por Bruno Moreno Ramos
Uno de los aspectos que personalmente menos me gustan de la propuesta del Cardenal Kasper de dar la comunión a los divorciados en nuevas uniones es el papel en el que, sin darse cuenta, coloca a la Iglesia.
El cardenal Kasper propone, como ya hemos visto, que, después de contraer una unión civil adúltera “irreversible” y tras un período de penitencia, se admita a los divorciados a la comunión, a pesar de que el matrimonio inicial sigue considerándose válido. Para el cardenal, esa forma de actuar por parte de la Iglesia sería misericordiosa y compasiva. A mi entender, en cuanto se examina un poco la cuestión sin eufemismos, lo que estaría sucediendo es que la Iglesia, de Maestra pasaría a tentadora y de Madre a cómplice, es decir, exactamente lo contrario de lo que pretendía el Cardenal Kasper. Veamos por qué.
La propuesta del cardenal, en sustancia, equivale a decir que el pecado inicial de adulterio, si rompe de forma suficientemente significativa la convivencia inicial y si se hace de forma pública y con intención de permanencia, termina por llegar a un punto en que la Iglesia asumirá que no se puede hacer nada, que la situación es irreversible, y que pastoralmente conviene aceptar esa nueva unión y considerar que esa situación no impide el acceso a la comunión eucarística.
Todo eso, que dicho con tantos eufemismos no suena mal, hablando en plata equivale a decir que la Iglesia estaría contribuyendo a tentar a quien siente el deseo de dejar a su cónyuge para irse con otro. En la práctica, la Iglesia le estaría diciendo: no te aconsejo que lo hagas, pero si lo haces, entonces antes o después todo cambiará y podrás mantener ese pecado, como querías, porque dejará de ser pecado. Si tomas ese camino, llegará un momento en que el adulterio, mágicamente, dejará de ser adulterio y podrás disfrutar de él con mi aprobación y la conciencia tranquila.
Y la Iglesia no sólo estaría tentando de adulterio, sino que animaría a hacer permanente y más grave ese pecado. En efecto, si se tratase de un simple pecado de adulterio ocasional, oculto, sin abandono del cónyuge y con arrepentimiento inmediato, no se conseguiría el premio del “pecado despecatizado”, así que, en la práctica, esta disciplina recomendada por el Cardenal estaría animando a que el pecado fuese mucho peor. Se animaría a que ese pecado fuese público, con el consiguiente escándalo; a que se abandonase al cónyuge, con el terrible pecado que eso conlleva contra la justicia, y a que no hubiese arrepentimiento hasta que se llegase al punto en el que supuestamente no hay marcha atrás. Todo eso convierte objetivamente el pecado en mucho más grave y, sin embargo, la propuesta lo pone como condición para conseguir mantener el adulterio y, a la vez, poder comulgar, algo que, paradójicamente, está vedado a los que cometen pecados de menor gravedad.
Por lo tanto, en lugar de recompensar la virtud, el resultado es que lo que se recompensa es el pecado, siempre que sea lo suficientemente grave y estable. De alguna forma, se quieren presentar como positivos tres aspectos de la segunda unión (formalización, permanencia y fidelidad a la nueva pareja), cuyos verdaderos nombres son escándalo público, ausencia de propósito de la enmienda y abandono del verdadero cónyuge. Es decir, tres características que hacen el pecado más grave y duradero, no menos.
Es como si la Iglesia dijera: robar es pecado, pero si robas mucho, mucho, mucho, entonces llegas a un punto en que robar ya no es pecado. Si robas un bolso, cometes un pecado y debes confesarte y proponerte no volverlo a hacer, pero si has robado tanto y durante tanto tiempo que ya te has organizado la vida con fundamento en lo robado, porque la casa en la que viven tus hijos es robada, porque el dinero de su colegio es robado, porque tu mujer sólo te aguanta porque le regalas joyas (también robadas), porque haces muchas buenas obras con el dinero robado y porque usas el dinero robado para pagar la deuda que contrajiste con un prestamista para comprarte un chalé en la sierra… entonces ya no pasa nada y puedes quedarte con lo robado y seguir robando con la conciencia tranquila. Es un despropósito.
En fin, si hay que buscar términos que califiquen esa forma de actuar propuesta para la Iglesia, no se me ocurren otros más apropiados que “tentadora” y “cómplice”, la verdad. En ningún caso misericordiosa.
Blog: Espada de doble filo. (30.05.14)
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