por Agustín Laje.
Hace algunas pocas semanas nomás hablábamos de presos adoctrinados por La Cámpora que salían de las cárceles para participar en actos políticos. Hace aún menos, comenzamos a hablar de niños que, prácticamente de todas las edades, habían devenido en blanco del bombardeo político-ideológico efectuado por la misma organización kirchnerista.
Hoy lo que discutimos es reducir a 16 años la edad para votar. ¿Casualidad o causalidad?
En política, lo cierto es que casi nada es obra del azar. En efecto, y aunque parezca a primera vista descabellado, hay un denominador común entre un preso y un niño o adolescente en edad escolar: que ambos se encuentran bajo un fuerte proceso de socialización (o re-socialización) deliberadamente orquestado por una institución específica.
Tanto el niño como el preso se constituyen en una suerte de receptores semipasivos de información cuya función es transmitir una serie de valores, reglas morales y contenidos culturales que hacen posible la vida en sociedad. No en vano los sociólogos consideran que, casi a un mismo nivel que la familia, la escuela se encuentra entre los agentes socializadores de mayor penetración en todo individuo.
En el caso del preso, lo que se intenta o debería intentarse es corregir conductas antisociales a través de la re-socialización en la cárcel; en el caso de los niños, lo que se procura es reforzar y enriquecer el contenido normativo aprendido (o no) en la familia a través de procesos de socialización en la escuela.
La diferencia, pues, está en los métodos y circunstancias pero no en el fin último: el de preparar al individuo para vivir en sociedad.
La permeabilidad frente a procesos de socialización es lo que en definitiva une a un preso con un niño en edad escolar; es en lo que ambos se parecen.
¿Pero qué tiene que ver todo esto con la política? Pues que es en este estadio en el que se da el contacto significativo con lo político, en un sentido amplio del vocablo. Y está bien que así sea, puesto que la política tiene un lugar importante en la vida de toda sociedad democrática. Pero ocurre que hay una diferencia fundamental entre formación política y adoctrinamiento; o, en otros términos, entre politización y partidización. En efecto, una cosa es enseñar acerca del sistema político, sus fundamentos, instituciones y principales ideas; otra bien distinta es desparramar sistemáticamente un bombardeo propagandístico desde una agrupación identificada con el gobierno de turno que a través de juegos y consignas burdas, maniqueas y reduccionistas pretende imponer adhesiones políticas partidarias a colegiales. La diferencia está en que en el primer caso se informa y se forma, mientras que en el segundo se adiestra y adoctrina.
Por todo ello, y contestando a la pregunta que dio inicio a este artículo, no hay nada de casualidad en la mirada que ha fijado el kirchnerismo en los más jóvenes. Aquellos saben, pues, que lo que a esa edad se aprende es determinante. Y una militante paradigmática del “modelo nacional y popular” como Hebe de Bonafini ha dejado muy en claro que así es, cuando consideró que “hay que militar en los jardines, a los tres o cuatro años ya les podés explicar porque entienden perfecto” y seguidamente le pidió a La Cámpora que lo hiciera. Y lo hicieron, y lo hacen, y lo continuarán haciendo.
La problemática se complejiza y evidencia aún más al introducir al debate el reciente proyecto de ley de Aníbal Fernández para establecer el voto optativo entre los 16 y 18 años. Resulta claro que el kirchnerismo confía con plenitud en las habilidades aleccionadoras de La Cámpora en las escuelas, y sabe muy bien que la juventud en edad escolar configura una porción del potencial electorado capaz de ser fanatizada y de absorber sin demasiados problemas consignas simplonas, vacías de contenido concreto pero repletas de emotividad y mística (las apelaciones al “eternéstor” son ejemplo claro de ello).
Lo curioso, en todo caso, es el doble mensaje, que pone de relieve que lo que subyace a tal maniobra no es una actitud positiva frente a la democracia, sino una utilización perversa y calculada de un sector inexperimentado (por una cuestión cronológica) de la sociedad.
En efecto, si consideramos a los jóvenes de 16 años maduros y responsables como para elegir un presidente o un legislador nacional, ¿No deberíamos considerarlos también maduros y responsables para elegir gobernadores y legisladores provinciales? ¿No tienen edad también para ser imputados como mayores frente al delito y hacerse responsables por sus actos? O, llevando más allá los ejemplos, ¿No son lo suficientemente adultos como para postularse ellos mismos a cargos políticos?
Hay que ser coherentes: quien puede lo más, también puede lo menos. Pero es evidente que el kirchnerismo, lejos de buscar otorgar poder a los sectores de edad escolar, lo que persigue es acumular su propio poder a costa de ellos.
Fuente: La Prensa Popular (6/9/12)
Autor: Agustín Laje
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