Por Agustín Laje
Mientras la gente se encuentra narcotizada con el Mudial de Fútbol, ayer la Cámara de Diputados aprobó el proyecto kirchnerista que busca declarar al pañuelo blanco de las Madres de Plaza de Mayo como “emblema nacional argentino”.
¿Y qué significa esto en concreto? Pues que el pañuelo pasará a ser parte de la simbología patria, colocado a la altura del himno nacional y la mismísima escarapela argentina. Una victoria cultural más, en suma, del marxismo gramsciano.
Lo cierto es que el proyecto en cuestión no debe entenderse de manera aislada, sino como parte de un profundo proceso de estatización de la Fundación Madres de Plaza de Mayo, iniciado tras el secreto pacto Kirchner-Bonafini del 26 de mayo de 2003 al que más abajo nos referiremos. En efecto, hace algunas semanas hablábamos de la estatización de la Universidad de las Madres; poco antes la polémica pasaba por el proyecto “Sueños Compartidos” de Bonafini y Schoklender financiado por el Estado y, si nos vamos más atrás en el tiempo, podemos rememorar el salvataje económico que le dio el gobierno kirchnerista a la organización de las Madres a través de cheques millonarios emitidos por el Tesoro de la Nación y pauta oficial en el programa radial “La voz de las madres”.
Hay una gran paradoja detrás de todo esto. Y es que la organización de Hebe de Bonafini, adherida a los principios del marxismo, ha sido tradicionalmente anti-estatal, en el sentido de promover la abolición del “Estado burgués”. En efecto, si algo había caracterizado a las Madres durante los gobiernos de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando De la Rúa y Eduardo Duhalde, eso había sido su declarada oposición a todo gobierno “no revolucionario”, es decir, no marxista. Y tanto fue así, que Bonafini incluso embistió contra políticas que fueron funcionales a su causa, como la creación de la CONADEP en los ‘80 y la sanción de leyes reparatorias durante los ’90.
A partir de Néstor Kirchner, el discurso y la praxis de Hebe de Bonafini y sus acólitos fueron diametralmente opuestos hasta entonces. Ya no se combatiría contra el sistema, sino que se negociaría desde el sistema. No por nada Sergio Schoklender ha contado en su último libro que “El programa que sosteníamos con las Madres antes de Kirchner era totalmente revolucionario. (…) La única salida que se veía lógica era la lucha armada. (…) En aquella época en el sótano de la universidad guardábamos todo. Si me llamaban a medianoche, yo pensaba que había volado la universidad. Cuando se produjo el enamoramiento entre Hebe y Néstor tuvimos que sacar urgente todo lo que había en el sótano y hacerlo desaparecer”.
La respuesta a este giro radical y paradójico viene de la mano de la pregunta sobre las causas del “enamoramiento” de Hebe y Néstor. Y la verdadera respuesta a tal interrogante tiene nombre y apellido: Fidel Castro.
El 25 de mayo de 2003 asumía Néstor Kirchner a la presidencia de la Nación, y Hugo Chávez llegaba a la Argentina para presenciar el acto. No obstante, horas antes del mismo, Chávez se apersonó en la Asociación Madres de Plaza de Mayo y, según ha confesado Schoklender, les dijo: “Traigo un mensaje del Comandante Fidel Castro que pide especialmente a las Madres que le tengan paciencia a Néstor, que es un muchacho de buena madera”. Castro no podía concurrir por problemas de salud, pero ordenaba a las Madres que se acercaran al flamante gobierno. Schoklender solicitó una audiencia de inmediato a la Casa Rosada, que se concretaría al día siguiente entre Néstor y Hebe. El resultado fue un pacto entre ambos: Kirchner ofrecía una “política de derechos humanos” que brindara revancha contra los militares que derrotaron a las organizaciones terroristas en los ’70, a cambio de un apoyo incondicional de las Madres que compartirían con el kirchnerismo el banderín derechohumanista.
Que el disparador de la alianza de las Madres de Plaza de Mayo con el kirchnerismo lo haya dado un dictador sanguinario como Fidel Castro (a instancias de otro dictador como Hugo Chávez), quien tiene en su haber decenas de miles de muertos, torturados y exiliados, no deja de ser una perversa ironía que habla a las claras sobre la verdadera conformación moral e ideológica de aquellos lobos que visten de corderos.
La pregunta que debemos hacernos es: ¿Encarna un verdadero valor la simbología de las Madres de Plaza de Mayo como para ser incorporada en la simbología patria?
