En una época tan maltrecha resulta significativo que casi hayan pasado inadvertidas las palabras que Benedicto XVI ha pronunciado ante la curia.
por Juan Manuel de Prada
Como era previsible, a una primera fase de estupefacción y revuelo informativo causados por la noticia de la renuncia de Benedicto XVI, le ha sucedido otra de especulaciones rocambolescas.
Estaba cantado que una noticia tan excepcional iba a desatar una bulimia informativa que los primeros días se colmó con análisis apresurados, entrevistas a personajes de relumbrón y las consabidas y banales «quinielas de papables»; pero, pasados esos primeros días, los medios de comunicación, en su afán por no interrumpir el flujo informativo, se han dedicado a propalar (algunos con evidente mala fe, otros por propensión genética al amarillismo, otros por falta de criterio) pretendidos escándalos, fundados en informes ultrasecretos a los que habrían tenido acceso… por ciencia infusa.
Ya se sabe que el diablo, cuando no tiene nada que hacer, espanta moscas con el rabo; y en estos días de sequía informativa (¡con el Papa haciendo ejercicios, para más inri!), el carroñerismo periodístico ha distraído la ociosidad con mucho corta y pega, con mucho «se comenta» y «según fuentes próximas al Vaticano», que vuelven a poner en entredicho el papel de la prensa y, sobre todo, el tratamiento que la información religiosa recibe en los medios generalistas, encomendada a personas sin formación, cuando no aquejadas de obsesiones que reclaman tratamiento clínico. Por fortuna, aún restan gozosas excepciones –este periódico es una muestra– en medio de tanta inmundicia.
Tampoco ha colaborado, en honor a la verdad, a mejorar las cosas, el tono eufórico y arrebatadamente optimista con el que cierto oficialismo católico ha despachado la renuncia papal. Aquí vuelve a demostrarse la dificultad (¿imposibilidad?) de un periodismo católico consciente que, desde el amor a la Iglesia, pueda cuestionar ciertas decisiones, tal vez porque nuestra maltrecha época solo admite las adhesiones ciegas y las animadversiones también ciegas. Y en una época tan maltrecha resulta significativo que casi hayan pasado inadvertidas las palabras que Benedicto XVI ha pronunciado ante la curia, al concluir los ejercicios espirituales; palabras que juzgo importantísimas, llenas de un aliento escatológico y profético que refleja a la perfección la gravedad del tiempo presente:
—A partir de los Salmos y de nuestra experiencia cotidiana, [descubrimos] que el «muy hermoso» del sexto día –expresado por el Creador– es permanentemente cuestionado, en este mundo, por el mal, el sufrimiento y la corrupción. Casi parece que el maligno quiera ensuciar permanentemente la creación, para contradecir a Dios y hacer irreconocible su verdad y su belleza. En un mundo tan marcado por el mal, el «Logos», la Belleza eterna y el «Ars» eterno, debe aparecer como «caput cruentatum» (cabeza herida). El Hijo encarnado, el «Logos» encarnado, lleva una corona de espinas, y sin embargo, así, en esta figura sufridora del Hijo de Dios, empezamos a ver la belleza más profunda de nuestro Creador y Redentor; podemos, en el silencio de la noche oscura, escuchar su Palabra. Creer no es otra cosa que, en la oscuridad del mundo, tocar la mano de Dios, y así, en silencio, escuchar la Palabra, percibir el Amor».
La alocución del Papa se remató con una afirmación esperanzada en la victoria final de Dios, pero la meditación en torno al «caput cruentatum», a la acción del maligno, al silencio de la noche oscura y a la creación ensuciada permanentemente por el mal, el sufrimiento y la corrupción, adquiere un tono admonitorio incuestionable. Sobre todo, si consideramos que tales palabras las dirigía a la curia romana.
Actualizado 25 febrero 2013.
Religión en Libertad.
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