Mons. José M. Arancedo.
En Navidad celebramos la cercanía de Dios que se nos manifestó en su Hijo. Descubrirnos desde esta presencia que es Amor y vivir bajo la mirada de su Misericordia, es introducirnos en un camino de conocimiento y de confianza en Dios que nos enriquece.
Amor y misericordia no debilitan en Dios la exigencia de la verdad y la justicia, sino que en él se identifican y forman una unidad ejemplar. En nosotros, en cambio, es un camino progresivo de participación en su vida.
Qué triste imagen la de una fe en Dios, el Padre de Nuestro Señor Jesucristo, cuando justifica su agresividad porque lo hace en defensa de la verdad, no comprende que su plenitud está en el amor. Igualmente, cuando por un sentido reivindicativo de la justicia se olvida el significado de la misericordia. Una verdad que no nos abra al amor, no pertenece al evangelio de Jesucristo. Asimismo, una justicia que nos exima de la misericordia, tampoco pertenece al proyecto de Dios manifestado en su Hijo.
Navidad es el inicio de algo nuevo, de Alguien que ha venido a comunicar al hombre la posibilidad de una Vida Nueva. El Concilio Vaticano II expresa este sentido de la venida de Jesucristo, diciendo que: “Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (G. S. 22).
Navidad es la presencia de Dios que ha venido a iluminar nuestra vida, y a enseñarnos a ser sus hijos y hermanos entre nosotros. Considero oportuno, en el marco de esta Navidad, ver nuestras relaciones desde el amor y la misericordia. Ellas suponen, ciertamente, el valor y la exigencia de la verdad y la justicia. ¡Pero cuánta falta de caridad vemos invocando la defensa de la verdad! Me pregunto si esta verdad tiene su fuente en Dios, san Pablo nos exhorta a que: “viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente, unidos a Cristo” (Ef. 4, 15).
¡Pero también cuánta insensibilidad cuando al invocar la justicia nos endurecemos ante el dolor o necesidad de un hermano! Esta justicia, me pregunto: ¿tiene su fuente en Dios, o sólo sirve para justificar mi dureza, mi ira o, tal vez, el deseo de venganza? La misericordia no niega la justicia, pero no se encierra en ella como en un absoluto.
Navidad nos muestra, decíamos, el amor y la misericordia de Dios hecho camino y vida en su Hijo. Su propuesta es siempre el ofrecimiento a mi libertad de una Vida Nueva. Hay rutinas que no nos ayudan a salir de esquemas que nos dan una aparente seguridad, pero nos detienen en ese camino hacia algo nuevo, nos acostumbramos a lo pequeño. Por ello, les sugiero que en esta Navidad revisemos nuestra vida y relaciones desde esa plenitud del amor y la misericordia, que es el centro del mensaje de Jesucristo.
Esto requiere de una disposición interior que nos abra a un camino de renovación espiritual. El amor y la misericordia es ese “plus” que eleva a la verdad y a la justicia a su plenitud. Diría que en ellas se manifiesta el testimonio creativo de la presencia de Dios, que es fuente de alegría y de paz.
Reciban de su obispo junto a mi afecto y oraciones, mi bendición en el Señor.
Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cruz
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