ¿No dijeron, incluso, que la marcha no superó las 10 mil personas y que no tenía peso político alguno? ¿No llegó a decir la propia Cristina Kirchner que los cientos de miles de personas reclamando libertad no la ponían nerviosa?
Todo lo que se dijo, evidentemente no fue tomado en serio ni por los propios voceros del régimen. De otra forma no podría entenderse el freno de mano que vino después.
Sería, no obstante, muy desacertado caer en una actitud triunfalista y creerse que la batalla terminó victoriosa.
En efecto, el kirchnerismo no ha dado marcha atrás en sus pretensiones eternizantes; simplemente las ha dejado en suspenso en forma momentánea por cuestiones que estima coyunturales (la recesión económica y la impresionante caída de la imagen de Cristina principalmente).
Así como ahora ha dado voz de alto a su rentado equipo de intelectuales y comunicadores que estaban trabajando en la cuestión de la reforma bajo el sello “Movimiento por una Nueva Constitución Emancipadora”, en cualquier momento el kirchnerismo les puede dar luz verde nuevamente para que prosigan en sus labores.
Evitar el triunfalismo se hace incluso más necesario al considerar que un grupo de kirchneristas llegará a Venezuela a principios de octubre haciendo fuerza para una victoria de Hugo Chávez que les brinde impulso (¿y esperanza?) para su plan reeleccionista. “El año que viene habrá más fondos y la economía puede repuntar.
Si a Cristina le va bien en las elecciones legislativas, el plan reeleccionista vuelve a la carga, que no quepa duda” afirmaron a la prensa allegados al gobierno.
Afortunadamente, quienes ya volvieron a la carga son las miles de personas que a través de las redes sociales impulsaron lo que ocurrió el 13-S.
En efecto, ya se definió que la fecha del próximo cacerolazo será el 8 de noviembre (“8N”) y ya se inició la difusión en internet.
Cabe destacar que, a partir de ahora, todos somos responsables por igual del éxito o fracaso del 8N: contribuir en la difusión es la principal tarea que a todos nos compete, cada uno desde su lugar por supuesto. Y por esto mismo, dormirse en un falso triunfalismo puede resultar fatal. Que quede claro: frente al autoritarismo, está prohibido relajarse.
Fuente: Informador Público (26/9/12).
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