Cuando los gobernantes se dedican a exaltar el mal, a propagar el error, a saquear los bienes morales que constituyen la principal riqueza de un pueblo, es natural que acaben organizándose como bandas de ladrones, mientras el pueblo chapotea en la sentina de los vicios. Juan Manuel de Prada
miércoles, 2 de enero de 2013
La familia tradicional, la medicina que necesitamos.
por Néstor Mora Núñez,
Si el hogar, refugio común en estos males que acechan a los hombres, no está seguro, ¿Qué será de la ciudad? ¿Qué será de la ciudad, tanto más llena de pleitos, civiles y criminales…? (San Agustín, La Ciudad de Dios 19, 5)
Vivimos una época en que el relativismo es el motor del cambio social. La libertad se asocia al binomio ignorancia-irresponsabilidad, que conlleva mucho sufrimiento y desesperación. Una sociedad ignorante compuesta por individuos incapaces de asumir responsabilidades personales y colectivas, es una sociedad dúctil para quienes la gobiernan. Para dejar las cosas claras se propugna que el sufrimiento procede de actitudes como el compromiso, honestidad y coherencia. Pero, el cambio social no ha sido capaz de salir totalmente victorioso porque se ha encontrado con un desafío muy importante: la familia tradicional.
Podemos pensar en la familia como la célula fundamental de la sociedad, lo que San Agustín llama “la Ciudad”. La familia es el motor de creación de personas y depende de ella, que estas personas sean capaces de crear y vivir en una sociedad cada vez mejor. ¿Nuestra sociedad está sana? Creo que todos tenemos claro que no es así. Vivimos en una sociedad enferma que produce personas incapaces de sostenerla y generar una mejor convivencia. ¿Por qué?
Básicamente porque el estado es quien ha tomado la responsabilidad de educar a nuestros hijos, solucionar nuestros problemas y hacernos felices. A cambio de dejar en manos del estado todo esto, nos han ofrecido trabajo universal, una vida más independiente (egoísta), opciones de “éxito” nunca antes vistas, posición social, diversiones, etc. Simplemente hemos cedido nuestros hijos y nuestra capacidad de transformarnos al estado. La estrategia está muy bien diseñada. Si la responsabilidad de los hijos es asumida por el estado, esto nos permitirá concentramos en conseguir el “éxito” y en el “bien vivir” individual. Es evidente que en todo esto las relaciones estables de pareja son innecesarias, además de ser inadecuadas desde el punto de vista egoísta. El divorcio, la separación, las parejas de hecho y una vida sin compromiso afectivo, son peldaños que “solucionan” la desagradable y compleja convivencia en familiar. Si la familia tradicional desaparece, podemos dedicarnos a nosotros mismos, que es lo que parece interesarnos más.
Los hijos que provienen de estas relaciones temporales y sin compromiso, son personas que no han aprendido a convivir, asumir responsabilidades y crear hogar. Es muy complicado que estas personas sean capaces de crear un hogar estable y una familia tradicional, lo que hacen, permite que la familia tradicional vaya desapareciendo poco a poco. Ya no sólo hay que hablar de una bajada de vocaciones religiosas, las tasas de matrimonios, civiles o religiosos, van descendiendo aceleradamente. Nadie quiere “atarse” para toda la vida, ni oír hablar de ser responsables de cualquier relación afectiva que establezca.
Por si fuera poco, este tipo de sociedad, ignorante e irresponsable, genera embarazos que crean sufrimientos y problemas diversos. La solución que el estado nos ofrece es hacer desaparecer al niño concebido y ya está. Todos felices. Para que no tengamos dudas, el estado se hace cargo del costo económico de ello. ¿Quién puede pedir más? Todo nos encamina a una sociedad de seres egoístas que entienden la vida como un sufrimiento soportable, mientras podamos olvidarnos de responsabilidades y aparentemos ser felices. El fármaco que más se receta en las sociedades desarrolladas es un antidepresivo.
¿Hacia donde vamos? Directamente hacia una explosión o hacia la muerte de nuestra sociedad. Ya tenemos evidencias de que este modelo social es insostenible. Vivimos una crisis que parte de la quiebra de las imposibles promesas que los ingenieros sociales nos hicieron hace 20 o 30 años. Vemos a personas que se suicidan por sentirse engañados por el sistema financiero. ¿No es triste que ofrezcamos nuestra vida como ofrenda al dios de las finanzas? Que poca esperanza tenemos en nosotros mismos y que poco sentido tiene nuestra vida.
Pero no perdamos la esperanza. Es interesante darnos cuenta que la sociedad es un organismo vivo y poseemos defensas ante los virus ideológicos que andan sueltos. No estamos abocados al desastre, como ocurre con las estrellas que estallan en Novas o Supernovas. Hay esperanza más allá del colapso que estamos viviendo. ¿Qué esperanza?
Nos dijo Cristo que somos la sal de la tierra y la levadura que transforma la masa de trigo en pan. Somos la esperanza de la sociedad, ya que conservamos el sentido tradicional y natural de la familia. Sabemos cómo enfrentarnos a las ideologías que acechan detrás de cada decisión política. La sociedad es cada vez más claramente de tipo pagana post-cristiana, pero también es cierto que los cristianos vamos ganando en compromiso y en capacidad de dar testimonio. La pregunta crucial es ¿A que esperamos para dar testimonio?
Néstor Mora Núñez, es autor, editor y responsable del Blog La divina proporción, alojado en el espacio web de www.religionenlibertad.com a
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