Por Agustín Laje (*)
Hacer periodismo en Argentina se ha transformado en una tarea si no riesgosa, al menos sumamente complicada.
Y si dudas quedaban al respecto, esta semana la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) -que no la preside Magnetto ni es un órgano de “la corpo” valga aclarar- presentó su último informe, en el que nuestro país es calificado como uno de los más hostiles contra los medios en América Latina.
No pretendo adentrarme en las particularidades del conflicto que ha desencadenado el kirchnerismo contra la prensa no subordinada desde el año 2008 a la fecha. Por el contrario, estimo que en Argentina está en disputa mucho más que la supervivencia del grupo Clarín, tal como se ha instalado discursivamente tanto de un lado como del otro.
Lo que está en disputa es, fundamentalmente, la imposición de una lógica estatista de la comunicación social en detrimento de una lógica comunicativa libre.
Un análisis sobre las lógicas antedichas arrojaría luz sobre los intereses esenciales y las consecuencias profundas del paradigma de comunicación social que busca promover el kirchnerismo.
Es dable plantear, por todo ello, la disyuntiva en cuestión.
Primeramente, vale señalar que bajo una lógica comunicativa libre, quienes financian determinado medio comunicacional son los propios consumidores cada vez que en el mercado deciden obtener la información que aquél ofrece. El financiamiento a través de patrocinadores no deja de ser una resultante de lo anterior, puesto que la publicidad irá allí donde la gente fue antes.
En sentido inverso, bajo una lógica estatista de la comunicación, los medios resultan financiados por aquellos que en su mayoría no los consumen, a través de impuestos que toda la sociedad paga.
Un ejemplo ilustrativo surge al comparar el rating del programa televisivo 678 (que no llega a los tres puntos y que es sin embargo financiado a costa de los 40 millones de argentinos) respecto del rating de Periodismo Para Todos (que ha logrado picos de 26 puntos sin por ello someter a la sociedad toda a su financiamiento).
De esta importante distinción inicial, surgen otras cuestiones no menos importantes.
Una de ellas es el carácter democrático de una lógica comunicativa libre, en la que cada individuo se encuentra permanentemente votando por aquel medio en el que deposita su confianza a la hora de informarse o entretenerse. En efecto, escoger ver, escuchar o leer determinado programa o periódico, significa votar por su permanencia, ya sea porque con nuestro consumo contribuimos directamente en su financiamiento, o porque con nuestro consumo adicionamos probabilidades de patrocinio publicitario.
De forma opuesta, es el carácter autoritario el que distingue a una lógica estatista de la comunicación, por cuanto las preferencias de los individuos no tienen incidencia alguna en la permanencia de los periódicos, programas televisivos, radiales, etc.
Considérese, a modo de ejemplo, la permanencia de diarios como Tiempo Argentino que prácticamente nadie consume, pero que se mantienen en pie gracias a su sumisión política.
En virtud de esto último, queda claro que las consideraciones de calidad entre una y otra lógica son también diferentes.
En efecto, mientras que en el marco de una lógica comunicativa libre aquellos que deben juzgar la calidad de los medios son todos los individuos de la sociedad, en el marco de una lógica estatista de la comunicación aquellos que juzgan la calidad son una élite minúscula: los altos mandos del gobierno.
Más aún, los criterios en este sentido resultan también divergentes: bajo una lógica libre, los individuos juzgarán de acuerdo a si encuentran interesante, confiable, entretenido, aceptable, acertado, etc. determinado medio; bajo una lógica estatista los gobernantes juzgarán de acuerdo a si encuentran políticamente funcional el mensaje que se transmite.
Piénsese, como ejemplo, en el componente político-ideológico inserto en los programas infantiles del canal estatal Paka Paka: esos elementos no se adicionaron en virtud de inquietudes de niños manifiestas en ese sentido, sino en virtud de necesidades político-ideológicas concretas del gobierno.
Finalmente, una lógica comunicativa libre supone la posibilidad de un pluralismo de perspectivas, garantizadas por un Estado éticamente neutro.
Por el contrario, una lógica estatista de la comunicación obstaculiza el pluralismo inherente a toda sociedad, en función de un Estado invasivo que considera a los individuos éticamente neutros y por tanto maleables.
Cabe aclarar que hablamos de lógicas “libres” y “estatistas” y no de medios “privados” y “estatales”, toda vez que un medio en principio privado puede ser guiado con los patrones de una lógica estatista, tal el caso de Página 12 por citar un ejemplo.
La disyuntiva es clara. En la Argentina la disputa real pasa por imponer una lógica estatista de la comunicación, tal lo pretendido por el kirchnerismo. Lo que está en juego, una vez más, es la mismísima libertad.
(*) Es autor del libro “Los mitos setentistas”.
Su sitio web personal es www.agustinlaje.com.ar
www.laprensapopular.com.ar (16/10/12)
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