por Carlos Daniel Lasa
En una entrevista concedida al diario La Nación, la diputada oficialista Diana Conti sostuvo: “Estamos profundizando el rumbo hacia la mayor soberanía política. No hay que tenerle miedo a la soberanía popular. El pueblo votando no es un ogro”.
El entrevistador preguntó: “¿También en el Judicial?”. La diputada respondió con total naturalidad: “Sí, gobierna los recursos y la administración del Poder Judicial”.
En la respuesta de la Diputada Conti se muestra con total claridad la concepción y vocación totalitaria del gobierno nacional, como así también, el riesgo que esta idea entraña para el Estado constitucional moderno en Argentina.
La democracia moderna refiere el intento de fundar y de construir el ordenamiento y autoridad del Estado desde lo bajo hacia lo alto, es decir, a partir del singular[1]. Esto implica que, previamente a la constitución del Estado, el individuo tiene derechos inalienables, y que la función del Estado se ordena al desarrollo libre de los referidos derechos. Por eso, frente a la tesis rousseauniana de la “soberanía del pueblo” (que el mismo Tocqueville veía como un verdadero peligro para la libertad ya que conduciría, indefectiblemente, hacia la tiranía de la mayoría), el estado constitucional levantó la consigna “¡Basta con los soberanos!”.
Es por esta razón que a las mayorías, las cuales legítimamente gobiernan un Estado, se les impida ejercer, en un estado constitucional democrático, un dominio absoluto. ¿Y de qué manera se les restringe su dominio? Asegurando la existencia de un Poder absolutamente independiente del poder político, cual es el Poder Judicial, encargado de interpretar y aplicar la única realidad soberana dentro del Estado constitucional democrático: la ley.
Así, entonces, en un Estado constitucional democrático, el poder de la mayoría también está sometido al derecho, el cual limita su ejercicio.
La propuesta de la diputada Conti, efectivamente, convierte a la voluntad de la mayoría en un soberano ogro toda vez que pone su voluntad por encima de la ley. Conti está proponiendo, en definitiva, que el Estado sea la expresión máxima de una única voluntad.
La concepción de la diputada del oficialismo se encuentra en perfecta sintonía con lo que afirmaba, en 1934, el filósofo del fascismo, Giovanni Gentile. El filósofo de Castelvetrano sostenía que, para solidificar la Nación, era menester crear “… en todos los ciudadanos un solo pensamiento, un solo sentir, una misma pasión y una común esperanza…”[2]. En síntesis: una única voluntad.
La perfecta convergencia entre Conti, vocera autorizada del actual gobierno, y Gentile, surge, a nuestro juicio, de la presencia de la doctrina fascista en el peronismo. En nuestro libro titulado Juan Domingo Perón: el demiurgo del praxismo en Argentina[3] hemos intentado mostrar cómo la filosofía que configura al peronismo, la cual ha dado lugar a la existencia de una política praxista, se ha elaborado a partir de una voluntad de dominio autofundada y fundante de toda otra realidad.
Desde esta perspectiva se entiende por qué el Estado busca ser la fiel expresión de la referida voluntad; por ello, ninguna realidad podrá anteponerse a su cumplimiento. La vocación de esta voluntad, obviamente, es totalitaria; de allí que la violencia, ínsita en su esencia, se haya de ejercer, tarde o temprano, para enfrentar y doblegar toda libertad que no quiera plegarse a ella. El Poder Judicial, garante de la interpretación y aplicación de la ley, no será la excepción. Las declaraciones de Conti así nos lo confirman. Por eso, como reza el adagio del derecho, “A confesión de parte, relevo de prueba”.
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Notas
[1] Cfr. Ernst-Wolfgang Böckenförde. Cristianesimo, libertà, democracia. Brescia, Morcelliana, 2007, prima edizione, pp. 186-194.
[2] Giovanni Gentile, Origini e dottrina del fascismo, Roma, Istituto nacionale fascista di cultura, 1934, p. 8.
[3] Cfr. Carlos Daniel Lasa. Juan Domingo Perón: el demiurgo del praxismo en Argentina. Bs. As., Editorial Dunken, 2012.
Nota: el subrayado corresponde a Javier Pro.
ABRIL 11, 2013
Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!
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