La causa emprendida por numerosas madres en búsqueda de sus hijos a fines de los ’70 y durante los ‘80 es de suyo legítima. El dolor de una madre por su hijo faltante ha de ser indescriptible. Pero lo que ciertamente no es legítimo, es trastocar el sentido humanista de una causa para transformarla en una lucha ideológica. Y eso fue precisamente lo que ocurrió con la línea de las Madres de Plaza de Mayo que lideró y lidera Hebe de Bonafini.
Manipulada por elementos de extrema izquierda, Bonafini y su grupo entendieron que su lucha ya no era por sus hijos, sino por la causa de sus hijos. Es decir, por el marxismo. En el libro de la historia de la Asociación que las propias madres escribieron en 1995 se da cuenta de este giro: “poco a poco, las Madres empezamos a levantar las banderas de nuestros hijos. ¿Qué queremos decir con esto? Que ya no sólo denunciamos las atrocidades de que fueron víctimas: ahora traemos a la memoria el sentido tan claro de su lucha. (…) Las madres levantamos los ideales revolucionarios de nuestros hijos”. Es decir, las Madres se quejaban de las atrocidades de la que fueron objeto sus hijos pero reivindicaban las atrocidades que sus hijos cometieron cuando actuaron en la guerrilla terrorista.
Así las cosas, las Madres de Plaza de Mayo empezarán a conformar alianzas con organizaciones terroristas internacionales como la ETA, cuyos miembros eran declarados públicamente por Hebe de Bonafini como “un ejemplo de dignidad y de resistencia para el mundo”. No era para menos: ETA financiaba a las Madres, tal como ha confesado Schoklender recientemente.
También se congeniaron alianzas con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), organización guerrillera mexicana que le solicitó a Hebe de Bonafini que ésta le enviara jóvenes a los campamentos para supervisar el accionar del Ejército Mexicano. Una importante camada de militantes izquierdistas argentinos viajó entonces a México en aquella oportunidad.
En Colombia, las Madres se acercaron tanto a las FARC como al Movimiento 19 de Abril. De este último tenían, en la Casa de las Madres, exhibido un sable que llevaba la inscripción “M-19” que había sido obsequio de los líderes de este grupo guerrillero.
Respecto de las FARC, las Madres también mandaron jóvenes argentinos a enlistarse en la organización narcoterrorista. Schoklender ha contado que “una gran cantidad de jóvenes nos pedía que los contactáramos con ellos. Triangulábamos su llegada desde Venezuela, que era el asiento natural del núcleo que se ocupaba de las relaciones exteriores de las FARC. Los jóvenes iban a Venezuela, allá cambiaban su documentación, pasaban a Colombia y se integraban a la guerrilla”. Y agrega: “Los comandantes de las FARC solían decirnos que necesitaban que les enviáramos jóvenes con formación política. (…) De los jóvenes que fueron, por medio de nosotros, muy pocos volvieron. La inmensa mayoría permaneció allá”.
¿Cuántos de esos jóvenes argentinos habrán contribuido a perpetrar en nuestro país vecino secuestros, homicidios, colocaciones de bombas, y matanzas masivas e indiscriminadas gracias al entusiasta reclutamiento de las Madres de Plaza de Mayo? ¿No es curioso que un grupo que se diga “defensor de los Derechos Humanos” reclute jóvenes para sumarlos a una agrupación que viola sistemáticamente los Derechos Humanos?
La relación de las FARC y Madres de Plaza de Mayo es de público conocimiento. Y tanto es así, que las Madres hasta han convocado a conmemorar a las FARC en marzo de 2005, en ocasión de los cuarenta años de existencia de la organización narcoterrorista. Además, en la Universidad de las Madres se han dictado cursos apologéticos sobre las FARC y, como si fuera poco, en la computadora del jerarca Raúl Reyes se encontraron e-mails donde se menciona a Hebe de Bonafini (“le abonamos a Doña Hebe” reza uno de ellos).
El pañuelo blanco de las Madres hace rato que ha dejado de representar una causa humanitaria. De hecho, ha pasado más tiempo representando a lacras homicidas como ETA, FARC, M-19, EZLN, Montoneros, ERP y Castro, que una lucha de madres por sus hijos.
El pañuelo es el símbolo del extremismo marxista encubierto en el simpático banderín de los derechos humanos. Ni más ni menos. Entonces, es dable preguntarse nuevamente: ¿Puede este pañuelo integrar los símbolos patrios?
(*) Agustín Laje es coautor del libro “Cuando el relato es una FARSA”. @agustinlaje
La Prensa Popular | Edición 295 | Jueves 3 de Julio de 2014
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