Por Mónica Muñoz
Ya sé que muchas personas viven desencantadas por los problemas, pero, ¿quién no los tiene?, además, la situación de nuestro país no está para celebrar, piensan otros en tono lastimero y hasta amargo, sin embargo, la Navidad es una fecha muy especial, en esta época se nos recuerda que no todo está perdido, que las adversidades de la vida se pueden superar si todos ponemos de nuestra parte y que es necesario trabajar duro para que el espíritu navideño permee los once meses que le restan al año.
Sin embargo, todas las fechas que contienen algún tinte festivo, se ven corrompidas por el consumismo, es así que no podemos pensar en celebrar si no hay compras de por medio, o si no, pensemos, ¿qué sería del día de las Madres sin la licuadora de moda (que seguramente la mamá agradecerá, pero que hubiera preferido un bolsa para su uso personal), o los juguetes de día del Niño, o los chocolates, globos y corazones del día de San Valentín, o la cartera para el día del Padre? y ahí me detengo porque para cada mes hay un festejo distinto, pues la publicidad se ha encargado de hacernos creer que en cada fecha hay que gastar, y, sin lugar a dudas, hasta lo que no tenemos.
Por supuesto, la reina de las festividades es la Navidad, tarde se nos hace para recibir el aguinaldo, el cual, aún sin estar en nuestras manos donde permanece por breves momentos, ya ha sido repartido con anticipación. Y ahí tenemos que, el fruto de un largo año de trabajo y desgaste físico, se evapora en cuestión de horas. Porque es verdad que este tiempo es mágico, pues como por encanto se nos acaba el dinero y, sin darnos cuenta, mucho de él se va en objetos que no teníamos contemplado obtener. Por eso, cuando terminan las fiestas y entra el año nuevo, llega también la famosa cuesta de enero y somos testigos de las interminables filas que se hacen en las instituciones de empeño y préstamo donde van a parar las cosas que compramos sin necesidad.
Pero además de las compras, reuniones, comidas, felicitaciones y buenos deseos, que también acompañan la temporada navideña, nos encontramos de frente con una realidad que poco a poco hemos dejado en el olvido: la auténtica fiesta de Navidad recuerda el nacimiento de Jesús, quien vino al mundo para hacerse hombre, compartir la vida con sus contemporáneos y ser uno más con ellos, porque la promesa hecha a Adán y Eva en el principio de la humanidad estaba cumpliéndose: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva”. (Gálatas 4, 4-5)
Este acontecimiento histórico y salvífico se está perdiendo en muchos lugares, la Navidad se ve como una bonita fiesta en la que se reúnen las familias para abrazarse y hacer intercambios de regalos, pero el verdadero festejado, Aquél por quien deberíamos estar reunidos gozando de la compañía de nuestros seres queridos, es ignorado por completo.
En las redes sociales están circulando algunas imágenes muy simpáticas pero que a la vez invitan a la reflexión, donde se muestra al Niño Jesús con carita de molestia porque el festejo es dirigido a un hombre gordo y rubicundo que está recostado en el pesebre que le corresponde a Él, pero hay una en particular que me gusta mucho, el Niño está recostado en su sitio y arrodillado ante Él está el hombre robusto vestido de rojo. No tiene nada de malo que algunas familias acostumbren a sus hijos a recibir obsequios traídos por dicho personaje, que, en otras culturas recuerdan al gran Obispo San Nicolás de Bari, famoso por su caridad y porque daba secretamente regalos a los niños el día 6 de diciembre, sin embargo, el verdadero sentido de esta fecha tan importante es el nacimiento del Salvador del mundo, ese Dios hecho Hombre que se olvidó de su condición divina para compartir nuestra humanidad y así, obtenernos la salvación.
Todavía en muchas casas se acostumbra a ir a Misa de Gallo y regresar para arrullar al Niño, acostarlo y cenar en familia, este día los hijos casados llegan a la casa paterna para que los nietos convivan con sus parientes y celebren juntos la última posada, hermosa tradición como tantas que tenemos en nuestro México y que ojalá nos esforcemos en preservar. De este modo estaremos rindiendo honor al cumpleañero, ese Niño Dios que nos amó tanto que quiso vivir humildemente como muchos hermanos lo hacen en la actualidad, por eso, hagamos de esta Navidad un día lleno de amor, alegría y perdón, olvidemos nuestras diferencias y seamos signos de paz, compartamos nuestros bienes y seamos felices, los abrazo con afecto.
24 de diciembre de 2013
El Observador de la Actualidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario