Este domingo finalizó en Madrid el XIVº Congreso Católicos y Vida Pública organizado por la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y su obra la Fundación Universitaria San Pablo-CEU en torno al lema "Un nuevo compromiso social y político: del Concilio Vaticano II a la Nueva Evangelización".
Durante la intervención de clausura, el cardenal Antonio María Rouco Varela, arzobispo de Madrid, recordó que la resolución de las crisis llega cuando “uno se coloca en el orden trascendente que está en la base de la explicación del mundo, del hombre y de la historia” y poniendo la vista en lo esencial, en lo que dota de sentido último a la existencia: “Las crisis nunca se resuelven contra Dios”, dijo. Y reivindicó el imperativo democrático de reconocer las verdades fundantes y “previas desde el punto de vista del bien común” que anteceden a la “formación de las mayorías”.
Uno de esos fundamentos anteriores es el del derecho a la vida y a él ha hecho referencia para decir que una sociedad no puede considerarse verdaderamente democrática si tal derecho no está debidamente reconocido o garantizado.
Acompañaron al cardenal Rouco en la clausura el presidente de la ACdP y de la Fundación Universitaria San Pablo CEU, Carlos Romero, el obispo auxiliar de Madrid, Fidel Herráez, el director general de la Fundación Universitaria San Pablo CEU, Raúl Mayoral, y el director del Congreso Católicos y Vida Pública, Rafael Ortega.
Luego se dio a conocer un manifiesto que apostó por un "laicado católico comprometido, articulado y bien formado que sea voz de la Iglesia en el debate público cuando se traten cuestiones decisivas para el futuro de la sociedad".
Para ello, se destacó la importancia de la familia, "célula primordial y vital de la sociedad, que debe ser protagonista activa de su propio crecimiento y participación en la vida social. En este sentido consideramos una necesidad social, e incluso económica, ofrecer a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio entre hombre y mujer".
En cuanto a los políticos, se les pide "compromiso y dedicación a la consecución del bien común, que exige tanto la preparación profesional como verdadero rigor moral": "A los católicos que libremente deciden dedicarse a la realización de ese bien común mediante el compromiso político", añade el manifiesto, "les pedimos, además, coherencia con la fe profesada a la hora de aprobar o rechazar diversas propuestas legislativas y coraje para dar testimonio de su fe en la vida pública".
El manifiesto rechaza "la concepción relativista y positivista de naturaleza y razón que hoy impregna la cultura occidental", y en el ámbito económico se rechaza el "capitalismo financiero que se ha impuesto en la economía occidental, basado en la especulación y el consumismo irracional", al tiempo que defiende "la economía de mercado, herencia del humanismo cristiano medieval y moderno".
Los congresistas concluyen proponiendo "una nueva evangelización de la sociedad, la economía y la política, cimentada en la alegría y la esperanza cristiana, será capaz de redescubrir los valores sobre los cuales construir el futuro de las nuevas generaciones".
Manifiesto del XIVº Congreso Católicos y Vida Pública.
El espíritu que nos ha guiado en la organización y ejecución de este Congreso ha sido el expresado reiteradamente por Su Santidad Benedicto XVI que, en línea con sus predecesores, no cesa de insistir en la necesidad que hoy existe de un laicado católico comprometido, articulado y bien formado, que sea voz de la Iglesia en el debate publico cuando se traten cuestiones decisivas para el futuro de la sociedad.
El deseo y determinación del Sumo Pontífice de hacer coincidir en el tiempo con el quincuagésimo aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, el comienzo del Año de la Fe y el desarrollo del Sínodo de los Obispos sobre La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana, nos mueve, como fieles hijos de la Iglesia Católica, a llevar a cabo un serio ejercicio de discernimiento sobre los nuevos escenarios de carácter social, económico, cultural, político y religioso que han surgido en las últimas décadas, con objeto de transformarlos en lugares de propuesta de anuncio y testimonio de la doctrina cristiana.
