Cuando los gobernantes se dedican a exaltar el mal, a propagar el error, a saquear los bienes morales que constituyen la principal riqueza de un pueblo, es natural que acaben organizándose como bandas de ladrones, mientras el pueblo chapotea en la sentina de los vicios. Juan Manuel de Prada
martes, 1 de enero de 2013
Cultura Christiana delenda est
por Carlos Daniel Lasa
“La cultura cristiana debe ser destruida”. Este imperativo no proviene de una civilización diversa de la Occidental, en cuyo caso podría hablarse de un choque de civilizaciones tal como lo hiciera Samuel P. Huntington[1], sino que surge del seno mismo de lo que hoy se considera Occidente.
A partir de este avance irrefrenable de la irreligión[2], se trata de borrar todo vestigio de la vida cristiana en el ámbito público: el deseo que anima esta operación conserva la secreta esperanza de barrer de la intimidad de las conciencias el cristianismo mismo.
La militancia irreligiosa tiene como finalidad que todos los ámbitos de la cultura (la política, las artes, las ciencias, la economía, el derecho, incluidas las mismísimas “religiones”) se configuren a partir de un horizonte carente de toda verdad y de todo bien. Para ello será menester contar con un arma predilecta: la deconstrucción. De este modo, excepto el acto mismo de deconstruir, todo es sometido al trabajo de desmonte el cual consiste en poner en evidencia a partir de qué supuestos no manifiestos se ha construido algo. La conclusión es siempre la misma: que ese algo ha sido armado a partir de una decisión que se ha traducido en una interpretación, en un relato, en una construcción de sentido.
Ahora bien, ¿por dónde ha comenzado el proceso de deconstrucción y de aniquilamiento del cristianismo en la esfera de lo público?
Dos parecen ser los centros principales del ataque: la familia y la escuela. La razón es simple: tanto en la familia como en la escuela cada hombre va configurando su visión de mundo y fraguando sus valores. Los detentores de la irreligión han atacado a la idea misma de familia a punto tal que ya nadie sabe qué es la familia ni cuáles son los miembros que la conforman. Sólo se proclama que existen multiplicidad de formas de familia y que la familia, a la que se denomina “convencional”, ya ha dejado de existir (este es un modo de alentar la visión relativista extrema). En realidad, con el eufemismo de “familia convencional”, se está saboteando a la concepción cristiana de familia.
En la esfera de la educación, por su parte, ya nadie sabe para qué se educa; sólo se tiene la certeza que todo aquello que pertenece al ámbito de la educación debe seguir funcionando para el bien de muchos: para los que perciben salarios, para los funcionarios de la educación, para los expertos en la materia.
Producto de la negación de la existencia misma de la verdad es la volatilización de todo suelo firme, y con ello, la existencia de valores perennes. Sólo puede afirmarse la permanencia de valores socio-históricos, siempre cambiantes, muy aptos para la praxis de aquellos hombres de “hábiles cinturas”.
Esta visión sociologista anida en la cabeza de no pocos teólogos, obispos, laicos que se autodenominan “comprometidos”. Su ingreso fue preparado, como ya lo he manifestado en otras oportunidades, a través de la negación de la filosofía griega, la cual condujo a formular un intellectus fidei a partir de las ciencias humanas, entre las cuales se cuenta, principalmente, la sociología.
La conclusión no es otra que la pérdida de la inteligencia del misterio cristiano y, en consecuencia, de la praxis cristiana misma. La vocación totalitaria de la actual irreligión, disfrazada de un cínico pluralismo, no tolera ni tolerará residuo alguno del cristianismo.
“El cristianismo deberá ser totalmente destruido”.
*
Notas
[1] El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Bs. As., Paidós, 2006, 9ª reimpresión, 427 pp.
[2] La irreligión occidental, que se ha configurado a partir de todas las negaciones marxistas a la religión y a la metafísica, por un lado, y de la negación de todo vestigio de mesianismo presente en el marxismo, por el otro, ha dado como resultado la pulverización de la idea misma de verdad y la consecuente asunción de un relativismo extremo. Esta irreligión es la afirmación máxima de antiplatonismo y de negación de lo eterno.
31/12/2012
Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!
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