por Carlos Manuel Acuña
Si los alaridos fueran letales, a estas horas Lanata no saldría por televisión ni hablaría por radio.
Por lo menos, estaría internado y enyesado de pies a cabeza.
Cristina no daba crédito a lo que escuchaba y leía y anteanoche resolvió citar de urgencia a la conducción de la SIDE para analizar la situación y adoptar medidas para desactivar las denuncias sobre robos, coimas y otras cosas que comprendían a su propio marido y los principales funcionarios del gobierno. Por cierto, entendía perfectamente el tremendo impacto político que recorría a lo largo y a lo ancho toda la gestión iniciada diez años atrás y su arrogancia, vulnerada por la realidad, pulseaba el presente con el pasado e intentaba superar un ánimo de derrota anticipada. Poco a poco se tranquilizó y con sus asesores de inteligencia estudió las posibles medidas que le permitirían salir del atolladero.
Lo primero que salió a la luz fue su decisión de no retroceder ni un milímetro y movilizar todos los recursos para una nueva batalla, pero esta vez no sería como las otras. Ahora había un aire de cosa definitiva y concurrentemente comprendió que resultaría imposible adoptar el recurso simple y remanido del desmentido y la exigencia de pruebas que luego podrían ser desestimadas mediante artilugios y decisiones judiciales. A propósito de esto último, también entendió de un solo golpe, que no podría utilizar a un corrupto como Oyarbide, quien, dicho sea de paso, de hecho también quedaba comprendido por las denuncias y confesiones, pues pocos meses atrás y en tiempo récord, sentenció que no había causales para enjuiciar a los Kirchner por corrupción o bienes mal habidos. Ubicado en el mismo bote, el indiscutido juez federal medita acerca de cual será su destino. Más aún, su experiencia y su instinto le dirán que también caería en la volteada, por mentiroso e incumplimiento de sus deberes como funcionario público.
Fuese o no fuese abogada, Cristina W. supo esa noche de gritos y convocatorias, que, como mujer legítima del malogrado Néstor, ya estaba involucrada en un caso extraordinario del que todavía no se había dicho todo, pues en su intimidad meditaba precisamente acerca de lo que seguramente se revelaría con el correr de los días. Si los detalles que llegaban al público eran tan precisos, si operadores de los grandes negocios ilegales cometidos bailaban en las noticias y comentarios, si ya se hablaba de los muertos sospechados de asesinato o de los simplemente asesinados… ¿cómo no se conocerían otras cosas tal vez más pesadas que las que ya están en boca de todo el mundo?
Por encima de sus propios deseos aceptó las recomendaciones de no personalizar el contraataque y apuntar a la adopción de iniciativas de distracción. Una de las vías que se pondrán en marcha -algo de eso habló ayer el Informador Público- se apuntó al Congreso, donde deberán ingresar temas tan importantes que la opinión pública los debatiría para tomar partido y, aunque más no sea, para oponerse a lo que se proponga. Como objetivo de fondo, sobresale la maniobra de limitar a la Justicia y convertirla en un apéndice del Ejecutivo, es decir, de su propia persona.
Sin embargo, el escenario comenzaba a complicarse. Una catarata de datos se sumaba a las tempranas denuncias de Jorge Lanata y a esta altura de los acontecimientos el descontrol era la definición justa para lo que ocurría. Para colmo, uno de los actores importantes de esta trama insólita e inédita en la historia Argentina y de cualquier país más o menos serio e importante, Leonardo Fariña, con sentido práctico y sin reparar que su actitud se convertía en una virtual aceptación de los cargos, había dejado las huellas de su inquietud en los mostradores de las empresas de aviación que se encuentran en el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, en busca de un pasaje que estuviera disponible para cualquier lugar del mundo. No tenía preferencias y el objetivo era salir lo más rápidamente posible del país para evitar las citaciones judiciales que, estimaba, serían imparables. Tuvo suerte. Fariña logró viajar a Madrid, desde donde seguramente planificaría los pasos a seguir previa coordinación con los otros implicados que permanecían en la Argentina.
