martes, 11 de septiembre de 2012

Sobre presos, estudiantes escolares  y adoctrinamiento.

por Agustín Laje.
Hace algu­nas pocas sema­nas nomás hablá­ba­mos de pre­sos adoc­tri­na­dos por La Cám­pora que salían de las cár­ce­les para par­ti­ci­par en actos polí­ti­cos. Hace aún menos, comen­za­mos a hablar de niños que, prác­ti­ca­mente de todas las eda­des, habían deve­nido en blanco del bom­bar­deo político-ideológico efec­tuado por la misma orga­ni­za­ción kir­ch­ne­rista.
Hoy lo que dis­cu­ti­mos es redu­cir a 16 años la edad para votar. ¿Casua­li­dad o causalidad? En polí­tica, lo cierto es que casi nada es obra del azar. En efecto, y aun­que parezca a pri­mera vista des­ca­be­llado, hay un deno­mi­na­dor común entre un preso y un niño o ado­les­cente en edad esco­lar: que ambos se encuen­tran bajo un fuerte pro­ceso de socia­li­za­ción (o re-socialización) deli­be­ra­da­mente orques­tado por una ins­ti­tu­ción específica. Tanto el niño como el preso se cons­ti­tu­yen en una suerte de recep­to­res semi­pa­si­vos de infor­ma­ción cuya fun­ción es trans­mi­tir una serie de valo­res, reglas mora­les y con­te­ni­dos cul­tu­ra­les que hacen posi­ble la vida en socie­dad. No en vano los soció­lo­gos con­si­de­ran que, casi a un mismo nivel que la fami­lia, la escuela se encuen­tra entre los agen­tes socia­li­za­do­res de mayor pene­tra­ción en todo individuo. En el caso del preso, lo que se intenta o debe­ría inten­tarse es corre­gir con­duc­tas anti­so­cia­les a tra­vés de la re-socialización en la cár­cel; en el caso de los niños, lo que se pro­cura es refor­zar y enri­que­cer el con­te­nido nor­ma­tivo apren­dido (o no) en la fami­lia a tra­vés de pro­ce­sos de socia­li­za­ción en la escuela. 
La dife­ren­cia, pues, está en los méto­dos y cir­cuns­tan­cias pero no en el fin último: el de pre­pa­rar al indi­vi­duo para vivir en socie­dad. 
La per­mea­bi­li­dad frente a pro­ce­sos de socia­li­za­ción es lo que en defi­ni­tiva une a un preso con un niño en edad esco­lar; es en lo que ambos se parecen. ¿Pero qué tiene que ver todo esto con la polí­tica? Pues que es en este esta­dio en el que se da el con­tacto sig­ni­fi­ca­tivo con lo polí­tico, en un sen­tido amplio del voca­blo. Y está bien que así sea, puesto que la polí­tica tiene un lugar impor­tante en la vida de toda socie­dad demo­crá­tica. Pero ocu­rre que hay una dife­ren­cia fun­da­men­tal entre for­ma­ción polí­tica y adoc­tri­na­miento; o, en otros tér­mi­nos, entre poli­ti­za­ción y par­ti­di­za­ción. En efecto, una cosa es ense­ñar acerca del sis­tema polí­tico, sus fun­da­men­tos, ins­ti­tu­cio­nes y prin­ci­pa­les ideas; otra bien dis­tinta es des­pa­rra­mar sis­te­má­ti­ca­mente un bom­bar­deo pro­pa­gan­dís­tico desde una agru­pa­ción iden­ti­fi­cada con el gobierno de turno que a tra­vés de jue­gos y con­sig­nas bur­das, mani­queas y reduc­cio­nis­tas pre­tende impo­ner adhe­sio­nes polí­ti­cas par­ti­da­rias a cole­gia­les. La dife­ren­cia está en que en el pri­mer caso se informa y se forma, mien­tras que en el segundo se adies­tra y adoctrina. Por todo ello, y con­tes­tando a la pre­gunta que dio inicio a este artículo, no hay nada de casua­li­dad en la mirada que ha fijado el kir­ch­ne­rismo en los más jóve­nes. Aque­llos saben, pues, que lo que a esa edad se aprende es deter­mi­nante. Y una mili­tante para­dig­má­tica del “modelo nacio­nal y popu­lar” como Hebe de Bona­fini ha dejado muy en claro que así es, cuando con­si­deró que “hay que mili­tar en los jar­di­nes, a los tres o cua­tro años ya les podés expli­car por­que entien­den per­fecto” y segui­da­mente le pidió a La Cám­pora que lo hiciera. Y lo hicie­ron, y lo hacen, y lo con­ti­nua­rán haciendo. 
La pro­ble­má­tica se com­ple­jiza y evi­den­cia aún más al intro­du­cir al debate el reciente pro­yecto de ley de Aníbal Fer­nán­dez para esta­ble­cer el voto opta­tivo entre los 16 y 18 años. Resulta claro que el kir­ch­ne­rismo con­fía con ple­ni­tud en las habi­li­da­des alec­cio­na­do­ras de La Cám­pora en las escue­las, y sabe muy bien que la juven­tud en edad esco­lar con­fi­gura una por­ción del poten­cial elec­to­rado capaz de ser fana­ti­zada y de absor­ber sin dema­sia­dos pro­ble­mas con­sig­nas sim­plo­nas, vacías de con­te­nido con­creto pero reple­tas de emo­ti­vi­dad y mís­tica (las ape­la­cio­nes al “eter­nés­tor” son ejem­plo claro de ello). 
Lo curioso, en todo caso, es el doble men­saje, que pone de relieve que lo que sub­yace a tal manio­bra no es una acti­tud posi­tiva frente a la demo­cra­cia, sino una uti­li­za­ción per­versa y cal­cu­lada de un sec­tor inex­pe­ri­men­tado (por una cues­tión cro­no­ló­gica) de la socie­dad. 
En efecto, si con­si­de­ra­mos a los jóve­nes de 16 años madu­ros y res­pon­sa­bles como para ele­gir un pre­si­dente o un legis­la­dor nacio­nal, ¿No debe­ría­mos con­si­de­rar­los tam­bién madu­ros y res­pon­sa­bles para ele­gir gober­na­do­res y legis­la­do­res pro­vin­cia­les? ¿No tie­nen edad tam­bién para ser impu­tados como mayo­res frente al delito y hacerse res­pon­sa­bles por sus actos? O, lle­vando más allá los ejem­plos, ¿No son lo sufi­cien­te­mente adul­tos como para pos­tu­larse ellos mis­mos a car­gos políticos? Hay que ser cohe­ren­tes: quien puede lo más, tam­bién puede lo menos. Pero es evi­dente que el kir­ch­ne­rismo, lejos de bus­car otor­gar poder a los sec­to­res de edad esco­lar, lo que per­si­gue es acu­mu­lar su pro­pio poder a costa de ellos. 

Fuente: La Prensa Popular (6/9/12) 
Autor: Agustín Laje

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