jueves, 12 de septiembre de 2013

El diablo y las ideologías.


por Germán Mazuelo-Leytón 
Fue un acierto de Francisco, convocar a la Iglesia universal a una jornada de oración y ayuno el 7 de septiembre próximo pasado, para pedir la paz para Siria y Oriente Medio, es que, hay demonios que « solamente pueden ser expulsados con oración y ayuno» (Mc 9, 2).
Decía cincuenta años atrás el futuro obispo de Regensburg, Prof. Dr. Rudolf Graber:
Conocemos de sobra el cínico juego que hoy se utiliza con palabras tales como «paz y libertad», los intentos de oscurecerlo todo y las maniobras de alucinación, la siembra de conceptos y de sofismas, de medias verdades y de mentiras, éste es el grandioso juego del diablo, del enredador, del –literalmente traducido- calumniador, que cree ahora ha llegado su hora.
Examinando las violencias, las guerras, los asesinatos, los abortos, los atropellos de todo género, los robos, las tragedias provocadas por el alcohol y la droga, termina por decir la gente: el mundo está en manos del demonio, sin embargo hay bastante gente que se empeña en negar la existencia del diablo, aunque éste comiendo de sus manos, por así decirlo.
Después de la verificación del Concilio Vaticano II, Paulo VI salió al paso de estas negaciones ridículas y retrató a Satanás como
agente oscuro y enemigo, un ser vivo espiritual, pervertido y pervertidor” y añade “quien rehúsa conocer su existencia se sale del marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica, como se sale también quien hace del demonio, un principio autónomo, alguien que no tiene su origen en Dios, o quien la explica como pseudo-realidad, una personificación conceptual y fantástica de las causas desconocidas de nuestras desgracias (15-XI-1972).
El P. Anton Böhm, SJ, llamó a nuestros tiempos «la época del diablo», ¿era una exageración? No, porque el objetivo principal de Satanás es alejarnos de Dios, destruir la obra de Dios.
En los siglos XVIII y XIX, el surgimiento de  la Ilustración produjo pensadores racionalistas como Rousseau, Voltaire y Diderot, que colocaron la razón por encima de la fe, doctrina que encendió una revolución mundial, ya que de estos movimientos surgieron un sinfín de filosofías tales como el liberalismo, el racionalismo religioso, el positivismo, el secularismo, el humanismo secular, el indiferentismo, el individualismo, el comunismo, el marxismo-leninismo, el socialismo, el liberalismo teológico, el agnosticismo, el deísmo, el laicismo, la teología de la liberación, el feminismo radical y el nuevaerismo, entre otros.
En su encíclica Divini Redemptoris, 19-3-1937, el Papa Pío XI denominó al comunismo  «el azote satánico», porque en el comunismo se manifiesta un furor, desarrollado con un odio, una barbarie y una crueldad como no se hubiese imaginado. El mismo pontífice llama enérgicamente sobre la táctica de la astucia, la mentira, las promesas de libertad de conciencia y la libertad religiosa:«El comunismo es en su esencia más íntima malo, y continúa siéndolo, y es, por su naturaleza antirreligioso y antidivino».
El cardenal Eugenio Pacelli, futuro Pío XII, que había contribuido a la redacción de la encíclica «Mit brennender Sorge» (1937), en la que Pío XI condenaba la ideología nazi, en su presentación de la encíclica, comparó a Hitler con el diablo, advirtiendo proféticamente su temor de que los nazis lanzaran una «guerra de exterminación».
El demonio, el diablo, Satanás, o el espíritu malo, claro que vive y reina en nuestras avenidas, salas de juego y de placer, pantallas de televisión, cine y hasta en la intimidad de muchos hogares. Se manifiesta en las modas, los estilos, en la desenfrenada nocturnidad.
Al principio obra para seducir al hombre distrayendo su mente con sutileza, dirigiéndolo a la búsqueda de soluciones en su propio ser, entonces no hay razón para comunicarse con Dios. La confianza en sí mismo mediante la fuerza de la voluntad se convierte en punto central, más bien que la dependencia de Dios. La oración, la Iglesia, las Escrituras, los Sacramentos son desechados (El Trueno de la Justicia, Ted y Maureen Flynn).
Cuando participar de la Misa se convierte en una rutina y se la deja pasar sin una razón válida, es una señal segura de que el enemigo está presente.
¿Existen señales, y cuáles, de la presencia de la acción diabólica? –se preguntaba Paulo VI-.  Podremos suponer su acción siniestra allí donde la negación de Dios se hace radical, sutil y absurda; donde la mentira se afirma, hipócrita y poderosa, contra la verdad evidente; donde el amor es eliminado por un egoísmo frío y cruel; donde el nombre de Cristo es impugnado con odio consciente y rebelde (1Cor 16, 22; 12, 3); donde el espíritu del Evangelio es mistificado y desmentido; donde se afirma la desesperación como última palabra (15-XI-1972).
El Concilio Vaticano II había sido convocado, entre otras razones, para comunicar la fe al mundo por medio de un impulso evangelizador, «lo que pasó, supongo que por un plan diabólico, fue en lugar de eso, que el mundo entró en la Iglesia» (P. Stephen Valenta, OFM Conv.), y no se hubiera llegado a ese nivel de apostasía «si los errores filosóficos no hubieran penetrado a lo más profundo del pensamiento católico», muy particularmente el modernismo  «la síntesis de todas las herejías» (Encíclica Pascendi, Papa San Pío X).
Satanás odia de manera preferente la familia y la vida. Primeramente se implementaron leyes para permitir el divorcio, luego el aborto, «los derechos sexuales y reproductivos», la pérdida de la pureza a temprana edad, y las uniones contra natura.
Los evangelios desaparecerían si se quitase de sus páginas la presencia y la actuación del demonio, desde el Paraíso Terrenal como serpiente, hasta los provocativos anuncios de fiestas y orgías testimoniadas en los libros sagrados del Nuevo Testamento.
Jesús no sólo destruye personalmente el poder de demonio, sino que a sus apóstoles da potestad de arrojarlos de los cuerpos y de las almas de los poseídos, y cuando los apóstoles después de su primera aventura apostólica regresan contentos por haber arrojado demonios, Jesús les indica: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo, sepan que a ustedes les di el poder de  pisotear serpientes, sin embargo, no se alegren porque someten a los demonios, alégrense más bien porque sus nombres están escritos en los cielos».
Jesús no sólo corrobora la existencia  de los demonios, sino que también subraya su poder y su malicia, por lo que una de las misiones más importantes de la Iglesia es expulsar los demonios de las almas y de los cuerpos.


9/9/13 InfoCatólica

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