El caso de Fariña tiene sus matices, pues no solamente amenazó al dueño de la financiera que se utilizó para sacar dinero del país con el fin de comprársela a su dueño y así controlar mejor las operaciones, sino que fue uno de los transportadores del dinero en efectivo que previamente había sido convertido en billetes de 500 euros colocados en bolsas del consorcio. Como si habláramos de una escena cinematográfica de misterio y violencia, Fariña se paseaba por los sótanos de los edificios de Puerto Madero que se intercomunican entre sí. Allí viven Boudou y sus amigos, Cristina tiene un departamento en la mejor parte de la zona más cara de Buenos Aires y también están las oficinas de la financiera encargada de colocar los fondos en el exterior. Los detalles son bien conocidos, por eso es innecesario abundar en ellos y seguramente quedarán ampliados cuando intervenga la Justicia, pero el tema ya tomó estado público, los ciudadanos, electores o no, ya comentan sin mayor asombro y los memoriosos recuerdan que años atrás se habían anticipado las anomalías que ahora estallaron con más fuerza y Asís, por ejemplo, había publicado que existían informaciones suficientes para investigar las dolosas operaciones.
Por cierto, nada se hizo al respecto; ningún juez o fiscal tomó la iniciativa a la que estaba obligado y las cosas discurrían -digamos que amablemente- mientras el kirchnerismo engrosaba sus arcas. Éstas comenzaron a quedarle chicas y Néstor compró dos tesoros bancarios de instituciones que cerraban sus puertas. Allí se acumularía el dinero, los títulos y todo lo que representaba la principal satisfacción del hoy muerto que gozaba con tocar estos bienes que lo realizaban espiritualmente. Una diputada, la señora L. Carrió, tuvo la valentía de mencionar este asunto que tampoco mereció la inquietud judicial -ni siquiera curiosidad- aunque cabe señalar que antes de promediar la década pasada el tema daba pie para comentarios en voz baja y afirmaciones circunstanciales en reuniones sociales.
Esto, incluyendo las escasas o nulas consecuencias de noticias que en síntesis giraban en torno de los delitos adjudicados al binomio presidencial y sus asesores -se mencionaba a De Vido, entre los más cercanos a los Kirchner- constituye un factor digno de una reflexión ¿Por qué la sociedad no tomó una actitud concreta al respecto? ¿Por qué los políticos -con la excepción de Carrió y seguramente otra que en estos momentos no recordamos- no salieron al cruce de este asunto? ¿Cuál fue la causa del silencio de los jueces? ¿Y la del resto del periodismo? La primera respuesta que se nos ocurre es que los argentinos estamos enfermos (políticamente hablando) y que lo que en otras ocasiones sería la causa de un escándalo que evitaría la sucesión de las restantes anomalías, pasó así como así y sin mayor importancia. ¿Para qué avanzar con los ejemplos de todo lo sucedido a partir de esos años? Con seguridad está en el ánimo, la memoria y los sentimientos del lector, quien a su vez podrá trasmitir a otros y entre todos sacar sus conclusiones. Es obvio que pasado mañana, jueves 18, se saldrá a la calle para protestar por el contenido de este escándalo mayúsculo, pero también, hay que decirlo, como una forma de catarsis por no haber actuado en su momento como correspondía. Asimismo, se saldrá a la calle por el íntimo convencimiento de que las cosas empeorarán y que, como lo dijimos en su momento, el kirchnerismo dejará a nuestra ex República como tierra arrasada, con el agregado del peligro social que provocará el angostamiento de los subsidios o la incapacidad de pagarlos porque el dinero se lo llevaron otros.
De todos modos, vamos a destacar que de ahora en adelante el panorama se mostrará progresivamente distinto, a lo que podemos acotar que recién se puso en marcha una nueva realidad política que se verá enriquecida por otras novedades igualmente o más detonantes. Sin duda, serán pocos quienes conocerán su contenido pero Cristina las sospechará y en medio de sus meditaciones repetirá para sí misma, pero sin reparar en la inutilidad de la frase, que sostiene que a mí nadie me torcerá el brazo. Sabe que se encuentra en un tremendo atolladero, que su amigo Chávez no está para aconsejarla, que éste dejó a su propio país al borde de la guerra civil y que los cubanos están metidos en ese baile. ¿Qué hacer? La defensa de El Modelo ahora es insuficiente y no hay ideología que alcance para reemplazar el robo descubierto y la fama de ladrones.
abril 16, 2013
Informador Público.
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