sábado, 14 de diciembre de 2013

Los “fracasos” de los métodos naturales, ¿son fracasos?.


por Fernando Pascual, L.C.
Para muchos los métodos naturales de regulación de la natalidad “no funcionan”. Incluso en algunos libros o revistas estos métodos son presentados como poco eficaces, pues un elevado número de parejas que optan por algunos de estos sistemas (el método Billings, el método sintotérmico, etc.) tarde o temprano (a veces más temprano que tarde) se encuentran con la sorpresa de un hijo no esperado...
          Toca a los médicos juzgar sobre la “eficacia” real de los métodos naturales, aunque hay estudios que hablan de un elevado nivel de seguridad de algunos de esos métodos. Hay que reconocer, sin embargo, que en el método natural para regular la propia fertilidad la pareja parte de una actitud mental de respeto y de apertura ante la posibilidad de una nueva vida. Además, muchas parejas, en el conocimiento de su fertilidad, aceptan, en un momento determinado, tener relaciones sexuales completas cuando es posible un embarazo, lo cual no es un fracaso del método, sino, simplemente, un gesto de amor más consciente de la relación profunda que existe entre vida sexual y procreación humana.

        Otras veces, la pareja intenta, con la ayuda de métodos naturales, no tener hijos por motivos más o menos válidos. Puede ocurrir, en estos casos, que por alguna causa no prevista, o por error en el uso del método, se produzca la “sorpresa” de un hijo. Sin embargo, tal hijo era “previsible”, formaba parte del horizonte que es propio del haber aceptado un método natural, aunque en principio se creía que no iba a producirse una concepción.

        En otras palabras: un hijo concebido fuera de lo previsto no ha de ser considerado como un fracaso del método natural. Usar un método natural implica asumir una actitud de apertura a la vida, un espíritu de acogida de un posible hijo como parte de la expresión del amor mutuo y del respeto a la riqueza de cada uno de los esposos.

        Aquí radica la diferencia más profunda entre un uso correcto de los métodos naturales (puede darse un uso egoísta y, por lo tanto, inmoral) y el uso de los métodos anticonceptivos.

        En el método natural los esposos se respetan en su riqueza e integridad. El marido escucha y dialoga con la esposa para ver si conviene o no conviene tener relaciones sexuales cuando está cercana la ovulación. Este diálogo enriquece a la pareja. Permite a los esposos descubrirse y aceptarse de un modo profundo, serio, responsable, con el horizonte abierto a una posible nueva vida quizá ahora no esperada, pero no por ello excluida de modo sistemático, firme, casi impositivo. Todo ello implica una gran generosidad y un fuerte amor, generosidad que muchas veces puede ser el resultado de una profunda vida de fe y de oración, para quienes son cristianos: Dios no puede dejar de apoyar, de mil modos, a aquellos esposos que viven su amor dentro del hermoso proyecto de Dios sobre la sexualidad humana.

        En los métodos anticonceptivos, en cambio, se excluye a través de métodos mecánicos o químicos la llegada de una vida que no es ni esperada ni deseada. Este deseo de excluir un posible hijo implica rechazar la fecundidad del esposo (por ejemplo, usando el condón masculino o femenino) o de la esposa (con diversas píldoras anticonceptivas, la espiral, dispositivos subcutáneos, etc.). El espacio para el diálogo de la pareja, en lo que se refiere a su vida más íntima, queda empobrecido, pues los esposos creen que cualquier relación ha sido modificada y “hecha” infecunda (así sería realizable sin “riesgos”) precisamente porque se ha intervenido para dañar o mermar la fecundidad propia de uno de los esposos (o de los dos al mismo tiempo).

        Conviene añadir, además, que en algunos métodos mal llamados anticonceptivos se da también un efecto interceptivo o antigestativo. En estos casos, si las técnicas han fracasado en su fin anticonceptivo y se ha producido una concepción inesperada, algunas de esas técnicas producen una serie de efectos que impiden que el embrión pueda anidar en el útero o, incluso, si ya ha anidado, fuerzan su desprendimiento y su muerte por culpa de los mecanismos abortivos de esas técnicas. Esta eficacia, repetimos, no es anticonceptiva, sino abortiva, con lo que esto implica de injusticia hacia esa nueva vida privada de su desarrollo natural.

        El que llegue un hijo no esperado no es un fracaso de los métodos naturales, sino, en cierta forma, un “éxito” de los mismos. Nunca un niño puede ser considerado como fruto de un error, como un fracaso o una derrota en la vida de una pareja que se respeta y que se ama profundamente. Si, además, los esposos tienen fe cristiana, verán en ese nuevo hijo o hija una invitación de Dios a crecer en el amor hacia el prójimo más prójimo que nadie puede encontrar en el camino de su vida: cada uno de sus hijos.

        Por lo tanto, el hijo que nace gracias al respeto de la fecundidad de la pareja que es propio de los métodos naturales inicia su existencia en el contexto de un amor maduro y generoso; un amor que permite a los esposos vivir su mutua donación en el máximo respeto de sí mismos y en la apertura a ese posible hijo que pueda nacer como resultado de esa fecundidad que acompaña a quienes confían en Dios y viven, con esperanza, su vida matrimonial con una entrega absoluta y sincera.

AutoresCatolicos.org

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