por Carlos D. Lasa
La educación, de un buen tiempo a esta parte, ha quedado en manos de aquellos que se nombran expertos en dicha materia.
Estos expertos, cuyo métier es la reflexión sobre la educación, se han instalado en la cocina misma de todos los niveles educativos y, desde allí, no se cansan de bajar directivas a toda la docencia argentina.
Sin embargo, los resultados en la educación Argentina no han sido de los mejores. Pero no es esta cuestión la que nos ocupa en esta entrada. Nos interesa preguntarnos, más bien, si estos expertos cumplen con el metiér que consideran propio, es decir, si realmente piensan la educación (lo cual equivale a determinar su finalidad) o si sólo se entretienen en la consideración de los medios, dejando en manos de otros la cuestión del fin.
Nos basta con frecuentar libros, revistas, conferencias, congresos sobre educación, para advertir que existe un lenguaje propio, edificado a partir de categorías comunes las cuales vehiculizan una visión del mundo y del hombre. Así, por ejemplo, los expertos en educación declaman que el conocimiento humano es construcción, que es menester educar para la diversidad, que la educación debe ser pensada desde la ciencia, que la educación debe formar ciudadanos, etc.
Sin embargo, si uno inquiere en torno a la significación de esta koiné (quiero decir: lengua común) que reina en el mundo de los expertos, advertiremos que hay mucho de “contrabandeo” de términos y poco de reflexión sobre la cuestión del fin de la educación,atada a la cual está una visión de lo real y del hombre.
La causa de esta carencia, a mi juicio, está dada por la falta de formación filosófica por parte de aquellos que dicen pensar la educación. Y cuando digo formación filosófica estoy pensando en la filosofía como metafísica, o sea, estoy pensando en aquella filosofía que se interroga por el ser, por el principio de unidad que reúne la multiplicidad.
Sucede que, de la respuesta que se ofrezca a esta pregunta, se seguirán: una determinada concepción de hombre y, consecuentemente, una finalidad determinada del proceso educativo. La ausencia de esta visión conduce a asumir categorías de análisis de la realidad sin advertir que las mismas están impregnadas de una visión unitaria con la cual, seguramente, no estarían de acuerdo todos los filósofos.
El experto, de este modo, vehiculiza categorías que responden a una visión filosófica de lo real que le manda, paradójicamente, a desdeñar toda filosofía. En nombre de la no-filosofía, el experto asume, de modo totalmente acrítico, una determinada filosofía de la cual desconoce totalmente sus supuestos. ¿Qué experto, por ejemplo, está en condiciones de determinar que detrás de la concepción constructivista del conocimiento se encuentran Kant, Hegel y Marx?
Lamentablemente, aquello que podría haber sido una tarea noble de los expertos se ha convertido en una profesión muy peligrosa por cuanto, al desconocer los fundamentos en que residen sus categorías de análisis, no están en condiciones de conocer los efectos últimos que se producirán en los educandos.
Resulta urgente, entonces, que la universidad argentina se ponga como meta principal suscitar un pensar crítico en estos expertos. Y en este sentido, sería preciso hacerlos frecuentar el pensar de aquellos hombres que se formularon la pregunta por antonomasia, es decir, aquella que se interroga por la unidad de lo múltiple, para advertir cómo se estructura un pensar que, pese a su finitud, pretende dar cuenta de todo lo real, incluido el proceso educativo.
En Parménides, Platón, Aristóteles, Agustín, Tomás de Aquino, Kant, Hegel, Marx, etc., no encontrarán cadáveres sino a hombres que usaron su cabeza para formularse los interrogantes más importantes de la existencia y vivieron de acuerdo a aquellas respuestas propias que pudieron darse. Son ellos los que nos enseñan que el hombre no debe vivir de prestado sino de lo propio y que, para ello, es menester poner en acto el propio pensar.
Alguien contó, en una oportunidad, que los tripulantes de una barca se creían que eran libres porque cada uno se ocupaba de remar, sin advertir siquiera que era sólo uno el que fijaba el rumbo. Abogo para que los expertos no se ocupen sólo de remar sino, sobre todo, de pensar el rumbo en la educación.
18 de julio de 2014
Fuente: ¡Fuera los Metafísicos!
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