El Congreso que hoy concluye forma parte de ese proceso de discernimiento, tras el cual afirmamos lo siguiente:
Primero: A los cincuenta años del Concilio Vaticano II, los textos de los Padres conciliares no solo mantienen su valor y esplendor, como ya dijo en su momento el beato Juan Pablo II, sino que leídos e interiorizados dentro del Magisterio de la Iglesia, y a la luz del Espíritu Santo, son una brújula segura para orientarnos en nuestra vida de cristianos.
Segundo: La Nueva Evangelización, a la cual urge Benedicto XVI, nos estimula a profundizar en el análisis de la responsabilidad que como laicos tenemos a la hora de “redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (Carta Porta Fidei nº 7) lo cual supone para nosotros los creyentes un mayor esfuerzo de coherencia en el vivir y transmitir la fe que profesamos.
Tercero: Somos conscientes de que nuestra vocación de laicos es única para llevar la fe a todas las realidades de la sociedad. En primer lugar a la familia, célula primordial y vital de la sociedad, que debe ser protagonista activa de su propio crecimiento y participación en la vida social. En este sentido consideramos una necesidad social, e incluso económica, ofrecer a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio entre hombre y mujer, que es signo verdadero y real de amor y coparticipación, capaz de dar esperanza porque está abierta a la vida.
Cuarto: Demandamos de quienes están dedicados al noble arte de la política su compromiso y dedicación a la consecución del bien común, que exige tanto la preparación profesional como verdadero rigor moral. A los católicos, que libremente deciden dedicarse a la realización de ese bien común mediante el compromiso político les pedimos, además, coherencia con la fe profesada a la hora de aprobar o rechazar diversas propuestas legislativas y coraje para dar testimonio de su fe en la vida pública.
Quinto: Rechazamos la concepción relativista y positivista de naturaleza y razón que hoy impregna la cultura occidental, donde prima el aspecto funcional, y que relega todas las demás realidades culturales a la condición de subculturas. Esta visión de la realidad es una amenaza para el ser humano en su propia naturaleza, la cual él mismo debe respetar y no manipular a su antojo.
Sexto: Frente al capitalismo financiero que se ha impuesto en la economía occidental, basado en la especulación y el consumismo irracional, y que tan negativamente esta afectando a la vida de las personas, sobre todo los más necesitados, defendemos la economía de mercado, herencia del humanismo cristiano medieval y moderno, que considera al hombre en su integridad como autor, centro y fin de la vida económico-social.
Séptimo: La experiencia que la Fundación Universitaria San Pablo CEU tiene en el ámbito de la enseñanza a través de sus universidades, colegios y otros centros, nos permite percibir por un lado las inquietudes y frustraciones de la juventud, y por otro su enorme deseo de tener auténticos maestros que con su saber, actitud y testimonio les ayuden en la búsqueda de la verdad. Defendemos una educación donde a la necesaria formación profesional se una la preocupación por la persona, y donde la fe y la cultura convivan como realidades indisolublemente unidas, convencidos como estamos de que la fe es fermento de cultura y luz para la inteligencia.
Finalmente, frente a los agoreros, los que piensan que no hay soluciones, y sobre los cuales ya previno el Papa Juan XXIII en el discurso de apertura del Concilio Vaticano II, proclamamos nuestra confianza en el propio ser humano que, mediante una nueva evangelización de la sociedad, la economía y la política, cimentada en la alegría y la esperanza cristiana, será capaz de redescubrir los valores sobre los cuales construir el futuro de las nuevas generaciones.
Como María Inmaculada, queremos tener nuestra mirada fija en Jesucristo. En Él encuentra su pleno cumplimiento todo afán y todo anhelo del corazón humano; con Él nos comprometemos a redescubrir el camino de la fe y el impulso evangelizador.
Nos encomendamos también a San Pablo, pues necesitamos un vigoroso espíritu apostólico para anunciar a cuantos nos sea posible la alegría de la Resurrección de la que él fue testigo fiel.
Acogemos las propuestas pastorales de nuestros respectivos obispos y nos comprometemos a trabajar decididamente en su desarrollo.
Aquí y ahora. Ya.
En Madrid, a 18 de noviembre de 2012
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