por Carlos Manuel Acuña
Hay temas sobre los que se hace difícil escribir por su contenido repugnante. Por ejemplo, en este caso, expresivo de la decadencia Argentina, tal como lo dijimos ayer al anticipar que el gobierno sabía que la Fragata Libertad, con sus jóvenes cadetes argentinos y extranjeros, sería embargada.
Lo más indignante -al menos lo más sospechoso, para aliviar los cargos- es que todavía se manipula a la opinión pública y se lleva adelante uno de los objetivos que figuran en el listado de responsabilidades no explicitadas todavía: distraer la atención de otros problemas acuciantes para el kirchnerismo, que se juega muchas cosas durante estos días.
Pero vayamos por partes para un mejor entendimiento.
El 14 de este mes, en su habitual columna de los domingos en el matutino Página 12, Horacio Verbitsky escribió un largo informe que explicaba la situación en términos absolutamente inversos a la realidad del problema que se había creado.
Con términos precisos y reflexiones directas, el articulista expuso largas argumentaciones para endilgarle la responsabilidad de lo que acontecía a la Marina de Guerra que fue, precisamente, la que con toda la formalidad del caso, se opuso al itinerario que se había dibujado desde el poder central. La primera manifestación en tal sentido estuvo a cargo del contraalmirante González Day, quien dio las razones para desaconsejar la recalada en puertos africanos, especialmente Ghana. No era tan difícil establecer los motivos: no existe en ese país representación diplomática del nuestro y mucho menos delegaciones militares, acuerdos defensivos o estratégicos que merecieran ser atendidos y el intercambio comercial no es significativo desde ningún punto de vista.
Esta exposición se hizo por escrito y, apenas llegó al ministerio de Defensa, no sólo se la desestimó, sino que González Day fue puesto en disponibilidad. En los hechos, esta medida fue algo así como un toque de atención para quienes dentro de la Fuerza expusieran una idea contraria al itinerario previsto.
En consecuencia y para cubrir las necesidades administrativas, se ordenó al comodoro Alfredo Mario Blanco -su grado es una distinción que se otorga a los capitanes de navío que están en condiciones de ascender al grado inmediato superior- que consignara por escrito el rumbo que seguiría la Fragata Libertad. La nota llegó al ministerio de Defensa y con ella se cubrió la formalidad para explicar lo que sucedería. De esta manera y si no nos apartamos de la susceptibilidad que reina en el terreno político e institucional, se cubría otra finalidad: vengarse de la Armada, que fue la Fuerza que mayor actuación tuvo contra el terrorismo montonero. El artículo de Verbitsky abordaba los mismos temas pero explícitamente acusaba a la Marina de Guerra de haber recomendado, desde las sombras, recalar en el puerto de Ghana.
Así, surgió la confusión inicial, plagada de trascendidos y contradicciones que llegaban -y llegan todavía- a la opinión pública y otros medios periodísticos.
Al respecto y también explícitamente, Verbitsky mencionaba en Página 12 a los diarios La Nación y Clarín como en una actitud cómplice de un caso tan notable, incalificable, insólito e inédito, y tanto fue así que sus frases y palabras destilaron un aire de culpabilidad que buscaba destinatarios que debían descalificarse.
Así se buscó instalar otra de las finalidades de la maniobra, vinculándola con la necesidad de aplicar la Ley de Medios en los términos que necesita el gobierno para llevar adelante su estrategia. Ésta incluye la modificación de la historia, la alteración de la verdad y la conquista de las mentes juveniles mediante una propaganda que incluso ya se desarrolla en los colegios e institutos de educación primaria.
Bien manipulado, el caso de la Fragata también permite llegar a los colegios para hacer política y preparar al futuro electorado juvenil.
De todos modos, mientras en Ghana el capitán de la Libertad era informado por un jefe naval del país africano de que llegaría la notificación del embargo, en Buenos Aires ya se había llevado adelante el plan sucintamente informado.
Por eso y como lo recordarán nuestros lectores, ayer relatamos que el capitán Pablo Salonio avisó, inútilmente, al ministerio de Defensa lo que sucedería pocas horas después que atracara la Fragata en el puerto ghanés. Lo hizo dos veces con todas las letras pero la respuesta de nuestro gobierno fue terminante: ingrese a puerto.
Ignoramos qué habrán pensado los marinos argentinos y el ghanés que se jugó para concretar la advertencia, pero no es difícil imaginarlo.
Mientras tanto, el titular del fondo NML Capital Limited, del que sería propietario Paul Singer, presentó su reclamo en la justicia de Ghana, que dictó la medida para concretar el embargo. La medida, detallada minuciosamente y que incluía hasta los intereses de los bonistas, puso en evidencia que el tema fue estudiado con la suficiente anticipación para cumplir con un plan perfectamente elaborado. La evolución del escándalo determinó sus primeras consecuencias. Casi a regañadientes, el ministro de Defensa, Arturo Puricelli, asumió con una declaración la responsabilidad por la orden de recalar en Ghana, el jefe del Estado Mayor de la Armada, almirante Paz, pidió inmediatamente su retiro y entre los aplausos de la oficialidad naval -actitud que puso de relieve la intimidad de la maniobra- participó de la breve ceremonia realizada al abandonar el mando. Paz y los demás actores de este suceso fueron respaldados moralmente.
Los hechos transcurrieron como en el cine. El argumento principal era o es el embargo de la Fragata, afectar a la Armada, incorporar el hecho convenientemente tergiversado a la propaganda oficial, distraer a la opinión pública y finalmente, lograr lo principal: el pago a los bonistas y entre ellos, a los testaferros argentinos que estarían involucrados en la operación.
El hecho tiene otros efectos colaterales y, entre ellos, pone de manifiesto los graves efectos que surgen de la reducción presupuestaria que sufre nuestra estructura militar. Aviones imposibilitados de apoyar y defender nuestros intereses legítimos en el exterior, barcos que se rompen, que también son susceptibles de embargos, la imposibilidad de aplicar una política exterior coherente, la ausencia de límites por parte del gobierno y, por último, la evidencia de una ineptitud jamás soportada que nos ridiculiza ante el mundo.
Fuente: Tábano Consultora (noviembre 19, 2012)
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