sábado, 7 de junio de 2014

Polémicas matrimoniales (IV): el perro verde y la brecha en la muralla.


por Bruno Moreno Ramos
Si alguien te vende un perro verde y luego descubres que destiñe con las primeras gotas de lluvia, es normal que te quejes. Si ya te han vendido seis y compras el séptimo, o no eres muy despierto o en realidad quieres que te engañen.
Una ventaja de que la propuesta sobre el matrimonio que venimos tratando en estos artículos se realice ahora y no hace cincuenta años es que, como ya nos han vendido media docena de perros verdes, al menos si lo compramos ya no podremos decir que la culpa es de quien nos vende los canes color esmeralda, sino nuestra.
Digo todo esto porque, al leer uno de los puntos de la propuesta del Cardenal Kasper sobre dar la comunión a los divorciados en una nueva unión, no he podido evitar una sensación de deja vu:
“Esta posible vía no sería una solución general. No es el camino ancho de la gran multitud, sino la senda estrecha de la parte probablemente más pequeña de los divorciados vueltos a casar, los que están sinceramente interesados en los sacramentos” (Discurso del Cardenal Casper ante el consistorio del 20 de febrero de 2014).
El Cardenal Kasper nos asegura que su propuesta no sería “una solución general”, sino que sólo se aplicaría a una pequeña parte de los divorciados en una nueva unión, a saber, los que “están sinceramente interesados en los sacramentos”. Se trata de una explicación muy curiosa, porque, evidentemente, a los divorciados que no están interesados en los sacramentos les da totalmente igual lo que diga la Iglesia sobre si pueden o no recibirlos, ya que no los recibirían aunque pudieran. Aparentemente, pues, el objetivo de la frase es únicamente tranquilizar a los católicos y asegurarles que no se trata de permitir el divorcio en general, sino solamente en algunos casos muy concretos y poco numerosos.
La verdad es que, a mí, la tranquilizadora frase no me tranquiliza en absoluto. No me tranquiliza porque, a lo largo de mi vida, nos han vendido a los católicos españoles al menos seis o siete veces esa misma cláusula tranquilizadora, con resultados desastrosos. ¿Hay alguien que no recuerde el proceso de introducción en nuestra sociedad de cosas como el aborto o la eutanasia? Siempre comienza todo como medidas “de emergencia” para casos excepcionales y dramáticos: mujeres embarazadas violadas y en peligro mortal, esposas que sufrían malos tratos o enfermos con terribles sufrimientos que ya no podían soportar. Partiendo de esos casos excepcionales, se forzaba la implantación de una solución que teóricamente también sería excepcional: supuestos, situaciones extremas, regulaciones jurídicas diferentes del matrimonio, etc.
Lo que no se dice nunca en esos casos es que esas soluciones son sólo un primer paso y llevan en sí la semilla de medidas mucho más brutales, que sólo podrán tomarse en un segundo momento, cuando la gente ya esté anestesiada por años de considerar como normal lo que la ley ampara. Poco a poco, se van creando las condiciones para considerar el aborto un derecho o una simple opción más, para el matrimonio homosexual con adopción incluida, para las empresas dedicadas a eutanasiar gente, como en Suiza, o a los niños, como en Bélgica, o para el divorcio rápido al mes de haberse casado, como en España. Todas esas cosas y otras muchas habrían escandalizado hasta la médula a la gran mayoría de la población si se hubieran presentado así desde el principio. Por eso se nos aseguró una y otra vez que nunca ocurrirían cosas así, que sólo se estaban solucionando casos terribles y dramáticos. Era falso.
Mirando estos temas con perspectiva histórica, ya se podía ver desde el principio que todos estos “avances sociales” tenderían por su propia naturaleza a sobrepasar cualquier límite teórico que se pusiera en un principio a los mismos, hasta convertirse en un “derecho” protegido por el Estado. En la misma propuesta del Cardenal Kasper se pueden observar ya esos signos, en el párrafo siguiente al citado más arriba:
“¿No deberíamos evitar lo peor en este tema? De hecho, cuando los hijos de los divorciados no ven a sus padres acercarse a los sacramentos, normalmente tampoco ellos encuentran el camino hacia la confesión y la comunión. ¿No nos damos cuenta que también vamos a perder la próxima generación y quizá incluso la siguiente? ¿Es que nuestra práctica probada no ha demostrado ser contraproducente?"(Discurso del Cardenal Casper ante el consistorio del 20 de febrero de 2014).
¿A nadie le llama la atención que, inmediatamente después de asegurar que sólo se está hablando de “la parte probablemente más pequeña de los divorciados”, se nos diga que, si no se les deja comulgar, “vamos a perder a la próxima generación” y a la siguiente? ¿No estábamos hablando de casos excepcionales? ¿Cómo es que de pronto nos jugamos la fe de “la próxima generación”, así en general? Creo que es evidente que, a pesar de las bienintencionadas seguridades que nos da el Cardenal Kasper, no hay nada en este tipo de propuestas que impidan que, una vez aceptadas, se conviertan en una práctica habitual. Es decir, que introduzcan plenamente el divorcio en la Iglesia, en contra del mandato explícito de Cristo.
Lo importante no es si los cambios son pequeños o grandes, sino cuál es su naturaleza. En el asedio de una ciudad, los enemigos pueden avanzar un kilómetro fuera de las murallas y no cambia mucho la situación. En cambio, si consiguen avanzar los pocos metros que separan el exterior del interior de las murallas, la ciudad está perdida. Si abren una brecha en las murallas, nada pueden hacer ya los defensores.
La muralla, en nuestro caso, está en la doctrina, en los principios morales que enseña la Iglesia desde siempre y como explicó la Congregación para la Doctrina de la Fe:
“Por consiguiente, frente a las nuevas propuestas pastorales arriba mencionadas, esta Congregación siente la obligación de volver a recordar la doctrina y la disciplina de la Iglesia al respecto. Fiel a la palabra de Jesucristo, la Iglesia afirma que no puede reconocer como válida esta nueva unión, si era válido el anterior matrimonio. Si los divorciados se han vuelto a casar civilmente, se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios y por consiguiente no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras persista esa situación” (Carta del 14 de septiembre de 1994 de la Congregación para la Doctrina de la Fe a los obispos de la Iglesia Católica sobre la recepción de la comunión eucarística por parte de los fieles divorciados que se han vuelto a casar).
Si dejamos que se abra una brecha en esos principios, comprando una vez más el perro verde (o, en este caso, el perro “pastoral”), ya habremos perdido. Si prescindimos de los principios, no estamos siendo más acogedores, sino disolviendo la Iglesia. En realidad, como siempre ha entendido la Tradición católica, no hay nada más pastoral que la verdad, enseñada con amor y misericordia.


Blog: espada de doble filo (26/5/14)


No hay comentarios:

Publicar un comentario