Durante demasiado tiempo los cristianos nos hemos desentendido de la política, afirma un experto. El sacerdote José Luis Segovia Bernabé es director del Instituto de Pastoral de la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA) de Madrid.
–¿Cómo ve el panorama político actual?
Me gusta ser siempre positivo y propositivo. Es indiscutible que los casos no anecdóticos de corrupción en partidos de todo signo, el olvido del horizonte ético en la actividad pública, la disociación entre virtudes privadas y virtudes públicas, la fagocitación de la actividad política por el mundo financiero, su profesionalización o la burocratización de los partidos, entre otras anomalías, vienen configurando una democracia de baja intensidad.
Con todo, la doctrina social de la Iglesia enseña que entre democracia y participación hay una relación de medio a fin. En ese sentido, hay que reconocer que estamos asistiendo a un renacimiento de nuevas formas de participación política a través de canales no convencionales y, finalmente, la crisis ha puesto de relieve que incluso el mercado sin valores morales no funciona.
En cuanto a las generaciones más jóvenes, aunque se mantienen bastante escépticas en torno a los partidos políticos, creo que se están “repolitizando” en el mejor sentido del término: se ha acabado la sociedad de consumo y es la hora de reconstruir el modelo de sociedad que tiene que asentarse sobre las bases de la dignidad de las personas, los derechos de los más vulnerables, el bien común (que es mucho más que la suma de los bienes individuales), el destino universal de los benes de la tierra y la justicia social. Otro mundo posible solo se puede construir desde la acción política que es la forma de construir una sociedad justa.
El gran desafío es pasar de una democracia representativa de baja intensidad a una democracia deliberativa que propicie, por encima de todo, un nuevo modelo de desarrollo y el bienestar de los que peor lo pasan: ¡ese es el mejor indicador de calidad democrática!
–¿Realmente puede aportar algo la fe a la vida política?
Una de las causas del declive democrático es que hemos sustituido el reino de los fines y del sentido (horizonte ético y religioso) por el imperio de los medios (el dinero, el beneficio, la competitividad, el emprendimiento… La fe es ante todo una reserva de sentido capaz de inyectar en la actividad política un orden de valores incondicionales. La religión no debe diluir ni “mundanizar” sus contenidos cuando comparece en la plaza pública.
Desde luego, no se trata de colonizar espacios, mucho menos desde un poder confesional imposible. Pero sí de presentar la oferta de sentido y las éticas de máximos en el debate público. Cuantos más actores sociales presenten sus cosmovisiones y sus éticas de máximos más se elevará el listón moral de la sociedad. Eso no implica, repito, que la legislación tenga que recoger necesariamente los máximos morales, pero éstos no deben ser silenciados en el debate político.
Pienso, por ejemplo, en la fuerza del perdón cristiano. Me vienen a la memoria los actos de perdón y de reconciliación de víctimas de Eta con sus agresores. Naturalmente, eso no es exigible por decreto ley; ni siquiera es sugerible. Pero sería imperdonable no mostrar el carácter sanante del perdón (especialmente, cuando se trata de perdonar lo imperdonable) cuando es movido explícitamente por la fe.
Por otra parte, la fe aporta, junto con una invitación a transformar el mundo y sus estructuras, un plus de reserva escatológica que impide identificar el sueño de Dios con ninguna realización intrahistórica.
–¿Piensa que en la actualidad, con los escándalos de corrupción en los políticos, los ciudadanos siguen teniendo fe en la política?
No podemos caer en estereotipos ni deslegitimar la democracia. No todos los políticos son corruptos. Es imprescindible reivindicar la importancia de la política y evitar el descrédito social de la democracia. El Reino de Dios y su justicia son irrealizables sin el compromiso político.
Pío XI acertó de pleno cuando destacó las excelencias de lo que llamó él “la más sublime de las caridades”, de la “caridad política”, la que permite remover los obstáculos para que la libertad, la igualdad y la justicia social sean efectivas, para convertir no solo los corazones sino también las llamadas por Juan Pablo II “estructuras de pecado”. Estas anidan muchas veces en una democracia que necesita de hondas transformaciones.
–¿Cómo debe ser la participación de los cristianos en la vida pública?
Durante demasiado tiempo los cristianos nos hemos desentendido de la política. No hemos querido “mancharnos las manos”. Naturalmente necesitamos políticos y profesionales cristianos que ejerzan como tales, pero también precisamos cristianos militantes en todos los ámbitos: en los sindicatos, en ONG y Plataformas de todo tipo, en espacios de organización vecinal o de economía alternativa. Y ello en forma de fermento militante en la masa unas veces y otras de manera confesional (Justicia y Paz, etc.).
Aleteia (10.03.2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario