lunes, 22 de abril de 2013

¿Argentina se merece a Cristina?



por Gabriela Pousa *
La desorientación más absoluta es hoy la característica intrínseca de la escena politica. El grado de desconcierto es atípico. Todo cuanto acontece tiene ribetes desopilantes. Cada discurso de la Presidente es un unipersonal digno de ser llevado, en el verano, a la costa o a Carlos Paz.


Es sabido que hasta los funcionarios más aviesos, los que la aplauden denodadamente, escuchan dislocadas a las palabras de las ideas, y al relato de los hechos. ¿Por qué entonces asienten y rinden pleitesía una y mil veces? Por la misma razón, por la cual la sociedad se mantiene en silencio, haciendo catarsis en redes sociales o refunfuñando dentro de cuatro paredes. Cinco letras nos unen irremediablemente: Miedo.
Mientras unos se preguntan cómo salir ilesos del laberinto en que se metieron, aun siendo responsables de ello; los otros, es decir nosotros, nos interrogamos acerca de cómo y cuándo termina todo esto. Y posiblemente algo de responsabilidad nos quepa, aunque no lo aceptemos. En síntesis, podría decirse que, de un modo u otro, todos estamos siendo cómplices del gobierno. Sí, suena duro y feo.
En este contexto, Cristina Kirchner avanzó y seguirá avanzando, gozando de los aplausos de unos y de los silencios del resto, aunque sólo le quede por avasallar las libertades individuales, tarea que ha comenzado de un tiempo a esta parte. ¿Por qué puede hacer esto? La respuesta es deleznable pero es más simple de lo que parece: el pueblo se lo permitió (¿Se lo seguirá permitiendo?)
En “El Hombre Rebelde”, Albert Camus sostenía que callarse es dejar creer que no se juzga ni se desea nada. La desesperación juzga y desea todo en general, pero nada en particular, y por ello deviene fácilmente en silencio. Lo furtivo y efímero del último blandir de las cacerolas ha demostrado con claridad esto.
El pueblo argentino es reflejo de sus gobernantes. No cree en nada, por lo tanto nada tiene sentido, no afirma valor alguno. Todo es posible pero nada tiene importancia. La acción es reemplazada por el diletantismo, y así la vida se convierte en una espera.
En este ámbito, nada es verdadero ni falso, ni bueno ni malo. Y si acaso adjetivamos algo en el instante en que acontece, el adjetivo caerá por inercia en horas apenas. Un ejemplo: la confiscación de fondos de las AFJP causo estupor, pero ya pasó. La vida sigue como un mar sometido, indiferente a cualquier corriente. Si la apatía resta valor, no tiene sentido ser honesto o no, basta con ser el más fuerte.
Esto sucede en la Argentina. Cristina tiene un gran andamiaje comunicacional, y una habilidad indiscutible para hallar artilugios que sumen a su intención: perpetuarse. Necesita como nunca a la sociedad apática, anestesiada, entretenida con nimiedades, debatiendo si Daniel Scioli hace bien en enfrentarla, o si Tinelli ganó audiencia en su franja horaria.
De espera en espera -decía Epicuro- consumimos nuestra vida, y nos morimos todos en la costumbre, en la rutina.
Lo asombroso no es que el oficialismo siga manipulando al pueblo con ficciones y circos: Tecnópolis es ejemplo de ello. Lo asombroso es que, desde el momento en que la sociedad toma conciencia de que ese tipo de entretenimiento es una herramienta del poder, para mantener el status quo, y el gatopardismo, no haya un rechazo generalizado a consumirlo.
Cristina Kirchner puede no saber de economía pero sabe de manipulación, y esta es la cicuta de los argentinos. Bebida a conciencia supone un estado más grave de lo que se piensa.
¿Por qué esta inclinación por gobiernos indignos? Es muy difícil aceptar algún grado de culpa en todo esto. El “yo no la voté” sirve como atenuante para redimirnos a nosotros mismos, pero no soluciona ni evita que vuelva a repetirse una elección, sin apatía frente a lo elegido.
A esta altura se preguntarán qué es lo que se puede hacer. Rebelarse. No tomando como rebelión el concepto vacuo de desorden, caos y disgregación, sino todo lo contrario: expresándose, perdiendo el miedo a diferenciarse, dejando de esconderse detrás de seudónimos o apodos que sirven de coraza pero no aportan ninguna savia.
Jugarse no es pararse frente al delincuente y decir “-aquí estoy máteme”, pero tampoco es esconder la identidad o dejar de decir una verdad, por temor a una inspección impositiva. ¿No nos da un poco de vergüenza que así sea?
Si los argentinos callamos y manifestamos temor a la visita de la AFIP, dejemos entonces de quejarnos por quienes detentan el mando. Ellos han logrado su cometido. Ganaron.
Este análisis trae a colación una pregunta que formulé antaño apuntando al por qué Cristina es la Presidente que Argentina debe tener hoy día. Y es que si acaso no es justo aducir que “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”, hay sí que admitir que cada país está demostrando tener un presidente que es reflejo de su gente (o de una mayoría de la misma)
Ya no se elige a los mejores sino a los semejantes, aunque tengan rasgos más grotescos comparados con el grueso del pueblo. Hay coherencia en que Pepe Mujica conquistara Uruguay; Evo Morales a Bolivia; Dilma a Brasil; Piñera a Chile, y Merkel a los alemanes. La hipótesis es polémica pero no parece ser incierta. ¿Qué sucede con Hugo Chávez?- se interrogó a José Mujica. Su respuesta fue contundente: “Para Venezuela está bien” Del mismo modo, si se interroga por Cristina Kirchner se podrá decir que, para esta Argentina, está bien. ¿Alguien se atreve a sostener lo contrario? ¿Y por qué?
Narcisista, pagada de sí misma, ególatra, caprichosa, intolerante, no parece muy distinta al argentino promedio. Desde luego las generalizaciones son odiosas, pero es dable confesar que representa al conjunto social con una exactitud difícil de negar. ¿O no se embelesó la clase media con las cuotas para plasmas, mientras se desmantelaban las instituciones básicas? Y dentro de las clases bajas, ¿no hay muchos que prefieren el plan social a trabajar, y tener la netbook regalada?
Una sociedad que se desgarra las vestiduras apenas 48 ó 72 horas por una seguidilla de crímenes aberrantes y cuando llega el fin de semana, no recuerda más nada; una sociedad que saca las cacerolas y sin que cambie un ápice, las guarda…En definitiva, una sociedad que prioriza el bolsillo antes que la vida, no dista considerablemente de parecerse a quién encarna el Ejecutivo Nacional. A engañarse a otra parte. El espejo delata.
¿Qué podría hacer un Domingo Sarmiento en esta Argentina actual? Sarmiento existió cuando los argentinos preferían la civilización a la barbarie; y al progreso se llegaba de mano de la educación, no de un electrodoméstico.
Nos igualamos fatalmente a la Presidente. Ella incumple leyes, nosotros rompemos reglas. Ella no escucha al otro, nosotros tampoco. Pretender que cambie es como exigirle a un argentino que deje de ser ostentoso, individualista o pedante. Si nosotros echamos la culpa a otros del gobierno que tenemos, ¿por qué Cristina Fernández se haría cargo de su ineficiencia constante?
“No nos ahogamos por falta de oxígeno, sino por falta de capacidad en los pulmones” La cita es de Franz Kafka. Y a buen entendedor pocas palabras…


* Este artículo de Gabriela Pousa data del 31-07-2012. Por su clarividente actualidad publicamos en este blog.

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